lunes, 27 de diciembre de 2010

La maldad de la Nochebuena

Milio Mariño

Como no pertenezco a ninguna minoría selecta, imagino que seriamos muchos los que llegamos a la cena de nochebuena superavisados. No la armes que te conozco. No se te ocurra hablar de política ni referirte a cuando vivía Franco y te zurraban los grises. No vuelvas con esa historia de que, ahora, los jóvenes son bovinos y la universidad un páramo donde pastan en rebaño. Olvídate de lo tuyo y de esa anormalidad, que tanto criticas e insistes en denunciar. Tengamos la fiesta en paz.

Y en paz la tuvimos, aunque no sé yo si aquel estado de alarma, por la conflictividad de la nochebuena, estaba justificado. Nunca me preocupé de esas cosas. Es más, soy tan inocente que creía que la vida consistía en hacer lo que a uno le diera la gana. Tuvieron que emplearse a fondo para convencerme de que consiste en lo contrario. Y, aunque no estoy de acuerdo, acabé por hacerles caso.

La cuestión fue que no solo yo estaba avisado. Se palpaba en el ambiente que el aviso había sido cursado, con carácter general, por la autoridad matriarcal. Y surtió efecto porque había como una especie de incómodo desconcierto. La cena estaba buenísima, para chuparse los dedos, pero la conversación no sabía nada, carecía de sustancia. Éramos lo que se espera de una familia de clase media en una situación normal. Actuábamos, educadamente, haciendo lo contrario de lo que nos pedía el cuerpo.

Ya sé que allá cada cual, pero yo sufro muchísimo cuando me piden que sea distinto, que no sea quien soy. Y, todavía lo llevo peor si oigo decir que las cosas tienen que ser así y no de otro modo. Respeto a los que opinan que discutir es vulgar pero la vulgaridad, en todo caso, estaría en el cómo, no en el hecho de discutir; que me parece muy natural, muy sano y muy necesario. Por eso que, al final, cuando ya estábamos con el café y el turrón, estuve a punto de hacer saltar por los aires aquella renuncia y subordinación cuyos perniciosos efectos eran demoledores. Parecíamos atrapados por la absurda creencia de que, en las fechas más señaladas, se entienden mejor los que no dicen nada y recurren a las tonterías como la única forma posible de poder conversar en familia. No recuerdo de qué hablaban pero si que me vino a la memoria una película de Billy Wilder en la que el protagonista decía: «No le digas a mi madre que soy periodista; dile que trabajo en un burdel».

Al final conseguí sujetarme pero eso no impidió que pensara que son, precisamente, los valores mezquinos y las relaciones fingidas las que imperan y hacen que el comportamiento servil y sumiso sean, ahora, la norma. Es el miedo, lo que induce normalmente a las personas a someterse y censurarse «por su propio bien», sin necesidad de represiones explícitas. De modo que allí estábamos, supongo que por nuestro bien, sujetándonos de manera absurda. Negándonos a ver y a sentir y obligando a nuestra conciencia a que hiciera zapping por el catalogo de tonterías al uso para poder hablar de algo y evitar lo que, a todas luces, era un fracaso.

No sé lo que haré el año que viene pero dudo que vuelva a plegarme a la maldad de la nochebuena. Una noche que, a cambio de paz, exige docilidad, renuncia y sumisión absoluta.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / La Nueva España

lunes, 20 de diciembre de 2010

¿Estamos locos o qué?

Milio Mariño

Dicen de Pere Puig, un albañil de 57 años que, después de no cobrar desde mayo y tener el piso embargado, lo echaron del trabajo pagándole con un cheque sin fondos y lo engañaron para que firmara un crédito, que es un tipo raro. Que debe de estar loco porque cogió una escopeta, fue a la empresa, mató a los propietarios, se desplazó hasta el banco, hizo lo mismo con dos empleados y se entregó a la Policía manifestando que ya estaba satisfecho.

Dicen, los portavoces del Gobierno y algunos de los más prestigiosos juristas, que faltar a las obligaciones derivadas del contrato de trabajo y ausentarse porque a uno se le crucen los cables y le dé la gana de no ir a trabajar no es, como creíamos, una falta laboral merecedora de una fuerte sanción que podría acarrear el despido, sino un delito que puede ser castigado con hasta ocho años de cárcel. Dos años más que los que suelen imponer a quien comete un homicidio.

Dicen, los principales banqueros y los representantes de la élite financiera, económica y empresarial, que, para salir de la crisis, lo más urgente y necesario es que quienes cobran un sueldo de mil euros trabajen más, cobren menos y pierdan alguno de sus privilegios.

Dicen, los dirigentes de la CEOE y las empresas más importantes, que ahora lo que hay que hacer no es lo que hicieron ellos y siguen haciendo los bancos: jubilar con cargo a los ERE y al erario publico a trabajadores cincuentones que estaban en lo mejor de su vida laboral-, sino aumentar la edad de jubilación y obligar a la gente a que siga trabajando, como mínimo, hasta los 67 años.

Dicen, los que defienden que hemos avanzado algún puesto con respecto al Informe PISA del año 2006, que a pesar de estar 16 puntos por debajo de la media en matemáticas, 13 en ciencias y 12 en comprensión de lectura, hemos mejorado y progresamos adecuadamente. Progresión que sería mayor si tuviéramos en cuenta que el puesto que nos asignan es consecuencia de que en la encuesta incluyeron a los hijos de los emigrantes que vinieron de Rumanía, Sudamérica y el África tropical.

Dicen, quienes acusan a Julian Assange, fundador de Wikileaks, de un delito de abusos sexuales, que la tal acusación se fundamenta en que no usó condones durante sus relaciones con dos mujeres suecas y que se valió del «sexo por sorpresa» o «sexo inesperado» ya que se aprovechó de que estaban con él, en la cama, para violarlas mientras dormían. Detalle del que ellas se dieron cuenta pasados tres meses, que fue cuando presentaron la denuncia.

Del primer caso al que me refiero, el del albañil de Olot que el miércoles pasado cogió una escopeta y pegó cuatro tiros a quienes desde hace meses le debían dinero, lo engañaron, le embargaron el piso y se rieron en sus narices pagándole con un cheque sin fondos, insisten en que se trata de un hombre que no está en su sano juicio. De los otros, de quienes voy transcribiendo los comentarios que hicieron a propósito de distintos temas, no dicen nada, pero dan a entender que son personas de una cordura, una sensatez y una inteligencia que no sólo haría descartable cualquier reacción violenta sino que ni siquiera nos mandarían a la mierda si les dijéramos que tienen más cara que espalda.

Milio Mariño/ Articulo de Opinión / La Nueva España

martes, 14 de diciembre de 2010

Militarizar los bancos

Milio Mariño

Siempre fui partidario de utilizar la fuerza del dialogo antes que la de las armas pero viendo el resultado de lo que sucedió la semana pasada se me ocurre que lo mejor para solucionar esta crisis sería militarizar los bancos. Me refiero a que los militares, al mando de un teniente coronel o un cabo, según el tamaño de la sucursal bancaria, intervengan para que con su presencia, o a punta de pistola si es preciso, obliguen a los controladores del dinero a darnos los créditos que nos daban hace tres años sin que nos molestáramos en pedirlos.

La propuesta parte de que, seguramente, estarán conmigo en que lo de la banca, también, es alarmante. Que así no podemos seguir, que ya es el colmo soportar esta tiranía de miles de millones de nuestros impuestos para pagar los pufos de los banqueros. Que ya esta bien, que no podemos consentir que recorten las pensiones, los sueldos y nuestros derechos por culpa de estos impresentables y que algo tendremos que hacer.

En principio no parecía mala la idea la propuesta del ex futbolista francés Eric Cantona, eso de que daríamos un buen palo a los bancos si nos presentáramos todos a una, con la libreta en la mano, y sacáramos nuestros ahorros. Pero se trata de una propuesta arriesgada de muy difícil ejecución. Lo primero porque los bancos, que no son tontos, ya estarán sobre aviso y lo segundo porque muchos de nosotros lo único que podríamos retirar serian números rojos. Así que si nos presentáramos, todos a una, armando bulla y pidiéndoles que nos den los cuatro duros de la nómina, nos esperarían a la salida para darnos una buena paliza con el euribor de la hipoteca. Además, los ciudadanos, en general, solemos ser más prudentes que las elites que manejan el control aéreo o el tráfico del dinero. Casi preferimos soportar los abusos que un colapso en los aeropuertos o en nuestras tarjetas de crédito. De modo que la solución más viable, la única diría yo, seria disponer del ejército para acabar, de una vez por todas, con esa actitud arrogante del jefecillo de sucursal que se niega a recibirnos o que si nos recibe es para mirarnos de arriba a bajo, componer media sonrisa, y responder, encogiéndose de hombros: «Lo siento, pero con las garantías que nos ofrece no podemos darle ese crédito, no estamos seguros de su solvencia».

¿Cómo se atreve? Oiga una cosa, si no fuera por mi, ustedes ya hubieran quebrado. Ha sido con el dinero de mis impuestos con lo que han tapado el tremendo agujero que cavaron sus jefes haciendo barbaridades. El argumento, que además de sólido y contundente es una verdad como un templo, no impediría que el jefecillo siguiera negándose y se atreviera, incluso, a estrecharnos la mano para despedirse de forma amable. Pero -¡ay amigo!- con dos militares, o un par de guardias civiles, uno a cada lado, diciéndole: «Ya está dándole usted a este hombre el crédito que solicita y 20.000 euros más para que se compre un coche». Le iban a temblar las piernas y le faltaría tiempo para firmar.

Con el ejército, o la Guardia Civil, en los bancos todo cambiaría a mejor. Se reactivaría el consumo, daríamos un impulso al ladrillo, salvaríamos la industria del automóvil y creceríamos por encima del cuatro por ciento, que es de lo que se trata.

Milio Mariño / Artículo de Opinión/ La Nueva España

lunes, 6 de diciembre de 2010

La justicia, peor que la economía

Milio Mariño

Mientras luchamos por librarnos de la pandemia que amenaza al euro parece que todo lo que no sea el Ministerio de Economía funciona como tiene que funcionar. Todo, incluido la Justicia que sigue cosechando alabanzas sin que, por lo visto, nadie haya reparado en un informe de la Comisión Europea para la Eficacia, que señala que España tiene el índice más bajo de casos resueltos, el presupuesto más alto por habitante y el plazo más largo para resolver una demanda.

Lo que se desprende del citado informe es que la Justicia, en España, está peor que la economía; que ya es decir. Y, en este caso, con el agravante de que no podemos echarle la culpa al ladrillo, ni a la crisis, ni al Gobierno de Zapatero. Aquí el mérito, todo el mérito, es del propio estamento. Digo esto porque el problema de la Justicia, para mi sorpresa, y supongo que la de todos, no es económico. No lo es porque el presupuesto que España destina, para el conjunto de los tribunales, el Ministerio Público y la ayuda judicial, supone 86,3 euros por habitante, una cantidad que supera, de largo, lo que destinan otros países como puede ser Francia, donde el presupuesto por habitante es, solo, de 57,7 euros.

¿Qué pasa entonces? ¿Cómo es que la Justicia nos cuesta casi el doble que a los franceses, resolvemos muchos menos casos y el plazo medio para una demanda es el más elevado de Europa?

Viendo los datos, y los resultados, cabe suponer que alguna culpa tendrán los jueces, los fiscales y los funcionarios porque ya seria el colmo que los culpables fueran los que recurren a un pleito para defender sus intereses, o quienes esperan a ser juzgados porque, presuntamente, han quebrantado la ley.

Las comparaciones, lejos de odiosas, pueden ser instructivas y, a este respeto, se me ocurre que solemos quejarnos de que los médicos de la Seguridad Social son parcos en explicaciones y ásperos en el trato. No digo que no, pero podíamos darnos con un canto en los dientes si los jueces, en general, fueran igual de eficaces y la mitad de amables. De ahí que no sea casualidad que la Justicia, según el CIS, aparezca como la institución peor valorada por los españoles, pues a su lentitud y su ineficacia hay que sumar que en ningún otro sitio suelen tratarnos como en los Jugados, donde además de dar la impresión de que siempre están enfadados sigue siendo frecuente que alguien responda: «Aquí el que manda soy yo».

Por supuesto que manda, pero manda mal, suele ser autoritario y muy poco eficaz. Actitudes que se corresponden con los que creen que están por encima del bien y del mal, no tienen que rendir cuentas a nadie y su presencia es como para que nos echemos a temblar.

