Milio Mariño
Vaya por delante que tanto me da que me da lo mismo que Bardem y Penélope Cruz hayan tenido un hijo en Estados Unidos, como que hubieran comprado una caseta de aperos en San Martín de los Pimientos. No deja de sorprenderme que escogieran la clínica Cedars Sinai, de Baberly Hills, antes que un hospital de nuestro servicio público de salud o, en su defecto, la Ruber Internacional de Madrid. Pero, de todas maneras, no creo que por tener un hijo en Alcobendas, o en Baberly Hills, se sea más o menos español. La cosa no va por ahí. Tampoco va en el sentido de aprovechar el parto para decir, como dijeron algunos, que mucho apoyar a ZP, pero mejor ponerse a cubierto de los hospitales de Leire Pajin.
A este respecto, lo tengo claro. Cada cual puede hacer con su vida lo que quiera y con su dinero lo que le de la real, o república, gana. Otra cosa es cuando alguien va por el mundo dándoselas de colega y presumiendo de aborrecer la ostentación del sistema capitalista. Cuando se presume de pensar así hay que aguantar el tipo. No vale que luego, a las primeras de cambio, se haga lo que hacen los pijos más pijos.
Dicho lo dicho, insisto en qué lo de Pe, Bardem y el hijo americano, es una gacetilla a la que no le hubiera dedicado una línea si no fuera que las noticias, a veces, toman conciencia y se juntan para hacernos ver que vivimos en un mundo tremendamente injusto. Tan injusto como que ese derroche de dar a luz en la clínica más cara y lujosa del mundo vino a coincidir con las 261 denuncias de niños robados y con el anuncio de que puede haber 300.000 casos de niños que fueron arrebatados a sus madres para venderlos y hacer negocio.
La coincidencia nos lleva a imaginar la situación tan extremadamente distinta de una madre rodeada de lujo y comodidades y la de aquellas madres que solo pedían que les dejaran ver a sus hijos, que según las monjas, el cura y el médico, habían muerto, y recibieron por respuesta que si insistían en su propósito tendrían que vérselas con la Guardia Civil. Y nos lleva a reflexionar también sobre las penalidades y el miedo que tuvieron que padecer quienes durante muchos años, aquí en nuestro país, fueron considerados menos personas, simplemente, por qué no tenían dinero.
Habría que preguntarse por qué unos hechos tan terribles han tardado tanto tiempo en salir a la luz y por qué sigue habiendo jueces que se niegan a iniciar una causa penal, hurtando a las víctimas lo que, a estas alturas, es solo un victoria moral sobre la injusticia y el miedo.
Llama la atención como, algunos, se han apresurado a decir que el robo de aquellos niños carecía de motivación ideológica, que no fue cosa del franquismo, que su motivación fue solo económica.
No entiendo semejante advertencia. No la entiendo porque tanto en el caso del niño que nace en la Cedars Sinai, de Baberly Hills, como en el de aquellos que nacieron en la pobreza y fueron arrebatados a sus madres, para luego venderlos, no deberíamos establecer una ética de izquierdas y otra de derechas. La ética que corresponda, y sea exigible, debería ser independiente al respecto de la perspectiva desde la que se observe.
Milio Mariño / La Nueva España / Artículo de Opinión
lunes, 31 de enero de 2011
lunes, 24 de enero de 2011
Felipe y Aznar, sueldos y energía renovable
Milio Mariño
Comparto la idea de que es costumbre muy española que nos escandalicemos por cualquier cosa. Comparto, también, que un caso que corrobora esa tendencia, uno de esos casos que invitan al ademán ofendido y a poner el grito en el cielo, pudo ser la noticia de que dos ex presidentes del Gobierno aceptaran ser contratados a cambio de cuantiosos sueldos. Estoy de acuerdo en que ambas contrataciones, la de Felipe como consejero de Gas Natural y la de Aznar como asesor de Endesa, coincidieron, por casualidad, con una subida del gas y de la luz. Y, por si fuera poco, coincidió también que tuvieron la mala suerte de que por esas fechas fue cuando se aprobó el Reglamento de Pensiones y quedó establecido que, con siete años cotizados, sus señorías tendrán derecho al máximo de la pensión.
