lunes, 26 de diciembre de 2011

La camisa y el seiscientos

Milio Mariño

Apelando al saber estar, una frase que apenas se dice pero sigue estando vigente, que Cayo Lara acudiera sin corbata y con la camisa por fuera del pantalón al acto protocolario de consultas del Rey y que la nuera de Aznar se bajara de un Seat Seiscientos, el día de su boda son dos números de circo que bien podían haberse ahorrado quienes tuvieron el dudoso gusto de protagonizarlos.

No trato de poner en evidencia su falta de estilo, lo digo porque la ridiculez de quienes protagonizaron esos actos viene justificada por el convencimiento de que lo hicieron pensando que los demás somos tan simples que creemos que, en un acto oficial, sólo puede atreverse a llevar la camisa por fuera del pantalón alguien que sea muy de izquierdas, y que el pijismo de la familia Aznar ha sido redimido, y borrado del mapa, por el hecho de que la nuera del ex presidente haya cambiado la limusina por un Seiscientos de color blanco.

Estoy de acuerdo en que cuando el protocolo, por encima de la educación y el respeto, supone vasallaje es exigible que nos lo saltemos, pero como no era el caso, pienso que los dos, ella y él, hicieron el ridículo. La novia, saliendo del utilitario con un vestido de cola, más que modesta, resultaba cómica. De todas maneras, allá se las compongan los Aznar, Botella, Abascal y compañía, con su trouppe del mundo pijo y sus devaneos para buscar acomodo en las revistas del corazón. Con su vida pueden hacer lo que quieran. Si quieren dar la nota, allá ellos; pero el caso de Cayo Lara es distinto. Lo es porque se produce en un acto político y denota un esnobismo que delata a quienes se saben mediocres y recurren a la vestimenta para aparentar una identidad que no son capaces de demostrar con los hechos y las palabras.

Cierto que llevar, o no llevar, corbata en un acto oficial no es, en si mismo, definitorio de nada pero si a eso añadimos la camisa por fuera del pantalón, nos encontramos con un toque guayabero que lo asemeja bastante al viejo modelo cubano. Quizá fuera esa la intención, quizá Cayo Lara quisiera trasladarnos una imagen distinta a la del eurocomunista Santiago Carrillo, siempre con corbata, y la de Gaspar Llamazares, también con la suya, a quien el nuevo líder de IU ofreció ser portavoz quinto del grupo parlamentario, por si no había quedado claro que manda él y no su antecesor en el cargo.

La maldad, en muchos casos, suele ser fruto de la estupidez. De modo que para combatirla hay que prestar atención a lo que la nutre en origen que, por lo general, son oportunismos, esnobismos y sandeces.

Para ser más convincente, Cayo Lara podía haber ido vestido de mono azul o de campesino andaluz. La ortodoxia comunista, devenida en una ristra de refundaciones y apaños que no aceptan voces discrepantes, había superado la idea del look proletario y el primitivismo político. Eso creíamos pero ahora llega un patán con ínfulas y cree que los diputados de IU los ha conseguido él, con su estilo y su forma de vestir. Como la nuera de Aznar, que seguramente pensó que si el día del casorio acudía a la iglesia a bordo de un Seiscientos, nos olvidaríamos del Bigotes, el Escorial y la ridiculez de la boda anterior.

Milio Mariño / Articulo de Opinión / La Nueva España

lunes, 19 de diciembre de 2011

Música de otros tiempos

Milio Mariño

El viernes pasado abrí el ordenador con desgana y salió este anuncio: Juegue al chinchón on line y gane estupendos premios. Estuve por jugar, al final no lo hice porque soy un cagón. Tengo cuatro duros ahorrados y los coloqué, a plazo fijo, en un banco para que vivan a cuerpo de rey, como cualquier funcionario que ficha y a fin de mes pone el cazo. Me dan una miseria, pero el dinero tiene un empleo seguro. Y eso, para mí, cuenta mucho. Así que no puedo quejarme ni sentir envidia de los que amasan grandes fortunas y nos miran con esa sonrisa amable que los pobres nunca entendemos. Nosotros somos más de fruncir el ceño. Somos desconfiados, escépticos y amantes del piñón fijo. Si fuéramos audaces podríamos hacer grandes cosas.

Así es la vida. La vida es de los que se arriesgan y lo juegan todo a una carta. No como yo, que podría haber ganado una pasta jugando al chinchón on line y aquí me tienen. Cierto que también podía perder, pero como no me arriesgo, no juego, no compro ni vendo acciones, ni se de qué va la Bolsa, entiendo el reproche de que si no me hago rico es porque no quiero. No vale la disculpa de que los ahorros son cuatro duros. Con cuatro duros empezó Rockefeller y acabó millonario perdido.

Hay que arriesgarse, hay que mojar el culo y aceptar que por algo se empieza. Es lo que dice el presidente de la CEOE, que un salario de 400 euros no da para mucho, pero menos es nada. Demuestra que es un tipo brillante y con ideas innovadoras. Dice que trabajar tiene que ser como jugar al fútbol, que empiezas en Segunda regional, jugando gratis, y a la vuelta de dos o tres años, si vales, igual te ficha un equipo y puedes ganarte la vida. Así piensan muchos de sus colegas, empresarios que, al fin y al cabo, no tienen puestos de trabajo que ofrecer a los parados, pero bueno, si los sueldos se ponen a 400 euros y el esfuerzo supone ayudar al país, no les importaría arriesgarse y contratar a unos cuantos. Yo lo entiendo, el riesgo tiene que tener recompensa. De ahí que por los cuatro duros que tengo en el banco me den una miseria. No quiero arriesgarme, voy a lo seguro, y así es imposible que contribuya a paliar la crisis y aproveche las oportunidades. Que las hay, vaya que si las hay. Pero, en lugar de arriesgar invirtiendo o jugar al chinchón on line, ¿quieren saber lo que hice? Pues nada, cogí un disco de vinilo y me puse a escucharlo mientras llovía y ventaba como si alguien quisiera anunciarnos que vuelve el Diluvio.

El disco era «Animals», de «Pink Floyd», ése que en la carátula trae la foto de un cerdo volando sobre las chimeneas de una central termoeléctrica. Un gigantesco cerdo sobre un paisaje surrealista. Seguro que los de mi edad lo recuerdan. Buena música y unas canciones en las que Roger Waters, líder del grupo, hace suyo un cuento de Orwell y retrata, en forma de sátira, una sociedad en la que los cerdos representan a la clase dominante, los perros a los cuerpos represivos y las ovejas al ciudadano común. Está un poco rayado, pero nadie diría que es música de otro tiempo, que tiene 34 años.

Milio Mariño / La Nueva España / Artículo de Opinión

lunes, 12 de diciembre de 2011

La Navidad de la tristeza

Milio Mariño

De toda la vida, estas fiestas siempre tuvieron ese halo de tristeza que trae la nostalgia de los que ya no pueden sentarse a la mesa el día de Nochebuena. Siempre fue así y siempre lográbamos superarlo. Quiero decir que, aunque en algún momento se nos escapara una lagrima, recuperábamos la sonrisa y pasábamos unos días en los que la felicidad salía ganando con creces. Había alegría, pero estas Navidades parecen distintas. Parece como que tuviéramos la sensación de que estamos en vísperas de unas fiestas que tienen poco de fiesta. Como si diéramos por sabido que, a la vuelta de Reyes, nos espera la tragedia.

Hace unos días me decía un amigo que no recordaba unas Navidades con tanto corazón en un puño; con tanta tristeza y pesimismo juntos. Es verdad y, aunque me cuesta echarle la culpa a un gobierno que, todavía, no se ha constituido, lo cierto es que sin hacer o decir nada, solo con insinuaciones y silencios, ha conseguido que la mayoría de la gente esté apesadumbrada y no disfrute las navidades como las disfrutaba otros años.

¿Qué pudo pasar para que, la tradicional, alegría se tornara en tristeza? Pues muy sencillo, que los dirigentes del Partido Popular han venido esmerándose en añadir un estado de gravedad al país que les ha llevado a provocarle un coma inducido. Piensan que cuanto peor sea el diagnostico más posibilidades habrá de que demos nuestro consentimiento para que adopten unas medidas extremas que lo devuelvan a una gravedad llevadera y lo alejen de la muerte. Es decir, sufriremos pero si aceptamos la cura de caballo que piensan proponernos podremos salvarnos.

Movidos por ese afán, la primera medida ha sido invertir en tristeza. Están convencidos de que la tristeza aporta rigor y la alegría es un desinhibidor peligroso, de modo que han empezado a correr la voz de que la crisis tiene una causa concreta y, por supuesto, explicable. La causa es que no podemos gastar el dinero comprando regalos y poniendo bombillas en las calles porque ese dinero no nos pertenece. Quizá lo hayamos ganado con el sudor de nuestra frente, pero aunque sea producto de nuestro trabajo no nos podemos permitir el lujo de gastarlo alegremente y destruirlo comprando. Tenemos que ahorrarlo y dárselo a los bancos para que ellos lo inviertan y lo multipliquen como saben hacerlo. Así es que toca estar triste porque el país no está para fiestas ni para permitirse alegrías. Toca fruncir el ceño y volcar nuestros deseos en una carta al Rey Mago Mariano, que con su saco de silencios y sus recortes necesarios, dispondrá lo que proceda para sacar al país de la crisis y hacer que prospere esta tierra de bandoleros y pobres que creían ser ricos y se atrevían a manifestarlo con una alegría insultante.

Lo están consiguiendo. Basta salir a la calle para ver que estas Navidades no son como las de otros años. No se percibe ilusión ni alegría, hay un ambiente depresivo que nace del convencimiento de que van a darnos para el pelo y no tenemos quien nos proteja ni defienda nuestros derechos. Pensarán, como yo, que si con todo lo que nos han quitado, y lo que piensan quitarnos, también nos quitan la alegría ya seria el colmo. Pero ahí lo tienen, han empezado por lo que siempre se dijo que nadie podría quitarnos.

Artículo de Opinión/ Milio Mariño

lunes, 5 de diciembre de 2011

El chollo chino

Milio Mariño

Por alguna razón misteriosa, de esas que nos hacen repetir una frase tonta aunque nos produzca sonrojo, circulan desde hace tiempo una serie de historias sobre los chinos de los negocios que, a fuerza de oírlas, se han convertido en certezas. Poco importa que algunos intentemos racionalizar esos bulos y reconducirlos de forma sensata. Al final claudicamos y acabamos encogiéndonos de hombros, incapaces de aportar argumentos que logren rebatir la supuesta inmortalidad de los chinos, basada en que nadie ha visto nunca un entierro, la ausencia de gatos y perros en las inmediaciones de sus negocios y eso de que no pagan impuestos, abren sin licencia y se les exige menos que a cualquier compatriota nuestro que quiera poner un quiosco.

Los chinos de los negocios tienen mala prensa pero también muchos clientes. Gente que compra y luego los pone de vuelta y media. Es más, si a uno se le ocurre decir que no será para tanto, nos abruman con nuevos datos. Apelan a que nadie ha visto, nunca, a un chino en la cola del paro y empiezan a contar comercios que han cerrado y negocios chinos que han abierto, sin que los expertos consigan explicar el truco de que los chinos hagan rentable lo que para nosotros es una ruina.

Comentarios de este tipo abundan en cualquier tertulia, pero esta semana se han recrudecido, llegando a la indignación, cuando se conoció la noticia de que los chinos de los negocios se habían manifestado en Madrid pidiendo no ser discriminados y exigiendo las mismas condiciones de trato que los comerciantes españoles.

Los organizadores de la protesta aseguraron que habían logrado reunir a más de 400 chinos, pero la Policía Municipal, demostrando que les dispensa el mismo trato que al resto de manifestantes, rebajó la cifra situándola en torno a 300. Lo cual no tiene mayor importancia porque lo que causó asombro no fue el número, fue que se atrevieran a manifestarse, y a exigir que les apliquen las leyes españolas, quienes, en sus negocios, se rigen por la legislación china en cuanto a salario y condiciones de trabajo.