La mejor justicia, no cabe duda, es la que no se utiliza. Ya saben, tengas pleitos y los ganes. Lo malo que, inevitablemente, tenemos que recurrir a los tribunales porque son muchas las circunstancias objeto de conflicto. Y, los tribunales, para eso están. Para atendernos con diligencia, eficacia y corrección. Si no es así, si la Justicia es nuestro peor servicio público, va siendo hora de que nos dejemos de alabanzas y abordemos una reforma que es más urgente que muchas de las que se piden y se acometen sin dilación.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / La Nueva España

lunes, 29 de noviembre de 2010

Morir de cine

Milio Mariño

Quizá me reprochen que la comparación clama al cielo, pero no seria honesto si no les dijera que cuando leí que el Gobierno iba a regular por ley el derecho a una muerte digna, lo primero que me vino a la cabeza fue la angustia que nos quitábamos de encima, y la satisfacción que sentíamos, cuando la película tenía un final feliz.

No sabría decirles por qué asocié la muerte con el cine. Acaso porque, cada vez con mayor descaro, las noticias son tratadas como espectáculo. Sea por lo que fuere, lo que si les digo es que, cuando era joven, no soportaba ver una película que acabara mal. Ni las que acababan mal ni aquellas que llamaban de final abierto. Las que te dejaban sin saber las decisiones que habían tomado los personajes, o el giro último de los acontecimientos.

Algo así, salvando las distancias, claro está, viene sucediendo con nuestro final, pues la decisión de que un paciente terminal tenga una muerte digna depende, en buena medida, de que el médico que se ocupa del enfermo sea sensible a la demanda de los allegados y se juegue el tipo aplicando, sin ninguna cobertura legal, lo que, a mi juicio, es un derecho humano con todas las de la ley.

Respeto, profundamente, a quienes atribuyen al dolor un valor positivo y consideran que es un medio de purificación que nos permite purgar los pecados y colocarnos en disposición de acceder al perdón de Dios. Pero, lo mismo que esa creencia merece ser respetada, también habrá de respetarse el derecho a morir sufriendo lo menos posible.

Sé que hablar de estas cosas conlleva meterse en un jardín complicado. Encontrar un sentido lógico a la realidad del dolor, y al sufrimiento humano, ha sido, siempre, una tarea difícil y controvertida. Sobre todo por la actitud de la religión católica, la musulmana y cualquier otra, que suelen premiar el sufrimiento con la vida eterna y la santidad. No obstante, ni siquiera la fe debería impedir a quienes profesan cualquier religión que atendieran a razones que se sustentan sobre la base del raciocinio y el sentido común.

El peligro de este debate es la alusión interesada que, algunos, hacen de la eutanasia a sabiendas de que, mayoritariamente, provoca rechazo. Quienes actúan así, tergiversando el propósito de la futura ley, recurren, también, a la falacia de que el Gobierno debería prestar atención a cuestiones más importantes, como la crisis económica, antes de preocuparse porque los últimos momentos de una persona transcurran sin dolor.

Se podrá estar de acuerdo, o no, con el propósito de regular, por ley, el acceso a una muerte digna, pero me parece de un sarcasmo cruel, y de un cinismo que no tiene perdón, esa alusión a que, las personas, cuando hay que evitarles el sufrimiento es durante toda la vida y no en el momento de su muerte.

Dicen esto los que, precisamente, menos defienden que haya justicia social. Y coincide, también, que los defensores del dolor suelen ser los que menos han sufrido en la vida y tienen medios y recursos para no sufrir tampoco cuando les llegue la hora final. Así que no me arrepiento de haber relacionado la muerte con el cine: ya que tenemos que morir que sea como en aquellas películas en las que, los que morían, lo hacían con una sonrisa en los labios. ¿Por qué no?

Milio Mariño / Artículo de Opinión / La Nueva España

lunes, 22 de noviembre de 2010

El perro único

Milio Mariño

Entre las muchas cosas que no entiendo está que consideremos al perro el mejor amigo del hombre y que cualquier referencia que hagamos del hombre, en relación con el perro, sea para insultarlo. Ahí tienen, todavía calientes, las declaraciones de Manolo Preciado. Manolo llamó canalla a Mourinho. Y, canalla viene de can: se dice del que es despreciable y se comporta de manera malvada. Pero no teman, la cosa no va de insultos ni de nada relacionado con el fútbol. Va de perros. De una medida que piensan adoptar en Shangai, para mí, con gran visión de futuro: el perro único. En eso andan ahora allá por la ciudad más rica y moderna de China, redactando una nueva ley que prohibirá a las familias tener más de un perro.

No será fácil. Las prohibiciones suelen ser mal recibidas, así que lo más probable es que esa ley suscite el mismo rechazo que la nuestra antitabaco, considerando, incluso, que las molestias no son comparables. Los fumadores pueden tener malos humos pero, generalmente, no ladran, ni muerden, ni hacen pis en los tiestos o dejan las aceras que parecen semilleros de setas marrón oscuro. No obstante, ruego perdonen el lapsus de este fumador indignado. Olvídenlo, olvídenlo todo, porque de lo que yo quería hablarles era de la ley que están pensando los chinos para frenar el crecimiento perruno.

Quizá no se lo hayan planteado nunca, de modo que igual se sorprenden si les digo que aquí, en España, hay entre 9 y 13 millones de perros. Lamento no ser más concreto. El dato proviene de una agencia europea ya que por más esfuerzos que hice no fui capaz de encontrar un censo fiable y más ajustado. Sé que las autoridades están en ello y que en algunas ciudades han avanzado mucho. En Gijón, por ejemplo, hay censados 19.679 perros. Qué no sé si serán pocos o muchos pero, siguiendo la proporción perro-habitante, resultaría que en Avilés andaríamos por los 6.000, más o menos. Me refiero a perros oficialmente censados, a los que habría que sumar los perros sin papeles, los asilvestrados y los que buscan amo sin pasar por el registro.

La cifra, a nivel local, no parece alarmante. Otra cosa es Europa donde, según la Consultora Euromonitor, hay nada menos que 41 millones de perros. Así que entra dentro de lo sensato que las autoridades comiencen a plantearse la política del perro único. Los perros han venido recibiendo un trato cada vez mas humanizado, de modo que si, en su día, la orientación fue hacia el hijo único, no debería extrañarnos que ahora se plantee lo mismo con el perro.

Los perros tendrán que adaptarse, necesariamente, a la crisis, al cambio en el estilo de vida y a las posibilidades económicas de sus propietarios. A las malas y a las buenas porque, en España, ya hay restaurantes que anuncian que los perros pueden sentarse a la mesa junto a sus dueños y hoteles que ofrecen cama king size, paseador personal, peluquería canina y comida de primera calidad. Lo cual confirma que son un miembro más de la familia y eso, además de imponer un control demográfico, debería traer consigo que también les afecte la ley de igualdad de genero pues, según revela una encuesta, quienes se encargan de sacar el perro a la calle son, en la mayoría de los hogares, en el 80 por ciento, el padre y los hijos.

martes, 16 de noviembre de 2010

La Roja, de vergüenza

Milio Mariño

A veces pienso si España no será un país antipático al que pertenecemos porque estamos obligados y no hay razones de peso para que nos admitan en ningún otro sitio. Digo esto porque van a ver lo españoles que son algunos.

Doy por hecho que estarán al tanto de que los jugadores de la selección española son campeones del mundo en dos modalidades: en lo de jugar al fútbol y en lo de forrarse luciendo la camiseta de su país. Recordarán que les habían prometido 600.000 euros, por barba, si ganaban el Mundial. Una cantidad que doblaba o triplicaba lo que podía percibir cualquier jugador de las otras 31 selecciones que participaron en Sudáfrica.

Pues bien. Algunos, entre los que me cuento, pensábamos que 100 millones, para cada uno, era mucho, mientras que otros consideraban que lo tenían bien merecido, si es que, al final, ganaban. Pero claro, lo que no sabíamos era que los dirigentes de la Federación Española de Fútbol y los jugadores internacionales se hubieran puesto de acuerdo para aprovechar una triquiñuela, servirse de una posibilidad que recoge el régimen fiscal para quienes trabajan fuera de nuestro país, y tributar no en España, sino en Sudáfrica; donde cada jugador se ahorra, en impuestos, nada menos que 132.000 euros.

Tampoco sabíamos que, a nuestros héroes de la Roja, la prima por haber ganado el Campeonato de Europa, les fue abonada en Suiza para que, igual que sucede ahora, pudieran ahorrarse otro pastón en impuestos.

Toma castaña. Eso si qué es ser español, español, español? Español de primera, de los que llevan la bandera tatuada en el pecho y la cartera la ponen en Suiza, las Seychelles o cualquiera de los paraísos fiscales a los que se acogen los patriotas de pacotilla.

Lo escandaloso es que los jugadores de la selección no son los únicos. No, ni mucho menos. Si hacemos recuento resulta que, de todos nuestros deportistas de élite, sólo Rafa Nadal y Alberto Contador tributan en España. El resto: Fernando Alonso, Carlos Moyá, Dani Pedrosa, Jorge Lorenzo y un largo etcétera tributan en paraísos fiscales donde apenas pagan impuestos.

La relación de españoles que se escaquean y no tributan en España es tan amplia que nos ha llevado a preguntarnos si, realmente, hay diferencia entre evitar y evadir impuestos. Y sí, sí que la hay. Evitar impuestos es legal mientras que evadirlos está considerado delito.

No sé lo que pensarán, pero a mí me sorprende que ambos casos no se traten igual. Me sorprende porque, en el fondo, estamos en lo mismo. La intención, de quien evita o evade impuestos, es idéntica. Es beneficiarse a sí mismo hurtando a la Hacienda Pública, y al resto de ciudadanos, lo que debería pagar en impuestos. Así que no veo la diferencia. Y, no sólo no la veo, sino que me parece vergonzoso que quienes están en el ajo, de este escaqueo de 3 millones de euros a las arcas del Estado, sean los jugadores internacionales y un organismo oficial como la Federación Española de Fútbol. Una Federación y unos jugadores que son españoles para cobrar y suizos o sudafricanos cuando toca pagar impuestos.

Ésa es la historia, de modo que, en buena lógica, les hubiera correspondido el premio «Príncipe de Beckelar» y pasear en autobús por Johannesburgo. Es lo que merecen, y aún me parece mucho.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Kilos en sueldos y teléfonos

Milio Mariño

Había prescindido, hace ya mucho tiempo, de saber lo que ganan los políticos. Prefería no saberlo. Y eso que siempre fui partidario de que estuvieran remunerados con generosidad, sin esa tacañería absurda que algunos exigen cuando se trata del prójimo o de algún cargo público. Pero, claro, una cosa es que los políticos tengan un sueldo decente y otra distinta que el Alcalde de un concejo de 10.000 habitantes, como es el caso de Gozón, cobre 60.000 euros al año.

Justamente por eso, por no cabrearme cada vez que leía lo que ganaba tal o cual político, había prescindido de saber lo que ganan. No me interesaba. Pero, ya saben, basta que uno muestre desinterés por algo para que insistan en qué tiene que interesarle. El caso que así, sin buscarlo, me encontré con una entrevista en la qué Rajoy decía: «Pues yo debo ganar unos seis mil y bastantes más euros netos al mes, más la asignación de casi 3.000 euros por mi condición de diputado». Ahí va la leche, este no solo no se ha bajado el sueldo sino que se lo ha subido un treinta por ciento. Pensé. Y lo que más me llamó la atención, y me cabreó, fue que Rajoy lo dijera como si no supiera lo que ganaba o le importara un pimiento.

En principio, me pareció que ganaba mucho pero viendo lo que gana María Dolores de Cospedal, que está por debajo en el escalafón, resulta lógico que su jefe la supere y pase de los 250.000 euros al año; cuatro veces más de lo que gana el Presidente del Gobierno.

No crean que aprovecho para cargar, de nuevo, contra el PP. No, ni mucho menos. Me limito a reproducir lo que algunos de sus dirigentes manifiestan, de forma muy natural, sin que les tiemble el pulso. Sé que hay alcaldes, del PSOE y del PP, que pasan de los 100.000 euros al año. Y sé, también, que el parque de coches oficiales y teléfonos móviles, en los Ayuntamientos y en las Comunidades, sean del signo que sean, es como para echarse a temblar. Aquí mismo, en Castrillón, andan a vueltas con la reducción del gasto y con qué si serán pocos o muchos los 50 móviles que paga el Ayuntamiento. Pero es que en Andalucía hay 37.831 móviles corporativos cuya factura paga, todos los meses, la Junta. Han leído bien, 37.831 móviles. Echen cuentas y verán: un disparate, solo, en teléfono. Luego sumen coches oficiales, cargos de confianza, comidas de trabajo y hasta la insólita factura, de 6.112,24 euros, que pagó el Ayuntamiento de Villalbilla por una línea erótica. Es decir que, viendo lo que siguen gastando, no es que se hayan enterado tarde de que la crisis amenaza con devorarnos, es que creen que la crisis no va con ellos, que solo la tenemos usted y yo.

