Milio Mariño
Cenando con unos amigos salió a relucir el tema de que para entrar en Ensidesa, allá por los años sesenta, pedían un certificado de buena conducta. Era lo primero y quizá lo más importante. Ya podías saber álgebra y tener un master en pico y pala que si el cura, o el sargento de la Guardia Civil, no certificaban que eras de fiar no entrabas en la fabricona.
Lo que, entonces, llamaban buena conducta ya saben lo que era, pero el tema vino al caso de que, ahora, para ser candidato y optar a un cargo público no sólo no piden nada sino que la mala conducta parece un valor en alza, un as en la bocamanga de quienes, presuntamente, han cometido delito y amenazan con tirar de la manta.
La discusión giraba en torno a si estar imputado, o implicado en alguna causa, supone suficiente motivo que impida ser candidato. Muchos pensamos que sí, que basta y sobra para que los partidos políticos aparten a esas personas de sus candidaturas pero, por lo visto, nuestra opinión cuenta poco. Así que sólo nos queda indignarnos. Y nos indignamos, pero como la indignación cansa muchísimo, acabamos por desahogarnos en el círculo de los amigos y buscamos algún motivo para no salir a la calle gritando que estamos hasta la coronilla de chulerías, abusos, desvergüenzas, jactancias y un largo etcétera de razonamientos absurdos que nos llevan a la conclusión de que nunca, como ahora, se había caído tan bajo. Nunca se había visto tanta manipulación, tantos imputados presumiendo de ser candidatos, tantos jueces haciendo de su capa un sayo y tantos empresarios y banqueros poniéndose chulos mientras exigen que se modifiquen las leyes y nos rebajen a la condición de esclavos porque, de lo contrario, no crearán ni un empleo.
Viendo como estamos, y que la población permanece indefensa aguantando a duras penas el bombardeo de los caraduras, a uno se le ocurre que podíamos pedir una intervención de la OTAN para que viniera a librarnos de tanta sirvengonzonería. Pero, claro, ya imagino la respuesta. España no es el norte de África, es una democracia, así que si a usted se le cuela un aprendiz de Gadafi en su ayuntamiento, o en su comunidad autónoma, allá con su pan se lo coma. Es más, dirán que podemos hacer con estos lo que hicimos con Sortu, impedir que se presentaran a las elecciones bajo la sospecha de que no son trigo limpio. En este caso con más motivo porque, de los imputados y los implicados, ya no es que tengamos sospechas tenemos cientos de folios que relatan sus tropelías.
Descartado recurrir a la OTAN nos queda otra. Nos queda utilizar sus argumentos para conseguir que los retiren de las listas. Según ellos, su pecado es que han ido evolucionando para adaptarse a unos valores que responden al sentimiento mayoritario de que, en España, quien no roba o no defrauda es por que no puede. Suponiendo que fuera así también deberían quitarlos. Pues sí, por torpes, por no saber hacerlo y dejarse atrapar como tontos.
Escribí todo esto cuando volví a casa después de la cena. Y ahora que lo pienso no sé si lo que cuento me lo dijo alguien o fue mi propia conciencia. Una conciencia que estará influida, seguramente, por aquellos regletazos y coscorrones con los que aprendíamos lo que era buena y mala conducta.
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