Ese es el truco, no las falsas leyendas de que no pagan impuestos o abren sin licencia. La clave son los horarios, los precios baratos y unos empleados que nadie sabe las horas que trabajan ni lo que ganan. Eso es lo que ha hecho que los negocios de los chinos sean un éxito para sus promotores y un quebradero de cabeza para la competencia, que debería centrar sus quejas en que, lo que dice la ley, es de obligado cumplimiento para cualquier empresario, sea chino, español o rumano.

El chollo de los chinos de los negocios es pagar el salario que quieran, horario el que les apetezca, despido cuando les venga en gana y unas condiciones de trabajo que las impone el dueño. Más o menos lo que reclaman los empresarios españoles para crear empleo y que la economía prospere. Eso quieren, quieren que seamos chinos en el trabajo y españoles a la hora de gastarnos los cuartos. Pero, claro, con un salario de todo a cien es imposible que luego gastemos mil. Alguien debería decírselo porque si no podemos gastarnos mil, a ver quien paga la hipoteca, se compra un coche o sale a tomar un vino. Para los empresarios, como para los chinos, será un chollo, pero para el país es una ruina.

lunes, 28 de noviembre de 2011

Un broche de estupidez

Milio Mariño

El artículo de esta semana no era el que están leyendo, era otro que tenía casi acabado pero hice una pausa para tomar un café y, mientras lo tomaba, oí por la radio un resumen de los acuerdos del Consejo de Ministros del viernes pasado. No sólo me supo mal el café sino que me entró un no sé qué por el cuerpo que cuando volví al ordenador me cargué lo que tenía escrito y empecé de nuevo. No podía creer lo del indulto al consejero delegado del Banco de Santander, Alfredo Sáenz. Me parecía la decisión más estúpida que había visto tomar a un gobierno desde que tengo uso de razón democrática.

Vilezas y felonías las cometen todos los gobiernos, pero lo que más me asombraba era que no trataran de disfrazarlo o encubrirlo, lo cual significaba que tenían conciencia de que habían hecho lo debido. Me venía a la memoria aquella actitud de desdén y soberbia de Felipe González al final de su último mandato y de su imagen pasaba a la de José Maria Aznar y lo recordaba chulesco y despreciativo, haciendo muecas con su bigote como un conejo ofendido. Se salvaba José Luís que, en mi opinión, había aceptado con humildad ser criticado por muchas cosas que hizo mal, por otras que no hizo y hasta por el volcán que surgió en la isla del Hierro.

Recordaba que la estupidez, la patanería y el señoritismo son actitudes que abundan y se hacen visibles en el comportamiento de muchos políticos. Con todo, me costaba creer que pudieran sentarse a la mesa quince, dieciséis o los ministros y ministras que se hubieran sentado este viernes y que ninguno, ni ninguna, fuera capaz de detener un proyecto absurdo, una ley injusta o una iniciativa idiota como la del indulto.

Estaba asombrado pensando en la extraña capacidad de contagio que contienen las necedades y los disparates. Y se me ocurrió, entonces, que venía al pelo lo que respondió Churchil cuando le dijeron que Lindbergh había cruzado el Atlántico volando solo y sin hacer escalas: «No veo nada de particular en que un hombre solo consiga hacer lo que hizo, lo extraordinario habría sido que lo hubieran logrado varios juntos».

En este caso no ha sido, solo, el piloto, ha sido el piloto y el Consejo de Ministros en pleno los que han logrado una estupidez que implica una total incapacidad de análisis y razonamiento sobre lo ocurrido el domingo pasado y un desprecio sin precedentes por quienes defienden una ideología política que no entiende el chalaneo con los delincuentes poderosos, el trapicheo de favores y la relativización de los delitos cuando se trata de gente importante. Una ideología que defiende una noción de justicia que sea la misma para todos.

Seguramente soy un ingenuo pero reconozco que me sorprendió que un gobierno que ha sido tan proclive a las estupideces, sobre todo a las ineficaces, aún le pareciera que había cometido pocas y aprovechara que está en funciones para cerrar la legislatura con un broche de estupidez que viene a ser como un golpe de gracia en la moral y la conciencia de sus electores.

Es evidente que las elecciones se ganan o se pierden el día que se celebran, pero ese día viene condicionado por lo que se ha hecho antes y hasta puede verse refrendado por lo que se hace después.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / La Nueva España

lunes, 21 de noviembre de 2011

El presente ya es pasado

Milio Mariño

No pienso hablar de las elecciones. No porque el resultado sea el que me temía y considero la purga Benito, sino porque seríamos demasiados a comentar lo mismo y tanta insistencia aburre. Tiempo habrá para hacerlo. Las elecciones son el pasado. Ahora viene lo bueno. Ahora, después del festejo y la sidra El Gaitero, será cuando nos enteremos de que el chico listo, aquél al que muchos dieron su voto porque tenía un plan secreto para sacarnos del atolladero sin tocar los impuestos ni el Estado de bienestar, era un timador de cuidado. Y, entonces, descubriremos que no lo han votado ni la mitad de los que este domingo metieron la papeleta en la urna convencidos de que era lo mejor que podían hacer.

¿Quién… yo?... Yo tenía muy claro lo que iba a pasar. A mí no me engaña éste ni otros cuatro como él. Así que de voto nada.

Es la astucia de la razón, una especie de fuerza invisible que nos impulsa a expulsar las cosas que roen nuestro interior y necesitamos objetivar. No es nada nuevo. Es el resultado de que nuestras aspiraciones, sociales, políticas y del tipo que sean, acostumbramos a imaginarlas, más que como un sueño, como una fantasía que intenta suplantar la realidad.

Lo nuevo ilusiona cuando está por venir, pero resulta amenazante cuando ya lo tenemos aquí. Nos saca de una rutina que dominamos y nos exige desarrollar nuevas habilidades para hacer frente a lo desconocido. A lo que, en el fondo, temíamos que pudiera pasar y, al final, acaba pasando. Entonces echamos la vista atrás y añoramos lo que teníamos. Lo que conocíamos y criticábamos pero nos daba seguridad. Y, cuanto más nos aferramos a ello, más aumenta nuestra distancia y nuestro rechazo por lo que, aunque luego no queramos reconocerlo, pensábamos era la solución.

Decía que las elecciones son el pasado y vuelvo a insistir en lo dicho. Fíjense si serán el pasado que hace veinte días que no vemos a Zapatero y parece que fueran veinte meses. Desconozco si ha sido él que se apartó o fueron otros que lo apartaron, pero, sea lo que fuere, es como si las personas que pierden vigencia sufrieran el efecto de un abismo devastador que las engulle y las transforma, al instante, en algo lejano que apenas ni recordamos.

A las pruebas me remito. Veinte días y parece que fueran veinte meses que Zapatero ha dejado de ser presidente. Lo será hasta que se produzca el relevo, pero eso no quita para que haya empezado una cuenta atrás que irá transformando el desprecio, que tantos le profesaban, en un recuerdo que hará que unos cuantos, bastantes, le reconozcan algún mérito y quien sabe si no llegarán a echarlo de menos y citarlo con afecto. No por él en particular, sino porque así suele ser al respecto de los que estuvieron y ya no están.

El tiempo hace milagros. Si no fuera así no se explicaría que los votantes hayan puesto, esta vez, su confianza en los mismos de los que hace ocho años desconfiaron porque mintieron y les engañaron cuando el atentado del tren, los hilos de plastilina del «Prestige», la guerra ilegal de Irak o las víctimas del «Yakovlev».

Había prometido no hablarles de las elecciones, es cierto, pero si hubiera dicho lo que pensaba escribir igual no hubieran llegado leyendo hasta aquí.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / La Nueva España

lunes, 14 de noviembre de 2011

Rajoy, Rubalcaba, la lechera y el lobo

Milio Mariño

Hay un partido que insiste en la idea de que es necesario un cambio. No hace falta que insista, estamos de acuerdo, pero sorprende que el cambio solo consista en cambiar al gobierno. De las cosas que nos preocupan no cambia nada, con cambiar al gobierno lo arregla todo. Bueno, cambiándolo y haciendo que baje el paro que, al parecer, bajará cuando haya un gobierno nuevo. Y, entonces, si baja el paro, habrá más gente trabajando, el gobierno tendrá más dinero y nosotros podremos seguir teniendo Seguridad Social, pensiones, escuelas y todo lo que tenemos.

Así de sencillo. Hasta un tonto lo entiende. Lo malo que los tontos suelen ser desconfiados y es difícil convencerlos. Se convence mejor a los listos. Los listos oyen el cuento de la lechera y no hacen preguntas, sacan papel y lápiz y se ponen a calcular las ganancias. Ya saben: como la leche es buena dará mucha nata. Batiré bien la nata hasta que se convierta en una mantequilla blanca y sabrosa que me pagarán muy bien en el mercado. Con el dinero compraré un canasto de huevos y en cuatro días tendré la granja llena de polluelos. Cuando los polluelos crezcan los venderé a buen precio, y con el dinero que saque…

Eso dice el partido que pide el cambio, que por lo visto ha recurrido a Esopo suprimiendo, a propósito, el final del cuento. El otro partido, no sé yo si por efecto de alguna moda o porque sus ideólogos y asesores estudiaron en el mismo colegio que los del partido que lleva como programa el cuento de la lechera, también ha echado mano de Esopo. También ha recurrido al celebre fabulista griego que fue asesinado después de una acusación falsa de robo.

Este otro partido insiste en la advertencia de qué viene el lobo. Y, para no ser menos que su rival político, solo menciona la primera parte del cuento. Pero el cuento, que no es muy largo, hay que leerlo entero.

Un pastor estaba guardando su rebaño no muy lejos del pueblo y pensó que sería divertido gastar una broma y asustar a los vecinos diciendo que lo atacaban los lobos. Así que empezó a gritar: “¡Que viene el lobo! ¡El lobo!” … Y, cuando los vecinos llegaron a toda prisa, se rió de sus temores. Repitió la broma varias veces y los vecinos, que siempre habían acudido, vieron que acudían en balde. No obstante, un día, vino el lobo y el pastor gritó: “¡Que viene el lobo!” Pero la gente estaba tan harta de oír siempre lo mismo que nadie le hizo caso ni corrió en su ayuda.

Las fabulas de Esopo, en uno y otro caso, están bien traídas, el problema para nosotros es que ambas se harán realidad en la parte que los partidos ocultan. La lechera, cuando tenga en la cabeza el cántaro del gobierno, tropezará con esa piedra que llaman crisis y sus sueños rodarán por el suelo hasta hacerse añicos y convertirse en pesadillas.

No les irá mejor a los otros. Los que echaron mano de la otra fábula para avisarnos de que viene el lobo, quizá se consuelen al comprobar que esta vez era verdad, pero será un triste consuelo pues verán como el lobo se come a las ovejas y no podrán evitar el remordimiento de que ha sido por su culpa.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / La Nueva España

lunes, 7 de noviembre de 2011

No es seguro que Rajoy quiera ser presidente

Milio Mariño

Todos nos hacemos cábalas sobre qué hará Mariano cuando llegue al gobierno. Nadie cree que pueda hacer lo que dice y, menos, que sea capaz de acabar con la crisis. No obstante, las encuestas son claras. Indican que los electores le darán el gobierno y, aunque sea a regañadientes, tendrá que aceptarlo. Que se fastidie, que no lo hubiera pedido. Que no venga ahora con que, si por él fuera, se iría, ya mismo, a Santa Pola, donde todavía figura como Registrador de la Propiedad y donde nadie sabe el destino de los más de 20 millones de euros de las ganancias de ese registro y de la oficina liquidadora de impuestos.

Actualmente, Rajoy es el Registrador titular de Santa Pola, una bella localidad de Alicante, en la que el clima y la vida son más agradables que en Madrid y en su Pontevedra natal. Circunstancia que no deberíamos tomar a broma porque Mariano tenía dos opciones. Una, solicitar excedencia y que Santa Pola saliera a concurso y la plaza fuera cubierta por un registrador que, realmente, estuviera allí. Y otra, que fue la elegida, mantenerse como titular del Registro, acogiéndose a un decreto de 1947, que es contrario a las leyes constitucionales que ordenan la función pública y fue reformado cuando Rajoy era ministro de Aznar.

La opción que eligió Rajoy debió parecerle estupenda a su amigo, el Registrador colindante, Francisco Riquelme Rubira, que lo es de Elche y a quien corresponde ejercer como interino de Santa Pola, percibiendo por ello el 50 % de las ganancias por ser, de oficio, el registrador accidental.

