Milio Mariño
Asombra lo fácil que resulta, ahora, fabricar y propagar una pretendida nueva política que es más vieja que Carracuca. No hacen falta ideas originales ni propuestas brillantes que deslumbren al electorado. Alcanza, y sobra, con un poco de frustración y con las ruinas y los escombros de un mítico pasado en el que todo era más sencillo porque el mundo giraba despacio y estaba dividido entre buenos y malos.
Como muestra ahí tienen El Tea Party americano, un movimiento ultra conservador, primitivo y xenófobo, que si por algo destaca es por la tosquedad de sus mentiras, por su grosería y por la poca inteligencia de quienes las dicen y las repiten, tergiversando, de forma infantil, las causas de una crisis cuyo origen sitúan en la aspiración malsana de quienes pretenden vivir mejor y en los gobiernos que insisten en proporcionar a la población un Estado de Bienestar que tildan de comunista, pues distribuye los impuestos de forma que los más pobres dispongan de enseñanza gratuita, de Seguridad Social, de una paga vitalicia cuando se jubilan y de un subsidio de supervivencia cuando quedan sin trabajo.
Es lo que viene a decir el Tea Party que triunfa en Estados Unidos. Reclama a los dos partidos, al demócrata y al republicano, menos Estado, menos impuestos, nada de sanidad para todos, expulsión de los emigrantes y vuelta a la América de los años cincuenta. Una América que, en su opinión, han echado a perder los políticos con sus ideas socializantes, con su tibieza en las guerras de Irak y Afganistán y con la deriva de un presidente, Obama, que es marxista y musulmán.
En esas están por aquellos pagos. Y, bueno, ya sé que esto no es América. Ni esto es aquello ni Asturias es Texas, pero imaginen, por un momento, que a cualquiera se le ocurre pintar un ALSA de rojo y gualda y hacer una gira por España reclamando al PSOE y al PP volver a las cincuenta y dos provincias de 1833, la supresión de todos los ministerios -excepto Defensa, Justicia, Hacienda y Asuntos Exteriores-, la Seguridad Social sólo para los que trabajan, la abolición del subsidio de paro y de cualquier otro subsidio asistencial, la vuelta a la escuela hasta los catorce años y al bachillerato con reválida, el salario libre de impuestos, la Guardia Civil en la casa cuartel, a las ordenes de un sargento como Dios manda, y un decreto regenerador de la política que acabe con el politiqueo y nos devuelva al muy eficaz sistema de representación por tercios, en el que tendría una relevancia especial el tercio de los elegidos natos: ministros, altos funcionarios, miembros del poder judicial, alcaldes de capitales de provincia, rectores de universidad y otros a designar.
Ese sería el resultado de la traducción, al español, del Tea Party americano. Esa es, más o menos, la propuesta que allí, en Estados Unidos, está haciendo furor y poniendo contra las cuerdas a los dos partidos mayoritarios. Más al demócrata que al republicano, pero también a este porque, aunque son muy, pero que muy de derechas, no llegan a tanto.
El Tea Party americano me parecía de risa, algo inaudito, pero viendo el éxito que está teniendo ya no me río tanto. Sobre todo porque aquí también serían muchos los que se sumarían al carro. Quiero decir a ese autobús con chofer autoritario.
Milio Mariño / La Nueva España / Artículo de Opinión
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