lunes, 25 de junio de 2012

La Amuravela de 2012 podría ser la de 1884.

Milio Mariño

Si en Asturias midiéramos el tiempo por lo que tardamos en resolver los problemas, y no por las vueltas que da la tierra, es muy probable que estuviéramos, todavía, en 1.884. No digo antes porque 128 años son suficientes para constatar que los asturianos somos los primeros, en cuanto a paciencia y méritos, para disfrutar de un puesto en el cielo pues, ya, en el año al que me refiero, 1.884, el carbón salía más barato traerlo de Inglaterra, un flete de Gijón a Málaga era más caro que de Newcastle a Jamaica, el banco que financiaba las obras del ferrocarril a León quebró, provocando una convulsión y un escándalo, la iglesia se oponía al matrimonio civil, como ahora se opone al gay, y las elecciones que se celebraron en abril, de ese año, las ganaron los conservadores por una mayoría aplastante.

La similitud es, realmente, asombrosa. Aún faltaba para que inventaran el euro pero Asturias debía estar, más o menos, como ahora. La diferencia quizá haya que buscarla en que, entonces, vivía Clarín y aquel año se publicó La Regenta, para disgusto de las autoridades, tanto civiles como eclesiásticas. Quitando eso, si a lo que decíamos al principio añadimos que, por Mieres y La Felguera, las ideas de la AIT se extendían como la pólvora, tenemos el cuadro completo. Tenemos a la élite, social, religiosa y política, anclada en posturas inmovilistas, defendiendo sus privilegios, y al pueblo tomando conciencia de que no tenía sentido sufrir y callar, aceptando vivir sometido a la burguesía y la iglesia.

Situados en aquel contexto, es fácil entender que el 29 de junio de 1884, Xuan de la Cuca, que era el recitador de La Amuravela, desenvainara el sable, se plantara delante de la imagen de San Pedro y dijera con voz de trueno:

- ¡Si falta pescáu o pan d’un sablazu vas al suelu, garró les llaves del cielu y do-yles a San Xuan!

El impacto debió ser tremendo. Cuentan las crónicas que después de la lógica sorpresa y el consiguiente revuelo, la reacción fue inmediata. El cura paró el sermón y mandó meter al santo en la iglesia, al tiempo que sentenciaba que nunca más se celebraría la fiesta.

Los vecinos, por su parte, respondieron con división de opiniones. Algunos, los menos, daban la razón al cura, pero la mayoría estaban con Xuan de la Cuca. Defendían su postura y, para demostrarlo, cantaban con todas sus fuerzas:

- ¡Mientres Cuideiru viva, ya duri la Fuenti'l Cantu, va San Pedru a la Ribera, con todus lus demás Santus!.

La Amuravela llevaba recitándose en Cudillero, en presencia de la imagen de San Pedro, desde hacía más de 300 años. Desde que en 1569 llegaran unos marineros pixuetos de la conquista de La Florida y saludaran al santo como tenían por costumbre saludar a su almirante Don Álvaro, que era sobrino de Pedro Menéndez.

El rito se repetía, año tras año, de forma escrupulosa. Detrás del tambor y la gaita aparecían, a hombros de los marineros más populares y mejor puestos, las imágenes de San Pedro, San Francisco y La Virgen del Rosario, que eran llevadas en procesión hasta donde estaba la lancha. En llegando allí, a San Pedro, el único que gozaba de ese fuero, lo colocaban a popa y recitaban La Amuravela.

Ateniéndonos a su reacción, es muy probable que el cura creyera que con evitar que el recitador le dijera al santo lo que se comentaba en la calle se acababan los problemas. Pero el recitador, como el mensajero, no tenía culpa de que los marineros estuvieran en una situación crítica y quisieran hacer oír sus quejas.

