lunes, 28 de febrero de 2011

La cara del candidato

Milio Mariño

Pronto estarán en imprenta los carteles con las imágenes de los candidatos a las elecciones de mayo, de modo que, a estas alturas, los especialistas trabajarán a destajo para que las caras sean el espejo de un alma que cautive a los electores. El éxito de un político, según los expertos, depende, a partes iguales, de lo que dice y de su aspecto físico, así que, con esa premisa, veremos caras muy mejoradas y discursos que completarán el trabajo con el aporte de un maquillaje que contribuya a presentarlos, a todos, muy guapos.
Lo previsible es que ninguno de los que aparezcan colgados de las farolas sea viejo, feo, gordo, o tenga el gesto avinagrado. Todos aparecerán sonrientes y retocados hasta el punto de que, a más de uno y de una, seria difícil reconocerlos si en los carteles no figurara su nombre.
Berlusconi, que es el santo patán de retoque, ha creado escuela y el uso del photoshop, el botox, la cirugía y los implantes de pelo, se extiende por toda la clase política sin reparar en ideologías. Todos quieren gustar, todos quieren parecer artistas de Hollywood. No es una mera tendencia, es un síntoma; una ridiculez que se ha puesto de moda y convierte los programas de los partidos, por fotos y contenido, en meros folletos de propaganda turística.
Pero, en esas estábamos cuando apareció David Granger, editor de la revista Esquire y ex asesor de Clinton, para decirnos que después de algunas décadas en las que la masculinidad y los ademanes rudos no eran los atributos más preciados de los políticos, los hombres musculosos han conquistado, de nuevo, su cetro perdido. La gente, según Granger, se ha cansado del prototipo del político culto, frágil y educado. Ahora lo que demanda, antes que todo eso, es sentirse protegida.
Esa preferencia, que también ha sido observada por los sociólogos, dicen que surgió a raíz de la catástrofe de las Torres Gemelas y se fue consolidando con la evidencia de que la crisis supone una bofetada sin precedentes que nos ha despertado del sueño idílico para devolvernos a la realidad pura y dura.
Los estudiosos opinan que los acontecimientos que tuvieron lugar en los últimos diez años han hecho que el electorado se incline por depositar su confianza en las personas de aspecto rudo y actitud autoritaria. Y ese cambio, de lo educado y lo culto a lo bruto y autoritario, lo explican diciendo que lo que queremos es volver a la idea reparadora, y reconfortante, de que quién nos gobierne sea algo así como papa o mama: una persona que siempre estará ahí para protegernos y cuidarnos, y , si llega el caso, hasta para reñirnos.
No les oculto que me sorprendió que nos sintamos más protegidos cuando nos gobierna un bruto maleducado, pero a esa sorpresa tuve que añadir una palabra que jamás había oído: la doxocracia. La doxocracia, que según esos expertos ha reemplazado a la democracia, consiste en el gobierno de la opinión pública ligada al imperio de la imagen. Es decir, que se ha impuesto la política espectáculo y la farándula de unos políticos que explotan su imagen mediática hasta el punto de cuestionar, y condicionar, el rol de los partidos.
Si fuera como dicen, resultaría que nos hemos vuelto tan entupidos que, lo qué nos importa, por encima de otras consideraciones, es la cara. La cara del candidato.