Dicho lo dicho, imagino que algún malicioso estará pensando que, a mí, lo que me preocupa es saber si Mariano, por ser titular del Registro, ha cobrado, de bobilis bobilis, el otro 50 % de las ganancias; es decir, 10 millones de euros en los últimos 20 años.

Hombre, no niego que me gustaría saberlo pero lo que no para de darme vueltas es que no haya pedido excedencia. Es que Rajoy lleve 20 años en cargos públicos, primero como ministro, luego como jefe de la oposición y ahora como candidato a Presidente de Gobierno, y siga como titular de un puesto por el que no ha pasado ni para pisar el felpudo.

Me preocupa porque no es alentador, ni menos un buen ejemplo, que un líder político lleve 20 años como titular de un puesto que no ha ejercido nunca, pero al que tampoco renuncia ni pide, siquiera, excedencia como es exigible a cualquiera que se dedique a la política a tiempo completo.

No sé, pero todo esto me huele a que, Mariano, algo se guarda. A lo mejor ha pensado que no le trae cuenta ser Presidente. Igual estaba feliz en su cargo, ejerciendo como Jefe de la Oposición, y conocida su poca afición al trabajo le da cien patadas que le regalen un cargo en el que se trabaja a destajo.

Tratándose de un gallego nunca se sabe. Puede ser que se las pire, que se vaya a Santa Pola para ejercer de Registrador, de ahí que no hubiera pedido excedencia, o que lo tengamos de Presidente y haga lo que ha venido haciendo en Santa Pola: ser titular del puesto pero dejando que ejerza el colindante (que en este caso sería Sarkozy) y repartiéndose las ganancias a medias.
Milio Mariño / La Nueva España / Artículo de Opinión

martes, 1 de noviembre de 2011

Pelillos a la mar

Milio Mariño

Borrón y cuenta nueva era una frase que decíamos antes y, ahora, apenas decimos, tal vez por qué se refiere a una mancha de tinta sobre el papel que solía caer cuando escribíamos con pluma y tintero. Así es que la frase ha ido perdiendo vigencia y no parece que volvamos a usarla en lo que era su verdadero sentido: el de tirar el papel manchado y empezar de nuevo.

Hay frases con las que sucede lo que Javier Marías decía a propósito de algunas palabras: que se gastan, se estropean y acaban resultando inútiles, sobre todo si se apoderan de ellas quienes luego las manosean y las utilizan para decir lo que ellos quieren que digan.

Nadie ha dicho, al menos yo no lo he oído, que con ETA haya que hacer borrón y cuenta nueva. De todas maneras, como la sociedad no es un invento sino la consecuencia de la genética del comportamiento, tarde o temprano, habrá que llegar a un arreglo. ¿Cual? Pues no sé, ahora no se me ocurre, pero no me extrañaría que quienes ponen el grito en el cielo diciendo que nada de borrón y cuenta nueva se despachen, de aquí a unos meses, con pelillos a la mar. Y tendremos que soportar que es totalmente distinto; faltaría más.

Quienes mañana abanderen esa solución, serán los que hoy montan bronca diciendo que no se puede tirar a la papelera semejante borrón. Pero no importa, verán como encuentran argumentos para darle la vuelta al asunto. Recurrirán, como poco, a lo que dice la Real Academia de la Lengua para demostrar que pelillos a la mar no se parece, en nada, a borrón y cuenta nueva.

El origen de esta segunda frase data del siglo XVI, cuando en Málaga un hombre que iba a cortarse el pelo, siempre al mismo barbero, se enteró de que el barbero había decidido emigrar a las Américas. Lo primero que hizo fue retirarle el saludo. Decidió no saludarlo a pesar de que el barbero le había recomendado a un colega suyo de total confianza. Pero fue inútil, nunca llego a congeniar con el nuevo barbero. Es más se dedicó a criticarle y hacerle tan mala propaganda que el barbero acabó peleándose con la clientela y tuvo que cerrar el negocio. Decía, de él, que guardaba el pelo que cortaba para luego hacer brujería.

Antes de cerrar el negocio, el barbero retó en duelo a quien tanto le difamaba. A florete, como era costumbre entonces. El resultado fue que quien echaba pestes del barbero estuvo a punto de morir en el envite. Acabó desarmado y con una herida profunda. Pero, cuando se vio perdido, dijo que había sido injusto, que se había sobrepasado en sus críticas.

Al final todo quedó en un susto y, así que sanó de las heridas y se recompuso, ambos hicieron las paces y acordaron hacer las Américas juntos, llevándose al barco todo el pelo almacenado para poder tirarlo al mar y empezar una nueva vida.

La historia está llena de casos parecidos. No hace falta que nos remontemos a los tiempos de Napoleón, Hitler o Franco. Es un ciclo perpetuo que unos llaman borrón y cuenta nueva y otros pelillos a la mar. Da igual como lo llamen porque, obviamente, significan lo mismo. Así es que, en vez de decir tonterías, mejor se callaban y dejaban que la historia siguiera su curso.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / La Nueva España

lunes, 24 de octubre de 2011

Culpable, aunque se demuestre lo contrario

Milio Mariño

A menudo pienso que soy culpable. Es un sentimiento que me quedó de la educación que me dieron los curas y luego, en la mili, completaron los militares. Para ampliar mi formación, posgrado, pasé cuarenta años en una fábrica, donde la presunción de inocencia consiste en que el empresario te manda a la calle porque llevas una corbata a rayas y eres tú el que tiene que demostrar que las rayas eran lunares. Pero eso no es todo porque, aun en el caso de que demuestres, y el juez sentencie, que la corbata era como decías, el empresario compra tu culpabilidad, paga cuatro perras y te sigue dejando en la calle.

Así es la historia; entre el colegio, la mili y la fábrica, uno cumple 60 años y resulta que, en lo que lleva de vida, nunca ha sido inocente. Y entonces piensa que algo raro debe estar ocurriendo con su percepción del tiempo o, aún peor, con su comprensión de la vida y la suerte de haber pasado de una dictadura despreciable a un régimen de libertades.

Ahora es la mía, dices cuando te prejubilas y cobras una pensión que no es para tirar cohetes, pero te permite disfrutar, lo que te quede de vida, como si vivieras en una isla ajena a lo que sucede en un continente de políticos derrochadores, estrategas de chicha y nabo, especuladores, estafadores de guante blanco y ladrones avariciosos que se sirven del dinero público para fijarse sueldos millonarios e indemnizaciones escandalosas. Piensas que, a pesar de tu indefensión, has logrado sobrevivir a la catástrofe. Y te alegras. Te alegras tanto que casi te sientes en deuda, de modo que al verte vivo y rodeado de escombros, y aún a pesar de que ni siquiera puedes apoyarte en el bastón de tus convicciones, pues han caído en el descrédito y se tienen por obsoletas, inservibles y anticuadas, vuelves a lo que hacías de joven. Vuelves a la calle para acompañar a los que la ocupan por creer que tienen razones más que sobradas y merecen que sacrifiques tu tiempo libre para echarles una mano. Vuelves sintiéndote casi invisible, pero quienes estaban, y están, arriba consideran que has cometido un delito de insubordinación intolerable contra el que sólo cabe la carga policial sin contemplaciones y la rebaja de tu condición de persona a la de animal perro flauta.

Sigues siendo culpable. Creías que habías pagado tus culpas cumpliendo con la condena que la sociedad impone a los que son de tu condición y que incluso, siendo agnóstico, habías aceptado lo que sentencia ese dios al que adoran los poderosos por su empeño en que la gente se gane el pan sudando a raudales. Pensabas que, aunque sólo fuera al final de la vida, ibas a sentirte libre, pero adviertes que no has dejado de ser culpable y que esa libertad, que creías disfrutar, es una libertad condicional que puede ser retirada, en cualquier momento, por orden de una superioridad que tú mismo has votado. Una superioridad que pone tanta vehemencia en sus mentiras que esa certeza tuya, de que te roban y te mienten, carece de consecuencias objetivas y reales. De modo que tanto da que te convoquen a las urnas que a un concierto de los «Rolling». Hagas lo que hagas, sólo te queda aceptar que eres culpable y atenerte a las consecuencias.

Milio Mariño / La Nueva España / Artículo de Opinión

lunes, 17 de octubre de 2011

Los números cantan

Milio Mariño

Desde muy antiguo he oído decir que los números cantan. Yo me lo creo. Estoy convencido a pesar de que hubo quien hizo la prueba, cogió un puñado de números, los metió en una jaula, les puso lechuga, agua y alpiste, los sacó al sol, y no dijeron ni pío. Nada, ni un trino. No sé, quizá tuvieran un mal día, pero sigo creyendo que cantan. Habría que ver quien era el dueño, como era la jaula y que razones tendrían para no abrir el pico. Habría que saber el motivo, pues hay números que se arrancan por Pedro Guerra, cantando Contra el Poder, y resulta que el dueño quiere que canten España cañí.

Los míos, unos que el otro día se dejaron ver de improviso, me cantaron que destinamos 9.000 millones de euros para las fuerzas armadas y 6.800 para la iglesia católica. Es decir que entre curas y soldados se nos van 15.800 millones de euros.
Es lo que tiene sentarse a la sombra y oír cantar a los números. Sobre todo si, como en mi caso, uno se limita a escuchar y les deja cantar lo que quieran. Así fue que siguieron cantando cosas como que el Gobierno le dio, de propina, a la iglesia una subvención de veinticinco millones de euros, para la visita del Papa, y acabaron con el estribillo de que la iglesia casi nos cuesta lo que nos cuestan las fuerzas armadas.

Los números, en contra de lo que algunos piensan, y quieren hacernos creer, no son caprichosos, son de una racionalidad pasmosa. Se me ocurrió advertir que no entendía por qué juntaban al ejército con la iglesia y respondieron con una lógica que me dejo estupefacto: los metemos en el mismo saco porque son gastos de defensa. El ejército nos defiende contra una hipotética invasión externa y la iglesia contra los ataques del diablo y los enemigos de la fe cristiana.

No se me había ocurrido pero tiene sentido. Eso explica que ninguno de los candidatos, de los principales partidos que se presentan a las elecciones, hable de recortar lo que se destina al ejército y a la iglesia católica, más allá de un porcentaje simbólico. Nada de tijeretazo, la defensa es lo primero, primero que la sanidad, la enseñanza, las pensiones y el gasto social.

Sorprendido de que los números cantaran de ese modo, eché en falta que no hicieran referencia al rescate de los bancos y lo incluyeran también como gasto de defensa. Ahí se les vio el plumero, no obstante sigo pensando que es preferible dejarlos que canten a tapar la jaula y decir que es mejor tenerlos tapados hasta que escampe la crisis. Entre cante y cante uno se entera de lo que no sabia, se entera de que Cáritas consta como una ONG y se financia con cargo a la casilla del 0'7, entre otros ingresos, y no, como yo creía, por donaciones de la iglesia católica. La Iglesia apenas destina recursos a paliar la crisis social. En el pasado ejercicio obtuvo 250 millones de euros, de quienes la consignaron en su casilla del IRPF, y solo aportó 4, a Cáritas.

La sensación que uno tiene es que los números están ahí y siguen cantando como cantaron toda la vida pero hay tanto ruido que unas veces no los oímos y otras estamos tan distraídos que no sabemos de qué va la copla.

Milio Mariño / Artículo de Opinión

lunes, 10 de octubre de 2011

Eficacia policial

Milio Mariño

Cuando uno descubre que le cuesta entender alguno de esos discursos que clausuran las celebraciones, no suele ser, desde luego, por la complejidad de su contenido. Abunda lo insulso, la simpleza y lo ya sabido de modo que siempre cabe la duda de si merece la pena interesarse o es mejor olvidarlo. En mi caso ganan los olvidos, pero uno también se cansa de ejercer la autocensura y pasar por alto lo que luego acaba dándole la matraca. Cosas como lo que leí que dijo nuestra autoridad policial, la semana pasada: que la gran mayoría de los delincuentes que actúan en Avilés son de casa y que no tenemos tantos malos.

No sé por qué, pero lo suponía. Lo que no suponía era que contando con que tenemos pocos malos, y que los malos son de casa, pudiera darse por bueno que la tasa de esclarecimiento sea del 56,8 por ciento.