Todo eso, sumado a la angustia de que no acabamos de ver el final de la crisis, es para tenerlo en cuenta. Pero, si diéramos por buenos los argumentos de quienes defienden los contratos de los ex presidentes y las pensiones de los diputados, tendríamos que referirnos a que el hecho de que dos personas, de 58 y 69 años, encontraran trabajo cuando la tasa de desempleo supera el 20 por ciento evidencia lo importante que es tener una formación sólida y una voluntad a prueba de bomba, pues tanto en los casos citados como en el de Alberto Oliart, que con 83 años encontró trabajo como presidente de Televisión Española, ha quedado demostrado que cuando alguien se propone, de verdad, encontrar un empleo la edad es lo de menos, no supone impedimento.
Imagino que una explicación así, más que un detalle de humor, les parecerá puro cinismo. Por eso, contando con que los españoles nos escandalizamos muy fácilmente y buscamos el agravio comparativo y el factor negativo, que nos permita servirnos de cualquier circunstancia para poner el grito en el cielo, creo que, en esta ocasión, está más que justificado que nos escandalicemos. No sería de recibo que aceptáramos que los ex presidentes y los diputados son ciudadanos muy singulares que merecen ser considerados como punto y aparte del resto de los españoles.
Tal vez entre dentro de lo normal, lícito y hasta lógico que Felipe González y José María Aznar trabajen y cobren, incluso, un buen sueldo. No habría nada que objetar, ninguna reserva al respecto, si las empresas contratantes fueran absolutamente privadas. Es decir, si no pertenecieran a un sector que, como el energético, está regulado, y si los contratados hubieran renunciado, previamente, a la pensión que reciben del Estado. Una pensión que por ética y hasta por estética no deberían estar cobrando.
Otro tanto se puede decir de los diputados y las diputadas que discrepan, aunque sólo sea un poco, en cuanto a si conviene elevar la edad de jubilación a los 67 años, con 41 de cotización, y están todos de acuerdo en que, por lo que a ellos respecta, con siete alcanza más que de sobra.
Seguro que es legal que los ex presidentes del Gobierno trabajen y cobren un sueldo y una pensión del Estado. Seguro que también es legal, porque así lo han acordado, que los diputados, con siete años cotizados, cobren como si hubieran cotizado cuarenta. Será todo muy legal, pero, por muy propensos que seamos a escandalizarnos, eso se llama aprovecharse del cargo.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / La Nueva España
Comparto la idea de que es costumbre muy española que nos escandalicemos por cualquier cosa. Comparto, también, que un caso que corrobora esa tendencia, uno de esos casos que invitan al ademán ofendido y a poner el grito en el cielo, pudo ser la noticia de que dos ex presidentes del Gobierno aceptaran ser contratados a cambio de cuantiosos sueldos. Estoy de acuerdo en que ambas contrataciones, la de Felipe como consejero de Gas Natural y la de Aznar como asesor de Endesa, coincidieron, por casualidad, con una subida del gas y de la luz. Y, por si fuera poco, coincidió también que tuvieron la mala suerte de que por esas fechas fue cuando se aprobó el Reglamento de Pensiones y quedó establecido que, con siete años cotizados, sus señorías tendrán derecho al máximo de la pensión.
Todo eso, sumado a la angustia de que no acabamos de ver el final de la crisis, es para tenerlo en cuenta. Pero, si diéramos por buenos los argumentos de quienes defienden los contratos de los ex presidentes y las pensiones de los diputados, tendríamos que referirnos a que el hecho de que dos personas, de 58 y 69 años, encontraran trabajo cuando la tasa de desempleo supera el 20 por ciento evidencia lo importante que es tener una formación sólida y una voluntad a prueba de bomba, pues tanto en los casos citados como en el de Alberto Oliart, que con 83 años encontró trabajo como presidente de Televisión Española, ha quedado demostrado que cuando alguien se propone, de verdad, encontrar un empleo la edad es lo de menos, no supone impedimento.
Imagino que una explicación así, más que un detalle de humor, les parecerá puro cinismo. Por eso, contando con que los españoles nos escandalizamos muy fácilmente y buscamos el agravio comparativo y el factor negativo, que nos permita servirnos de cualquier circunstancia para poner el grito en el cielo, creo que, en esta ocasión, está más que justificado que nos escandalicemos. No sería de recibo que aceptáramos que los ex presidentes y los diputados son ciudadanos muy singulares que merecen ser considerados como punto y aparte del resto de los españoles.