Que el Jefe de la Oposición gane cuatro veces más que el Presidente del Gobierno, que La Junta de Andalucía pague 37.381 teléfonos móviles, que la Comunidad presidida por Esperanza Aguirre tenga 156 coches oficiales y que el alcalde de un pueblo de 10.000 habitantes cobre 60.000 euros al año, son apenas cuatro detalles de un disparate nacional que nadie parece querer atajar. Lo curioso del caso es que los partidos políticos, todos los partidos, dicen que depende, solo, de nosotros que salgamos de este embrollo.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / La Nueva España

martes, 2 de noviembre de 2010

Tea Party, de risa

Milio Mariño

Asombra lo fácil que resulta, ahora, fabricar y propagar una pretendida nueva política que es más vieja que Carracuca. No hacen falta ideas originales ni propuestas brillantes que deslumbren al electorado. Alcanza, y sobra, con un poco de frustración y con las ruinas y los escombros de un mítico pasado en el que todo era más sencillo porque el mundo giraba despacio y estaba dividido entre buenos y malos.

Como muestra ahí tienen El Tea Party americano, un movimiento ultra conservador, primitivo y xenófobo, que si por algo destaca es por la tosquedad de sus mentiras, por su grosería y por la poca inteligencia de quienes las dicen y las repiten, tergiversando, de forma infantil, las causas de una crisis cuyo origen sitúan en la aspiración malsana de quienes pretenden vivir mejor y en los gobiernos que insisten en proporcionar a la población un Estado de Bienestar que tildan de comunista, pues distribuye los impuestos de forma que los más pobres dispongan de enseñanza gratuita, de Seguridad Social, de una paga vitalicia cuando se jubilan y de un subsidio de supervivencia cuando quedan sin trabajo.

Es lo que viene a decir el Tea Party que triunfa en Estados Unidos. Reclama a los dos partidos, al demócrata y al republicano, menos Estado, menos impuestos, nada de sanidad para todos, expulsión de los emigrantes y vuelta a la América de los años cincuenta. Una América que, en su opinión, han echado a perder los políticos con sus ideas socializantes, con su tibieza en las guerras de Irak y Afganistán y con la deriva de un presidente, Obama, que es marxista y musulmán.

En esas están por aquellos pagos. Y, bueno, ya sé que esto no es América. Ni esto es aquello ni Asturias es Texas, pero imaginen, por un momento, que a cualquiera se le ocurre pintar un ALSA de rojo y gualda y hacer una gira por España reclamando al PSOE y al PP volver a las cincuenta y dos provincias de 1833, la supresión de todos los ministerios -excepto Defensa, Justicia, Hacienda y Asuntos Exteriores-, la Seguridad Social sólo para los que trabajan, la abolición del subsidio de paro y de cualquier otro subsidio asistencial, la vuelta a la escuela hasta los catorce años y al bachillerato con reválida, el salario libre de impuestos, la Guardia Civil en la casa cuartel, a las ordenes de un sargento como Dios manda, y un decreto regenerador de la política que acabe con el politiqueo y nos devuelva al muy eficaz sistema de representación por tercios, en el que tendría una relevancia especial el tercio de los elegidos natos: ministros, altos funcionarios, miembros del poder judicial, alcaldes de capitales de provincia, rectores de universidad y otros a designar.

Ese sería el resultado de la traducción, al español, del Tea Party americano. Esa es, más o menos, la propuesta que allí, en Estados Unidos, está haciendo furor y poniendo contra las cuerdas a los dos partidos mayoritarios. Más al demócrata que al republicano, pero también a este porque, aunque son muy, pero que muy de derechas, no llegan a tanto.

El Tea Party americano me parecía de risa, algo inaudito, pero viendo el éxito que está teniendo ya no me río tanto. Sobre todo porque aquí también serían muchos los que se sumarían al carro. Quiero decir a ese autobús con chofer autoritario.

Milio Mariño / La Nueva España / Artículo de Opinión

lunes, 25 de octubre de 2010

Y Rajoy sin cobrar la herencia

Milio Mariño

Los que tanto hablaban de la soledad del Gobierno, de que Zapatero era un cadáver político y los Presupuestos el testamento de un Presidente difunto, pasean solos por el cementerio lamentando que no hubiera entierro. Solos y tan escasos de afecto que no se han acercado a ellos ni CIU, PNV y Coalición Canaria, que son los partidos hermanos. Nadie quiere estar a su lado, de ahí que sigan hablando del que creían difunto y caigan en la contradicción de reprochar que le prolonguen la vida cuando, según su diagnóstico, ya no tiene remedio. Olvidan que ellos defienden, como cuestión de principios, que hay que mantener vivo al enfermo aunque se esté muriendo a pedazos.

Lo sucedido estos días confirma lo que se sospechaba hace tiempo, que Rajoy no tiene arrestos para enfrentarse a un vivo. Que su estrategia es llegar a La Moncloa cuando le confirmen que el inquilino ha muerto. Llegar como llegó a presidente del PP, en virtud de un testamento del qué podía deducirse un supuesto derecho a la legítima hereditaria.

La estrategia es la misma. De ahí que el comportamiento no pueda ser otro que el de quién se siente heredero y no da un palo al agua, fiándolo todo a cuando tenga la herencia en su mano. Así que, con esas miras, sigue esperando, sentado, a qué llegue el momento. Por eso se prodiga lo justo. Prueba de ello es que, de Rajoy, sólo sabemos lo que dijo el guitarrista José Ignacio Lapido: que es de derechas, tiene barba y pone mucha convicción cuando no dice nada. Bueno, también sabemos que se tiñe el pelo, que su barba blanca no concuerda con el color que luce el cabello superado el límite de las patillas, a la altura de las orejas, pero para mi que no es un capricho coqueto, debe ser un efecto reflejo de las obscuras ideas que le bullen por la cabeza.

La imagen que proyecta Rajoy se asemeja, cada vez más, no a la de un candidato que hace propuestas para ganarse al electorado, sino a la de un heredero que no habla por miedo a meter la pata y perder la herencia. Lo suyo es sonreír, repartir apretones de manos y no meterse en líos. Esperar que el enfermo acabe palmando para, luego, cobrar la herencia y después ya veremos. Tiempo habrá para hablar de economía y de cómo resuelve el problema del paro bajando los impuestos, al tiempo que, con menos dinero, mejora la sanidad y la educación, sube las pensiones y mantiene la edad de jubilación a los 65 años. Eso queda para después, ahora lo que procede es reprochar a otros partidos, de derechas, que hayan vuelto a dejarlo solo y hayan ido corriendo, con el oxigeno en la mano, para salvar a un Presidente que casi ni respiraba. Un Presidente al que ya daba por muerto y fue el más vivo del cementerio. Se aferra a la vida y maniobra para seguir viviendo como aquel otro Presidente que, sin estar tan enfermo, encargó al, ahora, heredero Rajoy que trasfiriera al Gobierno del PNV, en una semana, más competencias de las que Felipe González había trasferido en 13 años. Pero, de eso, Rajoy no se acuerda. No se acuerda de nada, solo piensa en la herencia.

martes, 19 de octubre de 2010

Oído al odio

Milio Mariño

Pocas visiones hay tan hipnotizadoras como la de alguien a quien se detesta con toda la fuerza y la rabia que quepa en cabeza humana. Lo saben los escritores y también los directores de cine; recuerden si no el éxito de aquella serie de televisión que se anunciaba como «The man you will love to hate» -el hombre al que te encantaría odiar-, cuya imagen correspondía al malvado J. R., que fue quien tuvo el honor de procurar la felicidad a todos los que disfrutaron odiándolo durante casi una década.

Pues bien, todo indica que ZP es, ahora, el sustituto de J. R. en cuanto a generador de odios. Son muchos los que rivalizan en profesarle antipatía y se esfuerzan para ganarse el mérito de odiarlo más que nadie. Empeño harto difícil, ya que los insultos y las descalificaciones se suceden de forma exponencial, mientras que los adjetivos se agotan y comienzan a repetirse convirtiendo el asedio en una letanía que ya huele mal.

Cultivan esa tarea algunos periodistas, ciertos políticos y otros freaks, nostálgicos del franquismo, a quienes Rajoy también les parece de izquierdas, pero menos que Zapatero. Lo cierto es que unidos en la cruzada de enterrar de una vez por todas el cadáver de ZP, que así es como lo llaman, se juntan los que están deseando llegar al poder con los freaks que decíamos antes. La encuestas les favorecen y lo celebran emborrachándose de euforia hasta ponerse ciegos de odio y confundir la protesta con el gamberrismo político. A unos se les va la mano, insultando, y a los otros les juega una mala pasada el cerebro, pues se les ve muy contentos festejando, por todo lo alto, la incultura de una minoría de ciudadanos que no tienen reparo en faltarle al respeto al Estado. Al Estado y a todos los españoles que piensan, y pensamos, que hay nada menos que 364 días al año, y uno más los años bisiestos, para protestar y hasta abuchear, si llega el caso, al presidente del Gobierno.

Imagino, y espero no equivocarme, que la inmensa mayoría de los españoles no puede estar de acuerdo con que los reproches, los insultos y los abucheos se conviertan en tradición y formen parte del programa de festejos de la Fiesta Nacional de España. Quizá no comparta, aún sabiendo que otros muchos países democráticos así lo hacen, que el eje central de la celebración consista en un desfile militar. Pienso que va siendo hora de que la sociedad civil tenga el protagonismo que le corresponde. Y pienso, también, que se puede celebrar el 12 de octubre sin que el festejo sea ver al Rey y a los representantes de las principales instituciones del Estado saludando a la Legión y a la cabra «Manolo», como símbolos y garantía de la España democrática.

Pensar de ese modo no me impide guardar el debido respeto y aceptar los actos con dignidad y elegancia. Por eso me resulta chocante que quienes abuchean, siempre en la misma fecha, al presidente democrático de España sean los mismos que, a renglón seguido, aplauden de forma entusiasta a las tropas. No sé, ni me preocupa, si añoran estar gobernados por un general de uniforme. Lo que me preocupa es que quienes aspiran a gobernarnos les rían la gracia.

Milio Mariño/ Artículo de Opinión/ La Nueva España

lunes, 11 de octubre de 2010

Lo que hay es mucha ignorancia

Milio Mariño

En la infancia, hace ya medio siglo, oía decir con frecuencia que lo que había en España era mucha ignorancia. Y debía haberla, pero no parece que se haya resuelto el problema porque si bien es cierto que los ignorantes de entonces es muy posible que ahora no lo sean, resulta que se han vuelto ignorantes los que antes no lo eran. Así que estamos en las mismas. La ignorancia, lejos de desaparecer, sólo ha cambiado de acera.

Todo hacia pensar que iríamos mejorando, que la ignorancia, en España, no podía ser un mal endémico. Era lo lógico, lo que decía el sentido común. Pero, últimamente, he visto a tantos catedráticos, columnistas y políticos hacerse los ignorantes que he acabado por convencerme de que realmente lo son. Me convencí después de lo de septiembre.

Después de aquel aluvión de editoriales, artículos de opinión y tertulias, en las que se machacaba a los sindicalistas poniéndolos de vagos, medio analfabetos, violentos y caraduras. Un despliegue en toda regla que no evitó que diez millones de trabajadores hicieran caso a los sindicatos y fueran a la huelga.

Diez millones son nada, es un fracaso, dicen los que un día dijeron que ese número de votos suponía un respaldo sin precedentes. Pero, en mi opinión, no lo dicen a mala fe, lo dicen por ignorancia. Como nunca hicieron huelga ignoran que secundarla sale mucho más caro que depositar un voto en la urna.

Ignoran eso y muchísimas cosas porque hace cuatro días clamaban, desde sus columnas, poniendo como ejemplo, por su política de impuestos bajos, despido flexible y sector público austero, al gobierno neoliberal de Irlanda, y aún no se han enterado de que Irlanda está peor que Grecia. Es el país europeo donde el desempleo, porcentualmente, ha crecido más. Más incluso que en España, que ya es decir.

Ignorar lo que pasa en el mundo, opinar de lo nuestro sin tener idea de lo que ocurre más allá de nuestras narices, supone que cualquier ignorante puede plantarse en una tertulia, en un café, o en un periódico incluso, y despacharse a gusto poniendo de vuelta y media al primero que se tercie.