Tiempo después, a mediados del siglo pasado, Elvira Bravo, que era hija de farmacéutico, profesora de piano, estudiosa del folklore y conocedora, como nadie, de la historia y los secretos de la cultura pixueta, dijo en una entrevista que La Amuravela la hacían a medias entre San Pedro y el pueblo. Y, así debía ser, nadie mejor que ella, que estuvo 40 años escribiendo esa preciosa, y singular, crónica en verso, podía saberlo.

Aquel 29 de junio de 1884, el día que Xuan de la Cuca desenvainó su sable y advirtió a San Pedro de que si, en Cudillero, faltaba pan o pescado le quitarían las llaves del cielo para dárselas a San Juan, fue una fecha histórica. Fue el inicio de muchos años sin que la imagen del santo estuviera presente cuando recitaban La Amuravela. Nada menos que desde el año siguiente, desde 1885 hasta 2005, La Amuravela siguió recitándose con el mismo fervor de siempre pero con San Pedro dentro de la iglesia.

Ciertamente, sí que tuvo consecuencias que Xuan de la Cuca se atreviera a exigir a San Pedro pan y pescado para que los vecinos de Cudillero no sufrieran hambre y miseria. Fueron nada menos que ciento veinte años de ausencia y solo siete desde que Cudillero volviera a recuperar la vieja tradición de recitar la crónica en verso en presencia del santo. De todas maneras, dado que es incuestionable eso de que, al final, todo se sabe, cabe suponer que San Pedro, aunque lo encerraran en la iglesia para que no oyera La Amuravela, siempre estuvo al tanto de las inquietudes y los desvelos de los pescadores pixuetos.

Milio Mariño / Artículo de opinión / La Nueva España

lunes, 18 de junio de 2012

La absurda arrogancia del rescatado

Milio Mariño


 El día después del famoso rescate a los bancos, temí que mis antiguos colegas, del Comité Europeo, me llamaran por teléfono para desquitarse y criticar nuestra absurda arrogancia. Agradezco que no lo hicieran, valoro su saber estar, pero no deja de darme vueltas que solían enseñarme sus viejas aceras, de asfalto o baldosas en mal estado, y decían que cuando venían a España se encontraban con que las habíamos cambiado, o las estábamos cambiando, por otras nuevas, de mármol, rematadas con barandillas de acero inoxidable y farolas y papeleras de hierro fundido. Lo decían con media sonrisa, pero notaba que les molestaba porque, enseguida, sacaban a relucir la millonada, en fondos, que nos estaban dando y comentaban que, en su opinión, deberíamos destinarlos a cosas más productivas.

Salía del paso diciendo que lo hacíamos como una inversión en turismo, que para España era una fuente muy importante de ingresos, pero no colaba. No colaba porque esas conversaciones solíamos tenerlas cuando íbamos a comer de diario, un acto que, allí, tiene poca importancia. La mayoría de las veces comíamos en cualquier sitio, incluso de pie, un plato ligero, un sándwich o un bocadillo, lo cual volvía a ser objeto de nuevos comentarios ya que aprovechaban para recordarme que mientras ellos paraban a media mañana para tomar un zumo, o un café, con una galleta, en el propio lugar de trabajo, en España bajábamos al bar de la esquina, estábamos media hora, y a la una volvíamos a bajar para la caña y el aperitivo. Decían que, entre cañas y aperitivos, charlábamos tranquilamente, contando chistes y anécdotas, hasta las dos o las dos y media, que era cuando nos sentábamos a la mesa. Después venía la sopa, el primer plato el segundo y los postres. Pero aún quedaba el café y el chupito, que siempre traía el dueño cuando estábamos a punto de levantarnos, de modo que para no despreciarlo seguíamos sentados y no nos levantábamos hasta pasadas las cuatro de la tarde.

Antes de que pudiera darles cualquier explicación convincente, me atajaban reconociendo que sabíamos vivir, decían que entendíamos la vida mejor que ellos y, en cierta manera, era como si lamentaran no haber sabido incorporar, a su Estado de Bienestar, esas pequeñas cosas que hacen lo cotidiano más divertido y ameno.