Tal vez entre dentro de lo normal, lícito y hasta lógico que Felipe González y José María Aznar trabajen y cobren, incluso, un buen sueldo. No habría nada que objetar, ninguna reserva al respecto, si las empresas contratantes fueran absolutamente privadas. Es decir, si no pertenecieran a un sector que, como el energético, está regulado, y si los contratados hubieran renunciado, previamente, a la pensión que reciben del Estado. Una pensión que por ética y hasta por estética no deberían estar cobrando.
Otro tanto se puede decir de los diputados y las diputadas que discrepan, aunque sólo sea un poco, en cuanto a si conviene elevar la edad de jubilación a los 67 años, con 41 de cotización, y están todos de acuerdo en que, por lo que a ellos respecta, con siete alcanza más que de sobra.
Seguro que es legal que los ex presidentes del Gobierno trabajen y cobren un sueldo y una pensión del Estado. Seguro que también es legal, porque así lo han acordado, que los diputados, con siete años cotizados, cobren como si hubieran cotizado cuarenta. Será todo muy legal, pero, por muy propensos que seamos a escandalizarnos, eso se llama aprovecharse del cargo.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / La Nueva España
lunes, 17 de enero de 2011
Los extraterrestres y la jubilación
Milio Mariño
Cada época tiene sus sueños y sus fantasmas, así que no sé yo a qué viene ese empeño por convencernos de que nunca, como ahora, habíamos vivido un momento tan trascendental. Eso mismo ya lo había oído más de una vez y de dos. Y, quienes vivan para contarlo, supongo que volverán a oírlo cuando les propongan que se jubilen a los 107 años. Que, al paso que vamos, con las ideas que manejan los economistas, no les quepa duda de que llegarán a proponerlo. La gente usará hígados, estómagos y corazones de repuesto pero los avances biológicos y la clonación de órganos no están pensados para alargarnos la vida y hacerla más placentera y mejor. Su finalidad es, meramente, económica. De ahí que, cuando consigan que vivamos hasta los 120 años, es muy probable que la jubilación la establezcan, como muy pronto, a los ochenta y tantos.
¿De qué nos valdrá, entonces, vivir más años? Pues no sé, supongo que para disfrutar trabajando porque ha quedado muy claro que si nos alargan la vida no es para que pasemos más tiempo en Benidorm. Teníamos entendido que el progreso era vivir más y trabajar menos, pero el trabajo y la vida ya no es que lo planteen como directamente proporcional sino que, por alguna razón que no se me alcanza, han introducido una variable con la que no contábamos. No creí que llegaran a tanto. Fue como cuando te preguntan qué tal estas, dices que bien y añaden, de sopetón: ¿Te acuerdas de aquel amigo tuyo que estaba siempre contento y contaba chistes sin parar ?... Pues el sábado le dio un patatús y está en la UVI sin solución.
Así es como entiendo yo el estudio que acaba de publicar la Royal Society de Londres firmado por Martín Dominik y John C. Zarnecki, dos profesores de Cambridge. Dicen los profesores que hay serios indicios de que, en cualquier momento, los extraterrestres podrían presentarse en la Tierra y actuar de la misma manera que, sin duda, haríamos nosotros si viajáramos por el espacio y los descubriéramos a ellos: con extrema violencia e intentando esclavizarnos.
Ahí es nada. No contentos con la que esta cayendo, resulta que nos advierten de que pueden venir otros, de otros mundos, que todavía nos traten peor. Si no fuera que el estudio viene firmado por los citados profesores y por la Royal Society, podría pensarse que había sido otra argucia de Rubalcaba, otra forma de referirse a lo que harían los del PP si llegaran al poder.
Al final van a tener razón los que se empeñan en convencernos de que vivimos un momento trascendental. Contaba con que la crisis podía ir a peor o, incluso, con que ganara el PP, pero con lo que no contaba era con los extraterrestres y, menos, con que su intención fuera venir a la Tierra para esclavizarnos. Pensaba, así nos lo habían vendido, que si venían seria para ayudar. Parece ser que no, que si vienen será para darnos caña. Y lo peor es que están respaldados al más alto nivel. Eso se desprende de lo que dijo, hace poco, Benedicto XVI. Que no creamos que el universo es fruto de la casualidad. Que las cosas, todas las cosas, ocurren porque Dios quiere. Así que mucho me temo que tendremos que escoger entre que nos esclavicen los extraterrestres o trabajar como Matusalén.
