lunes, 27 de junio de 2011

Menos Ayuntamientos y Diputaciones ninguna

Milio Mariño

Reducir el número actual de ayuntamientos es un ejercicio de lógica que no debería plantearse por exigencia de la crisis sino del sentido común. Cualquiera que se tome la molestia de analizar la organización administrativa de España estará de acuerdo en que es todo un lujo que tengamos nada menos que 8.114 Ayuntamientos y 40 Diputaciones Provinciales. Diputaciones que nadie se explica como es que siguen siendo necesarias treinta años después de constituirse el Estado de las Autonomías. Solo el Estatut abordó este tema y estableció la división territorial de Cataluña en siete Veguerías, pero mantuvo la división provincial vigente para no alterar el número de senadores y diputados que Cataluña aporta a las Cortes. Es decir, hicieron como que hacían algo pero estamos en las mismas.
La reducción necesaria, en el caso de los Ayuntamientos, no se justifica para disminuir el número de funcionarios ni por el hecho de que un Ayuntamiento grande vaya a mejorar la eficiencia de uno pequeño. No está demostrado, sino más bien al contrario, que los Ayuntamientos grandes sean más eficaces. Lo que si convendría plantearse es cual seria el tamaño idóneo de un Ayuntamiento, por extensión y numero de habitantes, y cual el de un Ayuntamiento insostenible desde el punto de vista práctico.
Si tomamos Asturias, como ejemplo, resulta que para una población de apenas un millón de habitantes tenemos 78 Ayuntamientos. Una cifra que parece excesiva pero que se queda en nada si la comparamos con Zamora que, con solo 194.214 habitantes, tiene la friolera de 248 municipios. El triple que Asturias y, además, una Diputación Provincial. Un autentico disparate que nadie se ha preocupado de corregir ni hay indicios de que vaya a corregirse en los próximos años.
El caso de Zamora no es único, hay otras provincias que arrojan datos muy parecidos. Y ante una realidad que quizá intuíamos pero no separábamos que llegara a tales extremos, seguro que coincidimos en que no hay Estado que resista el coste de una división administrativa que ha quedado desfasada y no responde a la realidad, pues mientras los habitantes y los servicios se agrupan, por pura necesidad, en núcleos de población más grandes la estructura administrativa se mantiene intacta en poblaciones cada vez más reducidas, más envejecidas y menos contribuyentes.
La división administrativa de España data de 1833, cuando se acometió la reforma en base a crear un Estado centralizado dividido en provincias. De aquella división resultaron 49, tomándose como criterios, además de la coherencia geográfica y que tuvieran entre 100.000 y 400.000 habitantes, que desde el punto más alejado de la provincia debería poder llegarse a la capital en un solo día. Resultaron 49 cuando deberían haber sido 48 pues, al decir de algunos, Canovas del Castillo se inventó Cuenca por un compromiso que tenia con un amigo.
Anécdotas aparte, plantear la necesaria reducción de Ayuntamientos desde una Comarca, relativamente pequeña, en la que dos de ellos parecen la continuidad urbana del principal puede llevarnos a pensar que, en nuestro caso, la solución sería sencilla. Bastaría que Avilés absorbiera a los otros dos. No es tan fácil, no estamos hablando de Concejos con unos cientos de habitantes. Hablamos, sin que pretenda suscitar ninguna polémica, de racionalidad y eficacia. De que Illas, por ejemplo, podría estar integrado en Avilés o Corvera y Castrillón podría llegar hasta Soto del Barco.

lunes, 20 de junio de 2011

Saltar la hoguera o echar leña al fuego

Milio Mariño

He llegado a la conclusión de que para purificar mi espíritu y acabar con la empanada mental que tengo me vendría muy bien saltar sobre la hoguera de San Juan, aun a riesgo de quemarme y salir chamuscado. Mi agilidad no es la que era, de modo que me expongo a que las quemaduras se sumen a la estopa que me están dando, por arriba y por abajo. Me la dan los «indignados», que respondieron al artículo de la semana pasada poniéndome a caer de un burro y me la da mi padre que, con 85 años, me cogió por banda y me dijo que le explicara cómo fue que los de Sol se tiraron un mes en la calle, así por las buenas. Si es que no estudian ni trabajan ni tienen nada que hacer, pues no veía lógico que, a su edad, se dedicaran a rotular tonterías en un cartón mientras sus padres estarían trabajando para darles de comer. Tampoco veía qué pintaban allí algunos de los que llama yeyés, gente que, según él, ya se le ha pasado el arroz y su presencia le recordaba las concentraciones de viejos moteros, algunos con chupa y todo, que parecían sacados de esas películas americanas que los presentan como niños grandes, o medio tontos.

