lunes, 5 de julio de 2010

Hay que tener valor

Milio Mariño

No sé lo que pensaran ustedes pero, en mi opinión, hay que tener valor, mucho valor, para hacer lo que hizo Cristian Hernández, que después de dar dos capotazos y sufrir medio revolcón, corrió hasta la barrera, saltó de cabeza y dijo: Me faltan huevos, no merezco ser torero. Y se cortó la coleta.

Sucedió el pasado trece de junio pero aun me da vueltas en la cabeza aquella imagen en la que aparecía el torero confesando sus carencias, mientras el respetable lo abucheaba y le lanzaba todo tipo de objetos. Mal por el público y peor por los periodistas que, con sus risitas, se sumaron al cachondeo. Habría que ver si, cuando los embiste el director, tienen lo que el torero echaba de menos. Habría que verlo. En cualquier caso, ya que hablamos de valor, aprovecho para comentarles que hemos perdido la costumbre de revelarnos y decir lo que pensamos. Que somos, cada vez, más cobardes.

La culpa de que seamos así la tiene ese empeño por considerarnos ciudadanos y la mania de sentirnos obligados a decir siempre lo que algunos consideran correcto. Antes, casi todos, nacíamos en un pueblo, de ahí que la vida estuviera impregnada por un ruralismo, elemental y muy practico, que lo primero que nos enseñaba era a regirnos por la ley del instinto.

Ahora no. Ahora la gente cree que vive en el mundo de Jauja y que todos los animales son como el que tiene en casa; que no muerde ni da patadas. Ese es el problema que los niños llegan a mayores pensando de los animales lo que los hindúes de sus vacas; que son puntales básicos del sistema y tenemos que alimentarlos para luego recoger sus boñigas. Unas boñigas que, allá en la India, se utilizan como combustible al que los técnicos atribuyen el equivalente térmico de 27 millones de toneladas de petróleo. Así que por mucho que algunos pensemos que las vacas serian más útiles en filetes, no es para reírse. Confirma la regla de que a ciertos animales aún se les puede sacar provecho, pero son los menos. Sobre todo en los países occidentales, que es donde viven con nosotros, y a nuestra costa, no por su utilidad material sino por ese componente psicológico que nos empuja a buscar compañía.

La idea de que los animales deberían ser amables y corresponder al trato que les damos era la que, a buen seguro, debía tener Cristian Hernández cuando saltó al ruedo. Estaba equivocado. Estaba, si me permiten la comparación, como Rodriguez Zapatero, que cuando se vio frente al morlaco fue cuando se dio cuenta de que el animal no se prestaba al juego del capotazo sino que embestía a muerte con todas sus fuerzas.

Para algunos, quizá para el respetable, Zapatero tuvo el valor de hacerle frente y no salir corriendo pero, en mi opinión, ser, de verdad, valiente hubiera sido abandonar el ruedo, saltar la barrera y decir no tengo huevos. No señor, no los tengo. Ahí les queda la Reforma Laboral, los recortes sociales, la subida de impuestos y el mogollón de la crisis; toréenla ustedes si quieren. Pero claro, para eso, hay que tener mucho valor. Hay que tener el valor que tuvo Cristian Hernández cuando dijo, yo no valgo para esto y, allí mismo, se cortó la coleta.

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