Milio Mariño / Artículo de Opinión/ La Nueva España
Cada época tiene sus sueños y sus fantasmas, así que no sé yo a qué viene ese empeño por convencernos de que nunca, como ahora, habíamos vivido un momento tan trascendental. Eso mismo ya lo había oído más de una vez y de dos. Y, quienes vivan para contarlo, supongo que volverán a oírlo cuando les propongan que se jubilen a los 107 años. Que, al paso que vamos, con las ideas que manejan los economistas, no les quepa duda de que llegarán a proponerlo. La gente usará hígados, estómagos y corazones de repuesto pero los avances biológicos y la clonación de órganos no están pensados para alargarnos la vida y hacerla más placentera y mejor. Su finalidad es, meramente, económica. De ahí que, cuando consigan que vivamos hasta los 120 años, es muy probable que la jubilación la establezcan, como muy pronto, a los ochenta y tantos.
¿De qué nos valdrá, entonces, vivir más años? Pues no sé, supongo que para disfrutar trabajando porque ha quedado muy claro que si nos alargan la vida no es para que pasemos más tiempo en Benidorm. Teníamos entendido que el progreso era vivir más y trabajar menos, pero el trabajo y la vida ya no es que lo planteen como directamente proporcional sino que, por alguna razón que no se me alcanza, han introducido una variable con la que no contábamos. No creí que llegaran a tanto. Fue como cuando te preguntan qué tal estas, dices que bien y añaden, de sopetón: ¿Te acuerdas de aquel amigo tuyo que estaba siempre contento y contaba chistes sin parar ?... Pues el sábado le dio un patatús y está en la UVI sin solución.
Así es como entiendo yo el estudio que acaba de publicar la Royal Society de Londres firmado por Martín Dominik y John C. Zarnecki, dos profesores de Cambridge. Dicen los profesores que hay serios indicios de que, en cualquier momento, los extraterrestres podrían presentarse en la Tierra y actuar de la misma manera que, sin duda, haríamos nosotros si viajáramos por el espacio y los descubriéramos a ellos: con extrema violencia e intentando esclavizarnos.
Ahí es nada. No contentos con la que esta cayendo, resulta que nos advierten de que pueden venir otros, de otros mundos, que todavía nos traten peor. Si no fuera que el estudio viene firmado por los citados profesores y por la Royal Society, podría pensarse que había sido otra argucia de Rubalcaba, otra forma de referirse a lo que harían los del PP si llegaran al poder.
Al final van a tener razón los que se empeñan en convencernos de que vivimos un momento trascendental. Contaba con que la crisis podía ir a peor o, incluso, con que ganara el PP, pero con lo que no contaba era con los extraterrestres y, menos, con que su intención fuera venir a la Tierra para esclavizarnos. Pensaba, así nos lo habían vendido, que si venían seria para ayudar. Parece ser que no, que si vienen será para darnos caña. Y lo peor es que están respaldados al más alto nivel. Eso se desprende de lo que dijo, hace poco, Benedicto XVI. Que no creamos que el universo es fruto de la casualidad. Que las cosas, todas las cosas, ocurren porque Dios quiere. Así que mucho me temo que tendremos que escoger entre que nos esclavicen los extraterrestres o trabajar como Matusalén.
Milio Mariño / Artículo de Opinión/ La Nueva España
lunes, 10 de enero de 2011
Maltrato de candidatos
Milio Mariño
Creo que la sociedad todavía no ha tomado conciencia de que los partidos políticos maltratan impunemente sin que les duelan prendas. Tal es así que el maltrato de algunos, que aspiran a ser candidatos, está en boca de todos y resulta más evidente cuando, como ahora, se acercan las elecciones pues, si se fijan, raro es el día en que no aparecen nuevos candidatos que han sido maltratados o son victimas de vejaciones y humillaciones de todo tipo.
