lunes, 6 de agosto de 2012

Pequeñas cosas de La Granda

Milio Mariño

En la Granda, ese caserón construido en terrenos de la antigua Ensidesa para solaz esparcimiento de Franco, parece que no pasa el tiempo. Es como si nada hubiera cambiado no ya desde 1979, fecha en que Fuentes Quintana y Velarde Fuertes constituyeron la Fundación Asturiana de Estudios Hispánicos, sino desde los años sesenta, que es de donde parece volver el embajador de España en la Haya Javier Vallaure de Acha, quien acaba de despacharse, esta última semana, con la revelación asombrosa de que en el extranjero están aflorando estereotipos negativos sobre España: “Se ve al español poco disciplinado, poco trabajador y nada ahorrador.”

Quiere decirse, deduzco, que si allá por los Países Bajos están aflorando esos estereotipos es que habíamos logrado revertir la mala fama, de juerguistas, tramposos y holgazanes, que nos perseguía desde que éramos los dueños de Flandes. Si es así, como parece darse a entender, habría que preguntarle al embajador cuando volvimos a las andadas. Pregunta que parece innecesaria pues mucho me temo que debió ser desde que comenzó esta crisis, que nos ha devuelto al recuerdo de aquella gente que emigraba con una maleta atada con cuerdas y sin haber pasado, siquiera, del primer tomo de la Enciclopedia Álvarez.

Ciertamente, es mala cosa que, en Europa, vuelvan a tener ese concepto de los españoles pero como no todo iba a ser negativo me quedo con lo dicho por Vallaure de Acha al final de su conferencia: “Tanto yo como tantísimos otros funcionarios que servimos en el exterior estamos intentando contrarrestar estos tópicos, sobre los españoles, que, como tales, no son buenos”.

Es muy viejo decir que en Europa se cree, o hacer creer que en Europa se cree, que los españoles solo sabemos dormir la siesta, ir a los toros y cantar flamenco. Lamento discrepar con Vallaure. Los europeos no piensan como él dice que piensan. Piensan como la mayoría de nosotros y mucho me temo que esa similitud de pensamiento debe extenderse, también, al papel que desempeñan muchos de los miles de funcionarios de los cientos de Embajadas que pueblan La Haya, una ciudad del tamaño de Gijón que es la capital administrativa de los Países Bajos.

Tantos funcionarios y tantas embajadas, en una ciudad tan pequeña, hacen que recuerde una preciosa anécdota de Ramón Gómez de la Serna. Quien, por cierto, veraneaba en Salinas, acabó la carrera de derecho en Oviedo y empezó a escribir, en Asturias, lo que sería una fabulosa obra literaria, con más de trescientas obras suyas censadas en la Biblioteca Nacional.

Gómez de la Serna disfrutaba escribiendo, lo que más le gustaba era escribir, dar conferencias y divertirse en las tertulias de los cafés. Por eso, viendo que no tenía intención de ejercer como abogado, su padre lo enchufó en el Ministerio de Ultramar, equivalente a lo que, actualmente, es el Ministerio de Exteriores, donde le asignaron un puesto de funcionario. Allí estuvo durante un tiempo pero como no daba un palo al agua y su jefe de negociado estaba de sus vagancias hasta las narices, un día le pidió que redactara un informe acerca de lo que hacía y la marcha de su sección.

La sección está al corriente/ y los papeles en regla. / Sólo me queda pendiente/ este bolo que me cuelga. Escribió Ramón, que dimitió después de entregar el informe y se largó a su tertulia del café Pombo.

Milio Mariño/ Artículo de Opinión/ La Nueva España




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