lunes, 21 de junio de 2010

Elogio del burro (animal)

Milio Mariño

Cuentan, allá por El Bao y otros pueblos de Navia, que el río Barayo había avisado, hace tiempo, que lo suyo era obedecer a la naturaleza y que si las autoridades se empeñaban en hacerlo pasar por un tubo, pues que, al final, pasaría, pero dejando claro que no se hacía responsable de las riadas ni de sus consecuencias.

El caso que los ribereños, por amistad o por lo que fuera, se pusieron de parte del río y, para que constara por escrito, recogieron un montón de firmas. Dio lo mismo, a pesar de las firmas, y las protestas de los vecinos, la carretera se hizo como mandaron los ingenieros. Lo cual era previsible pues las autoridades, ya sean del Principado o de la capital del Reino, suelen considerar insensato que sus técnicos acepten consejos y menos de cuatro aldeanos. No estaría bien visto, sobre todo porque los ministerios están plagados de expertos, y cargos de confianza, que vienen a ser como diamantes en bruto al servicio de su señorito.

Esto que les comento podría ser el comienzo de un cuento para niños pero, desgraciadamente, es la historia de un desastre anunciado. Uno de tantos porque los destrozos de estos días pasados van a cargarlos, seguramente, a la lluvia cuando en no pocos casos deberían ser imputables a esos técnicos de trazo atrevido que les importa un comino por donde discurra el cauce de un río. No lo saben ni lo necesitan, así que faltaría más que escucharan ningún consejo. Se creen tan sabios que su soberbia supera cualquier reflexión al respecto.

Ejemplos de meteduras de pata en carreteras, ríos, puentes y barrancos hay para hacer un catalogo, por eso me extraña, ahora que tanto se habla de ahorro, que nadie haya reparado en la cantidad de sabios que, vaya usted a la administración que vaya, siempre aparecen para darle a uno un repaso. Hay tantos técnicos y tantos sabelotodo que ignorantes, lo que se dice ignorantes, vamos quedando muy pocos. Apenas cuatro contados. Nos pasa como a los burros, a los animales me refiero, que por su escasa utilidad, y porque, según tengo entendido, les han prohibido opositar a cualquier plaza de funcionario, están al borde de la extinción. Ese es el problema. Antes, pongamos hace cien años, había más burros que abogados. Bueno, y que ingenieros ya ni les cuento. Por eso que cuando tenían que hacer una carretera no se rompían la cabeza, cogían un burro, lo cargaban de piedras y marchaban tras él tomando notas. Así fue como se hicieron las carreteras antiguas, esas que ya pueden caer chuzos de punta que no provocan inundaciones ni hacen que las montañas se vengan abajo en forma de argayos. Lo malo que cuando empezaron a escasear los burros tuvieron que contratar ingenieros. Y así nos luce el pelo. Sobre todo a los burros, que se han liberado de tirar por el carro y también de guiarnos para que no cometamos errores. Ahora viven tan ricamente, protegidos en sus reservas, y como seres inteligentes que son nos ignoran de medio a medio. Es más, para mí que se ríen cuando ven que ni siquiera exigimos que se cumpla la ley. Si, eso de que los animales, para circular por las vías públicas, deben ir acompañados de alguien que los custodie.

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