Milio Mariño
Borrón y cuenta nueva era una frase que decíamos antes y, ahora, apenas decimos, tal vez por qué se refiere a una mancha de tinta sobre el papel que solía caer cuando escribíamos con pluma y tintero. Así es que la frase ha ido perdiendo vigencia y no parece que volvamos a usarla en lo que era su verdadero sentido: el de tirar el papel manchado y empezar de nuevo.
Hay frases con las que sucede lo que Javier Marías decía a propósito de algunas palabras: que se gastan, se estropean y acaban resultando inútiles, sobre todo si se apoderan de ellas quienes luego las manosean y las utilizan para decir lo que ellos quieren que digan.
Nadie ha dicho, al menos yo no lo he oído, que con ETA haya que hacer borrón y cuenta nueva. De todas maneras, como la sociedad no es un invento sino la consecuencia de la genética del comportamiento, tarde o temprano, habrá que llegar a un arreglo. ¿Cual? Pues no sé, ahora no se me ocurre, pero no me extrañaría que quienes ponen el grito en el cielo diciendo que nada de borrón y cuenta nueva se despachen, de aquí a unos meses, con pelillos a la mar. Y tendremos que soportar que es totalmente distinto; faltaría más.
Quienes mañana abanderen esa solución, serán los que hoy montan bronca diciendo que no se puede tirar a la papelera semejante borrón. Pero no importa, verán como encuentran argumentos para darle la vuelta al asunto. Recurrirán, como poco, a lo que dice la Real Academia de la Lengua para demostrar que pelillos a la mar no se parece, en nada, a borrón y cuenta nueva.
El origen de esta segunda frase data del siglo XVI, cuando en Málaga un hombre que iba a cortarse el pelo, siempre al mismo barbero, se enteró de que el barbero había decidido emigrar a las Américas. Lo primero que hizo fue retirarle el saludo. Decidió no saludarlo a pesar de que el barbero le había recomendado a un colega suyo de total confianza. Pero fue inútil, nunca llego a congeniar con el nuevo barbero. Es más se dedicó a criticarle y hacerle tan mala propaganda que el barbero acabó peleándose con la clientela y tuvo que cerrar el negocio. Decía, de él, que guardaba el pelo que cortaba para luego hacer brujería.
Antes de cerrar el negocio, el barbero retó en duelo a quien tanto le difamaba. A florete, como era costumbre entonces. El resultado fue que quien echaba pestes del barbero estuvo a punto de morir en el envite. Acabó desarmado y con una herida profunda. Pero, cuando se vio perdido, dijo que había sido injusto, que se había sobrepasado en sus críticas.
Al final todo quedó en un susto y, así que sanó de las heridas y se recompuso, ambos hicieron las paces y acordaron hacer las Américas juntos, llevándose al barco todo el pelo almacenado para poder tirarlo al mar y empezar una nueva vida.
La historia está llena de casos parecidos. No hace falta que nos remontemos a los tiempos de Napoleón, Hitler o Franco. Es un ciclo perpetuo que unos llaman borrón y cuenta nueva y otros pelillos a la mar. Da igual como lo llamen porque, obviamente, significan lo mismo. Así es que, en vez de decir tonterías, mejor se callaban y dejaban que la historia siguiera su curso.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / La Nueva España
No hay comentarios:
Publicar un comentario