-Qué sé yo papá.

-Pues deberías saberlo porque he leído que los defiendes. Y lo que yo entiendo que piden, lejos de ser algo nuevo, es que todo vuelva a ser como antes. Antes de no sé cuándo. Quizá cuando gobernaba Aznar, porque los votos de mayo no son de la gente de mi edad, nosotros no pusimos ahí al PP; los viejos sabemos la leche que dan. Así es que no entiendo que los «indignados» pasen días y días reunidos en asambleas y luego levanten las manos como quien dice: «A mí que me registren».

-Son otros tiempos, papá. Tú hablas del 36; hablas por ti y por el abuelo, que andaba, pistola al cinto, defendiendo los postulados de la FAI. Aquello de colectivizar los bancos, las tierras, las industrias y el municipalismo libertario. Los de Sol no han oído hablar, ni quieren saber nada, de Bakunin. No pretenden destruir el Estado y todos los poderes para acabar con la injusticia social. Son otra cosa. Es un desafío que se apoya en la no violencia, el respeto, el lenguaje despolitizado, la apertura sin límites y la búsqueda del consenso. Es una especie de politización despolitizada. Una alternativa simpática y radical que está intentando nacer, pero que todavía no ha nacido ni tiene entidad. Es la contradicción entre el querer, el saber y el poder. Lo dice Stéphane Hessel en ese pequeño libro titulado «¡Indignaos!».

-O sea que, según tú, están que muerden, pero no piensan morder. No me extraña. Se movilizaron por lo que dice alguien más viejo que yo, 93 años, que escribió un libro que, aquí, prologó José Luis Sampedro, otro que también pasa de los 90 y tiene el mérito de haber desertado del Ejército republicano para hacer la guerra con Franco. Entiendo lo de la empanada mental. No eres tan viejo como yo ni tan joven como ellos. Eres de los que estuvieron dudando entre ruptura y consenso. Y ahora, vuelta la burra al trigo, tampoco sabes si saltar sobre la hoguera o echar leña al fuego.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / La Nueva España

lunes, 13 de junio de 2011

Los políticos también están indignados

Milio Mariño

Un amigo me puso en la pista de que el número de indignados no solo va en aumento sino que se ha extendido a la clase política, pues según sus noticias, el movimiento por un Electorado Sensato y la Plataforma 23-M, dos organizaciones que surgieron a raíz de las elecciones, han mostrado su indignación por la poca seriedad de la gente, la corrupción mental de los electores y su escaso rigor democrático.

De momento no han hecho nada pero no están dispuestos a permanecer impasibles ante las protestas y caceroladas de que son objeto. Dicen que tienen razones más que sobradas para indignarse. Reclaman más rigor, menos despilfarro del voto y una verdadera regeneración ética que ponga fin a los criterios de chicha y nabo por los que, de un tiempo a esta parte, los electores vienen rigiéndose. Ponen como ejemplo que un elector mil eurista, con un empleo en precario, que hace dos años compró un piso de 300.000 euros, un coche de gama media, un camión de muebles de Ikea y firmó una hipoteca que afectará incluso a sus nietos, es realmente indignante que reclame, de los políticos, más rigor en el gasto. También señalan que les causa indignación y sonrojo que los electores clamen contra la corrupción y utilicen el voto para encumbrar en un cargo publico a personajes como Rafael Gómez, «Sandokan», imputado en la operación Malaya, que debe al Ayuntamiento de Córdoba, del que ahora es concejal electo, 24,6 millones de euros y ha confesado que en su vida ha leído un libro ni piensa leerlo.

Los ejemplos citados, dicen los políticos que son solo una muestra de las pruebas que tienen en su poder ya que, en apenas quince días, han logrado reunir un auténtico dossier de utilización escandalosa del voto que los ha llevado a revelarse y manifestar que están hartos de un electorado que, desde luego, no se merecen.

