Milio Mariño
Si en Asturias midiéramos el tiempo por lo que tardamos en resolver los problemas, y no por las vueltas que da la tierra, es muy probable que estuviéramos, todavía, en 1.884. No digo antes porque 128 años son suficientes para constatar que los asturianos somos los primeros, en cuanto a paciencia y méritos, para disfrutar de un puesto en el cielo pues, ya, en el año al que me refiero, 1.884, el carbón salía más barato traerlo de Inglaterra, un flete de Gijón a Málaga era más caro que de Newcastle a Jamaica, el banco que financiaba las obras del ferrocarril a León quebró, provocando una convulsión y un escándalo, la iglesia se oponía al matrimonio civil, como ahora se opone al gay, y las elecciones que se celebraron en abril, de ese año, las ganaron los conservadores por una mayoría aplastante.
La similitud es, realmente, asombrosa. Aún faltaba para que inventaran el euro pero Asturias debía estar, más o menos, como ahora. La diferencia quizá haya que buscarla en que, entonces, vivía Clarín y aquel año se publicó La Regenta, para disgusto de las autoridades, tanto civiles como eclesiásticas. Quitando eso, si a lo que decíamos al principio añadimos que, por Mieres y La Felguera, las ideas de la AIT se extendían como la pólvora, tenemos el cuadro completo. Tenemos a la élite, social, religiosa y política, anclada en posturas inmovilistas, defendiendo sus privilegios, y al pueblo tomando conciencia de que no tenía sentido sufrir y callar, aceptando vivir sometido a la burguesía y la iglesia.
Situados en aquel contexto, es fácil entender que el 29 de junio de 1884, Xuan de la Cuca, que era el recitador de La Amuravela, desenvainara el sable, se plantara delante de la imagen de San Pedro y dijera con voz de trueno:
- ¡Si falta pescáu o pan d’un sablazu vas al suelu, garró les llaves del cielu y do-yles a San Xuan!
El impacto debió ser tremendo. Cuentan las crónicas que después de la lógica sorpresa y el consiguiente revuelo, la reacción fue inmediata. El cura paró el sermón y mandó meter al santo en la iglesia, al tiempo que sentenciaba que nunca más se celebraría la fiesta.
Los vecinos, por su parte, respondieron con división de opiniones. Algunos, los menos, daban la razón al cura, pero la mayoría estaban con Xuan de la Cuca. Defendían su postura y, para demostrarlo, cantaban con todas sus fuerzas:
- ¡Mientres Cuideiru viva, ya duri la Fuenti'l Cantu, va San Pedru a la Ribera, con todus lus demás Santus!.
La Amuravela llevaba recitándose en Cudillero, en presencia de la imagen de San Pedro, desde hacía más de 300 años. Desde que en 1569 llegaran unos marineros pixuetos de la conquista de La Florida y saludaran al santo como tenían por costumbre saludar a su almirante Don Álvaro, que era sobrino de Pedro Menéndez.
El rito se repetía, año tras año, de forma escrupulosa. Detrás del tambor y la gaita aparecían, a hombros de los marineros más populares y mejor puestos, las imágenes de San Pedro, San Francisco y La Virgen del Rosario, que eran llevadas en procesión hasta donde estaba la lancha. En llegando allí, a San Pedro, el único que gozaba de ese fuero, lo colocaban a popa y recitaban La Amuravela.
Ateniéndonos a su reacción, es muy probable que el cura creyera que con evitar que el recitador le dijera al santo lo que se comentaba en la calle se acababan los problemas. Pero el recitador, como el mensajero, no tenía culpa de que los marineros estuvieran en una situación crítica y quisieran hacer oír sus quejas.
Tiempo después, a mediados del siglo pasado, Elvira Bravo, que era hija de farmacéutico, profesora de piano, estudiosa del folklore y conocedora, como nadie, de la historia y los secretos de la cultura pixueta, dijo en una entrevista que La Amuravela la hacían a medias entre San Pedro y el pueblo. Y, así debía ser, nadie mejor que ella, que estuvo 40 años escribiendo esa preciosa, y singular, crónica en verso, podía saberlo.
Aquel 29 de junio de 1884, el día que Xuan de la Cuca desenvainó su sable y advirtió a San Pedro de que si, en Cudillero, faltaba pan o pescado le quitarían las llaves del cielo para dárselas a San Juan, fue una fecha histórica. Fue el inicio de muchos años sin que la imagen del santo estuviera presente cuando recitaban La Amuravela. Nada menos que desde el año siguiente, desde 1885 hasta 2005, La Amuravela siguió recitándose con el mismo fervor de siempre pero con San Pedro dentro de la iglesia.
Ciertamente, sí que tuvo consecuencias que Xuan de la Cuca se atreviera a exigir a San Pedro pan y pescado para que los vecinos de Cudillero no sufrieran hambre y miseria. Fueron nada menos que ciento veinte años de ausencia y solo siete desde que Cudillero volviera a recuperar la vieja tradición de recitar la crónica en verso en presencia del santo. De todas maneras, dado que es incuestionable eso de que, al final, todo se sabe, cabe suponer que San Pedro, aunque lo encerraran en la iglesia para que no oyera La Amuravela, siempre estuvo al tanto de las inquietudes y los desvelos de los pescadores pixuetos.
Milio Mariño / Artículo de opinión / La Nueva España
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