Hace
años, bastantes supongo, establecí lo que podríamos llamar mi propia
jurisdicción; una cierta forma de abordar
la actualidad, separando lo interesante de lo que me trae sin cuidado.
Siguiendo esa premisa procuro administrar mi escaso talento ocupándome, solo,
de lo que, creo, merece la pena. Pero, claro, bien sea por que el verano
autoriza la flojedad de las reglas o porque cuando uno está ocioso, y no
alcanza a entretenerse rascándose la barriga o tocando el acordeón, acaba
metiéndose en algún sembrado, llevo unos días que no paro de darle vueltas a
las peripecias de un pájaro quebrantahuesos que llaman Atilano.
Todo
empezó con una imagen que me dejó estupefacto. Hay imágenes que por mucho que
uno las esquematice y trate de reducirlas para que le entren en la cabeza,
acaban rebelándose y aumentan de tamaño hasta conseguir impactarnos. Me pasó
con la visión de una jaula, suspendida en lo alto de algún lugar de los Picos
de Europa, en la que tenían encerrado al pobre Atilano para que fuera aclimatándose
a lo iba a ser su nuevo hábitat pues, en contra de lo que entendemos como normal,
que el pájaro necesite aclimatación cuando lo trasladan del bosque a la ciudad,
este tal Atilano la necesita por lo contrario, porque tiene que adaptarse a una
forma de vida que no conoce debido a que ha nacido y se ha criado en un medio urbano.
No
creo que sea novedad decir que nuestras zonas rurales vienen sufriendo, desde
hace décadas, una despoblación constante. Eso se da por sabido. Es más, se
acepta, incluso, que la gente emigre del campo a la ciudad, buscando mejor
calidad de vida. Pero que también lo hagan los pájaros, qué en los pueblos apenas
quede bicho viviente, es para alarmarse. Fíjense como estarán las cosas que el
otro día me comentaba un amigo que en su pueblo ya no hay ni mosquitos. De modo
que no descarten que estemos en el comienzo de un orden nuevo y distinto, de
una revolución que ha venido gestándose mientras nosotros estábamos distraídos,
defendiéndonos de los banqueros.
Hasta
que me encontré con la historia de Atilano, el quebrantahuesos, los pájaros
urbanos que yo conocía, quitando las palomas y los gorriones, eran los
canarios, los jilgueros y aquellos loros sabihondos que siempre estaban dispuestos
para la blasfemia y los chistes eróticos. Jamás hubiera pensado que los buitres
nacían en hospitales veterinarios y estudiaban, como enfrentarse a la vida, en
un centro especial de acogida.
Por
eso resulta conmovedor que un buitre tenga que aprender a vivir en las montañas
de Asturias. Aunque, por otra parte, si uno tiene en cuenta que, el pájaro, ha
nacido y se ha criado en la ciudad ya no resulta tan raro que necesite
adaptarse. El mundo en el que va a vivir es muy distinto del que conoce. Viene
de un habitat en el que la picardía, la habilidad para medrar y la corrupción
son imprescindibles para la supervivencia. Tendrá que recuperar la mirada
ingenua, las sombras y los fantasmas que nos trae la niebla, el borde los
caminos dudosos y el brillo verde de las hojas. Tendrá que pasar tiempo hasta
que haga suyos esos espacios que le pertenecen en base a una ley no escrita que
dice que cualquiera puede ser propietario de aquello a lo que consigue dar
vida. Y en esas está, nuestro querido Atilano.
Milio
Mariño /Artículo de Opinión/ La Nueva España
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