Lo grave de todo esto es que no se trata de casos aislados, son ciento y la madre los concejales, alcaldes y militantes que aspiran a ir en las listas y están siendo maltratados sin que nadie mueva un dedo ni haga nada por evitarlo. Tampoco la opinión publica, tan sensible en otros asuntos, parece que se interese por el maltrato político. La clave puede estar en que, al final, son solo unos pocos los que, como Álvarez Cascos, apelan a la dignidad personal y se atreven a denunciarlo. Son más los que callan y sufren que los que se rebelan y denuncian las agresiones. Sigue pesando, y mucho, la dependencia emocional, el miedo al rechazo y lo que supone verse en la calle sin pensión de alimentos.
Podemos hacernos cargo o mirar para otro lado, pero la violencia, los abusos, la intimidación y el chantaje son prácticas habituales en el seno de los partidos. Practicas que, aun hoy, son posibles porque, dentro de nosotros, todavía persiste esa actitud machista de justificar o minimizar las agresiones en base al peregrino argumento de que algo habrán hecho y, seguramente, lo tendrán merecido. Ya ven como la televisión y los medios están tratando las denuncias de maltrato presentadas por Álvarez Cascos. Justifican, sin rubor, la actitud de los presuntos maltratadores y la de quienes, con su escandaloso silencio, dieron la espalda a la victima.
Imagino que tiene que ser duro, muy duro, enfrentarse a la incomprensión, el horror de la soledad y la crueldad de algunas preguntas: ¿Por qué me trata así mi Partido? ¿Por qué unas veces me quiere y otras no? ¿Por qué no me escucha y me humilla de este modo? ¿Qué va a ser de mi vida? ¿Podré volver a empezar?
Alguien que hubiera conocido a Álvarez Cascos en su plenitud sentimental, piscícola, cinegética y política, seguro que, a poco sensible que sea, se le formaría un nudo en la garganta cuando lo vio comparecer, en la casa de acogida del hotel Regente, desplegando las denuncias en abanico y con las cicatrices del maltrato aun visibles en su nariz, su mentón y su atormentado rostro.
Ya ven en que ha quedado el clamor de los alcaldes, diputados y concejales que, hasta hace apenas una semana, manifestaban su incondicional apoyo a Francisco Álvarez Cascos. Al día siguiente de hacer publica su ruptura y manifestar que lo hacia porque no podía soportar el maltrato, comenzaron a darle la espalda y a decir que debería haber aguantado, con humildad y resignación, por el bien de todos. Y no solo eso sino que cuando dijo que estaba dispuesto a iniciar una nueva vida y que podría, incluso, cambiar de pareja, le llovieron las descalificaciones.
Asombra tanto cinismo. Quienes ayer decían que era buenísimo hoy, por el hecho de pedir el divorcio, dicen que es despreciable. Imagino que serán los mismos que piensan que los partidos tienen que ser como los matrimonios de antes.
Milio Mariño / La Nueva España / Artículo de Opinión
Creo que la sociedad todavía no ha tomado conciencia de que los partidos políticos maltratan impunemente sin que les duelan prendas. Tal es así que el maltrato de algunos, que aspiran a ser candidatos, está en boca de todos y resulta más evidente cuando, como ahora, se acercan las elecciones pues, si se fijan, raro es el día en que no aparecen nuevos candidatos que han sido maltratados o son victimas de vejaciones y humillaciones de todo tipo.
Lo grave de todo esto es que no se trata de casos aislados, son ciento y la madre los concejales, alcaldes y militantes que aspiran a ir en las listas y están siendo maltratados sin que nadie mueva un dedo ni haga nada por evitarlo. Tampoco la opinión publica, tan sensible en otros asuntos, parece que se interese por el maltrato político. La clave puede estar en que, al final, son solo unos pocos los que, como Álvarez Cascos, apelan a la dignidad personal y se atreven a denunciarlo. Son más los que callan y sufren que los que se rebelan y denuncian las agresiones. Sigue pesando, y mucho, la dependencia emocional, el miedo al rechazo y lo que supone verse en la calle sin pensión de alimentos.
