Milio Mariño
Cuando uno descubre que le cuesta entender alguno de esos discursos que clausuran las celebraciones, no suele ser, desde luego, por la complejidad de su contenido. Abunda lo insulso, la simpleza y lo ya sabido de modo que siempre cabe la duda de si merece la pena interesarse o es mejor olvidarlo. En mi caso ganan los olvidos, pero uno también se cansa de ejercer la autocensura y pasar por alto lo que luego acaba dándole la matraca. Cosas como lo que leí que dijo nuestra autoridad policial, la semana pasada: que la gran mayoría de los delincuentes que actúan en Avilés son de casa y que no tenemos tantos malos.
No sé por qué, pero lo suponía. Lo que no suponía era que contando con que tenemos pocos malos, y que los malos son de casa, pudiera darse por bueno que la tasa de esclarecimiento sea del 56,8 por ciento.
El dato, aunque a uno le extrañe, debe ser óptimo. No tendría sentido que lo citaran en un discurso si no fuera para atribuirse el mérito de una eficacia que, comparándola con lo que normalmente se tiene por eficaz, deja mucho que desear. De todas maneras no se me ocurrió, ni se me va a ocurrir, indagar si la estadística, en otras localidades, da como resultado que la policía apenas resuelve la mitad de los casos. Prefiero no saberlo. Prefiero seguir con aquella idea infantil de que el delincuente, por mucho que se las ingenie, siempre acaba en la cárcel.
Mi extrañeza de que, en una localidad pequeña como Avilés que no importa malos de otros sitios, los casos resueltos sean, solo, el 56,8 por ciento, debe tener su origen, además de en mis creencias infantiles, en qué este verano me di un atracón leyendo a Henning Mankel, Hammett Dashiell y Andrea Camilleri, escritores todos de genero negro y creadores, cada uno en su estilo, de una saga de comisarios, eficaces y astutos, a los que es muy difícil engañar, pues están al tanto de todo. Mi sorpresa, al conocer el dato estadístico, debe entenderse en ese contexto y no en el de la crítica ya que si podía tener alguna duda queda disipada, de facto, por el hecho de que a nuestra autoridad policial tampoco se le escapa una. Prueba de ello es que sin desatender su trabajo y con todo lo que supone preparar la fiesta de la policía, los diplomas y los discursos, aún tuvo tiempo de interesarse por las actividades del movimiento ciudadano y advertir que, a la reciente manifestación a favor del Niemeyer, quizá le faltaran algunos papeles.
La tarea de la policía, me consta que no es moco de pavo. Que haya más o menos delincuentes no depende de la sociedad, ni de las fuerzas del orden. Depende de quien dicta las leyes y decide lo qué es y no es delito y, por tanto, lo que debe perseguirse. A este respecto, el campo es tan amplio y la confusión tan grande que uno puede verse en la cárcel por fumar dentro de una cafetería y, en cambio, no tener ningún problema si levanta 10 millones de euros de una Caja de Ahorros en quiebra. Es por eso que me atrevo a sugerir que, en lo sucesivo, la policía debería abstenerse de dar el dato estadístico de los casos resueltos. La gente honrada estaría más tranquila y los delincuentes más preocupados.
Milio Mariño Artículo de Opinión/ La Nueva España
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