lunes, 22 de febrero de 2010

La burbuja del balón redondo

Milio Mariño/ La Nueva España

El jueves pasado me vino de perlas leer a Francisco García Pérez, a quien recuerdo, además de por sus artículos, por un par de días en Villaviciosa con los escritores asturianos. Fue una delicia saber que compartimos eso de habernos criado oyendo retransmisiones de fútbol que se han quedado a vivir para siempre en algún rincón del cerebro, pues si él recuerda «pánico en Altabix», a mí me pasa otro tanto con «penalti en Las Gaunas». Además, también soy partidario de «orsay», «linier» y «fau», palabras que sigo usando, quizá, por haber jugado con aquellos balones de reglamento que dejaban un surco calvo cuando rematabas de cabeza sin mirar la costura. Eran otros tiempos. Fíjense si habrán pasado años que usábamos Linimento Sloan, un ungüento que lo mismo curaba el reuma que un bocadillo en el glúteo.

El caso que, como dije, leí el artículo de García Pérez junto con los propios del día siguiente al debate sobre la crisis y, como quiera que sobre ese tema ya está todo escrito, se me ocurrió que podría hablarles de la burbuja del fútbol. Un milagro sin precedentes, pues resulta que han ido explotando qué sé yo cuántas burbujas: la de internet, la financiera, la inmobiliaria y todas las imaginables, pero la del fútbol, cuya deuda reconocida asciende a más de 4.000 millones de euros, sigue inflándose como si nada y nadie vaticina que vaya a explotar.

El Gobierno, la oposición, todo el mundo habla de poner freno al gasto, contener los salarios, abaratar los despidos y aumentar la edad de jubilación, pero ninguna de esas medidas parece que afecte al mundo del fútbol, que sigue con sus traspasos y sus sueldos millonarios, viviendo dentro de esa burbuja milagro que lo aísla de todo.

Lo sorprendente es que, dentro de la burbuja del balón redondo, no sólo viven los clubes SAD, también viven los de Segunda B, Tercera División, Regional Preferente y de ahí para abajo. Viven nadie sabe cómo, pues técnicamente casi todos están en quiebra dado que, año tras año, sus ingresos son inferiores a los gastos y, en consecuencia, se hallan en la imposibilidad de hacer frente no sólo al presupuesto ordinario, sino a la posibilidad de poder liquidar, algún día, las deudas que tienen.

¿Cómo lo hacen? Eso quisiera saber yo e imagino que más de un ministro de Economía y Hacienda. De cómo lo hizo el Real Oviedo, que el año pasado, en Tercera División, tuvo un presupuesto de 2.550.000 euros, tenemos una idea. De cómo lo hacen algunos clubes de Tercera que, este año, rondan los 400.000, ellos sabrán. Y si echáramos un vistazo a otros presupuestos, incluso de Regional Preferente, quedaríamos asombrados. Sobre todo, teniendo en cuenta que los espectadores por partido no suelen pasar de cien y algunas veces ni eso. Es decir, que no sacan ni para el árbitro, que en Tercera cobra 400 euros y hay que pagarle por adelantado. Pero es que, además, también hay que pagar al entrenador y a los jugadores, que tienen sueldos de 1.000 o 1.500 euros al mes, y algunos incluso más.

Viendo cómo está el fútbol, desde las SAD a los clubes de Tercera y Regional, habría que preguntarles cuál es la fórmula para que la crisis ni siquiera los haya rozado. Imagino que no tendrán inconveniente en ponernos al tanto, porque la pregunta no es un capricho, es una necesidad. Una emergencia nacional que exige ponernos en manos de quienes, de verdad, saben hacer milagros. Deberían tomar nota Elena Salgado, Miguel Sebastián y José Blanco.

lunes, 15 de febrero de 2010

¡Habla, Mariano!

Milio Mariño
Quienes califican, ahora, nuestra solvencia económica son los mismos que provocaron la crisis y no admiten que se regulen las altas finanzas. Tiene «güevos» la cosa. Pero es lo que hay. Y, por lo visto, no cabe otra que morder y tragar. Hacer de tripas corazón, darles explicaciones y aceptar que paguen los pobres para que los ricos vuelvan a lo de antes. De ellos depende que se reactive la actividad económica. Así que toca socializar las perdidas y asegurarles nuevas ganancias con el compromiso de que aceptamos lo que Santa Rita dijo en su día. Solo así, según los expertos, se puede abordar el problema y hacer que esto funcione. Ayudar a la gente que está en el paro es tirar el dinero. Es lo que viene haciendo Zapatero, un Presidente que, contra viento y marea, insiste en que hay que respetar los derechos sociales y mantener los servicios básicos de un Estado del Bienestar que empezábamos a tocar con los dedos. Tamaño disparate no se le había ocurrido a ningún Gobierno. Así nos luce el pelo. Por empeñarse en defender a los más desfavorecidos está llevándonos a la ruina. Debería irse ya mismo. Debería dejar su puesto a los que saben como hacer estas cosas. Solo a un inepto se le ocurre subsidiar a los parados y dar un impulso a las obras públicas.

