Milio Mariño/ La Nueva España
El jueves pasado me vino de perlas leer a Francisco García Pérez, a quien recuerdo, además de por sus artículos, por un par de días en Villaviciosa con los escritores asturianos. Fue una delicia saber que compartimos eso de habernos criado oyendo retransmisiones de fútbol que se han quedado a vivir para siempre en algún rincón del cerebro, pues si él recuerda «pánico en Altabix», a mí me pasa otro tanto con «penalti en Las Gaunas». Además, también soy partidario de «orsay», «linier» y «fau», palabras que sigo usando, quizá, por haber jugado con aquellos balones de reglamento que dejaban un surco calvo cuando rematabas de cabeza sin mirar la costura. Eran otros tiempos. Fíjense si habrán pasado años que usábamos Linimento Sloan, un ungüento que lo mismo curaba el reuma que un bocadillo en el glúteo.
El caso que, como dije, leí el artículo de García Pérez junto con los propios del día siguiente al debate sobre la crisis y, como quiera que sobre ese tema ya está todo escrito, se me ocurrió que podría hablarles de la burbuja del fútbol. Un milagro sin precedentes, pues resulta que han ido explotando qué sé yo cuántas burbujas: la de internet, la financiera, la inmobiliaria y todas las imaginables, pero la del fútbol, cuya deuda reconocida asciende a más de 4.000 millones de euros, sigue inflándose como si nada y nadie vaticina que vaya a explotar.
El Gobierno, la oposición, todo el mundo habla de poner freno al gasto, contener los salarios, abaratar los despidos y aumentar la edad de jubilación, pero ninguna de esas medidas parece que afecte al mundo del fútbol, que sigue con sus traspasos y sus sueldos millonarios, viviendo dentro de esa burbuja milagro que lo aísla de todo.
Lo sorprendente es que, dentro de la burbuja del balón redondo, no sólo viven los clubes SAD, también viven los de Segunda B, Tercera División, Regional Preferente y de ahí para abajo. Viven nadie sabe cómo, pues técnicamente casi todos están en quiebra dado que, año tras año, sus ingresos son inferiores a los gastos y, en consecuencia, se hallan en la imposibilidad de hacer frente no sólo al presupuesto ordinario, sino a la posibilidad de poder liquidar, algún día, las deudas que tienen.
¿Cómo lo hacen? Eso quisiera saber yo e imagino que más de un ministro de Economía y Hacienda. De cómo lo hizo el Real Oviedo, que el año pasado, en Tercera División, tuvo un presupuesto de 2.550.000 euros, tenemos una idea. De cómo lo hacen algunos clubes de Tercera que, este año, rondan los 400.000, ellos sabrán. Y si echáramos un vistazo a otros presupuestos, incluso de Regional Preferente, quedaríamos asombrados. Sobre todo, teniendo en cuenta que los espectadores por partido no suelen pasar de cien y algunas veces ni eso. Es decir, que no sacan ni para el árbitro, que en Tercera cobra 400 euros y hay que pagarle por adelantado. Pero es que, además, también hay que pagar al entrenador y a los jugadores, que tienen sueldos de 1.000 o 1.500 euros al mes, y algunos incluso más.
Viendo cómo está el fútbol, desde las SAD a los clubes de Tercera y Regional, habría que preguntarles cuál es la fórmula para que la crisis ni siquiera los haya rozado. Imagino que no tendrán inconveniente en ponernos al tanto, porque la pregunta no es un capricho, es una necesidad. Una emergencia nacional que exige ponernos en manos de quienes, de verdad, saben hacer milagros. Deberían tomar nota Elena Salgado, Miguel Sebastián y José Blanco.
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