El dato, aunque a uno le extrañe, debe ser óptimo. No tendría sentido que lo citaran en un discurso si no fuera para atribuirse el mérito de una eficacia que, comparándola con lo que normalmente se tiene por eficaz, deja mucho que desear. De todas maneras no se me ocurrió, ni se me va a ocurrir, indagar si la estadística, en otras localidades, da como resultado que la policía apenas resuelve la mitad de los casos. Prefiero no saberlo. Prefiero seguir con aquella idea infantil de que el delincuente, por mucho que se las ingenie, siempre acaba en la cárcel.

Mi extrañeza de que, en una localidad pequeña como Avilés que no importa malos de otros sitios, los casos resueltos sean, solo, el 56,8 por ciento, debe tener su origen, además de en mis creencias infantiles, en qué este verano me di un atracón leyendo a Henning Mankel, Hammett Dashiell y Andrea Camilleri, escritores todos de genero negro y creadores, cada uno en su estilo, de una saga de comisarios, eficaces y astutos, a los que es muy difícil engañar, pues están al tanto de todo. Mi sorpresa, al conocer el dato estadístico, debe entenderse en ese contexto y no en el de la crítica ya que si podía tener alguna duda queda disipada, de facto, por el hecho de que a nuestra autoridad policial tampoco se le escapa una. Prueba de ello es que sin desatender su trabajo y con todo lo que supone preparar la fiesta de la policía, los diplomas y los discursos, aún tuvo tiempo de interesarse por las actividades del movimiento ciudadano y advertir que, a la reciente manifestación a favor del Niemeyer, quizá le faltaran algunos papeles.

La tarea de la policía, me consta que no es moco de pavo. Que haya más o menos delincuentes no depende de la sociedad, ni de las fuerzas del orden. Depende de quien dicta las leyes y decide lo qué es y no es delito y, por tanto, lo que debe perseguirse. A este respecto, el campo es tan amplio y la confusión tan grande que uno puede verse en la cárcel por fumar dentro de una cafetería y, en cambio, no tener ningún problema si levanta 10 millones de euros de una Caja de Ahorros en quiebra. Es por eso que me atrevo a sugerir que, en lo sucesivo, la policía debería abstenerse de dar el dato estadístico de los casos resueltos. La gente honrada estaría más tranquila y los delincuentes más preocupados.

Milio Mariño Artículo de Opinión/ La Nueva España

lunes, 3 de octubre de 2011

Otoño antipático

Milio Mariño

A la vuelta de quince días en una cala de Ibiza, sin ver la televisión ni leer el periódico, retorné a la realidad cotidiana y tuve la impresión de que algo había cambiado. Quince días son nada pero me pareció como que la gente ya no distinguía entre lo regular y lo malo a rabiar. Es como si lo detestara todo. Como si escuchara con aburrimiento y siguiera a lo suyo convencida de que, después de las elecciones, iremos, inevitablemente, a peor.

Esa impresión me dio. Y no solo eso, también creí advertir que los políticos que se presentan y parecen destinados a tomar el relevo y ocupar cargos de relevancia lo hacen convencidos de que si resultan elegidos será por desgracia de sus antecesores, no porque la población se entusiasme y los perciba como personas capaces de sacar esto adelante con el menor daño posible para el cautivo y desarmado estado de bienestar que, aún, disfrutamos.

Quizá influyera que uno venía de estar tumbado, a la sombra, escuchando «chill-out» pero la impresión fue como si, por encima de todo, se hubiera impuesto el modelo Mouriño. Como si lo que estuviera de moda fuera la antipatía y el dedo en el ojo. No hay respeto por las instituciones, ni por lo que otros hicieron, ni por el adversario político. Hay desprecio, desdén y un afán de revancha que evidencia que algunos entienden la utilidad de la democracia, únicamente, cuando son ellos los que gobiernan. Solo así se explica que aprovechen cualquier ocasión para el exabrupto, el talante pendenciero, el comentario despreciativo, la burla y hasta el insulto.

En esas estamos. Estamos en un otoño lleno de broncas y salidas de tono, en el que los rostros ceñudos sobresalen por encima de la amabilidad y el buen gusto. Ser antipático, además de los tonos marrones, es lo que se lleva. En diciembre quizá cambie la moda y se lleve otra cosa. No obstante, corremos el peligro de que acabe por parecernos normal lo que no deja de ser anómalo; ese el alarde de mala leche que se ha convertido en la principal ocupación de quienes hace poco llegaron a las comunidades autónomas y los ayuntamientos y de los que aspiran a llegar al Gobierno después de las elecciones.

Lejos de estar contentos, siempre están enfadados. En cuanto tienen la menor oportunidad, despliegan una mala leche descomunal para con sus antecesores, quizá porque acaban de darse cuenta de que, ahora, son ellos los que tendrán que hacer lo que no se cansaban de criticar.

Ignoro si el saber estar y el buen humor cotizan en algún mercado de valores o sirven para rebajar la prima de riesgo, aunque sólo sea de infarto, pero tengo el convencimiento de que nada ayuda tanto como la simpatía y los buenos modales para obtener beneficios, sobre todo en relación a la convivencia entre los seres humanos.

Con el optimismo que regala el Mediterráneo, en el aeropuerto, ya de regreso a casa, compré tres periódicos y me puse a leer con ganas, pero al subir al avión tuve la sensación como si los que viajaban en business class fueran los que aspiran a gobernar y el resto fuéramos, a granel, de la cortina hacia atrás. Debe ser que, en el fondo, uno todavía conserva lo que, ahora, se cuidan de pronunciar y antes llamábamos conciencia de clase. De clase turista, por supuesto.

Milio Mariño /La Nueva España / Artículo de Opinión

lunes, 12 de septiembre de 2011

Una de miedo

Milio Mariño

En septiembre, que es un mes de cine, se estrena Elecciones, una película basada en hechos reales que resulta aburrida y no consiguen salvarla ni los actores; dos veteranos con barba que se esfuerzan en una interpretación voluntariosa pero poco brillante.

El final se intuye desde el principio, yo diría que se anticipa, es un episodio triste en el que no hay heroísmo ni mérito que avale la previsible victoria y sirva para ilusionar al público. Al contrario, los contendientes parece como que hubieran recobrado la cordura y sintieran vergüenza del espectáculo y de haber acribillado a sus rivales, y a los espectadores, con reiteradas alusiones al ahorro y la contención del gasto que, de tan trilladas, resultan vacuas, cómicas y hasta grotescas. Todo se reduce a un penoso discurso del miedo que, lejos de expresar algo nuevo, vuelve a repetir lo que dábamos por sabido. Y eso aburre, aburre muchísimo.

Avanzada la película, el protagonista adelgaza, muestra un aspecto más joven, otros modales y hasta sonríe, nadie sabe si porque ha vuelto de vacaciones o por mandato de su asesor de imagen. El resultado es que un día se presenta como si acabara de despertar de una pesadilla y se sintiera avergonzado de haber linchado a su rival y vecino, a quien se apresta a suceder en el cargo.

Después de una pesadilla es normal que cualquiera sienta vergüenza y se apresure a olvidarla. La capacidad humana para negar o sepultar lo insoportable es tan grande que, incluso, hemos inventado la amnesia. Y de eso se sirve el protagonista. No obstante, el eco de sus fantasmales lamentos y aquella capacidad para negar la realidad pavoneándose, allá por donde iba, de que seria capaz de arreglarlo todo con su majestuosa presencia y la confianza que, por si sola, genera, resuena en sus oídos y parece que fuera la causa de un balbuceo nervioso que le pone en evidencia y no puede disimular aunque quiera.

La impresión es que el público advierte esos cambios - de discurso, de actitud y hasta de imagen- y le cuesta más de lo acostumbrado ponerse del lado del protagonista y aceptarlo como un líder. No entusiasma, ni consigue ilusionar, quizá porque no logra desprenderse de un cinismo del que había echado mano, para justificarse y justificar su actitud, y en el que fue creciendo hasta que le resultó insoportable e inútil para articular una propuesta minimamente creíble.

El público no acaba de convencerse. Acepta, a regañadientes, lo que los guionistas le ofrecen pero, en el fondo, conserva la creencia de que, quien presentan como villano, no fue un incapaz sanguinario que arrasó las arcas del Estado y esquilmó a los más débiles por ignorancia y falta de escrúpulos. En su fuero interno, el espectador intuye que el protagonista, y virtual vencedor, se sirvió de las circunstancias, oculta la letra pequeña y sus palabras, no es ya que apenas convenzan, sino que suenan a falsas nada más salir de su boca.

La película tendrá su público, nadie lo duda, pero no podemos decir que ilusione ni genere muchos aplausos.

Hecha la crítica imagino cual será la pregunta: ¿Hay, acaso, alguna mejor en cartel? No mucho la verdad. Si, como digo, esta nos da cien patadas la siguiente no baja de noventa y ocho. Que son muchas, una barbaridad, pero habrá quien piense que, al menos, se ahorra dos puntapiés.

Milio Mariño / Artículo de Opinión

lunes, 5 de septiembre de 2011

Asturias, querido país

Milio Mariño

Para los asturianos es, ciertamente, una novedad que el Gobierno de Asturias se haya declarado «paisista», algo así como una especie de seudonacionalismo inventado por FAC en su afán por diferenciarse del PP y de otros nacionalistas de derechas como PNV y Convergencia y Unió.

A falta de que los hechos confirmen lo que intuimos, el «paisismo» constituiría, por definición, una forma de hacer política referida a un territorio formado por una unidad geográfica natural. Asturias, en cuanto a la superficie terrestre comprendida entre Pajares y el Mar Cantábrico, Tina Mayor y la ría del Eo, sería la destinataria de la política de un partido que, en buena lógica, debería llamarse PPAC, siglas que no habría que tomar por el PP de Álvarez-Cascos sino por lo que son: el Partido Paisista fundado por quien se autoproclama heredero de Jovellanos.

Ciertamente, es novedad que el partido que nos gobierna considere Asturias como un país. Novedad que, a mi modo de ver, lejos de alegrarnos, después del inicial estupor, se convierte en preocupación pues cabe advertir que los conceptos de patria, nación y país siguen siendo utilizados, incluso a día de hoy, con la misma finalidad que hace siglos: para obviar los derechos elementales del ciudadano en pos de un bien común que nadie sabe en qué consiste y suele ser más común a los intereses de los que gobiernan que a los del ciudadano de a pie.

Un simple repaso a la historia nos pone al tanto de que los políticos suelen volverse nacionalistas cuando se disponen a tomar medidas impopulares. Medidas que proclaman como muy necesarias por el bien de la nación, aunque perjudiquen notoriamente a los ciudadanos que han acudido a las urnas para elegir un gobierno que les saque del atolladero y no para que gobierne a favor de un ente abstracto.

Con ser esto así en los partidos nacionalistas tradicionales, resulta más inquietante y más arriesgado, si cabe, lo que puede depararnos el pretendido «paisismo» de FAC, pues mientras las nacionalistas gobiernan para la nación, para una comunidad que incluye el territorio y todo lo que pertenece a él, es decir, el terreno, las personas, el idioma, etc. Los «paisistas», por definición, gobernarían para un territorio despojado de todo eso. Un territorio al que no podríamos llamar patria ya que patria es sinónimo de Nación.

Así es que la pirueta inventada por FAC, además de lo dicho, podría llevarnos, incluso, a modificar nuestro himno. Asturias ya no sería, no podría ser, patria querida, sería querido país. Cambio que se advierte importante pues iría más allá de lo que suponen un par de palabras.

FAC no quiere llegar a tanto, insiste en que querido país vendría a ser casi igual que Patria querida, pero uno se pone en guardia, y quizá por tratarse de quienes se trata, alerta de que ese cambio, al que pretenden restarle importancia, quizá lo entiendan en su peor y más machista afección. Quiero decir que la Patria querida, a la que los asturianos profesamos nuestro amor, quizá la vean como la querida que, antaño, se agenciaban los más pudientes por puro capricho y placer. La amante que entretiene y sirve de diversión pero que en ningún caso ocupará el amor verdadero y el papel principal.

Esperemos que no sea así. Asturias y los asturianos no merecerían ese trato ni aunque se hubieran equivocado en lo que votaron.