No conforme con eso, como la ignorancia es muy atrevida, aprovecha para solucionarnos la vida y decirnos, de paso, a quien tenemos que votar. Ignora, como ignorante que es, que elegir entre lo malo y lo peor no es elegir.

Se estarán preguntando, imagino, qué cómo es que quienes antes no lo eran, ahora, se han vuelto ignorantes. Muy sencillo; la ignorancia tiene sus ventajas. Quizá no tantas como para darnos la felicidad plena pero si para ahorrarnos problemas y quebraderos de cabeza.

Si uno, por ejemplo, ignora la corrupción, como hacen los ignorantes, le trae al pairo que en Valencia haya más corruptos que naranjas. Otro tanto se puede decir de las medidas contra la crisis que están adoptando los gobiernos de toda Europa. Medidas que sólo conocen los que no son ignorantes, los que están al tanto de lo que pasa.

Así es que, muy a mi pesar, tengo que ratificarme en lo dicho: lo que hay en España es mucha ignorancia. Y lo peor de todo es que a los abogados, periodistas, políticos y hombres de empresa que han decidido ejercer la ignorancia, lo que más les molesta es que los demás hayan dejado de ser ignorantes.

Milio Mariño / La Nueva España / Artículo de Opinión

lunes, 4 de octubre de 2010

Pensar como el cangrejo

Milio Mariño

Me cuesta entender, y sobre todo aceptar, que mis hijos vayan a vivir peor de lo que vivo, y he vivido, yo. Acepto que tengamos que pagar un precio por una crisis que no hemos provocado y esta sirviendo para que los responsables sigan enriqueciéndose e imponiendo su ley. Lo acepto, quizá, porque es costumbre que siempre paguemos los mismos; no creo que sea porque voy haciéndome mayor ni, menos aún, por resignación.

Sea por lo que fuere tengo esperanza. Pero no esa esperanza que resuelve los problemas fiándolos a la voluntad divina y a que cuanto más suframos aquí más posibilidades tendremos de disfrutar en el otro mundo. La esperanza a la que me refiero se llama progreso. Progreso entendido como un avance irremediable hacia lo mejor.

Tener fe en que triunfará el progreso es lo que me salva. Así lo creo, aunque reconozco que no faltan conspiradores empeñados en convencernos de lo contrario. También reconozco, no soy un iluso, que para determinados grupos y personas el atraso tiene sus ventajas. Salta a la vista que la explotación pura y dura produce pingües beneficios. Es el modus operandi del capitalismo salvaje y lo que proponen esos partidarios del atraso que, para que no les llamen atrasados, se hacen llamar conservadores. Pero, a pesar de todo, a pesar de que avanzamos muy despacio y pagando un precio muy alto, sigo creyendo en el progreso. Por eso decía, al principio, que me cuesta entender y aceptar que mis hijos vayan a vivir peor que yo. No puedo aceptarlo. Y espero que ellos tampoco lo acepten, ni lo tomen como algo irremediable o un castigo divino contra el que nada se puede hacer.

Sé que la idea de progreso se ha debilitado y que hay una apatía alarmante que raya en la resignación. La machacona y eficaz propaganda de quienes detentan el poder económico hizo que calara muy hondo lo que algunos no se cansan de repetir como única solución. Eso de que, para que la economía progrese es imprescindible que los trabajadores renuncien a ciertos derechos, perciban menos salario y allá se las compongan en la vejez. Es decir que, para que unos pocos sigan viviendo como hasta ahora, o incluso mejor, los más tenemos que ir tomando ejemplo de los chinos, los hindúes y los magrebíes porque así es como nos tocará vivir.

Envuelto como palabra de Dios, con la creación de empleo como señuelo y una vela a San Antonio para adornarlo mejor es lo que nos están proponiendo. Que en vez de exportar nuestro progreso a los trabajadores del tercer mundo, que no tienen derechos y malviven explotados, les tomemos como ejemplo. Eso dicen, que esclavizando a la gente es como se progresa y se gana dinero. Y son muchos a decirlo, incluido algún premio Nobel que ha dicho, sin inmutarse, que es imprescindible retroceder en las conquistas sociales para que la economía pueda seguir avanzando.

Entiendo que nos agarremos a un clavo ardiendo con tal de evitar el dolor de sentirnos solos y desprotegidos pero si los insectos piensan, aunque menos que las ratas y estas menos que los perros y estos menos que los monos y estos menos que nosotros, me niego a que me hagan pensar como el cangrejo. No acepto que, solo, puedo ir a mejor si camino hacia atrás.

Milio Mariño / La Nueva España / Artículo de Opinión

domingo, 12 de septiembre de 2010

Tricornios a cuatro euros

Milio Mariño

Sucede, a veces, que uno escribe sobre la tristeza y hay gente que acaba riéndose. Me lo dijo una señora mientras tomaba café. Yo es que me río mucho con lo que escribe. Se lo agradezco, señora, pero yo escribo en serio. Le dije. Y, para demostrar que no bromeaba, puntualicé que aquello que, según ella, le había hecho gracia (lo de que los tricornios y los uniformes de la Guardia Civil se hicieran en China) no era producto de mi imaginación sino una realidad de la que podía dar fe Rubalcaba.

Me temo que no debí convencerla. No sufro por ello, pero me fastidia. Me fastidia, no que la gente se ría sino que, a pesar del cariño que pongo en lo que escribo, me feliciten solo por la ironía. De todas maneras, como quiera que la Guardia Civil acaba de manifestarse pidiendo mejoras, vuelvo al tema que hizo reír a la señora para insistir en qué uno, en su modestia, se lo toma en serio.
Hoy, cuando escribo esto, es un día suave. Uno de esos días en los que todo parece absurdo. Todo menos que el Gobierno compre los tricornios y los uniformes de la Guardia Civil en China. Lo explica muy bien, en una entrevista, el señor Qixiang, que no es ningún aberzale por la oficialidad de la Llingua sino alto ejecutivo de una empresa textil radicada en Tianjin.

Qixang se muestra orgulloso de su contrato con el Gobierno español. Se sabe imbatible en el precio. Un tricornio que en una empresa de Sevilla cuesta 38 euros, él lo pone en Madrid a 4 euros la pieza. La diferencia es tan brutal que por mucho que la industria del tricornio pueda ser considerada como un sector estratégico a proteger no parece justificado que el Gobierno pague esa barbaridad. Ahora bien: ¿Cómo puede ser que los chinos vendan por cuatro euros lo que los sevillanos quieren vender por treinta y ocho? ¿Es, solo, la mano de obra la que establece la diferencia en el precio?
Según la Unión de Oficiales de la Guardia Civil hay más factores que deberían ser tenidos en cuenta. Dicen que el tricornio que viene de China no está forrado de corcho ni tiene el agujero ovalado, que es redondo y de un material conglomerado que no transpira ni puede encajarse en la cabeza y que, al menor movimiento, se tuerce o se cae. Así que no han dudado en calificarlo como muy estético pero poco funcional y operativo, sobre todo si hay que correr.

La Asociación Unificada de la Guardia Civil opina igual que la Unión de Oficiales. Llevarán razón en sus quejas pero, teniendo en cuenta que el primer pedido que se hizo este año fue de 10.000 trajes y 7.000 tricornios, no se yo si estaría justificado que el Gobierno pagara 34 euros de más por cada tricornio, en concepto de todo por la patria del tricornio nacional. Es una reflexión que dejo en el aire justo cuando la Guardia Civil acaba de manifestarse pidiendo mejores condiciones de trabajo. Reflexión que no significa que no quiera mojarme. A mi me parece que si los tricornios que vienen de china no transpiran, supone realmente un problema pero eso de que se caen si el Guardia Civil tiene que correr… Lo que yo tenía entendido era que quienes corrían eran los delincuentes, no la Guardia Civil.

lunes, 6 de septiembre de 2010

Bienvenidos a la tristeza

Milio Mariño

Fue bonito disfrutar del buen tiempo, el rumor de las caracolas, la sidra recién escanciada y las romerías de tambor y gaita, pero vuelve septiembre y volvemos a la tristeza de una crisis que no ha cogido color ni con el Campeonato del Mundo de fútbol, la victoria de Contador en el Tour, el triunfo de Nadal en Roland Garros, la visita de Michelle Obama a Marbella, ni la tan deseada, por los banqueros, reforma del mercado de trabajo. La crisis sigue pálida como en invierno y de un humor parecido al de esa vecina amargada que no ha podido irse de vacaciones ni a casa de su cuñada. Se mantuvo encerrada en lo suyo y tanto le dio que le dio lo mismo que España triunfara en el mundo. No se movió por más que Zapatero aceptara alguno de sus caprichos y Rajoy se ofreciera para mandarla a paseo en su coche olvidando que, cuando uno se marca un viaje, es obligatorio llevar el cinturón de seguridad puesto.

Reconozco que nos divertimos, pero el verano se acaba. Y como la vida sigue y hay que seguir en la brecha, me senté en una terraza y comencé a darle vueltas a lo que sería volver en septiembre si todo lo que fueron triunfos hubieran sido fracasos. Es decir, si la selección no hubiera pasado de cuartos, ni Contador hubiera ganado el Tour y el despido hubiera seguido siendo barato pero sin llegar a ser gratis.

Algunos de mis amigos dicen que estaríamos peor. Puede ser. A fin de cuentas, todo lo que va mal es susceptible de empeorar. No obstante, viendo el resultado de los triunfos, cabe pensar que estaríamos igual. Igual en lo económico pero peor en lo patriótico, me advierten rebosantes de orgullo. Y ahí me han pillado, pues de no mediar aquellos triunfos a estas alturas sólo serían patriotas los cuatro fachas de siempre y algún despistado de esos que no se enteran de nada y menos de que la bandera y la pulserita bicolor eran patrimonio de unos pocos. En eso hay que reconocer que hemos mejorado hasta el punto de arrebatarles el monopolio y que España se proclame roja de Peñas a Tarifa, incluidas Ceuta y Melilla. Ahora bien, dado que la crisis no era, sólo, de fervor patriótico sino materialista, hasta el punto de que veíamos un billete de cien euros y teníamos que agarrarnos a un árbol para no desmayarnos del susto, parece que aquellos triunfos sólo han servido para dos cosas: para que en julio se incrementara un poco la venta de cerveza en los bares y para que los chinos hicieran su agosto con la venta de camisetas y banderas españolas.

El balance económico de nuestros éxitos deportivos no ha podido ser más escaso. Una injusticia, porque ya me dirán si no es injusto que los chinos, que ya hacían los uniformes y los tricornios de la Guardia Civil, hayan hecho negocio con los triunfos de España mientras los españoles nos quedábamos a dos velas. Cierto que estamos más delgados, somos más patriotas y lucimos un envidiable moreno, pero nuestra cartera sigue vacía. Los triunfos, decían, iban a servirnos para que todo volviera a ser como antes. Lo malo que estamos en septiembre y todo vuelve a ser como siempre. O peor, porque el Oviedo empezó empatando y el Sporting perdió cuatro a cero.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / La Nueva España

martes, 31 de agosto de 2010

Machotes y gallinas

Milio Mariño

Por más que parezca que todo es lo mismo, creo que la gente tiene conciencia de lo que encierra y no encierra mérito. Estoy convencido. Como también lo estoy de que son mayoría quienes se sitúan al margen, o por encima, de esa visión infantiloide de la política que algunos practican y les sirve para insistir en la idea de que hay dos tipos de españoles: los machotes y los gallinas.

Me parece bochornoso que cada vez que tenemos un conflicto salgan a relucir esos términos, pero ahí están, han vuelto con el asunto de Melilla y con toda la que se ha liado en torno a la liberación de los cooperantes. No se había confirmado la noticia y ya estaban llamando gallina al Gobierno y preguntando si había pagado o no había pagado rescate. La verdad, no sé para qué lo preguntan. De sobra saben cuál será la respuesta. Así que, a lo mejor, sólo lo hacen para ver la cara que pone el Ministro cuando responda, como un merluzo, según el guión al uso de los asuntos que no pueden explicarse en público, mientras ellos siguen riéndose, por lo bajinis, a la espera de pronunciar una parrafada final que, despojada de toda retórica, sólo querrá decir una cosa: «¡Jódete!».

Ésa es la impresión que dan. Parece como si estuvieran siempre al acecho, esperando a que ocurra algo, para hacerse con un micrófono y disparar lo que más daño haga. Como si de lo que se tratara, sobre todo, fuera de restar méritos y procurar que el Gobierno parezca una «troupe» de aborrecibles ineptos que deberían merecer el desprecio de los ciudadanos honestos.