Eran muy buena gente, siento por ellos un gran aprecio, así que estoy convencido de que no se alegraron del rescate ni de las meteduras de pata y la arrogancia de nuestro gobierno. Apostaría que también les duele, por eso que si es que hicieron alguna recomendación al respecto, no la imagino en el sentido de que tengamos que recortar la sanidad, la enseñanza, o cualquier cosa que menoscabe el Estado de Bienestar, que adoran y defienden con todas sus fuerzas. Si acaso apuntaron algo  seguro que lo encaminaron por la vía de lo que tantas veces me tienen dicho. Seguro que al Gobierno español le señalaron la conveniencia de que deberíamos cambiar algunos de nuestros hábitos pero como para nuestros gobernantes eso entra dentro de lo sagrado, lo genuino y lo verdaderamente español, optaron por lo más fácil, por subirnos los impuestos y privarnos del incipiente estado del Bienestar, pues, dada su posición social, entienden por bienestar que no podamos perder la cañita, el pincho, la sobremesa, los toros o el fútbol, y no lo otro.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / La Nueva España

lunes, 11 de junio de 2012

Vuelvo a la carretera

Milio Mariño


Este fin de semana, harto de estar en casa, pensé que tenía que moverme un poco  y salí a pasear en coche. Era lo que solíamos hacer, los sábados y los domingos, hasta que nos entró ese afán desmedido por llegar pronto a los sitios. Empeño que no acabo de entender como tampoco entiendo que una de las grandes ventajas que se atribuye a las autovías sea la de que podamos vivir en Villaviciosa o en Soto del Barco y trabajar en Gijón o en Oviedo.

 Pero, no me hagan caso, uno se hace mayor y es consciente de que no está al tanto de las necesidades reales de una familia del año dos mil,  que son diferentes a las de aquellos padres que llevábamos a nuestros hijos en el asiento de atrás, a granel, mirando por la ventanilla y preguntando detalles del paisaje, mientras estos de ahora les ponen una película para que se entretengan y no hagan preguntas.

Dicen que, los de ahora, son más inquietos pero yo entiendo a los niños. Las autovías tienen poco que ver, pasan lejos de los pueblos, de los ríos, del mar y de cualquier cosa que pueda suscitar interés. Además, a la monotonía del paisaje, hay que añadir que son gratis y como nos han enseñado que todo lo que no cuesta dinero no vale la pena tengo la malévola esperanza de que si el impuesto que anuncian para Madrid lo implantan en todas las autovías, la gente volverá a las carreteras, aunque sea obligada por una economía doméstica que no soporta ni diez céntimos de propina.

Lamento que tenga que ser el bolso, y no la cabeza, quien nos haga entrar en razones y nos devuelva a la vieja costumbre de pasear en coche, sin prisa, por esas carreteras estrechas y llenas de curvas que considero una delicia. No obstante, cada cual tiene sus aficiones, de modo que, a punto de iniciar el viaje, celebraba poder disfrutar de un placer sencillo que casi resulta gratis pero, influido seguramente por la machacona insistencia del ahorro a toda costa, me dio por pensar si no será derroche que para ir de Salinas a Villalegre podamos elegir entre cuatro itinerarios distintos y otro que está en proyecto. Lo menciono porque lo que se hizo, y lo que piensan hacer, estoy convencido que obedece al propósito de llegar cuanto antes como si al destino hubiera que ir a buscarlo deprisa.

Pues bien, iba yo camino de Villalegre cuando me asaltó la idea de que, lo que vale para las carreteras vale para la vida misma, para asomarnos a un mundo que parece de ficción y se hincha a ponernos películas para que no nos fijemos en un paisaje que resulta desolador. Nos hicieron creer que todo eran autovías, que las carreteras con curvas solo existían en las novelas viejas, y ahora insisten en que tendremos que volver a ellas pero no para disfrutar del viaje sino a la velocidad que íbamos por las otras y con más cuidado si cabe pues, estadísticamente, son las que arrojan más accidentes mortales.