Milio Mariño / La Nueva España / Artículo de Opinión

lunes, 29 de agosto de 2011

Vacas, ricos y molinos

Milio Mariño

Mientras daba una vuelta por nuestra más que centenaria exposición de ganado, que ya visitaba en Las Meanas y sigo haciéndolo en La Magdalena, me vi, allí mismo, atado al pesebre como un toro manso al que lo traen y lo llevan sin que le esté permitido poner reparos a la voluntad del granjero.

Hay que ver hasta donde hemos llegado, pensaba acordándome de lo que había leído en el periódico que llevaba en la mano. Los ricos que, salvo unos pocos, no son tontos, se han dado cuenta de que la vaca se está quedando sin leche y les ha faltado tiempo para proclamar a bombo y platillo que están dispuestos a pagar más impuestos para que los gobiernos compren pienso y los animales vuelvan a ser rentables. Hablo de los ricos extranjeros, que los españoles siempre fueron más partidarios de las ovejas y los corderos que de las vacas lecheras. Algunos muestran cierta afición por los toros, pero solo desde el punto de vista taurino, es decir para disfrutar con la faena de llevarlos al ruedo, y que los toreen y acaben con ellos previa estocada y posterior descabello. Así se explica que no hayan seguido el ejemplo de sus colegas pues, en su opinión, la solución a esta crisis, antes que por aflojar la pasta para que las vacas tengan pienso y puedan seguir dando leche, pasa por sacrificar a los borregos.

Ateniéndonos al más estricto liberalismo están en su derecho. Cada cual puede gestionar la granja según su criterio. Es más, habrá quien defienda que las prioridades han de establecerse de acuerdo con las circunstancias. En Asturias, por ejemplo, los toros y las vacas son mayoría pero en el conjunto de España las ovejas y los borregos ganan por goleada. Hasta en Madrid, que ya es decir, las ovejas y los corderos duplican la población de vacuno.

Pero bueno, a lo que iba, que a mí se me va el santo al cielo y comienzo hablando de economía y acabo hablándoles de animales. A lo que iba, cuando les contaba que paseando por La Magdalena me había sentido animal de granja, era a comentarles la noticia de que 16 directivos de grandes empresas habían sugerido a sus Gobiernos la conveniencia de que les subieran los impuestos para superar la difícil coyuntura de esta crisis económica. Lo cual a usted y a mí, que no somos atletas mentales, ya se nos había ocurrido. Pero no es eso lo que me da rabia. Que no nos hagan caso entra dentro de lo sensato, pero que nadie del gobierno ni de la oposición hubiera tenido la idea de que antes de seguir apretándonos el cuello mejor sería que los ricos se aflojaran el bolso, es para correrlos a gorrazos.

¿Qué quienes podrían hacer ese gesto? No me gusta señalar pero podrían ser los cien que el pasado mes de noviembre fueron a ver al Rey y, a la salida, exigían reformas y ajustes de todo tipo sin mencionar que estuvieran dispuestos a rascarse el bolsillo. Recuerdo que iniciaban su manifiesto con un proverbio asiático: «Cuando empieza a soplar el viento, algunos corren a esconderse y otros construyen molinos». Es lo que hacen mientras nuestros políticos siguen haciendo el Quijote. Mire vuestra merced que aquellos que lo parece no son gigantes, son molinos, les decimos. Pero nada, ni caso.

Milio Mariño / La Nueva España / Artículo de Opinión

martes, 23 de agosto de 2011

Muerte accidental de un ciclista

Milio Mariño

Que haya empezado La Vuelta, que los futbolistas estén en huelga y que tengamos todavía recientes las declaraciones de ese futbolista del Sporting que se declaraba antisistema, me trajo a la memoria una trágica y bonita historia que leí hace años. La de un ciclista que ganó dos Tours de Francia y se manifestaba, radicalmente, de izquierdas.

Son casos distintos que no tienen nada en común, pero como estamos en verano, se corre La Vuelta a España, me gusta contar historias y supongo que no conocen la de Ottavio Bottecchia, me tomo la libertad de contarla.

Ottavio Bottecchia era un ciclista italiano que, cuando ganaba una carrera, aprovechaba para decir que era antifascista y radicalmente de izquierdas, lo cual molestaba a Mussolini hasta el punto de que llegó a prohibirle correr en el Giro de Italia. Así es que Botteccia acabó por emigrar a Francia, donde ganó dos Tours y murió en circunstancias extrañas. Un día lo encontraron inconsciente, tirado en el suelo, al borde de un viñedo. Dijeron que se había caído mientras entrenaba. Esa fue la versión oficial, una versión que corroboraron dos médicos certificando que había muerto de insolación. Sin embargo ciertos indicios, como la posición de su cuerpo y que la bicicleta estuviera alejada, motivaron algunas sospechas. Hubo quien sospechó que podía haber sido asesinado por su abierta oposición al régimen de Mussolini, que ya le había supuesto muchos problemas y varias amenazas de muerte.

Veinte años después se descubrió que Bottecchia había muerto asesinado y, aunque la causa de su muerte no cabe atribuirla a la ideología política, el asesinato quedó impune por ser Bottecchia quien era.

A Bottecchia lo mató un rico terrateniente, el propietario de la viña, que lo sorprendió comiendo uvas y le asestó un bastonazo en la nuca que lo dejo medio muerto. Acabó de morir en el hospital de Gemona pero, curiosamente, el móvil del crimen tampoco fue que estuviera robando uvas, fueron los celos. El terrateniente conocía a Ottavio y sospechaba que se entendía con su mujer.

Los hechos que figuraban en el dossier inicial ya hacían presuponer que el ciclista no había muerto de insolación pero la policía archivó el caso cuando conoció la identidad del posible asesino y la del asesinado.

Ottavio Bottecchia era casi analfabeto. Aprendió a leer cuando se hizo ciclista profesional, a los 28 años, ayudado por un amigo y movido por la curiosidad de saber qué decían de él los periódicos. Hasta entonces había trabajado de albañil para poder ganarse la vida. Llegó a ser lo que hoy llaman un «hombre Tour». Un ciclista insensible a las inclemencias del tiempo, inmune a la enfermedad y con una resistencia y un coraje excepcionales. No tenía ningún punto débil: rodaba, sprintaba, y sobre todo escalaba. Ganó el Tour dos veces, un Tour al que se dedicaba con una entrega total ya que Mussolini no le dejaba correr en Italia.

Soy un obrero de la bicicleta, llegó a decir Bottecchia en lo alto del podio de París, con la fiereza propia de sus orígenes. Tenía muy clara su condición. Más clara que la mayoría de los ciclistas y futbolistas de ahora que, mejor o peor pagados, se olvidan de sus raíces y trabajan para un equipo que no deja de ser una empresa, que los emplea como obreros, aunque crean que son ellos los empresarios.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / La Nueva España

lunes, 15 de agosto de 2011

Barato de fiestas

Milio Mariño

Al filo de la semana pasada, decía Pepe Monteserín que nuestra inflación de Piraguas, Xiringüelos y Romerías era síntoma de crisis. Casi a la vez, la concejala de Festejos de Avilés, apuntaba que la reducción del gasto, a consecuencia de la crisis, haría que las fiestas fueran más populares y menos contemplativas.

Estamos en lo de siempre, en si la función hace al órgano o es al revés. Da igual porque lo que tenemos es menos dinero y las mismas ganas de divertirnos, así que la alternativa la pintan tan simple como volver a los festejos antiguos o inventar nuevos festejos que tendrían que ser más baratos.

Apuesto por seguir como estamos. Sería un atraso que volviéramos a tirar una cabra desde lo alto del campanario. Y un atraso mayor que optáramos por esos otros festejos que se empeñan en demostrar que seguimos siendo animales. Animales todos somos un poco pero, por extraño que parezca, España ocupa un lugar muy discreto dentro del ranking mundial de festejos tontos y absurdos. El segundo lugar de ese ranking es para la procesión de ataúdes de Santa Marta de Ribarteme y bastante más abajo, en mitad de la tabla, aparecen La Tomatina de Buñol y las Fallas de Valencia. No figuran, dentro del ranking, el Colacho de Castrillo, los encierros, o el Toro de Vega. En cambio ocupan un lugar destacado la Carrera de Quesos Rodantes, de Gloucester, la Carrera de los Hombres Pájaro, de Bognor, y el Campeonato Mundial de Levantamiento de Esposa, con sede en Sonkajärvi, Finlandia. Levantamiento físico, que nadie entienda que se trata de levantarle la señora al prójimo, la prueba consiste en cargar con una mujer a la espalda y recorrer medio kilómetro por un camino embarrado.

Los datos que hemos recopilado confirman que España no es una potencia en cuanto a festejos tontos y absurdos. En eso, como en casi todo, los americanos nos llevan ventaja. No obstante conviene ser precavidos porque como se ha puesto de moda ahorrar a toda costa, no me extrañaría que alguno de los nuevos concejales, que acaban de llegar a los Ayuntamientos, se mostrara dispuesto a importar el «Mooning- Amtrak»; un festejo, a coste cero, que en USA está haciendo furor.

El «Mooning-Amtrak» se celebra, desde hace ya treinta años, el segundo sábado de julio, en Laguna Niguel, un pueblo de California. Consiste, simple y sencillamente, en que la gente se sitúa a lo largo de una pequeña ladera, frente a las vías del tren, y enseña el culo a los pasajeros que viajan en el ferrocarril.

La iniciativa ha tenido tanto éxito, en sus dos vertientes, en cuanto al número de personas que se suben al tren para disfrutar viendo culos, como al de quienes se bajan faldas y pantalones para regalar la vista a los viajeros, que las autoridades se han visto obligadas a poner orden pues los participantes, llevados por el entusiasmo, no solo enseñan el culo sino que orinan y defecan en público para regocijo de todos.

Las Piraguas, Romerías, Xiringüelos y Sardinadas, cierto que salen más caras que el popular y, al parecer, divertido festejo americano. Lo malo es que si reducimos el gasto hasta lo que proponen algunos, corremos el riesgo de quedar con el culo al aire. Los programas de Begoña y San Agustín apuntan en ese sentido pero, como hay gente para todo, habrá a quien no le importe.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / La Nueva España

lunes, 8 de agosto de 2011

La buena sombra

Milio Mariño

Si hay algo que este verano echo de menos no es el sol, es no haber disfrutado de una buena sombra debajo de un árbol. Estamos en la fecha que estamos y ni un solo día, ni uno, pude gozar de ese placer tan barato. Y no pido tanto, la sombra no tendría que ser, necesariamente, la de un nogal, que al decir de los entendidos es la mejor, a mediados de agosto.

Esto que les cuento se me ocurrió comentarlo mientras tomaba un vino con los amigos. Y, al hijo de uno, un joven listísimo que va por las dos carreras y pico, le pareció una extravagancia propia de una generación de prejubilados ociosos que cobran el doble de lo que gana un universitario y les importa un carajo que el país vaya a la ruina.

Estuve por contestarle una grosería pero me contuve y respondí que esa afición por la sombra quizá se deba a que los de mi generación, la misma que la de su padre, damos por hecho que hubo un día en que descendimos de los árboles mientras que los de la suya todavía están calculando la altura y reconociendo el terreno.

Todos estamos nerviosos. Las cosas no mejoran y quizá fuera más propio que les hablara de la prima de riesgo y no de placeres baratos, pero me gusta la sombra y me disgusta que nos amarguen la vida, incluso en agosto. También me disgusta que asesinen árboles. Lo llamo así porque asesinato, y no tala, es como debería llamarse cuando, como sucedió en mi pueblo, se cargan unos cuantos para facilitar el paso de un carril bici. Hace bien la asociación de vecinos de Salinas en denunciar dos, tres o las veces que hagan falta. La tropelía no debería quedar impune. Sobre todo teniendo en cuenta que a los árboles les pasa como a nosotros con los bancos y las agencias de calificación, que están a merced del que manda y tiene la motosierra.

Más le valdría, a quien fuera el que dio la orden de talar esos árboles, tomar nota de lo que hacen en Cheraw, Carolina del Norte, donde el Ayuntamiento impone la multa, a cualquiera que sorprenda borracho o portándose de manera incívica, de plantar un árbol y cuidarlo hasta que empiece a crecer sin problemas.

