martes, 8 de febrero de 2011

El móvil del cambio

Milio Mariño

Tienen tantas ganas de hacerse con el Gobierno, que el PP ha prescindido del calendario y actúa como si estuviéramos en agosto de 2012. Que estemos en febrero, y este año sea el 2011, lo atribuyen a una argucia de Rubalcaba y a las mentiras de Zapatero, pues Rajoy acaba de hacer balance de sus primeros cien días como Presidente electo y ha cerrado el discurso diciendo lo que parece obvio: “A nosotros se nos conoce”.
Claro que se les conoce, se les conoce de sobra, de ahí que resulte chocante que los españoles ya hubiéramos aceptado que el PP nos gobierne y adopte las medidas que suele adoptar la derecha por mucho que, ahora, proclame que es más socialista que nadie y no hará lo que hace el PSOE.
De confirmarse lo que Rajoy da por hecho, y las encuestas vaticinan probable, resultaría que los españoles, en su mayoría, aceptarían la idea de que el incipiente estado de bienestar, que apenas empezábamos a saborear, es una pretensión imposible que solo puede ocurrírsele a los socialistas y a la izquierda trasnochada. Es más, resultaría también que una mayoría de españoles aceptaría que las prestaciones sociales pueden financiarse bajando los impuestos y con pronunciamientos como ese de que, lo que hace falta es cambiar de gobierno porque, solo por el hecho de cambiarlo y que gobierne la derecha, se creará más empleo.
Algunos, no pocos, de los que se abonan al cambio, son conscientes de que, en la práctica, el PP acometerá ajustes más duros que los hechos por el PSOE, pero argumentan que la alternancia es una realidad positiva, un fenómeno inevitable en una sociedad abierta que lo que busca es que, desde los poderes públicos, se gestione con eficacia.
Negando la mayor, es decir que, solo, por cambiar de gobierno aumente la eficacia, podría aceptar una apelación a la obsolescencia. Ya saben, lo que se dice, ahora, de la fatiga de los materiales. Eso de que los teléfonos móviles, las bombillas y los electrodomésticos tienen un plan de durabilidad programada y se estropean pasado ese tiempo.
Si la explicación fuera esa tendría, incluso, más sentido que muchos de los argumentos que algunos esgrimen para justificar el cambio. Usted tiene un teléfono móvil que funciona razonablemente, pero nota que empieza a fallarle la batería. Un problema menor; se cambia y listo. Eso creía yo pero las cosas funcionan de otra manera. Resulta que no hay arreglo, que no puede cambiar una pieza, tiene que comprar un teléfono nuevo. Oiga, pero si solo es la batería, el resto funciona bien. Nada, no le de vueltas, tiene que cambiar de modelo.
Al final -qué remedio- acaba rindiéndose y compra el teléfono que le ofrecen. Un teléfono que es como el viejo pero aparentemente distinto. Las teclas son las mismas, solo que las han cambiado de sitio y les han añadido unas funciones que usted no utiliza ni sirven para otra cosa que no sea justificar que le han birlado cien euros. Es la sociedad de consumo, le dicen. Tiene que ponerse al día. Sabemos que acabará echando de menos el modelo antiguo pero ese modelo ya estaba muy visto. Ahora nadie cambia pensando que lo nuevo será mejor, ahora se cambia por cambiar. Ah bueno, si es por eso, entonces llevan razón. Pero díganlo así, no me líen ni prometan que este trasto resolverá mis problemas.

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