lunes, 26 de julio de 2010

Devolver los cascos

Milio Mariño

Un libro que estoy leyendo dice que desde la experiencia subjetiva de nuestro presente estamos construyendo nuestro pasado. No se me había ocurrido pero ahora me explico como fue que una noticia de hace unos días me devolvió al pasado y a la infancia de aquellos veranos en los que sacábamos cuatro pesetas gracias a un sistema de reciclaje del que ya nadie se acuerda: devolver los cascos.

Parecerá una tontería pero influido, seguramente, por lo que decía el libro resulta que mientras leía la nota del PP, anunciando su rechazo a la candidatura de Cascos, me acordé de aquellos otros cascos y de la recompensa que recibíamos por devolverlos. Sé lo que estarán pensando, que el juego de palabras, elemental y simplista, confirma que no soy excepcionalmente inteligente y que cuando leí la palabra Cascos mi cerebro se esforzó por agradarme y creyó que hacia una gracia relacionando el apellido del personaje ilustre con el sustantivo que pone nombre a los envases vacíos. Eso mismo pensaba yo, pero mi cerebro se puso terco y argumentó, muy serio, que el tal juego de palabras venía que ni pintado pues la trayectoria del personaje, y la decisión del PP asturiano, no podían entenderse de mejor forma que recurriendo al ejemplo de aquellos cascos que devolvíamos al chigrero a cambio de una pequeña recompensa con la que comprábamos caramelos.

El paralelismo parecía novedoso y como el día se presentaba aburrido acepté el reto de embarcarme en un repaso de méritos que arrojara alguna luz sobre si Cascos es, ahora mismo, un gigante político o un envase vacío.

Álvarez Cascos ya subió y bajó todos los escalones de la escena política. Fue concejal del Ayuntamiento de Gijón, diputado provincial, nacional, senador, ministro y hasta candidato a la presidencia del Principado, aspiración en la que fracasó pues Pedro de Silva se alzó con el triunfo por un margen de casi el doble de diputados. Como ministro tuvo aciertos y errores, apuntándose como el más sonoro que, siendo responsable del salvamento marítimo, permaneciera de cacería en el Pirineo mientras se producía el vertido del «Prestige». Una afición, la caza, que comparte con la pesca hasta el punto de que sus amigos lo llaman «El Chato Salmones». Defensor de la ortodoxia católica, sus profundas convicciones religiosas no le impidieron abandonar a su esposa y casarse en segundas nupcias con una mujer 27 años más joven, a quién luego dejó por la galerista María Porto y sus negocios inmobiliarios. Por lo que se refiere a sus amistades se le sitúa muy cerca de Francisco Correa y Jaume Matas y muy lejos de María Dolores de Cospedal y Soraya Sáez de Santamaría, a quienes trató, más de una vez, en tono despectivo. También cargó contra Rajoy, Camps y Valcárcel. Se lleva mal con Ovidio Sánchez y, al parecer, entre los actuales dirigentes del PP, sólo Esperanza Aguirre le tiene aprecio. Su estilo bronco y sus modales autoritarios le valieron incluso para que Aznar lo fuera apartando, así que la decisión del PP asturiano se sitúa en la órbita de lo que piensa el partido. Es decir, que Cascos tiene toda la pinta de ser un envase vacío y lo que procede, en estos casos, es hacer como se hacía antes: devolverlo. Suerte que tiene el playo porque lo que, ahora, hacen con los cascos no es lavarlos y utilizarlos de nuevo, ahora los machacan y los destruyen.

Milio Mariño / La Nueva España / Artículo de Opinión

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