Melilla, Afganistán, el «Alakrana»? Todo vale. Y en ese todo incluyo el rescate de los cooperantes, uno de esos asuntos que, según las leyes no escritas que gobiernan las sombras de los estados, ha de permanecer mudo y confinado en la mazmorra de los secretos. Cosa que sabemos todos, incluidos los que preguntan y se hacen los ingenuos.

Tal vez me reprochen que recurra a la filosofía con demasiada frecuencia, pero no se me ocurre nada mejor, para abordar este asunto, que traer a colación uno de los muchos dilemas que planteaba Epicuro. Aquel que decía: o bien Dios no quiere eliminar el mal o no puede; o puede, pero no quiere; o no puede y no quiere; o quiere y puede. Si puede y no quiere es malo. Si no quiere ni puede es malo y débil. Y si quiere y puede, por qué no lo elimina.

Ésa es la historia. Si el Gobierno quería y pudo, por qué no habría de liberar a los cooperantes. ¿Acaso por una supuesta razón de Estado que vendría a exigir que se pagara con tres vidas humanas lo que podía pagarse a un precio más barato? ¿Quién dice que lo correcto hubiera sido hacer lo que hizo Francia, que intervino, fracasó y al cooperante le cortaron la cabeza? ¿Habrían apoyado al Gobierno, si hubiera actuado así, quienes ahora se escandalizan por el canje de un prisionero y porque, según ellos, también se ha pagado rescate?

Estoy de acuerdo en que un Gobierno debe tener en cuenta las razones de Estado, pero eso no es una cuestión de machotes o gallinas. Eso pasa por evitar, como decía Baltasar Gracián, que los intereses de Estado se conviertan en razones, no de Estado, sino de establo.
Milio Mariño/ La Nueva España / Artículo de Opinión

lunes, 23 de agosto de 2010

Multas, las justas

Milio Mariño

Estoy preocupado y creo no es para menos. Supongo que estarán al tanto de que el número de accidentes de tráfico, así como el de heridos y fallecidos por dicho motivo, se ha reducido de forma considerable. También se han reducido las denuncias y las multas por infracciones de tráfico. Evidentemente no es eso lo que me preocupa. Lo que me tiene preocupado es que la DGT se alarme y pregunte por qué hay menos multas ahora que antes. No entiendo la pregunta. La respuesta se me antoja tan sencilla que no puede ser que nadie, en el Ministerio, la sepa. Tanto machacar y machacar, tantas campañas pidiendo prudencia que, al final, han surtido efecto. Poco a poco hemos ido concienciándonos y cometemos menos infracciones que antes. ¿No se trataba de eso? ¿No buscábamos un mejor comportamiento en las carreteras? ¿No intentábamos por todos los medios que la gente no corriera, que no utilizara el móvil, que no bebiera y que siempre llevara el cinturón puesto? Pues ahí lo tienen. Ahí están las cifras de siniestralidad para demostrarlo. Menos accidentes, menos heridos y menos muertos.

Es comprensible que no se fiaran mucho del éxito de las campañas ni de que, siendo como somos, fuéramos a entrar por el aro. Y, si me apuran, también puede comprenderse que Rubalcaba, doctor en ciencias químicas y atleta que en su juventud llegó a correr los 100 metros lisos en 10,9 segundos, no hubiera tenido tiempo de leer a Aristóteles. Pero, contando incluso con eso, debería saber que el primer principio de todos, el que los filósofos llaman de no contradicción, postula que no se puede sostener una cosa y la contraria. Es decir que no puede ser que tengamos menos accidentes de tráfico y que, al mismo tiempo, la gente siga cometiendo las mismas infracciones que cuando teníamos el doble. Así es que parece mentira que el señor Ministro y todos los jerifaltes de la DGT, hayan caído en la trampa de creer lo que dicen los Guardias Municipales, los Guardias Civiles, los Mosos de Escuadra y hasta la Ertzaina; que el descenso en cuanto al numero de denuncias se debe a que están tan deprimidos y tan bajos de moral que cada vez que intentan poner una multa se les cae el bolígrafo al suelo. ¡Cómo si no los conociéramos! Estoy seguro que cualquiera de ustedes podría contar una historia de esas en las que cuando iba tranquilamente por una carretera y creía ver a lo lejos que una familia estaba pasando la tarde detrás de unos matorrales, resulta que la tal familia eran una pareja de guardio y guardia de tráfico que simulaban estar de picnic para que usted se confiara y pisara la raya continua o se lanzara a ciento sesenta por hora.

Engañarán a Rubalcaba, pero a mi no me engañan. Si los guardias ponen, ahora, menos multas que antes es porque los ciudadanos somos más responsables, respetamos las reglas de tráfico y no les damos motivos. Bueno, y también, todo hay que decirlo, porque vamos conociendo sus trucos y descubrimos donde puede estar un radar, o un coche camuflado, aunque los disfracen de lagarterana. De modo que ya está bien de tomarnos el pelo. Ya está bien de hacerse los mártires y los buenos. Vamos hombre, solo nos faltaba que tuviéramos que aceptar que si los guardias no nos multan es porque no quieren.

Milio Mariño / La Nueva España /Artículo de Opinión

martes, 17 de agosto de 2010

El Día de Asturias llevado al ridículo

Milio Mariño

Estaba leyéndolo y no acababa de creerlo. Me parecía inaudito que Isabel Pantoja, Sergio Dalma, Chenoa, Soraya, Tamara y Nacho Cano fueran los elegidos para poner letra y música al Día de Asturias. No estoy seguro, pero creo que grité algún improperio y pedí con todas mis fuerzas que la Virgen de Covadonga, como ya ocurriera en tiempos de Pelayo, viniera en nuestro auxilio y nos librara de la folclórica, y de todos esos cantantes, aunque solo fuera por razones humanitarias.

Debía estar bastante alterado porque mis amigos trataron de tranquilizarme con palabras de ánimo y palmadas en la espalda. Déjalo, no te preocupes, allá ellos. Pero si me preocupo. Y me avergüenzo. No puedo evitarlo. Se me cae la cara de vergüenza viendo lo que están haciendo con el Día de Asturias.

No hay derecho, los asturianos no merecemos esto. Para mi es maltrato y discriminación de género que nuestras señas de identidad y nuestra cultura sean ninguneadas en favor de la copla, la bata de cola y la peineta. Poner a la Pantoja como santo y seña del Día de Asturias es como si nos anunciaran que en la Maestranza de Sevilla El Juli y Pedro Tomas demostrarán todo su arte, y el valor que atesoran, toreando seis bravos rinocerontes de la afamada ganadería del presidente de Gambia. Semejante despropósito no sé yo si no se quedaría corto en relación con ese programa que anuncian para Ribadesella.

Pero es que hay más. Al despropósito y la ordinariez de los festejos hay que sumar lo que cuestan. Solamente La Pantoja cuesta 83.000 euros. Y más les digo, 83.000 euros del erario público para una persona que figura entre los procesados por el caso Malaya, está imputada por un posible delito de corrupción y blanqueo de capitales, y para quien la Fiscalía solicita tres años y medio de cárcel así como una multa de 3.680.000 euros.

Pues claro que respeto la ley, faltaría más. Prueba de ello es que no estoy pidiendo que a una persona, por el hecho de estar imputada le pongan una soga al cuello y la cuelguen del árbol más alto. Pero de eso a darle 83.000 euros y ponerla en un escenario? ¡Es que canta muy bien!, dijo un machaca de no recuerdo qué cargo. Cómo no va a cantar. Estará loca de contenta. Por ese precio cantaría hasta Julián Muñoz. Qué no sé yo como no se les habrá ocurrido incluirlo en el festejo.

Anda que lo de Los Morancos como pregoneros de San Mateo también tiene su mérito, remachó alguien en un intento por nivelar la balanza de estupideces asturfestivas. No lo discuto, pero ese es otro cantar. En lo que estamos es en lo de la folclórica y esa nómina de cantantes que nos saldrán por un ojo de la cara. Bueno, y también en la desfachatez con la que sonríen quienes han perpetrado semejante atropello. Que, de todo, es lo que peor llevo pues me indigna que nos tomen por tontos y se froten las manos pensando que los aplausos a la Pantoja serán, por añadidura, para ellos mismos. Seguramente que los habrá pero a mi me sonarán a bofetadas contra el buen gusto, la decencia y una fiesta que, más que al Día de Asturias, han logrado que se parezca a una romería de Murcia.

martes, 10 de agosto de 2010

Woody Allen Avilés

Milio Mariño

Mientras leo que dentro de unos días volverá por aquí, para estrenar su nueva película, pienso que si a Woody Allen le hicieron una estatua en Oviedo, en Avilés tendrían que hacerle un monumento. Uno bien grande, a la altura de las circunstancias y no esa estatua pedestre que lo rebaja hasta convertirlo en un turista liliputiense que pasea, despistado, buscando no sé si La Escandalera o «La gorda de Botero».

No pido tanto, por menos pusieron en un pedestal a la foca del parque, que también vino de visita pero no volvió que se sepa. Woody vuelve y esta vuelta a la villa se me antoja más importante que la tan celebrada de Michelle Obama a Marbella. No me importa si alguien movió los hilos o si el genio americano viene porque le apetece y le da la judía gana. Y, como no me importa, me fastidiaría que surgiera algún espontáneo imitando la fantasmada de Javier Arenas que, en un alarde de estupidez cateta, dijo que la visita de la señora Obama a Marbella se debía a las gestiones de la Alcaldesa del PP. Una alcaldesa que, ante el aluvión de criticas, mandó quitar la bochornosa pancarta que les daba la bienvenida en inglés.

Creo que es bueno, muy bueno, para Avilés que Woody Allen vuelva, con o sin película bajo el brazo. Que vuelva por compromiso o por el mero placer de volver, aunque sea sin clarinete y sin ese swing al estilo Beny Goodman. Y ya que salió Goodman quiero confesarles un secreto: no sé si por el apellido del clarinetista o por la apariencia del cineasta, pero cuando pienso en Woody Allen me viene a la memoria la figura de Gustavo Bueno, en mejor. Y que conste que lo de «mejor» no debe interpretarse como que defiendo el dualismo antropológico, sino como el resultado de aplicar el materialismo filosófico, pues es en ese ámbito dónde se dibuja la figura del individuo transformado, por anamórfosis, en persona.

Me consta que la anamórfosis es un defecto óptico pero no puedo evitarlo, veo a Woody Allen por la calle La Fruta y me acuerdo de Gustavo Bueno paseando calle arriba, con las manos en los bolsillos. Los dos son genios, cada uno en lo suyo y un poco en lo del otro. Gustavo dice que, a él, lo que le gusta es el cine de antes; el de aquellas películas en las que los personajes mostraban sus sentimientos mediante acciones físicas. Woody, por su parte, afirma que el cerebro es su segundo órgano en importancia, que prefiere la ciencia a la religión y que si le dieran a escoger entre Dios y el aire acondicionado, se quedaría con el aire.

Ya ven que ocurrencias pero, dejando a un lado lo que piensen que, seguramente, interesará solo a unos pocos, lo importante es que Woody Allen vuelve para estrenar en Avilés «Conocerás al hombre de tus sueños», como antes hizo con «El sueño de Cassandra» y el rodaje de «Vicky Cristina Barcelona». Eso es lo importante, que con Woody y sus visitas también estuvieron por aquí Javier Bardem, Penélope Cruz, Scarlett Johanson y hasta Brad Pitt. Así que reitero lo dicho, habría que hacerle un monumento porque hace unos años solo nos visitaban Lina Morgan y Arturo Fernández. Qué también daban lustre, pero menos que esos monstruos de Holliwood.

Milio Mariño / La Nueva España / Artículo de Opinión

lunes, 2 de agosto de 2010

Lencería de escándalo

Milio Mariño

El catálogo de golferías de los cargos públicos es tan amplio que ya mueve a la ternura. Digan si no es enternecedor que la vicepresidenta del Parlamento de Canarias, Cristina Tavio, se compre unas bragas con cargo al erario público. A mi me lo parece y en eso discrepo con el presidente del PP canario, José Manuel Soria, que considera que comprar bragas, güisqui, corbatas o cajas de puros con dinero público no pasa de ser un error. Pues hombre, error sería que la señora, por equivocación, hubiera comprado corbatas o cajas de puros y los señores un par de braguitas pero, por lo visto, cada uno compró lo suyo. Hicieron como, al parecer, hizo Camps, que se equivocaría con lo de los trajes pero no cometió el error de comprarse un par de faldas o dos vestidos de Agatha Ruiz de la Prada.