Estos calificativos, y otras lindezas por el estilo, es lo que vienen diciendo los sabios, los expertos y un buen número de columnistas de opinión que se confiesan, antes que defensores de la derecha, gente con sentido común. Lo dicen por activa, por pasiva y por perifrástica. También lo dice Mariano, que insiste en la invitación pero se cuida mucho de soltar prenda y decirnos cual es su receta para acabar con la crisis.

¡Habla, Mariano! Venga, anímate y cuéntanos que harías tu para que hubiéramos salido de la recesión y estuviéramos creciendo a la par que Alemania. No seas así, perdona a los que no te hemos votado y dinos que harías para corregir el aumento del déficit, dado que por efectos de la crisis hay menor recaudación fiscal y mayor gasto público. Dinos si habrías optado por reducir la dotación para la enseñanza, la sanidad, o las pensiones. Si habrías decretado el despido libre y gratuito, recortado el subsidio de paro y bajado el sueldo a los funcionarios. Dinos qué hubieras hecho porque lo que si te hemos oído decir es que no subirías los impuestos y mantener los mismos servicios con menos impuestos no cuadra ni a martillazos.

¿Por qué no hablará Mariano? Pues no sé. Quizá porque si dijera que es lo que hubiera hecho, de estar en el Gobierno, la gente saldría corriendo. Por eso prefiere callar y agitar el descrédito. Cuanto peor vayan las cosas más oportunidades tiene de hacerse con el poder. Esa es la historia. Mucho presumir de patriotismo pero para Mariano, y para el PP, son más prioritarios sus intereses que sacarnos de la crisis.

Lo que si ha dicho es que si tuviera la mínima posibilidad de ganar una moción de censura, la presentaría. Lo cual es insólito porque, según los manuales al uso, un líder nunca, en ninguna circunstancia, debe confesar su propia debilidad. Pero, ahí lo tienen, Mariano es tan singular que rompe con los esquemas. Sabe que solo puede aspirar a ganar si permanece callado y el gobierno se descalabra. Así que no debe extrañarnos que algunos, bastantes, tengan en mente lo que le dijo el gran Mazzantini al aficionado protestón: ¿Por qué no baja y lo hace usted?

lunes, 8 de febrero de 2010

Febrero no viene loco, viene muy tonto

Todo lo que nos proponen para poner remedio a la crisis se ha convertido en un galimatías que no hay quien lo entienda. Estamos tan confundidos que no sabemos a qué atenernos y lo malo de todo esto es que nuestros líderes, los del Gobierno y los de la oposición, están incluso peor. Están fatal. Los ministros no paran de contradecirse desmintiéndose unos a otros y el PP se ha convertido en un guirigay que, más que un partido político, parece como que se hubieran puesto a la cola para ir al psicólogo.

Algo raro sucede, algo que no tiene explicación y que tampoco cabe achacar a que estamos en febrero, un mes con fama loco. Si al menos fueran locuras, cabría tener esperanza; pero son meteduras de pata, errores elementales que ponen de manifiesto lo que ya sospechábamos: que la diferencia entre loco y tonto es notable. Al loco puede ocurrírsele lo impredecible, mientras que el tonto es tan limitado que sus ocurrencias no pasan de ser tonterías.

Tontería parece eso de que el Gobierno, en cuestión de tres años, reducirá en 50.000 millones de euros el gasto de todas las administraciones sin tocar las partidas sociales ni tampoco las inversiones. Algo increíble para una cabeza con boina, pues los que somos gente corriente tenemos la entendedera tan corta que, ante tamaño ahorro, solo pensamos dos cosas: que están tirando el dinero y gastando a manos llenas o que le han puesto una vela a San Pancracio con el compromiso de que, de aquí a tres años, haga un milagro.

Haría falta, también, un milagro para entender la tontería que dijo Rajoy hace poco. Que los inmigrantes ilegales tienen derecho a la educación y la sanidad sin necesidad de empadronarse, por su mera condición humana, pero que no deberíamos darles los mismos derechos que a los nacidos en Cuenca, porque aquí no cabemos todos.

Se me ocurre otro milagro, y ya van tres, para asumir una tontería más; eso de que PP y PSOE voten en el Congreso de los Diputados a favor de la construcción de un almacén de residuos nucleares y luego lo hagan en contra con el agravante de que María Dolores de Cospedal se opuso a una resolución, de los socialistas castellano-manchegos, que era copia exacta de sus propias declaraciones.