Podemos hacernos cargo o mirar para otro lado, pero la violencia, los abusos, la intimidación y el chantaje son prácticas habituales en el seno de los partidos. Practicas que, aun hoy, son posibles porque, dentro de nosotros, todavía persiste esa actitud machista de justificar o minimizar las agresiones en base al peregrino argumento de que algo habrán hecho y, seguramente, lo tendrán merecido. Ya ven como la televisión y los medios están tratando las denuncias de maltrato presentadas por Álvarez Cascos. Justifican, sin rubor, la actitud de los presuntos maltratadores y la de quienes, con su escandaloso silencio, dieron la espalda a la victima.
Imagino que tiene que ser duro, muy duro, enfrentarse a la incomprensión, el horror de la soledad y la crueldad de algunas preguntas: ¿Por qué me trata así mi Partido? ¿Por qué unas veces me quiere y otras no? ¿Por qué no me escucha y me humilla de este modo? ¿Qué va a ser de mi vida? ¿Podré volver a empezar?
Alguien que hubiera conocido a Álvarez Cascos en su plenitud sentimental, piscícola, cinegética y política, seguro que, a poco sensible que sea, se le formaría un nudo en la garganta cuando lo vio comparecer, en la casa de acogida del hotel Regente, desplegando las denuncias en abanico y con las cicatrices del maltrato aun visibles en su nariz, su mentón y su atormentado rostro.
Ya ven en que ha quedado el clamor de los alcaldes, diputados y concejales que, hasta hace apenas una semana, manifestaban su incondicional apoyo a Francisco Álvarez Cascos. Al día siguiente de hacer publica su ruptura y manifestar que lo hacia porque no podía soportar el maltrato, comenzaron a darle la espalda y a decir que debería haber aguantado, con humildad y resignación, por el bien de todos. Y no solo eso sino que cuando dijo que estaba dispuesto a iniciar una nueva vida y que podría, incluso, cambiar de pareja, le llovieron las descalificaciones.
Asombra tanto cinismo. Quienes ayer decían que era buenísimo hoy, por el hecho de pedir el divorcio, dicen que es despreciable. Imagino que serán los mismos que piensan que los partidos tienen que ser como los matrimonios de antes.
Milio Mariño / La Nueva España / Artículo de Opinión
lunes, 3 de enero de 2011
Otro año de garrafón
Milio Mariño
Suele suceder que cuando uno se hace mayor, y echa la vista atrás, se marea de lo rápido que pasan los años. Pasan tan rápido que llega un momento en el que ya no los medimos por su duración, sino que únicamente la sentimos. No sé si a los cuarenta y tantos o los cincuenta y muchos, pero, por alguna razón misteriosa, los años dejan de ser una cuestión matemática para convertirse en algo subjetivo y variable que unas veces transcurre deprisa y otras despacio; unas veces parece que los aprovechamos y les sacamos partido, y otras que, simplemente, los dejamos pasar.
El tiempo corre que se las pela y como resulta, además, que uno cumple sus años el día primero de enero, estoy que no paro, a vueltas con si ya seré viejo o si todavía estaré en la juventud de la vejez. Acabo de subirme al segundo peldaño de los sesenta y al vértigo de estar tan alto he sumado lo que he leído que dice el Pew Research Center, un centro americano de investigación similar al CIS español.
Dice, lo dijo en diciembre, el Pew Research Center que el primer día de 2011 se produciría un acontecimiento generacional de trascendencia histórica, pues el más viejo de la generación del «baby boom» cumpliría 65 años en esa fecha.
Los americanos llaman «baby boom» a lo que, aquí, llamamos la generación de mayo del sesenta y ocho, la última que tuvo pretensiones de transformar el mundo y a la que, ahora y desde hace unos años, quieren endosar buena parte de las culpas por los desastres de nuestra época.
Agradezco al PR Center que sitúe el comienzo de la vejez en los 72 años -todavía me faltan diez- pero no estoy de acuerdo con lo que dice de los sesentones. No lo estoy porque, según ellos, somos los más pesimistas e insatisfechos de todos los grupos de edad. Actitud que, a su juicio, es consecuencia de haber vivido en la abundancia; de ahí que adoptemos la actitud más crítica al respecto de la crisis actual y que, aunque todavía nos consideremos progres, tolerantes y poco religiosos, nos estemos volviendo conservadores.
