Milio Mariño
He llegado a la conclusión de que para purificar mi espíritu y acabar con la empanada mental que tengo me vendría muy bien saltar sobre la hoguera de San Juan, aun a riesgo de quemarme y salir chamuscado. Mi agilidad no es la que era, de modo que me expongo a que las quemaduras se sumen a la estopa que me están dando, por arriba y por abajo. Me la dan los «indignados», que respondieron al artículo de la semana pasada poniéndome a caer de un burro y me la da mi padre que, con 85 años, me cogió por banda y me dijo que le explicara cómo fue que los de Sol se tiraron un mes en la calle, así por las buenas. Si es que no estudian ni trabajan ni tienen nada que hacer, pues no veía lógico que, a su edad, se dedicaran a rotular tonterías en un cartón mientras sus padres estarían trabajando para darles de comer. Tampoco veía qué pintaban allí algunos de los que llama yeyés, gente que, según él, ya se le ha pasado el arroz y su presencia le recordaba las concentraciones de viejos moteros, algunos con chupa y todo, que parecían sacados de esas películas americanas que los presentan como niños grandes, o medio tontos.
-Qué sé yo papá.
-Pues deberías saberlo porque he leído que los defiendes. Y lo que yo entiendo que piden, lejos de ser algo nuevo, es que todo vuelva a ser como antes. Antes de no sé cuándo. Quizá cuando gobernaba Aznar, porque los votos de mayo no son de la gente de mi edad, nosotros no pusimos ahí al PP; los viejos sabemos la leche que dan. Así es que no entiendo que los «indignados» pasen días y días reunidos en asambleas y luego levanten las manos como quien dice: «A mí que me registren».
-Son otros tiempos, papá. Tú hablas del 36; hablas por ti y por el abuelo, que andaba, pistola al cinto, defendiendo los postulados de la FAI. Aquello de colectivizar los bancos, las tierras, las industrias y el municipalismo libertario. Los de Sol no han oído hablar, ni quieren saber nada, de Bakunin. No pretenden destruir el Estado y todos los poderes para acabar con la injusticia social. Son otra cosa. Es un desafío que se apoya en la no violencia, el respeto, el lenguaje despolitizado, la apertura sin límites y la búsqueda del consenso. Es una especie de politización despolitizada. Una alternativa simpática y radical que está intentando nacer, pero que todavía no ha nacido ni tiene entidad. Es la contradicción entre el querer, el saber y el poder. Lo dice Stéphane Hessel en ese pequeño libro titulado «¡Indignaos!».
-O sea que, según tú, están que muerden, pero no piensan morder. No me extraña. Se movilizaron por lo que dice alguien más viejo que yo, 93 años, que escribió un libro que, aquí, prologó José Luis Sampedro, otro que también pasa de los 90 y tiene el mérito de haber desertado del Ejército republicano para hacer la guerra con Franco. Entiendo lo de la empanada mental. No eres tan viejo como yo ni tan joven como ellos. Eres de los que estuvieron dudando entre ruptura y consenso. Y ahora, vuelta la burra al trigo, tampoco sabes si saltar sobre la hoguera o echar leña al fuego.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / La Nueva España
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