lunes, 6 de septiembre de 2010

Bienvenidos a la tristeza

Milio Mariño

Fue bonito disfrutar del buen tiempo, el rumor de las caracolas, la sidra recién escanciada y las romerías de tambor y gaita, pero vuelve septiembre y volvemos a la tristeza de una crisis que no ha cogido color ni con el Campeonato del Mundo de fútbol, la victoria de Contador en el Tour, el triunfo de Nadal en Roland Garros, la visita de Michelle Obama a Marbella, ni la tan deseada, por los banqueros, reforma del mercado de trabajo. La crisis sigue pálida como en invierno y de un humor parecido al de esa vecina amargada que no ha podido irse de vacaciones ni a casa de su cuñada. Se mantuvo encerrada en lo suyo y tanto le dio que le dio lo mismo que España triunfara en el mundo. No se movió por más que Zapatero aceptara alguno de sus caprichos y Rajoy se ofreciera para mandarla a paseo en su coche olvidando que, cuando uno se marca un viaje, es obligatorio llevar el cinturón de seguridad puesto.

Reconozco que nos divertimos, pero el verano se acaba. Y como la vida sigue y hay que seguir en la brecha, me senté en una terraza y comencé a darle vueltas a lo que sería volver en septiembre si todo lo que fueron triunfos hubieran sido fracasos. Es decir, si la selección no hubiera pasado de cuartos, ni Contador hubiera ganado el Tour y el despido hubiera seguido siendo barato pero sin llegar a ser gratis.

Algunos de mis amigos dicen que estaríamos peor. Puede ser. A fin de cuentas, todo lo que va mal es susceptible de empeorar. No obstante, viendo el resultado de los triunfos, cabe pensar que estaríamos igual. Igual en lo económico pero peor en lo patriótico, me advierten rebosantes de orgullo. Y ahí me han pillado, pues de no mediar aquellos triunfos a estas alturas sólo serían patriotas los cuatro fachas de siempre y algún despistado de esos que no se enteran de nada y menos de que la bandera y la pulserita bicolor eran patrimonio de unos pocos. En eso hay que reconocer que hemos mejorado hasta el punto de arrebatarles el monopolio y que España se proclame roja de Peñas a Tarifa, incluidas Ceuta y Melilla. Ahora bien, dado que la crisis no era, sólo, de fervor patriótico sino materialista, hasta el punto de que veíamos un billete de cien euros y teníamos que agarrarnos a un árbol para no desmayarnos del susto, parece que aquellos triunfos sólo han servido para dos cosas: para que en julio se incrementara un poco la venta de cerveza en los bares y para que los chinos hicieran su agosto con la venta de camisetas y banderas españolas.

El balance económico de nuestros éxitos deportivos no ha podido ser más escaso. Una injusticia, porque ya me dirán si no es injusto que los chinos, que ya hacían los uniformes y los tricornios de la Guardia Civil, hayan hecho negocio con los triunfos de España mientras los españoles nos quedábamos a dos velas. Cierto que estamos más delgados, somos más patriotas y lucimos un envidiable moreno, pero nuestra cartera sigue vacía. Los triunfos, decían, iban a servirnos para que todo volviera a ser como antes. Lo malo que estamos en septiembre y todo vuelve a ser como siempre. O peor, porque el Oviedo empezó empatando y el Sporting perdió cuatro a cero.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / La Nueva España

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