Milio Mariño
Creo que la sociedad todavía no ha tomado conciencia de que los partidos políticos maltratan impunemente sin que les duelan prendas. Tal es así que el maltrato de algunos, que aspiran a ser candidatos, está en boca de todos y resulta más evidente cuando, como ahora, se acercan las elecciones pues, si se fijan, raro es el día en que no aparecen nuevos candidatos que han sido maltratados o son victimas de vejaciones y humillaciones de todo tipo.
Lo grave de todo esto es que no se trata de casos aislados, son ciento y la madre los concejales, alcaldes y militantes que aspiran a ir en las listas y están siendo maltratados sin que nadie mueva un dedo ni haga nada por evitarlo. Tampoco la opinión publica, tan sensible en otros asuntos, parece que se interese por el maltrato político. La clave puede estar en que, al final, son solo unos pocos los que, como Álvarez Cascos, apelan a la dignidad personal y se atreven a denunciarlo. Son más los que callan y sufren que los que se rebelan y denuncian las agresiones. Sigue pesando, y mucho, la dependencia emocional, el miedo al rechazo y lo que supone verse en la calle sin pensión de alimentos.
Podemos hacernos cargo o mirar para otro lado, pero la violencia, los abusos, la intimidación y el chantaje son prácticas habituales en el seno de los partidos. Practicas que, aun hoy, son posibles porque, dentro de nosotros, todavía persiste esa actitud machista de justificar o minimizar las agresiones en base al peregrino argumento de que algo habrán hecho y, seguramente, lo tendrán merecido. Ya ven como la televisión y los medios están tratando las denuncias de maltrato presentadas por Álvarez Cascos. Justifican, sin rubor, la actitud de los presuntos maltratadores y la de quienes, con su escandaloso silencio, dieron la espalda a la victima.
Imagino que tiene que ser duro, muy duro, enfrentarse a la incomprensión, el horror de la soledad y la crueldad de algunas preguntas: ¿Por qué me trata así mi Partido? ¿Por qué unas veces me quiere y otras no? ¿Por qué no me escucha y me humilla de este modo? ¿Qué va a ser de mi vida? ¿Podré volver a empezar?
Alguien que hubiera conocido a Álvarez Cascos en su plenitud sentimental, piscícola, cinegética y política, seguro que, a poco sensible que sea, se le formaría un nudo en la garganta cuando lo vio comparecer, en la casa de acogida del hotel Regente, desplegando las denuncias en abanico y con las cicatrices del maltrato aun visibles en su nariz, su mentón y su atormentado rostro.
Ya ven en que ha quedado el clamor de los alcaldes, diputados y concejales que, hasta hace apenas una semana, manifestaban su incondicional apoyo a Francisco Álvarez Cascos. Al día siguiente de hacer publica su ruptura y manifestar que lo hacia porque no podía soportar el maltrato, comenzaron a darle la espalda y a decir que debería haber aguantado, con humildad y resignación, por el bien de todos. Y no solo eso sino que cuando dijo que estaba dispuesto a iniciar una nueva vida y que podría, incluso, cambiar de pareja, le llovieron las descalificaciones.
Asombra tanto cinismo. Quienes ayer decían que era buenísimo hoy, por el hecho de pedir el divorcio, dicen que es despreciable. Imagino que serán los mismos que piensan que los partidos tienen que ser como los matrimonios de antes.
Milio Mariño / La Nueva España / Artículo de Opinión
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