Habrán advertido, supongo, que los árboles son mi debilidad; me gustan todos. Aunque, bueno, tampoco les oculto que tengo mis preferencias; me gustan más unos que otros. De todas maneras no llego a tanto como Carlos Navarrete, aquel diputado del PSOE que, en una sesión del Congreso, dijo que el eucalipto era un árbol de derechas. Cierto que no lo escogería para cobijarme bajo su sombra, pero lo acepto y hasta informo de su presencia a quienes están confundidos. De veras que sí. Prueba de lo que digo es que hará dos o tres años estaba en un área recreativa, cercana a la costa, cuando dos señoras se bajaron de un coche y una le dijo a la otra: «Ves que distinto es Asturias, ves lo raros que son aquí los chopos».

Y tanto señora. Eso que usted llama chopos son eucaliptos, advertí de forma amable, sin extenderme en la adscripción política que les atribuye el señor Navarrete, ni alertarlas del peligro que supone confundirlos con otros árboles. Eran otros tiempos, de aquella nadie imaginaba lo de Álvarez-Cascos.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / La Nueva España

lunes, 1 de agosto de 2011

El mes de Augusto

Milio Mariño
Quienes llevan la cuenta del tiempo, y ya son viejos, aseguran que no vieron, nunca, un verano como este. Sostienen que nuestros veranos no son para dormir en pelota y con la ventana abierta pero, entre eso y tiritar ateridos, exigen usar manga corta a la hora del vermú y dejar el jersey para las verbenas. Son fáciles de contentar, solo piden que agosto sea igual que otros años, que coincida, a ratos, con el calendario.

La meteorología no es una ciencia exacta, advierten quienes se encargan de predecir que en agosto tendremos, de nuevo, chubascos. Y, aunque a veces aciertan, insisten en que jamás hacen pronósticos considerando ciertos indicios como la aparición de hormigas con alas, que se lave la cara el gato, que el gallo cante durante el día, o que nos piquen las cicatrices y las antiguas heridas. Tampoco hacen caso del Calendario Zaragozano, que además de hacer sus predicciones con un año de antelación y tener un índice de aciertos similar al de los meteorólogos, informa de cosas tan útiles como que el periodo de gestación de una burra es de trescientos ochenta días.

Aun caben las sorpresas. Y dándole vueltas a esto -al verano friolero, no a lo de la burra- encontré que nuestros antepasados, los primitivos, predecían el tiempo mirando al cielo y rigiéndose por un calendario sencillo basado en la salida y entrada del sol, y las fases de la luna. Así fue en principio pero, a medida que nos fuimos civilizando, todo se fue complicando. Prueba de ello es que hace siglos todos los meses pares, excepto febrero, tenían 30 días y los impares 31, cosa fácil de recordar. Pero Augusto, el emperador, exigió que el octavo mes del año llevara su nombre y, para no ser menos que Julio Cesar, que también tuviera 31 días. Y los tiene pero a costa de que quitarle un día a febrero.

Hicieron tantos apaños que agosto era entonces el sexto mes del año y no como ahora que es el octavo, así que quién sabe si nuestros reproches no serán injustificados. Otro tanto se puede decir de las predicciones meteorológicas que se empeñan en revestirlas con un halo científico pero quizá sean como comentan en ese cuento que no sé si conocen. Ese que se refiere a unos indios que vivían en una remota reserva y preguntaron a su joven y nuevo jefe si el invierno sería frío o templado. Y el jefe, que había ido a la universidad pero nadie le había enseñado los viejos secretos de la naturaleza, por más que miraba al cielo, no lograba arrancarle ni una pista sobre el tiempo que haría en invierno. Así que, para salir del paso, les dijo que el invierno seria frío y debían recoger mucha leña. No obstante, cuando quedó a solas, telefoneó al Servicio de Meteorología y preguntó como pensaban que iba a venir el invierno. Bastante frío, respondió el meteorólogo, de modo que el jefe volvió con su gente y les ordenó que juntaran todavía más leña, porque el invierno seria tremendo.

Dos semanas más tarde, llamó nuevamente al Servicio de Meteorología para preguntarles si estaban absolutamente seguros de que el invierno seria muy frío. Absolutamente, sin duda alguna, respondió el meteorólogo. ¿Y cómo pueden estar tan seguros? Volvió a preguntar, extrañado. Pues muy sencillo… Porque los indios no paran de recoger leña.

Milio Mariño / La Nueva España / Artículo de Opinión

lunes, 25 de julio de 2011

Tonto de verano

Milio Mariño

Si aceptáramos que tonto es el que hace tonterías, y que la vida es como una caja de bombones, quedaría por definir cómo llamaríamos al que las padece y las sufre sin rechistar. Merecería que lo llamáramos imbécil pero uno se mira al espejo y se contiene. A lo mejor no es para tanto. Podemos enfadarnos y creer que nos toman el pelo, pero también cabe pasar de largo y tomar las tonterías por lo que son. Sobre todo las que aparecen en los periódicos así que llega el verano.

En verano, los periódicos publican tonterías para dar y tomar. En portada o en las páginas interiores, eso lo decide el director y el consejo de redacción, que, por lo visto, coinciden en el criterio de que el tonto de verano refresca la letra impresa y entretiene más que otra cosa, pues raro es el día que, a lo largo de julio y agosto, sea cual sea el periódico, no encontramos noticias de alguna competición irrisoria, como el Rally de Caracoles de Tricio, o entrevistan a un tipo como aquel pastor de Gerona que el verano pasado, en una entrevista difundida por Europa-press, afirmaba: Si me roban unas cuantas ovejas acepto que las maten y se las coman pero no que graben y me envíen un video en el que se ve como practican zoofilia con una de ellas. Lo hacen para fastidiarme.

Algunos directores se justifican diciendo que estas cosas se publican porque, en verano, escasean las noticias y los periódicos se llenan de becarios pero, por mucho que las noticias escaseen y los becarios sean legión, no creo que sea para llegar a lo que publicaba El Norte de Castilla el pasado 7 de julio: “Una mujer sufre un mareo en su domicilio”. Si esto alcanza a ser noticia no me extrañaría que cualquier día publicaran que nos hemos cortado al afeitarnos.

La disculpa es que estamos en verano y como, en verano, todo tiene sentido se insiste en que los lectores para eso compran el periódico, para leer tonterías o noticias intrascendentes que les entretengan y no les causen problemas. Noticias como la que aparecía hace unos días, la de ese chino, Chen De, que a pesar de sus 71 años y de que no supera el metro y medio de estatura, se mete unos lingotazos de gasolina y queroseno, para aliviar el catarro y la carraspera, que no baja de los tres o cuatro litros al mes.

Las tonterías parece que están de moda y, ahora, en verano copan las páginas de los periódicos en detrimento del reportaje o el relato. Ya verán como, de aquí a septiembre, volvemos a leer noticias, como aquella del verano pasado, en la que se daba cuenta de lo sucedido a un artista enano, de nombre Capitán Dan, que atascó su miembro viril en el tubo de una aspiradora. O, aquella otra que hablaba de un gato que vivía en un asilo y sabía cuando los ancianos iban a morir.

Nadie discute que, en verano, puedan suceder tonterías dignas de ser contadas, pero no más que en invierno. Sirva como ejemplo lo que le ocurrió al genial Tennessee Williams, que murió en el baño cuando, tratando de abrir con la boca un bote de pastillas, el tapón salió hacia su garganta y le produjo la muerte por asfixia. Una muerte tonta que no sucedió en verano, sucedió un 25 de febrero.

Milio Mariño / Artículo de Opinión

lunes, 18 de julio de 2011

Probatio diabólica

Milio Mariño

Después de desayunar un café con leche y una tostada con miel, leí, asombrado, que don Andrés García Torres, cura de la parroquia de Nuestra Señora de Fátima, en Fuenlabrada, había dicho, para demostrar que no le gustan los hombres, que estaba dispuesto a que le hicieran una prueba rectal. «Que me hagan la prueba, que midan mi ano a ver si lo tengo dilatado», dijo, en tono desafiante, dirigiéndose a Don Joaquín, obispo de la diócesis de Getafe, que insistía en apartarlo del cargo sospechando que es gay y utilizando, como prueba, una foto en la que el cura aparece abrazado, y con el torso desnudo, a Yannik Delgado, un supuesto seminarista que, por lo visto, no lo es. Y aunque lo fuera, pensaría el obispo, en voz baja, razonando que la prueba, en el caso de que fuera superada y confirmara que el ano del señor cura no sobrepasa los limites de lo masculinamente correcto, tampoco demostraría que la imputación carece de fundamento pues, según la ley de Mahoma, adaptada, por imperativo legal, al lenguaje de nuestros tiempos, tan homosexual es el que da como el que toma.

Tal vez lo pensara pero no me consta que el obispo haya hecho referencia a la citada ley ni es previsible que lo haga. Puede echar mano de argumentaciones tan sólidas como la teoría de Ockam, un principio filosófico según el cual cuando dos teorías tienen las mismas consecuencias, la más simple tiene más probabilidades de ser correcta que la compleja. De cualquier manera, el caso no viene aquí por la repercusión social de una prueba, hasta ahora, insólita que se ha convertido en la comidilla del verano. El caso merece nuestra atención porque, una vez más, estamos ante otro atropello de lo que se considera fundamental en un Estado de derecho. La carga de la prueba, sobre los hechos constitutivos de la pretensión punible, corresponde exclusivamente a la acusación, sin que sea exigible a la defensa que demuestre su inocencia y menos que acepte ser sometida a una «probatio diabólica».

Algunos de ustedes, a los que supongo legos en la materia, se estarán preguntando si la «probatio diabólica» tendrá que ver con la iglesia. A mi no me cabe duda pues consiste en qué si usted confiesa, es culpable. Y si no confiesa, ni aun en el caso de que le sometan a la tortura de la bañera, o le claven palillos entre las uñas, es que el diablo le ha dado fuerzas para soportar esas perrerías y, por tanto, también es culpable.

En resumidas cuentas que, don Andrés, lo tenía tan crudo que ni pidiendo que le midieran el culo podía salvarse. Y así fue, al final claudicó. Entregó las llaves de la parroquia y se armó la de Dios es Cristo. Los feligreses, visiblemente indignados, acamparon frente a la iglesia y amenazan con rezar rosarios hasta que repongan al cura en su puesto de párroco.

El conflicto va para largo y lo que me sorprende es que no veo el problema. ¿Qué más le dará, al obispo, que al cura de Fuenlabrada, o al de donde sea, le gusten las mujeres o los hombres? ¿No están sometidos al voto de castidad? Pues entonces. ¿No les parece una contradicción, o una probatio diabólica, que a los curas, para ser titulares de una parroquia, les exijan que tienen que gustarles las mujeres?


Milio Mariño / La Nueva España / Artículo de Opinión

lunes, 11 de julio de 2011

Estar pez y comer pescado

Milio Mariño

No me da reparo decirlo: he llegado a la edad que tengo por ignorancia. Hay que ser honestos, hay que decir la verdad. Cuando era niño, y hasta hace bien poco, no había autoridades sanitarias, así que como no sabíamos lo que era bueno, o malo, para la salud comíamos de todo. Lo que no mata engorda decían entonces. Y venga platos de cocido, venga chorizo, chuletas de cerdo y arroz con leche a la plancha. Y pescado, por supuesto. Bocarte, bonito, alguna merluza? Lo que pillaran. Dependía de la costera, que es a la mar lo que en tierra llamamos cosecha. Una época del año en la que se da esto o lo otro y no como ahora que lo mismo hay lechugas en diciembre que besugos en agosto.

Fíjense si éramos ignorantes que solo sabíamos que las lentejas tenían hierro y el pescado azul mucho fósforo. Ahora, en cambio, sabemos que el pescado tiene fósforo, mercurio y bifenilos policlorados, que no sé lo que serán pero, al oído, dan menos miedo que el e-coli del pepino.

