Milio Mariño
Hojeando una revista, no les digo donde porque intuyo que lo suponen, me entero de que el Centro Nacional de Inteligencia, CNI, tiene una plantilla de 3.500 hombres y mujeres. Número que el Director del Centro estima escaso pues declara que siente envidia de quienes le precedieron en el cargo, ya que han aparecido nuevos riesgos y amenazas, a las que hay que sumar que los malos son cada vez más malos, más numerosos y más inteligentes, de modo que combatirlos, con la plantilla actual, se hace casi imposible.
Toma moreno. El jefe de los espías pide más personal. Habla de nuevos riesgos pero evita hacer alusión a que sus antecesores no disponían de una tecnología, como esta de ahora, que les permite saber cuanto ganamos, en qué, y como, lo gastamos, que poseemos, como están nuestras cuentas bancarias y nuestros historiales médicos, a qué organizaciones pertenecemos, qué decimos en nuestras conversaciones telefónicas y, si se les antoja, por donde paseamos y en qué supermercado hacemos la compra.
A tenor de las cámaras de video, instaladas por todos sitios, los programas informáticos y los vaya a saber qué artilugios, imagino que nadie osará discutir que la industria del espionaje también se ha beneficiado, y mucho, de los avances tecnológicos. Así es pero, al contrario que la Siderurgia o la construcción naval, el CNI no solo no ha disminuido su plantilla sino que, en los últimos 15 años, la ha incrementado en un 60 por ciento. Dato que no impide, al jefe supremo, solicitar nuevos aumentos apelando a que el mercado del mal crece a un ritmo que si estuviéramos en su pellejo nos morderíamos las uñas como posesos.
Por lo expuesto, habrán deducido que nuestra propuesta es rechazar cualquier aumento de plantilla y abogar por un ERE inmediato. El razonamiento es sencillo: más efectivos no significa mayor eficacia. Pero, para no separarnos de los remedios que se proponen, y se ponen en marcha, para salvar nuestra industria y ajustar la administración del Estado, vamos a centrarnos en dos aspectos que consideramos fundamentales.
El primero la formación. Convendría darle un repaso pues según datos del propio CNI, el 25 % de sus agentes son licenciados, el 9 % tienen titulo medio y el 66% está en posesión del Bachillerato o Formación profesional de segundo grado. Para muestra un botón: el asturiano Roberto Flórez, encarcelado hace poco por un presunto delito de traición, (se le acusa de ser un agente doble al servicio de los rusos) era un cabo de la Guardia Civil, sin idiomas ni más estudios que los primarios.
La segunda cuestión seria revisar cómo reclutan al personal. Habría que echarle un ojo a la forma de contratar porque un responsable del Centro afirmaba en un artículo de El País, sin pudor alguno, que casi la mitad había entrado por el aval de algún familiar con responsabilidades en la política, la policía o las Fuerzas Armadas. No es por señalar pero el general Andrés Casinello, ex jefe de información de la Guardia Civil, tiene un hijo y dos nietas trabajando para La Casa, que es como llaman al CNI sus miembros.
La propuesta ahí queda, a disposición de los políticos. La industria del espionaje no puede ser ajena a la crisis ni a la evolución de los tiempos. Se impone una reducción de plantilla, un aumento de la productividad y un mayor compromiso.
Milio Mariño / Artículo de Opinión.
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