lunes, 18 de junio de 2012

La absurda arrogancia del rescatado

Milio Mariño


 El día después del famoso rescate a los bancos, temí que mis antiguos colegas, del Comité Europeo, me llamaran por teléfono para desquitarse y criticar nuestra absurda arrogancia. Agradezco que no lo hicieran, valoro su saber estar, pero no deja de darme vueltas que solían enseñarme sus viejas aceras, de asfalto o baldosas en mal estado, y decían que cuando venían a España se encontraban con que las habíamos cambiado, o las estábamos cambiando, por otras nuevas, de mármol, rematadas con barandillas de acero inoxidable y farolas y papeleras de hierro fundido. Lo decían con media sonrisa, pero notaba que les molestaba porque, enseguida, sacaban a relucir la millonada, en fondos, que nos estaban dando y comentaban que, en su opinión, deberíamos destinarlos a cosas más productivas.

Salía del paso diciendo que lo hacíamos como una inversión en turismo, que para España era una fuente muy importante de ingresos, pero no colaba. No colaba porque esas conversaciones solíamos tenerlas cuando íbamos a comer de diario, un acto que, allí, tiene poca importancia. La mayoría de las veces comíamos en cualquier sitio, incluso de pie, un plato ligero, un sándwich o un bocadillo, lo cual volvía a ser objeto de nuevos comentarios ya que aprovechaban para recordarme que mientras ellos paraban a media mañana para tomar un zumo, o un café, con una galleta, en el propio lugar de trabajo, en España bajábamos al bar de la esquina, estábamos media hora, y a la una volvíamos a bajar para la caña y el aperitivo. Decían que, entre cañas y aperitivos, charlábamos tranquilamente, contando chistes y anécdotas, hasta las dos o las dos y media, que era cuando nos sentábamos a la mesa. Después venía la sopa, el primer plato el segundo y los postres. Pero aún quedaba el café y el chupito, que siempre traía el dueño cuando estábamos a punto de levantarnos, de modo que para no despreciarlo seguíamos sentados y no nos levantábamos hasta pasadas las cuatro de la tarde.

Antes de que pudiera darles cualquier explicación convincente, me atajaban reconociendo que sabíamos vivir, decían que entendíamos la vida mejor que ellos y, en cierta manera, era como si lamentaran no haber sabido incorporar, a su Estado de Bienestar, esas pequeñas cosas que hacen lo cotidiano más divertido y ameno.

Eran muy buena gente, siento por ellos un gran aprecio, así que estoy convencido de que no se alegraron del rescate ni de las meteduras de pata y la arrogancia de nuestro gobierno. Apostaría que también les duele, por eso que si es que hicieron alguna recomendación al respecto, no la imagino en el sentido de que tengamos que recortar la sanidad, la enseñanza, o cualquier cosa que menoscabe el Estado de Bienestar, que adoran y defienden con todas sus fuerzas. Si acaso apuntaron algo  seguro que lo encaminaron por la vía de lo que tantas veces me tienen dicho. Seguro que al Gobierno español le señalaron la conveniencia de que deberíamos cambiar algunos de nuestros hábitos pero como para nuestros gobernantes eso entra dentro de lo sagrado, lo genuino y lo verdaderamente español, optaron por lo más fácil, por subirnos los impuestos y privarnos del incipiente estado del Bienestar, pues, dada su posición social, entienden por bienestar que no podamos perder la cañita, el pincho, la sobremesa, los toros o el fútbol, y no lo otro.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / La Nueva España

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