Ya sé que eran otros tiempos, más duros que estos de ahora, y que los peces comían lo que pillaban. Lo cual explica que no se le ocurriera a nadie pedirles a las sardinas que tuvieran Omega-3. Tenían lo que tenían, por eso estaban tan baratas. Pero los tiempos cambian y al precio que está hoy el bonito solo faltaba que siguiera teniendo los mismos minerales y las mismas propiedades de entonces que, por lo que decían, mejoraba la visión nocturna y la resistencia a las infecciones. Eso está superado, ahora tenemos antibióticos y tocamos a farola y media por habitante. Es comprensible, por tanto, que, en su afán por aportar cosas nuevas, los peces y los crustáceos se hayan atiborrado de las sustancias que vertemos impunemente al mar, y que las autoridades sanitarias hayan puesto el grito en el cielo, advirtiendo de que las embarazadas han de tener cuidado con el bonito y las madres no deberían dárselo, ni a la plancha ni con tomate, a los niños lactantes.

Algunos responderán, seguramente, que siempre han comido bonito y que, además, les miraban la fiebre con un termómetro de mercurio. Bueno ya, pero las cosas se descubren cuando se descubren. Hace unos años el aceite de oliva era poco recomendable y el de girasol una bendición para la salud. Luego se supo que todo obedecía a una campaña de marketing ¿Quién nos dice que, en la próxima década, no descubran que cocinar con soplete, además de ser malo para la espalda, provoca estreñimiento y meteorismo descontrolado?

No me parece mal que las autoridades sanitarias alerten sobre el consumo excesivo de ciertos pescados. Lo que les reprocho es que carguen impunemente contra el bonito, el emperador? no sé, contra los peces en general. Lo digo porque, de todos los animales, los peces pasan por ser los más ignorantes y los más denostados. De ahí que cuando queremos señalar la torpeza de alguien, digamos que está pez.

Los peces nunca fueron apreciados, recuerden que se utilizaban, y se siguen utilizando, como penitencia allá por Cuaresma y en las vigilias y las témporas. Así es que pueden llamarme suicida, irresponsable o lo que quieran pero pienso seguir comiendo pescado. Si no como más, no será por lo que digan las autoridades sanitarias, será por su precio.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / La Nueva España

lunes, 4 de julio de 2011

El niño con la pelota

Milio Mariño

Cuando Serrat cantaba aquello de: «niño deja ya de joder con la pelota», los niños eran más educados que ahora. Había algunos, como el que, seguramente, inspiró a Juan Manuel, que molestaban y daban la vara pero usted iba a un restaurante y los encontraba sentados, portándose como personas. Ahora no, ahora van cargados de juguetes y juegan a sus anchas mientras sus padres comen sin inmutarse y los demás echan pestes. Toca joderse porque si les reclama un mínimo de educación le acusan de intolerante. Lo civilizado es aceptar que los niños tomen el comedor por un parque de atracciones y que usted les aplauda.

Lo del restaurante vale, también, para los aviones, los aeropuertos o cualquier recinto cerrado. No sé quién, pero alguien debería hacerles ver a esos padres la diferencia entre un niño inquieto, educado, y otro asilvestrado o semi salvaje.

La culpa, claro está, no es de los niños, es de los padres. De algunos, por supuesto, pero algunos bastantes porque la excepción confirma lo que no debería ser regla, que los padres entiendan que sus hijos tienen derecho a portarse como les venga en gana.

Con todo, eso no es lo peor. Lo peor viene cuando los niños, a juicio de los padres, se portan mejor de lo que debieran. Y ahí quería llegar porque cualquiera que vaya a ver un partido de fútbol entre alevines o infantiles sabrá de qué hablo. Habrá comprobado que muchos padres reclaman de sus hijos una conducta que nada tiene que ver con la práctica del deporte. «Dale fuerte», o «Machácalo», son gritos que abundan y se mezclan con órdenes de hazle esto o lo otro, insultos al arbitro, y a los contrarios, y estallidos histéricos de las madres que, en ocasiones, son incluso más radicales, posiblemente porque entienden como una agresión contra su hijo cualquier lance normal de juego.

Esto que les comento viene siendo una queja constante de los responsables del fútbol modesto, que se las ven y se las desean para tratar con algunos padres. Y lo que te rondaré morena porque si lo traigo aquí es por la sorpresa que me llevé al leer una noticia que apareció estos días, en letra pequeña, pero que, en mi opinión, tiene una gran trascendencia.

Brahim Abdelkader Díaz, es un niño, de 11 años de edad, que la semana pasada ha sido fichado por el Málaga CF, mediante un contrato suscrito con su padre, a razón de 10.000 euros este año y 20.000 el que viene, más la puesta a disposición de la familia de una confortable vivienda y todos los gastos que la misma conlleve, así como los que correspondan a la educación del chico. No se incluye en el contrato pero también ha tenido que ver, en la decisión final, la promesa de un nuevo contrato laboral para el padre y alguna propina para el abuelo, que es quien lleva al niño a entrenar y lo acompaña en las salidas del equipo.

Seguramente que en ese espejo se mirarán muchos padres. Ahí lo tienen: con 11 años, ganando una pasta y facilitando la vida a su familia. Y todo por darle patadas a la pelotita. Esperemos que el triunfo inmediato y la obtención de dinero no hagan que el niño desarrolle un sentimiento de superioridad y un estilo de vida que lo conviertan en un energúmeno.

Milio Mariño / La Nueva España / Artículo de Opinión

lunes, 27 de junio de 2011

Menos Ayuntamientos y Diputaciones ninguna

Milio Mariño

Reducir el número actual de ayuntamientos es un ejercicio de lógica que no debería plantearse por exigencia de la crisis sino del sentido común. Cualquiera que se tome la molestia de analizar la organización administrativa de España estará de acuerdo en que es todo un lujo que tengamos nada menos que 8.114 Ayuntamientos y 40 Diputaciones Provinciales. Diputaciones que nadie se explica como es que siguen siendo necesarias treinta años después de constituirse el Estado de las Autonomías. Solo el Estatut abordó este tema y estableció la división territorial de Cataluña en siete Veguerías, pero mantuvo la división provincial vigente para no alterar el número de senadores y diputados que Cataluña aporta a las Cortes. Es decir, hicieron como que hacían algo pero estamos en las mismas.
La reducción necesaria, en el caso de los Ayuntamientos, no se justifica para disminuir el número de funcionarios ni por el hecho de que un Ayuntamiento grande vaya a mejorar la eficiencia de uno pequeño. No está demostrado, sino más bien al contrario, que los Ayuntamientos grandes sean más eficaces. Lo que si convendría plantearse es cual seria el tamaño idóneo de un Ayuntamiento, por extensión y numero de habitantes, y cual el de un Ayuntamiento insostenible desde el punto de vista práctico.
Si tomamos Asturias, como ejemplo, resulta que para una población de apenas un millón de habitantes tenemos 78 Ayuntamientos. Una cifra que parece excesiva pero que se queda en nada si la comparamos con Zamora que, con solo 194.214 habitantes, tiene la friolera de 248 municipios. El triple que Asturias y, además, una Diputación Provincial. Un autentico disparate que nadie se ha preocupado de corregir ni hay indicios de que vaya a corregirse en los próximos años.
El caso de Zamora no es único, hay otras provincias que arrojan datos muy parecidos. Y ante una realidad que quizá intuíamos pero no separábamos que llegara a tales extremos, seguro que coincidimos en que no hay Estado que resista el coste de una división administrativa que ha quedado desfasada y no responde a la realidad, pues mientras los habitantes y los servicios se agrupan, por pura necesidad, en núcleos de población más grandes la estructura administrativa se mantiene intacta en poblaciones cada vez más reducidas, más envejecidas y menos contribuyentes.
La división administrativa de España data de 1833, cuando se acometió la reforma en base a crear un Estado centralizado dividido en provincias. De aquella división resultaron 49, tomándose como criterios, además de la coherencia geográfica y que tuvieran entre 100.000 y 400.000 habitantes, que desde el punto más alejado de la provincia debería poder llegarse a la capital en un solo día. Resultaron 49 cuando deberían haber sido 48 pues, al decir de algunos, Canovas del Castillo se inventó Cuenca por un compromiso que tenia con un amigo.
Anécdotas aparte, plantear la necesaria reducción de Ayuntamientos desde una Comarca, relativamente pequeña, en la que dos de ellos parecen la continuidad urbana del principal puede llevarnos a pensar que, en nuestro caso, la solución sería sencilla. Bastaría que Avilés absorbiera a los otros dos. No es tan fácil, no estamos hablando de Concejos con unos cientos de habitantes. Hablamos, sin que pretenda suscitar ninguna polémica, de racionalidad y eficacia. De que Illas, por ejemplo, podría estar integrado en Avilés o Corvera y Castrillón podría llegar hasta Soto del Barco.

lunes, 20 de junio de 2011

Saltar la hoguera o echar leña al fuego

Milio Mariño

He llegado a la conclusión de que para purificar mi espíritu y acabar con la empanada mental que tengo me vendría muy bien saltar sobre la hoguera de San Juan, aun a riesgo de quemarme y salir chamuscado. Mi agilidad no es la que era, de modo que me expongo a que las quemaduras se sumen a la estopa que me están dando, por arriba y por abajo. Me la dan los «indignados», que respondieron al artículo de la semana pasada poniéndome a caer de un burro y me la da mi padre que, con 85 años, me cogió por banda y me dijo que le explicara cómo fue que los de Sol se tiraron un mes en la calle, así por las buenas. Si es que no estudian ni trabajan ni tienen nada que hacer, pues no veía lógico que, a su edad, se dedicaran a rotular tonterías en un cartón mientras sus padres estarían trabajando para darles de comer. Tampoco veía qué pintaban allí algunos de los que llama yeyés, gente que, según él, ya se le ha pasado el arroz y su presencia le recordaba las concentraciones de viejos moteros, algunos con chupa y todo, que parecían sacados de esas películas americanas que los presentan como niños grandes, o medio tontos.

-Qué sé yo papá.

-Pues deberías saberlo porque he leído que los defiendes. Y lo que yo entiendo que piden, lejos de ser algo nuevo, es que todo vuelva a ser como antes. Antes de no sé cuándo. Quizá cuando gobernaba Aznar, porque los votos de mayo no son de la gente de mi edad, nosotros no pusimos ahí al PP; los viejos sabemos la leche que dan. Así es que no entiendo que los «indignados» pasen días y días reunidos en asambleas y luego levanten las manos como quien dice: «A mí que me registren».

-Son otros tiempos, papá. Tú hablas del 36; hablas por ti y por el abuelo, que andaba, pistola al cinto, defendiendo los postulados de la FAI. Aquello de colectivizar los bancos, las tierras, las industrias y el municipalismo libertario. Los de Sol no han oído hablar, ni quieren saber nada, de Bakunin. No pretenden destruir el Estado y todos los poderes para acabar con la injusticia social. Son otra cosa. Es un desafío que se apoya en la no violencia, el respeto, el lenguaje despolitizado, la apertura sin límites y la búsqueda del consenso. Es una especie de politización despolitizada. Una alternativa simpática y radical que está intentando nacer, pero que todavía no ha nacido ni tiene entidad. Es la contradicción entre el querer, el saber y el poder. Lo dice Stéphane Hessel en ese pequeño libro titulado «¡Indignaos!».

-O sea que, según tú, están que muerden, pero no piensan morder. No me extraña. Se movilizaron por lo que dice alguien más viejo que yo, 93 años, que escribió un libro que, aquí, prologó José Luis Sampedro, otro que también pasa de los 90 y tiene el mérito de haber desertado del Ejército republicano para hacer la guerra con Franco. Entiendo lo de la empanada mental. No eres tan viejo como yo ni tan joven como ellos. Eres de los que estuvieron dudando entre ruptura y consenso. Y ahora, vuelta la burra al trigo, tampoco sabes si saltar sobre la hoguera o echar leña al fuego.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / La Nueva España

lunes, 13 de junio de 2011

Los políticos también están indignados

Milio Mariño

Un amigo me puso en la pista de que el número de indignados no solo va en aumento sino que se ha extendido a la clase política, pues según sus noticias, el movimiento por un Electorado Sensato y la Plataforma 23-M, dos organizaciones que surgieron a raíz de las elecciones, han mostrado su indignación por la poca seriedad de la gente, la corrupción mental de los electores y su escaso rigor democrático.

