domingo, 3 de abril de 2011

Actas y actos que no están bien

Milio Mariño
Creo que nos pasa a todos. Que, todos, aceptamos con particular desagrado que alguien que estuvo ocupando puestos de especial responsabilidad no sepa estar cuando es otro el que ocupa ese lugar. Digo esto porque me irrita profundamente ver como actúa el PP cuando trata cualquier asunto relacionado con el terrorismo. Reconozco que también me irrita su actitud hipócrita y oportunista al respecto de la supuesta defensa del estado del bienestar y los más desfavorecidos pero entiendo que eso entra dentro de lo aceptable en el terreno de lo político. Lo otro no, lo otro es actuar con vileza y valerse de lo que haga falta para emponzoñar al rival.

No vale cerrar los ojos y silbar Capote de grana y oro, todos sabemos que hay asuntos de Estado muy feos y muy pringosos. Asuntos que parece como que no hubiera forma de tratarlos sin llenarse las manos de engrudo. Los Estados y los Gobiernos, aquí, en Washington, en París y en cualquier parte del mundo, suelen tener un abundante surtido de asuntos turbios. Y no les cuento si hablamos de terrorismo. Habría para llenar cientos de folios. Se nos volvería el pensamiento amargo si conociéramos los entresijos de lo que se cuece en las alcantarillas y los sótanos de palacio. Por eso viene de largo que los ciudadanos tengamos asumido que hay cosas que los Gobiernos, sean del signo que sean, no pueden decir ni tampoco reconocer. Ni los Gobiernos, ni la Santa Iglesia Católica, ni el sursum corda. En todos los sitios, hasta en las mejores familias, hay cosas que es mejor no airearlas. ¿A que viene entonces dar por bueno lo que dicen los terroristas y utilizarlo para poner al Gobierno contra las cuerdas? ¿Es para protegernos y acabar definitivamente con ETA?
No, no lo es. Sabemos, y ellos también, que la bronca de estos últimos días, como otras broncas pasadas, no conducen a otra cosa que a provocar el desgaste de quien, no creo que se discuta, está siendo eficaz en la lucha contra el terrorismo y no alardea de ello ni se atribuye la exclusividad del éxito.

¿De que sirve entonces montar un escándalo y considerar a Thierry, el que fuera jefe militar de ETA, hoy detenido, un ilustre notario que se limitaba a levantar acta de lo ocurrido en unas negociaciones que fueron autorizadas por el Parlamento? Su punto de vista, de cómo iban las cosas, no parece que pueda servirnos para luchar contra el terrorismo. Sirve, eso si, para que alguien se suba a un cajón y, megáfono en mano, arme una bronca, pero nada más. El grito, en cuanto a su eficacia, siempre fue inferior a la conversación reposada. No pido silencio, no me refiero a que haya que enmudecer o decir amén a lo que hizo, haga, o deje de hacer el Gobierno, en materia de terrorismo. Me refiero al compromiso responsable de decirlo en el ámbito que corresponda. Tratarlo como lo que es, como un asunto muy delicado que no admite algaradas ni números de circo.
No es aceptable que el primer partido de la oposición exhiba, y utilice, como prueba, el certificado de un terrorista que fue el jefe de los asesinos y debió ver las cosas con el ojo del culo. Quienes confiamos en las instituciones y desconfiamos de los terroristas no merecemos este espectáculo bochornoso.

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