A
medida que pasa el tiempo vamos dándonos cuenta de que sabían más de lo que
dijeron y que, tal vez, no quisieron decirlo porque no estábamos preparados
para una verdad insoportable que exige ser administrada como el veneno: en
pequeñas dosis para que el cuerpo se acostumbre y no fallezca de un síncope.
Es muy probable que aún no sepamos ni la mitad
de lo que nos espera pero lo que sí sabemos es que las medidas que anuncian y
ejecutan, sin contemplaciones, están arrojando a la exclusión a quienes desean
lo mismo que cualquier ser humano y se encuentran con que su Gobierno ha
decidido sacrificarlos en aras a una liturgia que, según los expertos, exige
proteger a los financieros y desproteger a los ciudadanos.
Convencidos
de que ese es el camino, los Gobiernos van desentendiéndose de una parte de la
población que, para ellos, no cuenta y supondría un alivio si falleciera. Suena
terrible pero, en el fondo, aunque se cuiden de decirlo, es lo que piensan. Es
uno de los pilares, sino el principal, sobre los que se asienta el sistema
capitalista.
El
desmedido afán por denostar cualquier mención a la memoria histórica oculta,
entre otras cosas, que el capitalismo usa la guerra como purificación del
sistema. Hasta ahora, siempre ha sido así: crisis, guerra y vuelta a empezar.
De ahí que haya verdades que no
les interesa que recordemos.
No
quieren viejos recuerdos ni datos como este que les refiero: En 2007, tres
ciudadanos estadounidenses, Bill Gates, Paul Allen y Warren Buffett, poseían,
juntos, una fortuna superior al PIB de los 42 países más pobres del mundo, cuya
población supera los 600 millones de
habitantes.
Parece
ciencia ficción pero es absolutamente real, muestra hasta donde puede llevarnos
la evolución de un sistema económico que consideramos el mejor y el único posible,
en un régimen de libertades. De modo que si echamos mano a la Teoría de las
Ondas Largas de Kondratief, el capitalismo estaría enfrentándose, ahora mismo,
a su cuarta crisis. Una crisis que culmina su fase ascendente en los años setenta,
cuando se impone el Neoliberalismo, impulsado por Milton Friedman y su Escuela
de Chicago, y continua su Onda Larga, de descenso, hasta 2008, tocando fondo en
2010 y arrastrándose horizontalmente a la espera de un evento que propulse el
inicio de un nuevo arranque a la fase ascendente.
¿Cuál
sería el evento que impulsaría ese arranque? Nadie se atreve a decirlo pero
todo apunta a que sería una guerra de desgaste en la que tuviera un protagonismo
absoluto la infantería, los soldados cayeran como moscas y la población fuera diezmada. No se vislumbra ningún otro
escenario que garantice el impulso que consideran imprescindible. Hasta ahora, el
Capitalismo había logrado retrasar la fase descendente del ciclo mediante
acontecimientos asociados a los adelantos tecnológicos, las innovaciones, la aparición de nuevos mercados
y el fortalecimiento de su industria bélica. Pero, agotados esos yacimientos, es
necesario que se produzca una fuerte demanda de sus productos, y eso solo es
posible si estalla un conflicto armado.
La suerte está echada. No obstante, como no
quiero acabar esta reflexión en plan derrotista, deseo, con todas mis fuerzas,
que sepamos escoger enemigo. Inglaterra,
viendo lo que ocurre con Gibraltar, sería lo fácil pero, dado su potencial
bélico, no nos interesa. Alemania y Francia tampoco. Así que solo nos queda
Marruecos.
Milio Mariño/ Artículo de Opinión/ La Nueva España
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