martes, 22 de febrero de 2011

Cuando el diablo no tiene que hacer

Milio Mariño

Estaba yo en Madrid, en una terraza de la Gran Vía, y al ver la boina que se me venia encima llamé a un amigo para pedirle un favor. Oye dame el teléfono de Leyre Pajin que aquí todo dios fuma en la calle y esto parece ese Asador de Marbella que promueve el alzamiento nacional. No hay quien pare. Antes, incluso, de que encendiera el primer cigarro había una nube de humo que no se veía a dos pasos. Jodete, quien te manda venir a Madrid. Si vivieras, como yo, en un chalet de la sierra no pasarías esos agobios. Ya lo había pensado pero soy urbanita de izquierdas. Me gustan las ciudades. Aunque, no sé, la cosa se está poniendo tan fea que me estoy planteando emigrar con mi bagaje de ideas y hacerme, como mi abuelo, ácrata de la vida. Prescindir de la ley establecida, del consejo de los médicos y de lo que mande la santa madre iglesia. Tirarme al monte y vivir como me salga del intestino. Quiero decir como si todo fuera una caca y nada, excepto lo que produce un placer inmediato, mereciera la pena. Ya no es el tabaco, es que me siento acosado. Y no veas lo que supone vivir con la sensación de que, a todas horas y en todos lados, te privan de tus placeres. Es como si hubieras palmado y estuvieras en el infierno. Se, porque lo dijo el Papa, que el infierno no es un lugar físico sino un estado de animo. Pero a eso me refiero. A que voy, como alma en pena, sorteando prohibiciones, y lo poco que me quedaba, que era escribir estos artículos con la libertad que venia haciéndolo, ni eso me dejan. Acabo de enterarme que la autoridad competente ha dado instrucciones precisas para que, en adelante, no se le ocurra a nadie mentar aquella frase que la Sultana Aixa, su madre, le dijo a Boabdil el Chico, cuando lo de Granada. Aquello de: “No llores como mujer lo que no supiste defender como hombre”.
La sultana, en su ignorancia, no era consciente de que degradaba la condición femenina. No es broma. Es tan cierto como que la Junta de Andalucía, a través de sus Conserjerías de Medio Ambiente, Presidencia, Igualdad y Hacienda, ha publicado una guía, de 71 páginas, con la que pretende potenciar el lenguaje periodístico, desde una perspectiva de género. Y, para tan loable propósito, ha incluido la citada frase como ejemplo de lo que, de ahora en adelante, no deberíamos mencionar nunca en ningún artículo.
Así es que estoy con la moral por los suelos. Llevo un mes que no levanto cabeza. Primero fue la sorpresa de que el Rey otorgara el titulo de marques a un escritor, un catedrático, un empresario y un entrenador de fútbol, y ahora esto. Pensaba que nombrar marqueses, cuando las desigualdades sociales son cada vez mayores, era anacrónico e inoportuno. Confundía, acabo de darme cuenta, lo real con lo lógico. Y de esa confusión viene que no entienda lo de la Junta de Andalucía, ni lo de los marqueses ni que nos obliguen a fumar en la calle, donde la contaminación es mayor que la que había en los bares. No entiendo nada. Aunque quizá todo obedezca a lo que les decía al principio, a que cuando el diablo no tiene que hacer…

lunes, 14 de febrero de 2011

Hay crisis para Rato, don Rodrigo

Milio Mariño

No he visto que nadie haya salido, ni es previsible que salga, a protestar en la Puerta del Sol, como los egipcios en la plaza Tahrir de El Cairo, por la desfachatez de Caja Madrid, que ha destinado 25 millones de euros a repartir, como incentivo, entre diez de sus ejecutivos que ya no siguen siquiera en el cargo. Si he visto, bueno he leído, que como medida para acallar lo que no pasará de cuatro protestas aisladas, en la paginas de opinión, Rodrigo Rato propondrá, como hizo Mubarak antes de salir pitando, algunas reformas al consejo de administración. Pedirá que se supriman dichos incentivos de cara al futuro, pero la propuesta, aunque sea aceptada, no impedirá el pago de bonus millonarios, pues éstos ya han sido devengados y, por tanto, serán cobrados.

Así está la cosa, con Caja Madrid solicitando ayudas públicas por importe de 4.465 millones de euros, un buen pellizco a las arcas del Estado que será presentado como absolutamente necesario para salvar la entidad, y a nosotros mismos, de una catástrofe bancaria. No cabe otra, proclamará desde su poltrona el -ahora nos enteramos- torpe Rodrigo Rato, que no dio un palo al agua, ni se enteró de la crisis, mientras fue secretario del Fondo Monetario Internacional. No obstante, insistirá, como otros de su cuerda, en que, para que la economía vuelva a funcionar, es necesario reformar, a fondo, el mercado de trabajo, abaratar el despido y acabar con los privilegios. Con los de la clase de tropa, pues Caja Madrid ha pagado a Miguel Blesa, el antecesor de Rato en el cargo, 2,8 millones de euros en concepto de despido, 1,4 millones al antiguo director de comunicación Juan Astorqui y 1,8 millones al responsable de sistemas Ricardo Morado.

Cuando uno se entera de todo esto y lo junta con aquello de que a los parados que ya no cobran subsidio, y no lo han cobrado en el último año, les darán 400 euros durante seis meses si asisten a un cursillo, le entran unas ganas locas de tirarse a la calle, como si fuera un egipcio, y pedir que se vayan al carajo los banqueros y sus economistas lacayos. Ganas todas las que quieran, aun a riesgo de que nos zurren la badana y nos metan en chirona, pero ¿contra quién protestamos? ¿Quién es el ogro? Es evidente que existe, pero nadie ha visto su cara y así es imposible que podamos partírsela a morrillazos.

