Milio Mariño
Pasaron las Navidades y los comercios han vuelto, por fin, a llenarse. Están que no cabe un alma, la gente no para entrando y saliendo cargada de bolsas. Pero, no se engañen, no es por las rebajas, es por los regalos. Es por una moda que ha ido ganando terreno y nos ha metido en un lío que nadie entiende pero en el que todos participamos, bien sea de motu propio o a remolque. El resultado es que los regalos ya no se hacen para que los disfrute quien los recibe, se hacen para que pueda cambiarlos por otra cosa.
Esa es la historia. Que los comercios estén a tope no responde a que todo el mundo se haya lanzado a la calle para comprar lo que no ha comprado en diciembre. Este trajín se explica porque lo primero que dice, quien te hace un regalo, es que puedes cambiarlo si no te gusta.
Si que me gusta, me encanta. No sabes el tiempo que llevaba pensando en comprarme algo así. La respuesta es de libro, de manual de buena conducta, pero pasados unos minutos, después del entusiasmo inicial, la cara dibuja un gesto y ya pueden adivinar la pregunta: ¿Has dicho que se puede cambiar?, es que no sé si será mi talla.
Todos regalamos y esperamos que nos regalen. Hasta el nuevo Gobierno ha tenido el detalle de regalarnos un Real Decreto al que tendremos que corresponder con dinero. Un regalo que, últimamente, se ha puesto de moda, sobre todo entre las parejas con hijos adolescentes. Es decir, en esa edad tonta que va de los 15 a los 35 años.
Yo al mío le doy 100 euros y que compre lo quiera, no me rompo la cabeza. Ya, pero como el nene no piensa malgastar el dinero en algo que sabe que acabarán comprándole sus padres, disimula comprando cualquier tontería, dice que le costó 80, cuando en realidad fueron 20, y el resto se lo gasta en el botellón de Reyes con el pretexto de que estuvo en la Cabalgata.
Otro de los problemas que me harté de oír estos días es lo mucho que sufre la gente cuando tiene que hacer un regalo a una persona a la que no se le puede regalar nada. Y qué le regalamos a Fulano, si tiene de todo, si no hay cosa que no tenga, preguntaba, angustiada, una señora a su amiga.
Estuve por sugerirles que le compraran un libro pero como las señoras eran bastante mayores que yo, el Fulano debía tener su edad y lo mismo estaban pensando en comprarle unos patines, me pareció de mal gusto quitarles esa ilusión. Los regalos son un asunto muy delicado. Sobre todo para los que venimos de aquella época en la que te regalaban un par de cosas y una era ropa interior y la otra unos calcetines de rombos.
¿Una chaqueta de punto? Pero si ya tengo una, protesté de forma amable, dando a entender que no hacia falta que gastaran un dineral. Lo sabemos, pero esa que tienes es una vergüenza, no se como te atreves a ponerla.
Cualquiera les dice que la del regalo no me gusta un pimiento y, además, me queda un pelín estrecha. Soy de los de antes, así que me quedare con ella y la pondré los domingos, que es cuando vienen a comer.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / La Nueva España
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