Este fin de semana,
harto de estar en casa, pensé que tenía que moverme un poco y salí a pasear en coche. Era lo que solíamos hacer,
los sábados y los domingos, hasta que nos entró ese afán desmedido por llegar
pronto a los sitios. Empeño que no acabo de entender como tampoco entiendo que
una de las grandes ventajas que se atribuye a las autovías sea la de que
podamos vivir en Villaviciosa o en Soto del Barco y trabajar en Gijón o en
Oviedo.
Pero, no me hagan caso, uno se hace mayor y es
consciente de que no está al tanto de las necesidades reales de una familia del
año dos mil, que son diferentes a las de
aquellos padres que llevábamos a nuestros hijos en el asiento de atrás, a
granel, mirando por la ventanilla y preguntando detalles del paisaje, mientras estos
de ahora les ponen una película para que se entretengan y no hagan preguntas.
Dicen que, los de ahora,
son más inquietos pero yo entiendo a los niños. Las autovías tienen poco que
ver, pasan lejos de los pueblos, de los ríos, del mar y de cualquier cosa que pueda
suscitar interés. Además, a la monotonía del paisaje, hay que añadir que son gratis
y como nos han enseñado que todo lo que no cuesta dinero no vale la pena tengo
la malévola esperanza de que si el impuesto que anuncian para Madrid lo
implantan en todas las autovías, la gente volverá a las carreteras, aunque sea
obligada por una economía doméstica que no soporta ni diez céntimos de propina.
Lamento que tenga que
ser el bolso, y no la cabeza, quien nos haga entrar en razones y nos devuelva a
la vieja costumbre de pasear en coche, sin prisa, por esas carreteras estrechas
y llenas de curvas que considero una delicia. No obstante, cada cual tiene sus
aficiones, de modo que, a punto de iniciar el viaje, celebraba poder disfrutar
de un placer sencillo que casi resulta gratis pero, influido seguramente por la
machacona insistencia del ahorro a toda costa, me dio por pensar si no será
derroche que para ir de Salinas a Villalegre podamos elegir entre cuatro itinerarios
distintos y otro que está en proyecto. Lo menciono porque lo que se hizo, y lo
que piensan hacer, estoy convencido que obedece al propósito de llegar cuanto
antes como si al destino hubiera que ir a buscarlo deprisa.
Pues bien, iba yo camino
de Villalegre cuando me asaltó la idea de que, lo que vale para las carreteras vale
para la vida misma, para asomarnos a un mundo que parece de ficción y se hincha
a ponernos películas para que no nos fijemos en un paisaje que resulta
desolador. Nos hicieron creer que todo eran autovías, que las carreteras con
curvas solo existían en las novelas viejas, y ahora insisten en que tendremos
que volver a ellas pero no para disfrutar del viaje sino a la velocidad que
íbamos por las otras y con más cuidado si cabe pues, estadísticamente, son las
que arrojan más accidentes mortales.
En buena hora salí el
domingo de casa. No les digo más que fui a Villalegre por la carretera antigua,
para evadirme un poco y olvidar la tristeza del rescate, y volví por la
variante, que no es autovía ni carretera, es un apaño a medias.
Milio
Mariño / La Nueva España / Artículo de Opinión
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