lunes, 11 de junio de 2012

Vuelvo a la carretera

Milio Mariño


Este fin de semana, harto de estar en casa, pensé que tenía que moverme un poco  y salí a pasear en coche. Era lo que solíamos hacer, los sábados y los domingos, hasta que nos entró ese afán desmedido por llegar pronto a los sitios. Empeño que no acabo de entender como tampoco entiendo que una de las grandes ventajas que se atribuye a las autovías sea la de que podamos vivir en Villaviciosa o en Soto del Barco y trabajar en Gijón o en Oviedo.

 Pero, no me hagan caso, uno se hace mayor y es consciente de que no está al tanto de las necesidades reales de una familia del año dos mil,  que son diferentes a las de aquellos padres que llevábamos a nuestros hijos en el asiento de atrás, a granel, mirando por la ventanilla y preguntando detalles del paisaje, mientras estos de ahora les ponen una película para que se entretengan y no hagan preguntas.

Dicen que, los de ahora, son más inquietos pero yo entiendo a los niños. Las autovías tienen poco que ver, pasan lejos de los pueblos, de los ríos, del mar y de cualquier cosa que pueda suscitar interés. Además, a la monotonía del paisaje, hay que añadir que son gratis y como nos han enseñado que todo lo que no cuesta dinero no vale la pena tengo la malévola esperanza de que si el impuesto que anuncian para Madrid lo implantan en todas las autovías, la gente volverá a las carreteras, aunque sea obligada por una economía doméstica que no soporta ni diez céntimos de propina.

Lamento que tenga que ser el bolso, y no la cabeza, quien nos haga entrar en razones y nos devuelva a la vieja costumbre de pasear en coche, sin prisa, por esas carreteras estrechas y llenas de curvas que considero una delicia. No obstante, cada cual tiene sus aficiones, de modo que, a punto de iniciar el viaje, celebraba poder disfrutar de un placer sencillo que casi resulta gratis pero, influido seguramente por la machacona insistencia del ahorro a toda costa, me dio por pensar si no será derroche que para ir de Salinas a Villalegre podamos elegir entre cuatro itinerarios distintos y otro que está en proyecto. Lo menciono porque lo que se hizo, y lo que piensan hacer, estoy convencido que obedece al propósito de llegar cuanto antes como si al destino hubiera que ir a buscarlo deprisa.

Pues bien, iba yo camino de Villalegre cuando me asaltó la idea de que, lo que vale para las carreteras vale para la vida misma, para asomarnos a un mundo que parece de ficción y se hincha a ponernos películas para que no nos fijemos en un paisaje que resulta desolador. Nos hicieron creer que todo eran autovías, que las carreteras con curvas solo existían en las novelas viejas, y ahora insisten en que tendremos que volver a ellas pero no para disfrutar del viaje sino a la velocidad que íbamos por las otras y con más cuidado si cabe pues, estadísticamente, son las que arrojan más accidentes mortales.

En buena hora salí el domingo de casa. No les digo más que fui a Villalegre por la carretera antigua, para evadirme un poco y olvidar la tristeza del rescate, y volví por la variante, que no es autovía ni carretera, es un apaño a medias.

Milio Mariño / La Nueva España / Artículo de Opinión

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