De momento no han hecho nada pero no están dispuestos a permanecer impasibles ante las protestas y caceroladas de que son objeto. Dicen que tienen razones más que sobradas para indignarse. Reclaman más rigor, menos despilfarro del voto y una verdadera regeneración ética que ponga fin a los criterios de chicha y nabo por los que, de un tiempo a esta parte, los electores vienen rigiéndose. Ponen como ejemplo que un elector mil eurista, con un empleo en precario, que hace dos años compró un piso de 300.000 euros, un coche de gama media, un camión de muebles de Ikea y firmó una hipoteca que afectará incluso a sus nietos, es realmente indignante que reclame, de los políticos, más rigor en el gasto. También señalan que les causa indignación y sonrojo que los electores clamen contra la corrupción y utilicen el voto para encumbrar en un cargo publico a personajes como Rafael Gómez, «Sandokan», imputado en la operación Malaya, que debe al Ayuntamiento de Córdoba, del que ahora es concejal electo, 24,6 millones de euros y ha confesado que en su vida ha leído un libro ni piensa leerlo.

Los ejemplos citados, dicen los políticos que son solo una muestra de las pruebas que tienen en su poder ya que, en apenas quince días, han logrado reunir un auténtico dossier de utilización escandalosa del voto que los ha llevado a revelarse y manifestar que están hartos de un electorado que, desde luego, no se merecen.

Si son, o no, razones para indignarse se lo dejo a ustedes. Por una vez, y sin que sirva de precedente, prefiero no mojarme. Me limito a trasladarles lo que, el sábado, era un clamor en la toma de posesión de los nuevos alcaldes y concejales. De lo que pasaba afuera, y no de la nueva legislatura, era de lo que hablaban. Muchos, la gran mayoría, no entendían los gritos, ni las cacerolas, ni los chorizos ni que la policía tuviera que protegerles, antes de tomar posesión del cargo, de quienes no hace un mes les habían votado.

No les oculto que quizá estuvieran más afectados los que perdieron que los que ganaron, pero todos estaban realmente indignados, de modo que, para hacerse respetar, no les queda otra que sumarse a la moda de protestar en la calle y montar sus tenderetes y sus tiendas de campaña frente a las Consistoriales. Dicen que si no lo han hecho ya no es por falta de ganas sino porque seria un lío de iglús y cochambre, apenas quedaría sitio, estarían todos mezclados y una nueva incorporación haría que los comerciantes reclamaran apoyo psiquiátrico, pero no descartan protagonizar una sonora protesta, antes de que llegue el otoño.

Lo malo que si los electores están indignados, los políticos también, los sindicatos otro tanto y los empresarios iden de lienzo, ya me dirán contra quien protestamos. Igual contra nosotros mismos. Sería lo más acertado.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / La Nueva España

lunes, 6 de junio de 2011

Gatos, perros y otros animales domésticos

Milio Mariño

Como imagino que ya estarán hartos de leer artículos sobre el resultado de las elecciones y comentarios tan atinados como el firmado por el columnista de un diario de Madrid, que decía que la mayoría de los votantes del PSOE echaban tanto de menos una verdadera política de izquierdas que por eso había ganado el PP, me he propuesto no insistir en lo mismo y hablarles de los animales domésticos. Sé que parece una broma pero espero que lo tomen en serio y al final compartan conmigo que no está mal traído hablar de animales después de las elecciones.

Los animales, sobre todo los domésticos, se parecen mucho a nosotros. Se parecen tanto que, para mí, los perros y los gatos no son tan enemigos como el tópico los pinta. Somos nosotros los que insistimos en esa enemistad y lo hacemos hasta el punto de que muchas personas no entienden el amor por uno sin el odio al otro. Circunstancia que nos ha llevado a la situación de que haya gente que deteste a los dos y busque animales distintos por aquello de que ya están hartos de tener que pronunciarse a favor de unos u otros.

No habría nada que objetar, estaríamos ante el simple ejercicio de la pluralidad animal, a la que todo humano tiene derecho, si no fuera que la consecuencia, de que adoptemos animales raros y, sobre todo, exóticos, entraña el riesgo de una fractura en el ecosistema y pone en peligro el equilibrio de las especies.

Aparentemente no pasa nada pero así, sin quererlo, desaparecieron muchos mamíferos. Y más que pueden desaparecer porque España, y Asturias en concreto, está sometida a una explotación desmedida de sus recursos naturales y eso obliga a que los animales tengan que modificar su hábitat natural para buscar otras áreas donde satisfacer las necesidades vitales.

Nada impide que usted adopte el animal que quiera pero conviene ser prudentes ya que los animales que llegan del otro lado del Pajares, nadie sabe como pueden comportarse. Es más, cabe la sospecha de que, quienes les abren sus puertas y los adoptan como capricho, por despecho o por hartazgo hacia los tradicionales gatos y perros, se olviden pronto de ellos y los abandonen pasado un tiempo. De modo que no todo vale cuando se trata de elegir animal doméstico. No vale porque aun estamos lejos de llegar a lo que profetizaba Isaías. Aquello de: “Habitará el lobo con el cordero, el pardo se echará con el cabrito, el león y la oveja andarán juntos y las fieras comerán hierba como el buey”.

Comprendo que haya gente, cansada del perro, el gato y de ese tercero en discordia que es el gochu vietnamita, que adopta un animal cualquiera. Un animal que, seguramente, tendrá dificultades para adaptarse. Pero, lo malo no es eso, lo malo es que si el animal, finalmente, se adapta tampoco desaparece el peligro pues podría llevarlo al cruce con otras especies, que le parezcan afines, y entonces resultaría un engendro de consecuencias imprevisibles.

La culpa de que les haya hablado de los animales domésticos la tiene un ratón: que unos piensan que lo caza mejor el gato, otros que el perro y algunos que la solución es un pulpo. Pero, como les dije al principio, es puro entretenimiento, no tiene nada que ver con la política, así que no insistan en buscarle similitudes.

Milio Mariño / Artículo de Opinión

lunes, 30 de mayo de 2011

Votar en el cajero automático

Milio Mariño

Bajó el pan? ¿Te pusieron anchoas de Santoña o jamón de Joselito como pincho de la casa con la caña o el vermú? ¡Pues entonces?! Era lo primero que me decía un señor de derechas cuando ganaba la izquierda. Qué usted diga eso, don Marcelino? Y más te voy a decir? Votes a quien votes no cambia nada. Da igual que gobierne Pepe que Juan. Yo soy de derechas por estética más que por otra cosa, pero estos patanes no merecen ni que les vote. Fíjate si serán torpes que dicen, sacando pecho, que son la derecha sin complejos. No se dan cuenta de que, dicho así, equivale a decir sin escrúpulos.

Me acordé de don Marcelino porque todo fue ganar el PP y no solo no bajó el pan ni me pusieron anchoas de pincho, sino que la Bolsa cayó en picado, el euro empezó a cotizar por debajo de los 1,40 dólares y las primas de riesgo sobrepasaron los 266 puntos básicos. Es decir, que al día siguiente de que llegaran los que iban a salvarnos la economía volvió a toser como si la obligaran a tragarse otro sapo.

Para mi no da igual que gobiernen unos que otros pero me temo que después de las elecciones, de estas y de las otras, todo seguirá lo mismo o incluso peor. Los que decían que si cambiábamos al alcalde y poníamos a uno del PP salíamos de la crisis, ahora nos vienen con que votando de nuevo, y haciéndolo como en las municipales, es como se soluciona el problema. Aquello era una boutade y esto un chiste sin gracia porque lo que realmente haremos será renovar nuestro entusiasmo. Hombre, a ver si estos? Pero, pasados seis meses, estos harán que nos acordemos de los otros y los echemos de menos.

Esa es la historia. La imperiosa necesidad de tener un mínimo de ilusión es lo que nos empuja a pensar que las cosas pueden cambiar. No obstante, a poco que reflexionemos, enseguida caemos del guindo. Enseguida nos damos cuenta de que el PSOE es un partido de izquierdas que hace méritos para parecerse a la derecha y el PP un partido de derechas que pretende engatusarnos diciendo que hará lo que no hacen los partidos de izquierdas: defender el Estado de Bienestar, proteger a los más desfavorecidos y aumentar el gasto social.

Los dos dicen lo mismo y coinciden en lo que callan; que ninguno tiene alternativas al modelo económico que nos ahoga y causa nuestra desdicha. No las tienen porque ambos están de acuerdo en lo que no entendemos y rechazamos la mayoría, en proporcionar a los banqueros y a las elites financieras los medios y las leyes que les reclaman para seguir haciéndose más ricos. De modo que la posibilidad de elección que nos brindan es irrisoria. Nos dejan elegir la cara de los gobernantes, pero por lo que se refiere a las demandas de los poderosos y la suerte de los más débiles no tenemos elección posible. Es por eso que, a pesar de haber votado el pasado 22 de mayo, este lunes 30 voy a votar de nuevo, sacando 155 euros del cajero automático, que es la urna que más les duele. No sé si servirá de mucho pero, por lo menos, voy a darme el gusto de votar en contra de los bancos, que son los verdaderos culpables.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / La Nueva España

lunes, 23 de mayo de 2011

Amotinado en la intimidad

Milio Mariño

El jueves pasado me amotiné. Firmé el manifiesto de los «indignados», lo mandé por correo electrónico y se lo dije a mi mujer. Que sepas que acabo de amotinarme. Así que ya estás preparando unos bocadillos porque a partir de ahora, y hasta el domingo, que es cuando vamos a ir a votar y a tomar el vermú, no pienso salir del despacho; es como si estuviera en la Puerta del Sol.

-¿Y te aceptaron? -preguntó, incrédula.

-¿Cómo que si me aceptaron?... Aceptan a todos; los amotinados no preguntan, suman adeptos.

Sé que contándoles esto me expongo a la incomprensión y al ridículo, pues imagino que más de uno aprovechará para criticarme y reprobar mi actitud. Así cualquiera: sentado en un cómodo sillón, a techo, comiendo bocadillos de panceta y con el ordenador para twittear, ya puede uno amotinarse y decir que está indignado contra el sistema. Eso no vale. Hay que mojarse, hay que salir a la intemperie, participar en las asambleas y mear donde uno pueda, que también es incomodidad y añade mérito a la protesta.

Acepto lo que me digan. Lo acepto con humildad, a pesar de que podría disculparme diciendo que en otros tiempos, cuando los grises repartían estopa, era el primero que estaba en la calle, pero que ahora, cumplidos ya los 60, no está uno para esos trotes. También podría decir, como dijo aquél, que ni España es Egipto ni Tahir la Puerta del Sol, así que uno se amotina en el ámbito que le corresponde y asume, como penitencia, prescindir de la arrogancia que supone pasearse con una pancarta desafiando a la ley y al Ministro del Interior.

No es por presumir, pero pienso que también tiene su mérito amotinarse contra uno mismo. Contra su propio gobierno, sus convicciones y la villanía de dejarse llevar y llorar amargamente, convencido de que no cabe otra. Por eso me amotiné el jueves; para darle consuelo a mi aflicción cobarde y a lo que casi tomaba por un castigo de los dioses. Me había acostumbrado al menú de lentejas. Me sentía miembro del rebaño y corría cada vez que oía al pastor silbar por miedo a quedar fuera del redil. Repetía, como una letanía, que la democracia es buena, que lo malo son los hombres pero que para eso está el sistema, para apartarlos de las instituciones cuando meten mano en la caja o se pasan tres pueblos con sus sueldos, sus chanchullos y sus prebendas. Y así, sin quererlo, sin saber demasiado por qué sí o por qué no, vivía convencido de que lo que tenemos es lo mejor y que unos nacen para gobernarnos y otros para callar y votarles de vez en cuando. Hay que tirar como se pueda, recuerdo que me dijo un amigo, resignado como yo, al que también le dolía la conciencia. Estuvimos hablando del pasado a sabiendas de que esa medicina, como todas, provoca efectos secundarios. Sirve, momentáneamente, para aliviarte el dolor de cabeza, pero, cuando se junta con lo que desayunaste ese día, te provoca un ardor de estómago que no lo quitas ni aunque te pongas ciego a gintonics.

Por eso insisto en lo que les dije: podrá parecer que no tiene mérito amotinarse en casa, en la intimidad, y acampar por libre, pero no hay mayor lucha que la que hacemos contra nosotros mismos y nuestra propia conciencia.

Milio Mariño / La Nueva España / Artículo de Opinión