Lo que sí hemos visto es otro escándalo pues, según dicen, alguien ha colado de matute a unos cuantos trabajadores en un ERE, para que luego cobren la jubilación. De confirmarse sería un fraude. Un auténtico fraude frente la actuación legal e intachable de una Caja de Ahorros, que pide 4.465 millones de dinero público para evitar la quiebra, y despide a su director pagándole 2,8 millones de euros y 25 millones más, en concepto bonus, a repartir entre él y otros directivos que han dejado la entidad.

¿Qué quieren? ¿Preferirían vivir en un país en el que fueran tratados como súbditos y no tuvieran derecho ni a protestar? Ustedes ya viven en democracia, no sean egipcios. No piensen que porque uno se vaya y venga otro las cosas van a cambiar. Siempre habrá quien esté arriba y quien esté abajo. Y ese orden no lo establecen los dictadores ni los banqueros, es ley natural.

Milio Mariño / La Nueva España / Artículo de Opinión

martes, 8 de febrero de 2011

El móvil del cambio

Milio Mariño

Tienen tantas ganas de hacerse con el Gobierno, que el PP ha prescindido del calendario y actúa como si estuviéramos en agosto de 2012. Que estemos en febrero, y este año sea el 2011, lo atribuyen a una argucia de Rubalcaba y a las mentiras de Zapatero, pues Rajoy acaba de hacer balance de sus primeros cien días como Presidente electo y ha cerrado el discurso diciendo lo que parece obvio: “A nosotros se nos conoce”.
Claro que se les conoce, se les conoce de sobra, de ahí que resulte chocante que los españoles ya hubiéramos aceptado que el PP nos gobierne y adopte las medidas que suele adoptar la derecha por mucho que, ahora, proclame que es más socialista que nadie y no hará lo que hace el PSOE.
De confirmarse lo que Rajoy da por hecho, y las encuestas vaticinan probable, resultaría que los españoles, en su mayoría, aceptarían la idea de que el incipiente estado de bienestar, que apenas empezábamos a saborear, es una pretensión imposible que solo puede ocurrírsele a los socialistas y a la izquierda trasnochada. Es más, resultaría también que una mayoría de españoles aceptaría que las prestaciones sociales pueden financiarse bajando los impuestos y con pronunciamientos como ese de que, lo que hace falta es cambiar de gobierno porque, solo por el hecho de cambiarlo y que gobierne la derecha, se creará más empleo.
Algunos, no pocos, de los que se abonan al cambio, son conscientes de que, en la práctica, el PP acometerá ajustes más duros que los hechos por el PSOE, pero argumentan que la alternancia es una realidad positiva, un fenómeno inevitable en una sociedad abierta que lo que busca es que, desde los poderes públicos, se gestione con eficacia.
Negando la mayor, es decir que, solo, por cambiar de gobierno aumente la eficacia, podría aceptar una apelación a la obsolescencia. Ya saben, lo que se dice, ahora, de la fatiga de los materiales. Eso de que los teléfonos móviles, las bombillas y los electrodomésticos tienen un plan de durabilidad programada y se estropean pasado ese tiempo.
Si la explicación fuera esa tendría, incluso, más sentido que muchos de los argumentos que algunos esgrimen para justificar el cambio. Usted tiene un teléfono móvil que funciona razonablemente, pero nota que empieza a fallarle la batería. Un problema menor; se cambia y listo. Eso creía yo pero las cosas funcionan de otra manera. Resulta que no hay arreglo, que no puede cambiar una pieza, tiene que comprar un teléfono nuevo. Oiga, pero si solo es la batería, el resto funciona bien. Nada, no le de vueltas, tiene que cambiar de modelo.
Al final -qué remedio- acaba rindiéndose y compra el teléfono que le ofrecen. Un teléfono que es como el viejo pero aparentemente distinto. Las teclas son las mismas, solo que las han cambiado de sitio y les han añadido unas funciones que usted no utiliza ni sirven para otra cosa que no sea justificar que le han birlado cien euros. Es la sociedad de consumo, le dicen. Tiene que ponerse al día. Sabemos que acabará echando de menos el modelo antiguo pero ese modelo ya estaba muy visto. Ahora nadie cambia pensando que lo nuevo será mejor, ahora se cambia por cambiar. Ah bueno, si es por eso, entonces llevan razón. Pero díganlo así, no me líen ni prometan que este trasto resolverá mis problemas.