Lo de Tenerife, que se ha conocido ahora, tampoco es que sea novedad. El Ayuntamiento de Castellón, presidido por el popular Alberto Fabra, también subvencionó la compra de ropa interior. Se gastó 1.470 euros en una partida de bragas, con el logotipo de Harley Davidson, que fueron repartidas en una concentración de motos. Por menos que eso se montó un pollo en Oviedo cuando Rivi Ramos reprochó a Gabino de Lorenzo que pagara una factura de lavandería que incluía el lavado de los calzoncillos de Mario Vargas Llosa.

Casos como estos que menciono, o que la factura de un mes de móvil del Alcalde de Villaquilambre, un pueblo de León de 17.000 habitantes, ascienda a 2.400 euros, suelen ser considerados por los partidos políticos como errores puntuales, o simples anécdotas que no deben empañar la honestidad y el abnegado trabajo de los miles de cargos públicos que cumplen con su deber. No lo pongo en duda, es más, lo suscribo. Pero siendo cierto que la honestidad es ampliamente mayoritaria entre quienes se dedican a la política no lo es menos que los partidos, todos los partidos, procuran tapar a sus corruptos utilizando cualquier excusa. Cuando no es que el juez les persigue y les tiene manía, es que a la sentencia todavía le cabe un recurso, o que se trata de un error, o una chiquillada de la que nadie está libre por aquello de que todos somos humanos. Y eso es lo grave. Que consideremos punible la recalificación de un terreno o un pelotazo urbanístico y nos parezca una chiquillada que un cargo público se compre unas bragas, que al parecer costaron 33,80 euros, con cargo a nuestros impuestos.

Para estos casos no estoy de acuerdo en que, como dice la ley, la pena deba ser un castigo proporcional al delito. No me parece justo que se les juzgue por unas bragas, unas cajas de puros o cuatro corbatas. La ofensa que supone, para la sociedad, no se corresponde con el valor económico. Comprarse unas bragas y que las pague el ayuntamiento no son 33,80 euros, es mucho más que eso. Es un escarnio ético y democrático que requiere, cuando menos, la inhabilitación inmediata, y de por vida, para ejercer cualquier cargo público. Y no es que, de repente, me haya dado un arrebato justiciero, es que para seguir manteniendo la fe en la honestidad de los políticos, necesita uno que le ayuden, aunque solo sea de vez en cuando, con un golpe de efecto. Qué menos.

Milio Mariño / La Nueva España / Artículos de Opinión

lunes, 26 de julio de 2010

Devolver los cascos

Milio Mariño

Un libro que estoy leyendo dice que desde la experiencia subjetiva de nuestro presente estamos construyendo nuestro pasado. No se me había ocurrido pero ahora me explico como fue que una noticia de hace unos días me devolvió al pasado y a la infancia de aquellos veranos en los que sacábamos cuatro pesetas gracias a un sistema de reciclaje del que ya nadie se acuerda: devolver los cascos.

Parecerá una tontería pero influido, seguramente, por lo que decía el libro resulta que mientras leía la nota del PP, anunciando su rechazo a la candidatura de Cascos, me acordé de aquellos otros cascos y de la recompensa que recibíamos por devolverlos. Sé lo que estarán pensando, que el juego de palabras, elemental y simplista, confirma que no soy excepcionalmente inteligente y que cuando leí la palabra Cascos mi cerebro se esforzó por agradarme y creyó que hacia una gracia relacionando el apellido del personaje ilustre con el sustantivo que pone nombre a los envases vacíos. Eso mismo pensaba yo, pero mi cerebro se puso terco y argumentó, muy serio, que el tal juego de palabras venía que ni pintado pues la trayectoria del personaje, y la decisión del PP asturiano, no podían entenderse de mejor forma que recurriendo al ejemplo de aquellos cascos que devolvíamos al chigrero a cambio de una pequeña recompensa con la que comprábamos caramelos.

El paralelismo parecía novedoso y como el día se presentaba aburrido acepté el reto de embarcarme en un repaso de méritos que arrojara alguna luz sobre si Cascos es, ahora mismo, un gigante político o un envase vacío.

Álvarez Cascos ya subió y bajó todos los escalones de la escena política. Fue concejal del Ayuntamiento de Gijón, diputado provincial, nacional, senador, ministro y hasta candidato a la presidencia del Principado, aspiración en la que fracasó pues Pedro de Silva se alzó con el triunfo por un margen de casi el doble de diputados. Como ministro tuvo aciertos y errores, apuntándose como el más sonoro que, siendo responsable del salvamento marítimo, permaneciera de cacería en el Pirineo mientras se producía el vertido del «Prestige». Una afición, la caza, que comparte con la pesca hasta el punto de que sus amigos lo llaman «El Chato Salmones». Defensor de la ortodoxia católica, sus profundas convicciones religiosas no le impidieron abandonar a su esposa y casarse en segundas nupcias con una mujer 27 años más joven, a quién luego dejó por la galerista María Porto y sus negocios inmobiliarios. Por lo que se refiere a sus amistades se le sitúa muy cerca de Francisco Correa y Jaume Matas y muy lejos de María Dolores de Cospedal y Soraya Sáez de Santamaría, a quienes trató, más de una vez, en tono despectivo. También cargó contra Rajoy, Camps y Valcárcel. Se lleva mal con Ovidio Sánchez y, al parecer, entre los actuales dirigentes del PP, sólo Esperanza Aguirre le tiene aprecio. Su estilo bronco y sus modales autoritarios le valieron incluso para que Aznar lo fuera apartando, así que la decisión del PP asturiano se sitúa en la órbita de lo que piensa el partido. Es decir, que Cascos tiene toda la pinta de ser un envase vacío y lo que procede, en estos casos, es hacer como se hacía antes: devolverlo. Suerte que tiene el playo porque lo que, ahora, hacen con los cascos no es lavarlos y utilizarlos de nuevo, ahora los machacan y los destruyen.

Milio Mariño / La Nueva España / Artículo de Opinión

lunes, 19 de julio de 2010

Banderita, tú eres roja

Milio Mariño

Ahora que todo quedó como estaba se me ocurre que no debí ser el único que acabó hartándose del festejo y de lo que vino luego. Aclaro, para desterrar cualquier duda, que me alegré de qué la Selección Española de Fútbol quedara campeona del mundo. Me alegré muchísimo. Y más les digo, como vivo las emociones exteriorizando mis sentimientos quizá no tanto como Pepe Reina pero más que don Vicente del Bosque, se me notaba que estaba contento. Lo malo que, ya saben, basta que uno se divierta y todo marche de maravilla para que venga alguien y lo fastidie. Contaba con ello. Lo sospechaba desde el principio, y mi sospecha se acrecentó cuando, ante el temor de que el festejo fuera sonado pero sin salirse de madre, algunos periódicos, y algunas televisiones, lanzaron esta consigna: Emborracharos y haced el burro todo lo que podáis que, tal como está el país, no vais a tener muchas ocasiones como esta.

Me temí lo peor. Pero lo peor no fue que millones de españoles siguieran la consigna al pie de la letra. Lo peor fue la lectura que algunos hicieron de la explosión de alegría y la profusión de banderas. Les faltó tiempo para manifestar que era un toque de atención al Gobierno pues, según ellos, los ciudadanos habían demostrando, con su patriotismo, que apuestan por una España unida, en la que no caben las discordias territoriales ni los nacionalismos históricos.

Interpretar de esa forma lo que estaba sucediendo, permítanme que les diga, es liar la madeja y jugar sucio. Es aprovecharse del festejo para colarnos un gol de mala manera. Viene a ser, salvando las distancias, lo que quiso hacer Holanda. Utilizar la táctica del juego sucio, las marrullerías y las protestas para alzarse con el triunfo. Lo malo que así, y contando incluso con un árbitro que proteja esas fechorías, está visto que no se gana. Deberían saberlo quienes utilizan la sana alegría de los éxitos deportivos para proclamar su patriotismo de pacotilla y decir que se tome como ejemplo la unidad de la selección española. Deberían empezar por aplicarse ellos la receta ya que, obviamente, si el seleccionador hubiera tenido en cuenta la procedencia de los jugadores y hubiera actuado en función de si tal o cual era catalán, asturiano o vasco, habría hecho un pan como unas hostias. Si algo ha mostrado este triunfo es cómo deben hacerse las cosas. Es más, empezamos perdiendo pero, lejos de caer en nuestro tradicional derrotismo, salimos adelante y quedamos campeones, que era de lo que se trataba. Así que la profusión de banderas y el apoyo unánime a la Selección Española hay que tomarlo como lo que fue y no como lo que algunos quisieron ver.

Cierto que somos muchos millones los que nos sentimos orgullosos de ser españoles pero de ahí a que, por manifestarlo, nos identifiquen con los que suspiran por la vuelta a la España de las provincias y a unas señas de identidad que incluyen el toro de Osborne y las canciones de Manolo Escobar, media un abismo. Por eso he titulado así este articulo. Para mostrar, con un ejemplo, que el titulo dice lo que quiere decir y que, el hecho de que haya una coincidencia, no debería ser utilizado, por nadie, para ponerle música de pasodoble y entonar la cancioncilla de marras.

Milio Mariño / Artículos de Opinión / La Nueva España / 19-07-2010

lunes, 12 de julio de 2010

El problema de la basura

El mundo ha cambiado tanto, en tan poco tiempo, que si hace cuarenta años alguien nos dijera que, a estas alturas, andaríamos por la calle con una bolsa en la mano recogiendo del suelo los excrementos de nuestro perro responderíamos que estaba chiflado. Esa escena, analizada con la mentalidad de entonces, serviría para que nos tomaran por locos. ¿Qué pudo haber pasado para que consideremos no solo normal sino un acto de civismo que una persona se agache y, en plena calle, limpie la cagada de su perro?

Si nos atenemos a lo que dicen quienes entienden de esto, lo que, realmente ha pasado es que somos más responsables y hemos tomado conciencia. Antes creíamos que todo consistía en pagar una tasa y que el ayuntamiento tenía la obligación de recoger la basura y las inmundicias que arrojábamos a la calle. Éramos unos cafres; no nos importaba el sostenimiento del planeta, ni el calentamiento global, ni nada por el estilo. Lo que echábamos a la basura, lo metíamos todo en un cubo y allá que se arreglen. Ahora es distinto, ahora seleccionamos cada porquería en su sitio. Así da gusto. Así, fruto de la concienciación y el civismo, la cosa ha cambiado hasta el punto de que nuestra basura puede llegar, incluso, a ser un negocio. Lo cual significa que no era, como pensábamos, un problema de asco, o de tener más o menos escrúpulos.

Como no soy experto en nada y menos en esto, para mí la basura era, hasta hace poco, algo tan desagradable, y tan ruinoso, que solo podía interesarles a los Ayuntamientos. Empecé a sospechar que debía estar equivocado cuando me enteré de que Florentino Pérez y las hermanas Koplowitz se dedicaban, entre otras cosas, a recoger la basura de no sé cuantas ciudades. Un trabajo duro donde los haya, pero que les permite vivir dignamente y tener cuatro euros para gastárselos en un yate, que bien se lo merecen.

Les parecerá una tontería una tontería pero me costaba aceptar que gente de su nivel; fina, educada y de muy buena familia, no le importara vivir de una actividad tan cutre. Estaba tan convencido que llegué a pensar que podía haber un componente de altruismo y una toma de conciencia. Algo así como lo que nos pasa a nosotros con las cagadas de nuestros perros. Pero claro, todo se me vino abajo cuando leí que, en torno a la basura, se habían montado unos negocios de aúpa y que, allá por Alicante, había una telaraña que suponía 18 millones de euros y presuntos delitos de extorsión, tráfico de influencias, amenazas y cohecho.

El resultado fue que me hice un lío. Esas noticias, y otras por el estilo, me produjeron tal cantidad de basura mental que dudo que vaya a poder reciclarla. Se me ha metido en la cabeza que el círculo de mierda, lejos de reducirse, es cada vez más grande. Y lo grave del caso es que, por lo visto, no tienen intención de depurar responsabilidades. Al parecer los únicos que hemos tomado conciencia somos nosotros. Los políticos meten su basura en un cubo y dejan que se amontone en los juzgados. Y así, claro, es tal la cantidad que ya huele que apesta. De modo que no les cuento lo que puede pasar con estos calores y como estará al final del verano.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / La Nueva España

lunes, 5 de julio de 2010

Hay que tener valor

Milio Mariño

No sé lo que pensaran ustedes pero, en mi opinión, hay que tener valor, mucho valor, para hacer lo que hizo Cristian Hernández, que después de dar dos capotazos y sufrir medio revolcón, corrió hasta la barrera, saltó de cabeza y dijo: Me faltan huevos, no merezco ser torero. Y se cortó la coleta.