Tonterías, en este mes de febrero, hay para dar y tomar. Las hay como la última de Esperanza Aguirre, a quien suponíamos mínimamente educada y exhibe un lenguaje barriobajero que merece que alguien le lave la lengua con estropajo y jabón de lagarto. Tontería, y cinismo, es lo de Núñez Feijóo, que se hizo con el gobierno proclamando austeridad y acaba de gastarse 6,3 millones de euros en la adquisición de coches oficiales, algunos de 240 caballos y tapicería de piel, mientras siguen aparcados en la cochera los 17 Audi comprados por su antecesor. Tontería, y desfachatez, es que Manuel Fraga, de 88 años y actual senador del PP, diga que no es partidario de elevar la edad de jubilación. Y aún es tontería mayor que Trinidad pretenda justificar la prohibición total de fumar aludiendo a la salud de los trabajadores de hostelería, pues con ese mismo argumento habría que cerrar las minas, las petroquímicas y el 80 por ciento del sector industrial.

Son tantos a decir tonterías que uno llega a la conclusión de que los líderes políticos solo funcionan regular cuando las cosas van bien. Y así cualquiera. Así gobernamos usted y yo. Que no tenemos ni pajolera idea ni se nos había pasado por la cabeza.

lunes, 1 de febrero de 2010

Caramelos, caramelos, traigo caramelos

Cuando leí que los concejales de IU-BA en el Ayuntamiento de Gozón habían puesto el grito en el cielo porque la mayoría gobernante, del PP, declaraba haber gastado en la cabalgata de Reyes 2.397 euros en caramelos, una de las primeras cosas que me preocupó fue saber si serían muchos o pocos. Así que, acto seguido, di un paseo por internet, recuperé una vieja calculadora que apenas uso y, después de varios cálculos, ya tenía sobre la mesa que, a precio actual de mercado y tomando como referencia los denominados caramelos pañuelo, que son surtidos de naranja, fresa, cola, coco y limón y de una calidad excelente, la compra municipal suponía un total de 112.328 caramelos a repartir entre una población infantil que, según los parámetros del Instituto Nacional de Estadística y tomando como base el numero de habitantes de dicho concejo en 2008, cabe estimar en torno a 1.071 niños de 0 a 14 años.

Partiendo de esos datos, a cada niño podrían haberle correspondido 104,7 caramelos si el reparto fuera matemático, pero como en las cabalgatas y los festejos suelen repartir a la rebatiña bien podría suceder que algunos, los más pausados, cogieran sólo 43 y otros, los más ágiles e inquietos, superaran, de largo, los 104.

Semejante cálculo no parece haberlo hecho Ramón Artime, teniente de alcalde del PP, pues dice que le importa un bledo que IU proteste y no esté a gusto con el reparto de caramelos. Tampoco hay que ponerse así. No pretendo tomar partido ni inmiscuirme en la polémica, pero creo que la oposición no cuestiona la forma de reparto, sino el gasto y las consecuencias de lo que, a priori, parece un acto inofensivo, pero que, luego, consultando a la comunidad científica, resulta influyente hasta el punto de que enfrenta a los niños con sus instintos más primarios.

Esta variable, para mí desconocida, me lleva a sospechar que Pilar Suárez y la coalición de IU debían estar al tanto de lo que algunos científicos piensan sobre darles caramelos a los niños. Debían ser conocedores de que allá por el año 1960 Walter Mischel, psicólogo de la Universidad de Stanford, había dado caramelos a un grupo de niños a los que dejó solos, prometiéndoles que si alguno no se los comía todos, luego, cuando él volviera, aproximadamente 30 minutos más tarde, lo recompensaría con más caramelos.

Según Walter Mischel y un tal Goleman, que llegó a publicar un libro sobre el citado experimento, los niños que triunfaron en ese desafío, es decir, los que controlaron su deseo y no se comieron todos los caramelos, coincidían, uno por uno, con los que después de unos años, ya de jóvenes, eran más equilibrados y sacaban mejores notas.

Mi ignorancia en estos asuntos es tal que ni por asomo creía que la prueba del caramelo fuera más eficiente que los test para conocer el coeficiente intelectual de los niños y predecir comportamientos futuros. Constatada esta variable, parece evidente que, en Gozón, el número de caramelos fue excesivo, la forma de reparto desordenada y el provecho escaso, ya que se perdió la oportunidad de contribuir a que los niños controlaran sus instintos primarios y, en cambio, se les hizo partícipes de un derroche que aún se justifica menos en tiempos de crisis.

No está bien que, en Gozón, se tiren los trastos por unos kilos de caramelos. Pero bueno, puestos a discutir, mejor discutir si 2.397 euros son muchos euros para gastarlos en caramelos que andar a vueltas con las dietas y el sueldo de los alcaldes.