martes, 19 de octubre de 2010

Oído al odio

Milio Mariño

Pocas visiones hay tan hipnotizadoras como la de alguien a quien se detesta con toda la fuerza y la rabia que quepa en cabeza humana. Lo saben los escritores y también los directores de cine; recuerden si no el éxito de aquella serie de televisión que se anunciaba como «The man you will love to hate» -el hombre al que te encantaría odiar-, cuya imagen correspondía al malvado J. R., que fue quien tuvo el honor de procurar la felicidad a todos los que disfrutaron odiándolo durante casi una década.

Pues bien, todo indica que ZP es, ahora, el sustituto de J. R. en cuanto a generador de odios. Son muchos los que rivalizan en profesarle antipatía y se esfuerzan para ganarse el mérito de odiarlo más que nadie. Empeño harto difícil, ya que los insultos y las descalificaciones se suceden de forma exponencial, mientras que los adjetivos se agotan y comienzan a repetirse convirtiendo el asedio en una letanía que ya huele mal.

Cultivan esa tarea algunos periodistas, ciertos políticos y otros freaks, nostálgicos del franquismo, a quienes Rajoy también les parece de izquierdas, pero menos que Zapatero. Lo cierto es que unidos en la cruzada de enterrar de una vez por todas el cadáver de ZP, que así es como lo llaman, se juntan los que están deseando llegar al poder con los freaks que decíamos antes. La encuestas les favorecen y lo celebran emborrachándose de euforia hasta ponerse ciegos de odio y confundir la protesta con el gamberrismo político. A unos se les va la mano, insultando, y a los otros les juega una mala pasada el cerebro, pues se les ve muy contentos festejando, por todo lo alto, la incultura de una minoría de ciudadanos que no tienen reparo en faltarle al respeto al Estado. Al Estado y a todos los españoles que piensan, y pensamos, que hay nada menos que 364 días al año, y uno más los años bisiestos, para protestar y hasta abuchear, si llega el caso, al presidente del Gobierno.

Imagino, y espero no equivocarme, que la inmensa mayoría de los españoles no puede estar de acuerdo con que los reproches, los insultos y los abucheos se conviertan en tradición y formen parte del programa de festejos de la Fiesta Nacional de España. Quizá no comparta, aún sabiendo que otros muchos países democráticos así lo hacen, que el eje central de la celebración consista en un desfile militar. Pienso que va siendo hora de que la sociedad civil tenga el protagonismo que le corresponde. Y pienso, también, que se puede celebrar el 12 de octubre sin que el festejo sea ver al Rey y a los representantes de las principales instituciones del Estado saludando a la Legión y a la cabra «Manolo», como símbolos y garantía de la España democrática.

Pensar de ese modo no me impide guardar el debido respeto y aceptar los actos con dignidad y elegancia. Por eso me resulta chocante que quienes abuchean, siempre en la misma fecha, al presidente democrático de España sean los mismos que, a renglón seguido, aplauden de forma entusiasta a las tropas. No sé, ni me preocupa, si añoran estar gobernados por un general de uniforme. Lo que me preocupa es que quienes aspiran a gobernarnos les rían la gracia.

Milio Mariño/ Artículo de Opinión/ La Nueva España

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