En buena hora salí el domingo de casa. No les digo más que fui a Villalegre por la carretera antigua, para evadirme un poco y olvidar la tristeza del rescate, y volví por la variante, que no es autovía ni carretera, es un apaño a medias.

Milio Mariño / La Nueva España / Artículo de Opinión

lunes, 4 de junio de 2012

Cuando la verdad resulta insoportable

Milio Mariño


A medida que pasa el tiempo vamos dándonos cuenta de que sabían más de lo que dijeron y que, tal vez, no quisieron decirlo porque no estábamos preparados para una verdad insoportable que exige ser administrada como el veneno: en pequeñas dosis para que el cuerpo se acostumbre y no fallezca de un síncope.

 Es muy probable que aún no sepamos ni la mitad de lo que nos espera pero lo que sí sabemos es que las medidas que anuncian y ejecutan, sin contemplaciones, están arrojando a la exclusión a quienes desean lo mismo que cualquier ser humano y se encuentran con que su Gobierno ha decidido sacrificarlos en aras a una liturgia que, según los expertos, exige proteger a los financieros y desproteger a los ciudadanos.

Convencidos de que ese es el camino, los Gobiernos van desentendiéndose de una parte de la población que, para ellos, no cuenta y supondría un alivio si falleciera. Suena terrible pero, en el fondo, aunque se cuiden de decirlo, es lo que piensan. Es uno de los pilares, sino el principal, sobre los que se asienta el sistema capitalista.

El desmedido afán por denostar cualquier mención a la memoria histórica oculta, entre otras cosas, que el capitalismo usa la guerra como purificación del sistema. Hasta ahora, siempre ha sido así: crisis, guerra y vuelta a empezar. De ahí que haya verdades que no les interesa que recordemos.

No quieren viejos recuerdos ni datos como este que les refiero: En 2007, tres ciudadanos estadounidenses, Bill Gates, Paul Allen y Warren Buffett, poseían, juntos, una fortuna superior al PIB de los 42 países más pobres del mundo, cuya población  supera los 600 millones de habitantes.

Parece ciencia ficción pero es absolutamente real, muestra hasta donde puede llevarnos la evolución de un sistema económico que consideramos el mejor y el único posible, en un régimen de libertades. De modo que si echamos mano a la Teoría de las Ondas Largas de Kondratief, el capitalismo estaría enfrentándose, ahora mismo, a su cuarta crisis. Una crisis que culmina su fase ascendente en los años setenta, cuando se impone el Neoliberalismo, impulsado por Milton Friedman y su Escuela de Chicago, y continua su Onda Larga, de descenso, hasta 2008, tocando fondo en 2010 y arrastrándose horizontalmente a la espera de un evento que propulse el inicio de un nuevo arranque a la fase ascendente.

¿Cuál sería el evento que impulsaría ese arranque? Nadie se atreve a decirlo pero todo apunta a que sería una guerra de desgaste en la que tuviera un protagonismo absoluto la infantería, los soldados cayeran como moscas y la población fuera  diezmada. No se vislumbra ningún otro escenario que garantice el impulso que consideran imprescindible. Hasta ahora, el Capitalismo había logrado retrasar la fase descendente del ciclo mediante acontecimientos asociados a los adelantos tecnológicos, las  innovaciones, la aparición de nuevos mercados y el fortalecimiento de su industria bélica. Pero, agotados esos yacimientos, es necesario que se produzca una fuerte demanda de sus productos, y eso solo es posible si estalla un conflicto armado.

 La suerte está echada. No obstante, como no quiero acabar esta reflexión en plan derrotista, deseo, con todas mis fuerzas, que sepamos escoger enemigo.  Inglaterra, viendo lo que ocurre con Gibraltar, sería lo fácil pero, dado su potencial bélico, no nos interesa. Alemania y Francia tampoco. Así que solo nos queda Marruecos.

Milio Mariño/ Artículo de Opinión/ La Nueva España