Milio Mariño
No sé lo que está pasando pero intuyo que mienten como bellacos. Me refiero a que no paran de contar mentiras aquí, en Libia y en Fukushima. No es que tengamos distintos puntos de vista, que los tenemos, es que lo que no puede ser, no puede ser y, además, es imposible, como bien dijo El Guerra.
La cuestión es dar por bueno lo que nos dicen y allá penas. Hacer como manda el refrán: Si del cielo te caen limones… hazte una limonada. Ya, pero no es fácil. Es más complicado para nosotros que para cualquiera de nuestros antepasados, incluidos nuestros abuelos, que presenciaban lo que les caía cerca y eran testigos, seguramente, de algún suceso terrible, pero nada más. Solo veían lo pasaba en su pueblo y sabían, de oídas, algo del pueblo de al lado, pero nosotros sabemos y vemos todo lo que ocurre en el mundo. Todo lo que nos enseñan, pues en eso no podemos elegir a la carta, tenemos que conformarnos con el menú del día, que suele venir trufado de catástrofes, injusticias y asesinatos, servidos en bandeja mientras comemos o cenamos delante del televisor.
De vez en cuando, si es que no estamos demasiado ocupados, pensamos: ¿Esto que me enseñan me incumbe? ¿Puedo, yo, hacer algo al respecto?
Trasladada aquí la pregunta, si alguno de ustedes se tomara la molestia de responderla, rogaría lo hiciera diciendo lo que le salga de donde quiera pero, a ser posible, sin echar mano de la socorrida y demagógica frase: A mi las injusticias y los crímenes, ocurran donde ocurran, nunca me son ajenos. Ya pueden suceder en el lugar más alejado del mundo que lo siento como mi pueblo.
Responder así es seguir al pie de la letra el manual de la hipocresía. No digo que no lamentemos ciertos sucesos pero, a renglón seguido, echamos tierra al asunto y allá se las compongan. Anda que no tengo yo problemas, pues si que me importa a mi que los árabes se den de hostias.
Me atrevo a decir que ese es el pensamiento mayoritario aunque nos cuidemos de decirlo en voz alta. Y tiene su explicación. Todos los días, los 365 días del año, nos sirven en bandeja un menú de atrocidades a cada cual más truculenta. De modo que no es extraño que hayamos desarrollado una especial indiferencia. Es puro instinto, sino seria imposible vivir. Si ante cada injusticia, de todas las que nos muestran, agarráramos un berrinche y dijéramos que teníamos que hacer algo, no podríamos soportarlo. Así es que la respuesta, ante lo que nos enseñan que ocurre en el mundo, suele ser: A mi no me incumbe. Y, en todo caso, suponiendo que me incumba, no puedo hacer nada por remediarlo. Total que cumplimos dándonos por enterados y adiós muy buenas. Otra cosa es cuando se empeñan, como ahora, en mostrarnos lo que ya nos mostraron mil veces e insisten en qué lo de antes podía pasar pero esto es intolerable. Cuesta creerlos. Por eso no los creemos. Nos encogemos de hombros y decimos que bueno, que ellos sabrán. Hacemos como hice, yo, esta semana.
¿Usted está con los rebeldes o con el dictadorzuelo? me preguntó una señora. Pues mire, creo que hay razones más que de sobra para intervenir. Lo que yo digo, apostilló la señora, que no podemos esperar hasta junio de 2012.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / La Nueva España
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