lunes, 11 de octubre de 2010

Lo que hay es mucha ignorancia

Milio Mariño

En la infancia, hace ya medio siglo, oía decir con frecuencia que lo que había en España era mucha ignorancia. Y debía haberla, pero no parece que se haya resuelto el problema porque si bien es cierto que los ignorantes de entonces es muy posible que ahora no lo sean, resulta que se han vuelto ignorantes los que antes no lo eran. Así que estamos en las mismas. La ignorancia, lejos de desaparecer, sólo ha cambiado de acera.

Todo hacia pensar que iríamos mejorando, que la ignorancia, en España, no podía ser un mal endémico. Era lo lógico, lo que decía el sentido común. Pero, últimamente, he visto a tantos catedráticos, columnistas y políticos hacerse los ignorantes que he acabado por convencerme de que realmente lo son. Me convencí después de lo de septiembre.

Después de aquel aluvión de editoriales, artículos de opinión y tertulias, en las que se machacaba a los sindicalistas poniéndolos de vagos, medio analfabetos, violentos y caraduras. Un despliegue en toda regla que no evitó que diez millones de trabajadores hicieran caso a los sindicatos y fueran a la huelga.

Diez millones son nada, es un fracaso, dicen los que un día dijeron que ese número de votos suponía un respaldo sin precedentes. Pero, en mi opinión, no lo dicen a mala fe, lo dicen por ignorancia. Como nunca hicieron huelga ignoran que secundarla sale mucho más caro que depositar un voto en la urna.

Ignoran eso y muchísimas cosas porque hace cuatro días clamaban, desde sus columnas, poniendo como ejemplo, por su política de impuestos bajos, despido flexible y sector público austero, al gobierno neoliberal de Irlanda, y aún no se han enterado de que Irlanda está peor que Grecia. Es el país europeo donde el desempleo, porcentualmente, ha crecido más. Más incluso que en España, que ya es decir.

Ignorar lo que pasa en el mundo, opinar de lo nuestro sin tener idea de lo que ocurre más allá de nuestras narices, supone que cualquier ignorante puede plantarse en una tertulia, en un café, o en un periódico incluso, y despacharse a gusto poniendo de vuelta y media al primero que se tercie.

No conforme con eso, como la ignorancia es muy atrevida, aprovecha para solucionarnos la vida y decirnos, de paso, a quien tenemos que votar. Ignora, como ignorante que es, que elegir entre lo malo y lo peor no es elegir.

Se estarán preguntando, imagino, qué cómo es que quienes antes no lo eran, ahora, se han vuelto ignorantes. Muy sencillo; la ignorancia tiene sus ventajas. Quizá no tantas como para darnos la felicidad plena pero si para ahorrarnos problemas y quebraderos de cabeza.

Si uno, por ejemplo, ignora la corrupción, como hacen los ignorantes, le trae al pairo que en Valencia haya más corruptos que naranjas. Otro tanto se puede decir de las medidas contra la crisis que están adoptando los gobiernos de toda Europa. Medidas que sólo conocen los que no son ignorantes, los que están al tanto de lo que pasa.

Así es que, muy a mi pesar, tengo que ratificarme en lo dicho: lo que hay en España es mucha ignorancia. Y lo peor de todo es que a los abogados, periodistas, políticos y hombres de empresa que han decidido ejercer la ignorancia, lo que más les molesta es que los demás hayan dejado de ser ignorantes.

Milio Mariño / La Nueva España / Artículo de Opinión

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