Milio Mariño
Mientras leía lo que llegaba de Japón me vino a la memoria algo de lo leído en «El libro de las maravillas» y el recuerdo, aunque lejano, me llevó a pensar que el conocimiento que tenemos hoy del progreso tecnológico y de lo que sucede en el mundo dista poco de lo que comentaba Marco Polo al respecto de Cipango, que era como llamaban a Japón cuando Japón era Nippon-Koku, el país del origen del sol.
Decían aquellas crónicas, allá por el siglo XIII, que en medio de la mar océana existía la isla Antilla, donde siete obispos habían fundado siete ciudades y las riquezas abundaban. Todo lo que contaban era de oídas, pues ni siquiera Marco Polo había pisado Japón. Detalle que no le impedía hablar de una isla, grandísima, que estaba hacia Levante, a mil quinientas millas de tierra, y tenía tanto oro que no sabían que hacer con él.
Japón sigue donde siempre estuvo y lo que contaban los cronistas de ahora, hace apenas un mes, no era, ciertamente, que había oro a espuertas, pero ponían aquellas tierras como ejemplo de un nuevo mundo que sustituía al anterior y del que debíamos tomar nota como modelo a seguir.
Una desgracia, un descomunal terremoto, nos ha devuelto a Japón y, de nuevo, han surgido los ejemplos de progreso y admirado civismo, pues causa asombro que la gente se porte de forma tan civilizada y acepte los efectos de la catástrofe, confiando en su gobierno y guardándose su dolor.
Un terremoto no es una guerra pero se le parece tanto que se nos van los ojos comparando estas imágenes con las de Hiroshima y Nagasaki. Imágenes que, por otra parte, nos bajan de la nube y nos devuelven a la época medieval para advertirnos de que hay elementos que no dominamos ni pueden introducirse en el catálogo de las previsiones.
Habían llegado a decirnos, y lo creíamos, que lo controlábamos todo. Que éramos tan listos que habíamos inventado la física cuántica, la penicilina, la radio, la televisión, internet, el avión, la aspirina, la vacuna contra la gripe, la electricidad, las bombillas led, el subconsciente y hasta cocinábamos con un soplete. No se nos escapaba un detalle. Pero surgió lo que surgió y a tomar «pol saco» las previsiones, los ordenadores, los robot, la ecuación de Schrödinger y la teoría de Renzulli. Todo se fue al traste.
Lo sorprendente, lo que llama la atención por encima de los elogios a la ciencia, la tecnología y el civismo de Japón es que los científicos, cuando vieron que no sabían qué hacer, recurrieran a Pepe Gotera y Otilio, a ver si se les ocurría una ñapa para evitar el desastre. Y, se les ocurrió. Oímos, con asombro, que la medida más efectiva, para evitar la explosión nuclear, era tirar agua, a calderaos, sobre el reactor.
Pues si que hemos progresado. Estamos como en la época de Marco Polo, que contaba unas trolas impresionantes pero más inofensivas, y creíbles, que las de ahora. Y, no se lo pierdan, preguntaron a un doctor en Física, en un programa de la tele, qué era lo más necesario para hacerse con el control de la central nuclear y dijo, sin inmutarse: encontrar fontaneros y peones que reparen las cañerías que refrigeran el reactor. Ahí estuvo la clave porque si ya es difícil encontrar un fontanero cuando no pasa nada imagínense en un tsunami.
Milio Mariño / La Nueva España ¡ Artículo de Opinión
No hay comentarios:
Publicar un comentario