Sucedió el pasado trece de junio pero aun me da vueltas en la cabeza aquella imagen en la que aparecía el torero confesando sus carencias, mientras el respetable lo abucheaba y le lanzaba todo tipo de objetos. Mal por el público y peor por los periodistas que, con sus risitas, se sumaron al cachondeo. Habría que ver si, cuando los embiste el director, tienen lo que el torero echaba de menos. Habría que verlo. En cualquier caso, ya que hablamos de valor, aprovecho para comentarles que hemos perdido la costumbre de revelarnos y decir lo que pensamos. Que somos, cada vez, más cobardes.

La culpa de que seamos así la tiene ese empeño por considerarnos ciudadanos y la mania de sentirnos obligados a decir siempre lo que algunos consideran correcto. Antes, casi todos, nacíamos en un pueblo, de ahí que la vida estuviera impregnada por un ruralismo, elemental y muy practico, que lo primero que nos enseñaba era a regirnos por la ley del instinto.

Ahora no. Ahora la gente cree que vive en el mundo de Jauja y que todos los animales son como el que tiene en casa; que no muerde ni da patadas. Ese es el problema que los niños llegan a mayores pensando de los animales lo que los hindúes de sus vacas; que son puntales básicos del sistema y tenemos que alimentarlos para luego recoger sus boñigas. Unas boñigas que, allá en la India, se utilizan como combustible al que los técnicos atribuyen el equivalente térmico de 27 millones de toneladas de petróleo. Así que por mucho que algunos pensemos que las vacas serian más útiles en filetes, no es para reírse. Confirma la regla de que a ciertos animales aún se les puede sacar provecho, pero son los menos. Sobre todo en los países occidentales, que es donde viven con nosotros, y a nuestra costa, no por su utilidad material sino por ese componente psicológico que nos empuja a buscar compañía.

La idea de que los animales deberían ser amables y corresponder al trato que les damos era la que, a buen seguro, debía tener Cristian Hernández cuando saltó al ruedo. Estaba equivocado. Estaba, si me permiten la comparación, como Rodriguez Zapatero, que cuando se vio frente al morlaco fue cuando se dio cuenta de que el animal no se prestaba al juego del capotazo sino que embestía a muerte con todas sus fuerzas.

Para algunos, quizá para el respetable, Zapatero tuvo el valor de hacerle frente y no salir corriendo pero, en mi opinión, ser, de verdad, valiente hubiera sido abandonar el ruedo, saltar la barrera y decir no tengo huevos. No señor, no los tengo. Ahí les queda la Reforma Laboral, los recortes sociales, la subida de impuestos y el mogollón de la crisis; toréenla ustedes si quieren. Pero claro, para eso, hay que tener mucho valor. Hay que tener el valor que tuvo Cristian Hernández cuando dijo, yo no valgo para esto y, allí mismo, se cortó la coleta.

lunes, 28 de junio de 2010

Refundación de los verdes y de la marchita IU

Milio Mariño

Cuentan que en IU andan atareados buscando ingredientes para cocinar una nueva refundación y presentarse a las elecciones con una imagen distinta y más atractiva. Algo parecido a lo que hicieron hace tres décadas. Disfrazarse de nueva coalición de izquierdas para atraer a los socialistas descontentos, los ecologistas, los verdes, los republicanos y todos los que, a las siglas de marca, añadieron dos o tres letras. Un empeño en el que también participan Iniciativa del Poble Valencià, Iniciativa d'Esquerres, Chunta Aragonesista, Nueva Canarias y la plataforma andaluza Paralelo 36.

En principio parecen muchos, pero como en lo ideológico IU se parece a la tripa de Jorge, seguro que caben todos y alguno más que se apunte, pues no es previsible, tampoco, que vayan a tener problemas de aforo.

La idea es de Cayo Lara, que a diferencia del conde Arnaldos, que dijo aquello de que yo no digo mi canción sino a quien conmigo va, se ha apresurado a decir que aboga por una convergencia de rebeldía que haga frente al ataque financiero y a los especuladores que atentan contra la soberanía nacional.

Ahí queda eso. A mi me pasó como a ustedes, que no daba crédito, pero como la refundación debe ser abrir las puertas para que entre todo hijo de vecino, incluidos los del pelo engominado y el polo con cocodrilo, igual resulta que IU se refunda hasta el punto de enmendarle la plana a Marx y defender el capitalismo nacional frente al universal. Vaya usted a saber. El caso que no sé por qué, pero Cayo Lara me parece algo así como una refundación de Julio Anguita, a quien conocí la víspera de que saliera elegido, un momento antes de que dijera a los periodistas: «Cómo quieren que les diga que yo no me presento».

Recordado aquello también recuerdo que, a mediados de los ochenta, solía ir, de vez en cuando, por la tertulia de Bocaccio y, siempre que iba, allí estaba Gerardo. Quiero decir Gerardín, a quien si algo tengo que reprocharle es que olvidara que había nacido en La Cerezal y hablara con ese «egg qué» horroroso que tanto prodiga Bono. Por lo demás me caía bien, incluido aquel porte de dandy y aquella trinchera blanca que llevaba a todas partes. Me caía estupendamente porque no era lo que Santiago Carrillo había querido que fuera; era él mismo, con sus virtudes y sus defectos. Luego ya fue diferente. Luego llegó Julio Anguita con la teoría de las dos orillas, el sorpaso y sus comidas, en comandita con Aznar y Pedro J Ramírez.

Dije en comandita porque las sociedades así constituidas, según el derecho mercantil, son las que se salen de las formas tradicionales y permiten que toda persona que tuviera impedimento moral o jurídico para dedicarse al comercio pueda hacerlo y repartirse luego las ganancias.

La cosa es que Los Verdes, siguiendo los pasos de los europeos de Cohn-Bendit, también andan de refundación y se están llevando a muchos militantes de Izquierda Unida. No sé lo que al final saldrá de todo eso pero no parece lógico que IU esté convocando una convergencia de rebeldía contra lo que llaman el gobierno socio-liberal del PSOE y siga formando parte de esos gobiernos, o reclamando el apoyo de los socialistas, en numerosas comunidades, diputaciones y ayuntamientos.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / La Nueva España

lunes, 21 de junio de 2010

Elogio del burro (animal)

Milio Mariño

Cuentan, allá por El Bao y otros pueblos de Navia, que el río Barayo había avisado, hace tiempo, que lo suyo era obedecer a la naturaleza y que si las autoridades se empeñaban en hacerlo pasar por un tubo, pues que, al final, pasaría, pero dejando claro que no se hacía responsable de las riadas ni de sus consecuencias.

El caso que los ribereños, por amistad o por lo que fuera, se pusieron de parte del río y, para que constara por escrito, recogieron un montón de firmas. Dio lo mismo, a pesar de las firmas, y las protestas de los vecinos, la carretera se hizo como mandaron los ingenieros. Lo cual era previsible pues las autoridades, ya sean del Principado o de la capital del Reino, suelen considerar insensato que sus técnicos acepten consejos y menos de cuatro aldeanos. No estaría bien visto, sobre todo porque los ministerios están plagados de expertos, y cargos de confianza, que vienen a ser como diamantes en bruto al servicio de su señorito.

Esto que les comento podría ser el comienzo de un cuento para niños pero, desgraciadamente, es la historia de un desastre anunciado. Uno de tantos porque los destrozos de estos días pasados van a cargarlos, seguramente, a la lluvia cuando en no pocos casos deberían ser imputables a esos técnicos de trazo atrevido que les importa un comino por donde discurra el cauce de un río. No lo saben ni lo necesitan, así que faltaría más que escucharan ningún consejo. Se creen tan sabios que su soberbia supera cualquier reflexión al respecto.

Ejemplos de meteduras de pata en carreteras, ríos, puentes y barrancos hay para hacer un catalogo, por eso me extraña, ahora que tanto se habla de ahorro, que nadie haya reparado en la cantidad de sabios que, vaya usted a la administración que vaya, siempre aparecen para darle a uno un repaso. Hay tantos técnicos y tantos sabelotodo que ignorantes, lo que se dice ignorantes, vamos quedando muy pocos. Apenas cuatro contados. Nos pasa como a los burros, a los animales me refiero, que por su escasa utilidad, y porque, según tengo entendido, les han prohibido opositar a cualquier plaza de funcionario, están al borde de la extinción. Ese es el problema. Antes, pongamos hace cien años, había más burros que abogados. Bueno, y que ingenieros ya ni les cuento. Por eso que cuando tenían que hacer una carretera no se rompían la cabeza, cogían un burro, lo cargaban de piedras y marchaban tras él tomando notas. Así fue como se hicieron las carreteras antiguas, esas que ya pueden caer chuzos de punta que no provocan inundaciones ni hacen que las montañas se vengan abajo en forma de argayos. Lo malo que cuando empezaron a escasear los burros tuvieron que contratar ingenieros. Y así nos luce el pelo. Sobre todo a los burros, que se han liberado de tirar por el carro y también de guiarnos para que no cometamos errores. Ahora viven tan ricamente, protegidos en sus reservas, y como seres inteligentes que son nos ignoran de medio a medio. Es más, para mí que se ríen cuando ven que ni siquiera exigimos que se cumpla la ley. Si, eso de que los animales, para circular por las vías públicas, deben ir acompañados de alguien que los custodie.

lunes, 14 de junio de 2010

Vuelve la lucha de clases

Milio Mariño

El eminente sociólogo, y profesor de la Universidad de Coimbra, Boaventura de Sousa dijo, hace poco, que la lucha de clases ha vuelto. Y, dicho así, en pocas palabras, suena como una bofetada de esas que te espabilan cuando estás atontado. Lo leí hace unos días y, desde entonces, no he dejado de darle vueltas. Fue un golpe tan brusco que todavía me escuece. ¿Será posible? ¿Cómo es qué no me di cuenta? Pensé, lamentando el despiste. Y, después de pensarlo, no sé si treinta o cuarenta veces, quedé, si cabe, más asombrado. Viendo como están las cosas, no cabe duda, la lucha de clases ha vuelto, pero no de la mano del proletariado sino en brazos de una burguesía implacable que ahora detenta el capital financiero y, al parecer, se ha propuesto acabar con la Europa Social y el bienestar de los europeos.

Volvemos a la lucha de clases. Las cosas es mejor llamarlas por su nombre. Digo esto porque cuando estaba allá por París y Bruselas solía discutir con quienes se resistían a reconocer que, lo que hacíamos realmente, era negociar la pelea entre el capital y el trabajo. Un invento europeo que dio resultados a las dos partes. El capital consentía pagar altos impuestos a cambio de no ver amenazada su prosperidad y los trabajadores conquistaban importantes derechos a cambio de renunciar a la movilización. Así fue como nació la concertación. Y no pudo haber invento mejor: altos niveles de competitividad, buena protección social, el Estado del Bienestar y la posibilidad, sin precedentes, de que los trabajadores y sus familias pudieran vivir tranquilos y disfrutar de una vejez aceptable.

Después de muchas y muy laboriosas negociaciones, y de equilibrios que parecían casi imposibles, se había reducido, de forma considerable, la desigualdad social. Y el resultado fue que estábamos tan felices que casi no lo creíamos. Es más, algunos, entre los que me cuento, y no lo digo por presumir, pensábamos que aquella situación no podía durar. Y no porque fuera injusta, sino por que se estaba corriendo la voz de que habíamos llegado tan lejos que había que pararnos los pies.

Por desgracia estábamos en lo cierto. Ya ven cómo se las gastan, están disparándonos ahí donde más nos duele, en la boca del estomago. Han ordenado fuego a discreción con el pretexto de que vivimos por encima de nuestras posibilidades. Qué no puede ser que un obrero tenga un piso atestado de electrodomésticos, un coche de gama media, tome cañas, tan feliz, y encima se permita el lujo de jubilarse, con apenas sesenta años, y marchar de vacaciones a Benidorm. Que eso no puede ser. Que tenemos que reducir el gasto para generar más dinero y dárselo a los bancos. Y que si no lo hacemos van a darnos una paliza, en nuestros derechos, que quedaremos tullidos para los restos.