Me hizo gracia eso de que protestamos porque somos hijos de la abundancia. Será en los Estados Unidos, porque aquí, los que en mayo del sesenta y ocho teníamos 18 o 19 años, ya dábamos el callo como hombres de pelo en pecho. Un servidor, sin que pretenda servir de ejemplo, acababa de terminar Preu y trabajaba en una fábrica. Y era de los afortunados porque la mayoría de mis amigos ya habían dejado los estudios y trabajaban a destajo para ayudar en casa y poder gastar veinte duros los domingos.
Aquella generación, que quiso transformar el mundo y, en nuestro caso, fue protagonista de la transición, opinan los americanos que al igual que en su día marcó la cultura adolescente y juvenil, es más que probable que también redefina el futuro de la vejez. La previsión, al parecer, es que los de mayo del sesenta y ocho seguirán dando guerra. Eso dicen los americanos. Y lo dicen como un reproche, como si ya estuvieran de nosotros hasta las pelotas. Estarán, no digo que no, pero que pronostiquen y, por lo visto, teman que los sesentones sigamos dando caña confirma que el 2011 será otro año de garrafón. Otro año malo en lo económico; y en lo social, todavía peor.
Milio Mariño / La Nueva España/ Artículo de Opinión
Suele suceder que cuando uno se hace mayor, y echa la vista atrás, se marea de lo rápido que pasan los años. Pasan tan rápido que llega un momento en el que ya no los medimos por su duración, sino que únicamente la sentimos. No sé si a los cuarenta y tantos o los cincuenta y muchos, pero, por alguna razón misteriosa, los años dejan de ser una cuestión matemática para convertirse en algo subjetivo y variable que unas veces transcurre deprisa y otras despacio; unas veces parece que los aprovechamos y les sacamos partido, y otras que, simplemente, los dejamos pasar.
El tiempo corre que se las pela y como resulta, además, que uno cumple sus años el día primero de enero, estoy que no paro, a vueltas con si ya seré viejo o si todavía estaré en la juventud de la vejez. Acabo de subirme al segundo peldaño de los sesenta y al vértigo de estar tan alto he sumado lo que he leído que dice el Pew Research Center, un centro americano de investigación similar al CIS español.
Dice, lo dijo en diciembre, el Pew Research Center que el primer día de 2011 se produciría un acontecimiento generacional de trascendencia histórica, pues el más viejo de la generación del «baby boom» cumpliría 65 años en esa fecha.
Los americanos llaman «baby boom» a lo que, aquí, llamamos la generación de mayo del sesenta y ocho, la última que tuvo pretensiones de transformar el mundo y a la que, ahora y desde hace unos años, quieren endosar buena parte de las culpas por los desastres de nuestra época.
Agradezco al PR Center que sitúe el comienzo de la vejez en los 72 años -todavía me faltan diez- pero no estoy de acuerdo con lo que dice de los sesentones. No lo estoy porque, según ellos, somos los más pesimistas e insatisfechos de todos los grupos de edad. Actitud que, a su juicio, es consecuencia de haber vivido en la abundancia; de ahí que adoptemos la actitud más crítica al respecto de la crisis actual y que, aunque todavía nos consideremos progres, tolerantes y poco religiosos, nos estemos volviendo conservadores.
Me hizo gracia eso de que protestamos porque somos hijos de la abundancia. Será en los Estados Unidos, porque aquí, los que en mayo del sesenta y ocho teníamos 18 o 19 años, ya dábamos el callo como hombres de pelo en pecho. Un servidor, sin que pretenda servir de ejemplo, acababa de terminar Preu y trabajaba en una fábrica. Y era de los afortunados porque la mayoría de mis amigos ya habían dejado los estudios y trabajaban a destajo para ayudar en casa y poder gastar veinte duros los domingos.
Aquella generación, que quiso transformar el mundo y, en nuestro caso, fue protagonista de la transición, opinan los americanos que al igual que en su día marcó la cultura adolescente y juvenil, es más que probable que también redefina el futuro de la vejez. La previsión, al parecer, es que los de mayo del sesenta y ocho seguirán dando guerra. Eso dicen los americanos. Y lo dicen como un reproche, como si ya estuvieran de nosotros hasta las pelotas. Estarán, no digo que no, pero que pronostiquen y, por lo visto, teman que los sesentones sigamos dando caña confirma que el 2011 será otro año de garrafón. Otro año malo en lo económico; y en lo social, todavía peor.
Milio Mariño / La Nueva España/ Artículo de Opinión
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