Si son, o no, razones para indignarse se lo dejo a ustedes. Por una vez, y sin que sirva de precedente, prefiero no mojarme. Me limito a trasladarles lo que, el sábado, era un clamor en la toma de posesión de los nuevos alcaldes y concejales. De lo que pasaba afuera, y no de la nueva legislatura, era de lo que hablaban. Muchos, la gran mayoría, no entendían los gritos, ni las cacerolas, ni los chorizos ni que la policía tuviera que protegerles, antes de tomar posesión del cargo, de quienes no hace un mes les habían votado.

No les oculto que quizá estuvieran más afectados los que perdieron que los que ganaron, pero todos estaban realmente indignados, de modo que, para hacerse respetar, no les queda otra que sumarse a la moda de protestar en la calle y montar sus tenderetes y sus tiendas de campaña frente a las Consistoriales. Dicen que si no lo han hecho ya no es por falta de ganas sino porque seria un lío de iglús y cochambre, apenas quedaría sitio, estarían todos mezclados y una nueva incorporación haría que los comerciantes reclamaran apoyo psiquiátrico, pero no descartan protagonizar una sonora protesta, antes de que llegue el otoño.

Lo malo que si los electores están indignados, los políticos también, los sindicatos otro tanto y los empresarios iden de lienzo, ya me dirán contra quien protestamos. Igual contra nosotros mismos. Sería lo más acertado.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / La Nueva España

lunes, 6 de junio de 2011

Gatos, perros y otros animales domésticos

Milio Mariño

Como imagino que ya estarán hartos de leer artículos sobre el resultado de las elecciones y comentarios tan atinados como el firmado por el columnista de un diario de Madrid, que decía que la mayoría de los votantes del PSOE echaban tanto de menos una verdadera política de izquierdas que por eso había ganado el PP, me he propuesto no insistir en lo mismo y hablarles de los animales domésticos. Sé que parece una broma pero espero que lo tomen en serio y al final compartan conmigo que no está mal traído hablar de animales después de las elecciones.

Los animales, sobre todo los domésticos, se parecen mucho a nosotros. Se parecen tanto que, para mí, los perros y los gatos no son tan enemigos como el tópico los pinta. Somos nosotros los que insistimos en esa enemistad y lo hacemos hasta el punto de que muchas personas no entienden el amor por uno sin el odio al otro. Circunstancia que nos ha llevado a la situación de que haya gente que deteste a los dos y busque animales distintos por aquello de que ya están hartos de tener que pronunciarse a favor de unos u otros.

No habría nada que objetar, estaríamos ante el simple ejercicio de la pluralidad animal, a la que todo humano tiene derecho, si no fuera que la consecuencia, de que adoptemos animales raros y, sobre todo, exóticos, entraña el riesgo de una fractura en el ecosistema y pone en peligro el equilibrio de las especies.

Aparentemente no pasa nada pero así, sin quererlo, desaparecieron muchos mamíferos. Y más que pueden desaparecer porque España, y Asturias en concreto, está sometida a una explotación desmedida de sus recursos naturales y eso obliga a que los animales tengan que modificar su hábitat natural para buscar otras áreas donde satisfacer las necesidades vitales.

Nada impide que usted adopte el animal que quiera pero conviene ser prudentes ya que los animales que llegan del otro lado del Pajares, nadie sabe como pueden comportarse. Es más, cabe la sospecha de que, quienes les abren sus puertas y los adoptan como capricho, por despecho o por hartazgo hacia los tradicionales gatos y perros, se olviden pronto de ellos y los abandonen pasado un tiempo. De modo que no todo vale cuando se trata de elegir animal doméstico. No vale porque aun estamos lejos de llegar a lo que profetizaba Isaías. Aquello de: “Habitará el lobo con el cordero, el pardo se echará con el cabrito, el león y la oveja andarán juntos y las fieras comerán hierba como el buey”.

Comprendo que haya gente, cansada del perro, el gato y de ese tercero en discordia que es el gochu vietnamita, que adopta un animal cualquiera. Un animal que, seguramente, tendrá dificultades para adaptarse. Pero, lo malo no es eso, lo malo es que si el animal, finalmente, se adapta tampoco desaparece el peligro pues podría llevarlo al cruce con otras especies, que le parezcan afines, y entonces resultaría un engendro de consecuencias imprevisibles.

La culpa de que les haya hablado de los animales domésticos la tiene un ratón: que unos piensan que lo caza mejor el gato, otros que el perro y algunos que la solución es un pulpo. Pero, como les dije al principio, es puro entretenimiento, no tiene nada que ver con la política, así que no insistan en buscarle similitudes.

Milio Mariño / Artículo de Opinión