Nos han cogido desprevenidos. Bueno, si ¿y ahora qué hacemos? ¿Les pedimos que la paliza sea leve o nos arremangamos y volvemos a hacerles frente como hicieron nuestros abuelos? Hacerles frente seria lo propio, pero la cosa está como está. La gente dice que cuanto menos política y menos gobierno mejor para todos. Y eso, hablando en plata, significa que el fascismo está a la vuelta de la esquina y se acerca a pasos agigantados.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / La Nueva España

lunes, 7 de junio de 2010

Animalada

Milio Mariño

Viendo como una señora tomaba café, sentada en una terraza, con su perro en brazos se me ocurrió pensar que los animales son como las personas: los hay que sólo viven para trabajar y los hay que disfrutan de la vida y aquí me las den todas. Era lo que parecía decir aquel chucho mientras contemplaba, divertido, a la gente que pasaba a su lado, agobiada, seguramente, por las preocupaciones y el quehacer cotidiano. Y es que los perros, gracias a su amistad con el hombre, y con la mujer, por supuesto, han evolucionado tanto que hoy disfrutan de un status que para sí quisieran muchas personas, incluidos nuestros antepasados.

Estoy por apostar que, de todos los que estábamos en la terraza, el perro era el único que disfrutaba sin preocuparse de nada. No tengo la menor duda y eso que, según un estudio dado a conocer, hace poco, por la compañía Pedigree, los perros también han comenzado a padecer los efectos de la crisis. Eso dice el estudio, que da cifras y datos sobre el impacto de la crisis en la población canina, pero pasa por alto algo, para mí, muy importante: que, en lo tocante a los perros, no parece que ni en Grecia, ni aquí, en España, vayan a adoptar ninguna medida que suponga un recorte de sus derechos.

Antes de seguir con el tema, y en previsión de que algún malicioso interprete mal mis palabras, aclaro que no insinúo ni pretendo decir que debamos sentirnos discriminados o peor tratados que los animales. Las cosas hay que situarlas en su contexto. Y situándolas ahí, donde deben estar, es justo reconocer que la actuación del Gobierno español, al menos en este caso, parece irreprochable, pues los efectos de la crisis en cuanto a su incidencia en la vida de los perros, y en la de las personas, no admite comparación. No la admite porque de una población activa cifrada, para nuestro país, en 5.000.000 de perros sólo 110.000 han sido abandonados por sus dueños. Lo cual indica que estaríamos hablando de sólo un 0,22 por ciento, una cantidad cien veces inferior a la tasa de abandono que han sufrido los humanos por parte de sus patronos.

Es cierto que también habrá perros que son autónomos y, en consecuencia, en peor situación que el resto, pero ni aun así estaría justificado que el Gobierno adoptara medidas sobre un colectivo que, en general, vive mejor que antes, pero tampoco parece que su bienestar pueda ser el causante del desaguisado económico. La política de café para todos no suele solucionar los problemas. Y si a eso añadimos que, de acuerdo con los postulados del más puro liberalismo económico, cada palo debería aguantar su vela, sería tan injusto que el Gobierno intentara paliar la crisis adoptando alguna medida que afectara directamente a los perros como que lo haga aumentando los impuestos a los ricos. Ya sé que dicho así, juntando perros y ricos, la coincidencia puede parecer sospechosa; pero quienes escriben saben de sobra que la vecindad de las palabras es fortuita. En cualquier caso, el problema no es que los animales vivan como las personas. El problema es que hay muchas personas que viven como los animales. Como los animales de la selva, no como el perro de aquella señora.

lunes, 31 de mayo de 2010

Y un cuerno

Milio Mariño

Acabo de caer en la cuenta de que llevo semanas escribiendo de la crisis, los recortes y el déficit publico. Ingredientes que, a la hora de escribir un artículo, no tienen por qué restarle valor ni relegar a un papel secundario la palabra y la imaginación. Cierto que no, pero insistir en lo mismo aburre muchísimo y antes de que se cansen, y me abandonen, había pensado cambiar de tercio y hablarles de toros. Bueno, más que de toros, de esa foto en la que aparece un torero con un cuerno que le entra por la garganta y le sale por la boca. Cuanto más la miro más me impresiona.

Cuentan los testigos que el toro retiró con rapidez el cuerno y el torero pudo salir del ruedo y ser atendido. Para que luego digan… Ya ven lo buenos y nobles que son los toros. Creen que se trata de un juego, que lo suyo es embestir haciendo como que tienen intención de hincarle un cuerno al torero pero procurando no hacer daño.

Vaya valor, vaya lo que hay que tener para salir ahí y jugarse la vida, decía un señor mientras veía, por televisión, una corrida de San Isidro. No es por contradecirle, pero, para mí, de los dos que saltan al ruedo, quien más peligro corre es el toro. El torero sabe a lo que va, pero el toro piensa que va de fiesta. Ve todo aquel gentío y, al oír la música y los olés, se presta a seguir la broma para que el público se divierta. No imagina, ni por asomo, que van a matarlo. Cuando se da cuenta ya es demasiado tarde. Hombre, siempre hay alguno que no se fía ni de su padre y embiste a muerte desde el primer momento, pero son los menos. Otra cosa sería si los toros salieran advertidos de lo que viene luego. Si lo supieran, no quedaba un torero vivo.

Las corridas de toros, que tanto nos caracterizan y forman parte de nuestra cultura, escenifican la lucha entre la buena fe y el engaño. Casi siempre triunfa el engaño. Y, cuando no ocurre así, le echan la culpa al torero. Dicen que no supo hacer bien su papel.

El toro no sabe de qué va la fiesta hasta que no ha recibido un par de puyazos, tiene clavados tres pares de banderillas y está frente al estoque. Se lo decía a un amigo, mientras le comentaba la foto del cuerno y el gesto noble del animal, que no quiso ensañarse con el torero. Y ese amigo, bueno y noble donde los haya, estaba de acuerdo, pero, al marcharse, dejó una pregunta en el aire: «Oye, ¿no me estarás tú a mí toreando?».

Desde luego que no, contesté poniéndome serio y añadiendo que lo que pienso yo de ese toro lo hago extensible a otros animales que, por instinto, obran de buena fe. Lo sabían quienes escribían las fábulas, de ahí que los pusieran siempre como ejemplo. Lo malo es que los hombres ya no son, como decía Aristóteles, animales políticos. Eso era antes, ahora se han humanizado tanto que si alguno consigue meter el cuerno en el cuello de su adversario no hace como hizo el toro «Opíparo» con Julio Aparicio. Lo clava hasta el fondo.

martes, 25 de mayo de 2010

Quizás, quizás, quizás...

Milio Mariño

Hace ya muchos años conocí a un tipo que tenía la costumbre de poner letra y música a los momentos difíciles. Solía acertar de plano; siempre encontraba la canción adecuada. Me acordé de él mientras asistía, mudo, a una tertulia de amigos en la que se discutía sobre las medidas que convendría adoptar para reducir el gasto publico sin hacer demasiada sangre. Y, allí, era tal el guirigay que por más voces que daban no llegaban a ningún acuerdo.

Extrañados de mi silencio, pidieron que me mojara. Y fue entonces cuando me acordé del tipo que dije antes y me salió, sin pensarlo, el estribillo de aquella canción que cantaba Nat King Cole: «Siempre que te pregunto? Qué, cuándo, cómo y dónde, tú me respondes: Quizás, quizás, quizás?»

Fue como un acto reflejo. En aquel momento no pensaba que la música es la forma más práctica de dar rienda suelta a nuestros sentimientos de placer o desagrado. Eso decía Pitágoras, que descubrió la naturaleza del orden numérico del sonido y consideraba que la música venía a ser la expresión perfecta de la proporción y la medida. Cuestiones de las que no deben andar muy sobrados quienes gobiernan nuestras comunidades autónomas pues desafinan en el gasto más que una orquesta de feria. Desafinan, sobre todo, por lo que gastan en sus respectivas televisiones. Y, en eso, tanto da que gobierne el PSOE como que lo haga el PP: todos gastan a manos llenas en algo que se ha convertido en un juguete o capricho.

La deuda de las televisiones autonómicas supera los 4.000 millones de euros. No me extraña porque, si venimos a lo nuestro, no parece que tenga sentido que nuestra TPA gaste 2,4 millones en la retransmisión de los partidos de fútbol que podemos ver gratis, sólo con cambiar de cadena. Tampoco lo tiene, a mi juicio, que la Fórmula 1 nos esté costando, entre unas cosas y otras, 4 millones de euros cuando también podemos verla sin que nos cueste un duro.

No sé a ustedes, pero a mí me parece que gastar más de mil millones de pesetas en algo que sólo cuesta apretar el mando a distancia es poco menos que tirar el dinero. Y que conste que siempre defendí y, defiendo, la necesidad de tener una televisión autonómica. Aunque, visto lo visto, no se yo si nos traerá cuenta porque el presupuesto consolidado de la TPA, para este año, sobrepasa los 39 millones de euros. Casi siete mil millones de pesetas para, según decían, difundir la cultura asturiana, reforzar nuestra identidad y hablar de lo nuestro. Objetivos que no creo que se consigan dando partidos de fútbol, retransmitiendo la Fórmula 1 y regalándonos películas de vaqueros de los años cincuenta.

Poner orden y frenar el despilfarro de las televisiones autonómicas quizá no solucione el problema del déficit público, pero por algo se empieza. Sobre todo, cuando, como en nuestro caso, la televisión del Principado regala dinero al fútbol millonario y se olvida del fútbol modesto.

Así están las cosas. El inconveniente que yo le veo a cantar las verdades, como hacía aquel tipo, es que siguiendo con la canción que citábamos al principio alguien puede responderme: "Estas perdiendo el tiempo… Pensando, pensando…

Milio Mariño /Artículo de Opinión/ La Nueva España

lunes, 17 de mayo de 2010

Ajo y agua

Milio Mariño

El otro día había gente que se partía de risa mientras Zapatero casi lloraba explicando las medidas de ajuste. Que se jodan, decía una señora, a eso de la media tarde, delante de un café con leche y dos tortitas con mermelada. No pude oír lo que dijo luego pero, por el regocijo y los aspavientos, era fácil adivinar que la señora celebraba que los desfavorecidos tuvieran su merecido. La señora y alguno más, pues me consta que no eran pocos los que estaban al acecho, esperando por un momento así. Gente que consideraba un desatino que el Gobierno repitiera, una y otra vez, que no estaba dispuesto a recortar los gastos sociales. Hasta ahí podíamos llegar. Sólo faltaba que los pobres se fueran de rositas y superaran la crisis sin tener que pasar por el aro. Sería un mal precedente porque lo relevante de las medidas no es su contenido, sino la percepción de que la crisis tienen que pagarla los que la pagaron siempre. Sería fatal, para la buena marcha del negocio, que la gente se reafirmara en lo que piensa: que el déficit público no fue, ni es, la causa del problema, sino su consecuencia.

Vaya palo, pensaba yo. La izquierda, una vez más, ha tenido que plegar velas y avenirse a las exigencias del capitalismo. Créanme si les digo que me sentía desamparado. Lo curioso fue que, para mi sorpresa, apareció Mariano Rajoy como caído de un árbol. Hasta hace dos días todo parecía indicar que esas medidas era lo que reclamaba el PP con machacona insistencia. Estaba convencido de que les había oído decir que Zapatero tenía que dar un paso al frente con la tijera en la mano. Pero, una de dos, o estaba equivocado o han vuelto a tomarme el pelo; porque Rajoy se puso hecho una fiera y defendió, como nadie, mantener y mejorar las prestaciones sociales.

No entiendo nada. No entiendo que la derecha se haya vuelto de izquierdas y la izquierda actúe como lo haría el PP si estuviera en el Gobierno. Tengo un lío que no me aclaro. Un lío que alimenta la sospecha de que quienes mandan, de verdad, no son los que elegimos en las urnas sino esa tropa de especuladores y chantajistas que hicieron negocio metiéndonos en el pozo y siguen haciéndolo al precio de ofrecerse para sacarnos.

Tanto da que gobierne el PSOE como el PP o Rita la encantadora; sabemos lo que nos espera. Y, lo peor de todo, es que lo sabemos por boca del «Washington Post», que fue el que anunció, antes de que lo hiciera el Gobierno, que teníamos que ponernos a dieta. Pero nada de pescado blanco y carne a la plancha; ajo y agua. Eso decía el periódico: «Europa, como precio por su salvación, debe reescribir el contrato social pues, desde la posguerra, ha sido muy generosa con los trabajadores y los jubilados».

Ahí queda eso. Da lo mismo que nuestra gordura fuera la gordura del pobre: una barriga incipiente con piernas de alambre. No importa, nos han prescrito ajo y agua. Tenemos que adelgazar de hoy para mañana. No queda otra. Y, a todo esto, el PP, como siempre, picando entre horas.