Milio Mariño
Por más que parezca que todo es lo mismo, creo que la gente tiene conciencia de lo que encierra y no encierra mérito. Estoy convencido. Como también lo estoy de que son mayoría quienes se sitúan al margen, o por encima, de esa visión infantiloide de la política que algunos practican y les sirve para insistir en la idea de que hay dos tipos de españoles: los machotes y los gallinas.
Me parece bochornoso que cada vez que tenemos un conflicto salgan a relucir esos términos, pero ahí están, han vuelto con el asunto de Melilla y con toda la que se ha liado en torno a la liberación de los cooperantes. No se había confirmado la noticia y ya estaban llamando gallina al Gobierno y preguntando si había pagado o no había pagado rescate. La verdad, no sé para qué lo preguntan. De sobra saben cuál será la respuesta. Así que, a lo mejor, sólo lo hacen para ver la cara que pone el Ministro cuando responda, como un merluzo, según el guión al uso de los asuntos que no pueden explicarse en público, mientras ellos siguen riéndose, por lo bajinis, a la espera de pronunciar una parrafada final que, despojada de toda retórica, sólo querrá decir una cosa: «¡Jódete!».
Ésa es la impresión que dan. Parece como si estuvieran siempre al acecho, esperando a que ocurra algo, para hacerse con un micrófono y disparar lo que más daño haga. Como si de lo que se tratara, sobre todo, fuera de restar méritos y procurar que el Gobierno parezca una «troupe» de aborrecibles ineptos que deberían merecer el desprecio de los ciudadanos honestos.
Melilla, Afganistán, el «Alakrana»? Todo vale. Y en ese todo incluyo el rescate de los cooperantes, uno de esos asuntos que, según las leyes no escritas que gobiernan las sombras de los estados, ha de permanecer mudo y confinado en la mazmorra de los secretos. Cosa que sabemos todos, incluidos los que preguntan y se hacen los ingenuos.
Tal vez me reprochen que recurra a la filosofía con demasiada frecuencia, pero no se me ocurre nada mejor, para abordar este asunto, que traer a colación uno de los muchos dilemas que planteaba Epicuro. Aquel que decía: o bien Dios no quiere eliminar el mal o no puede; o puede, pero no quiere; o no puede y no quiere; o quiere y puede. Si puede y no quiere es malo. Si no quiere ni puede es malo y débil. Y si quiere y puede, por qué no lo elimina.
Ésa es la historia. Si el Gobierno quería y pudo, por qué no habría de liberar a los cooperantes. ¿Acaso por una supuesta razón de Estado que vendría a exigir que se pagara con tres vidas humanas lo que podía pagarse a un precio más barato? ¿Quién dice que lo correcto hubiera sido hacer lo que hizo Francia, que intervino, fracasó y al cooperante le cortaron la cabeza? ¿Habrían apoyado al Gobierno, si hubiera actuado así, quienes ahora se escandalizan por el canje de un prisionero y porque, según ellos, también se ha pagado rescate?
Estoy de acuerdo en que un Gobierno debe tener en cuenta las razones de Estado, pero eso no es una cuestión de machotes o gallinas. Eso pasa por evitar, como decía Baltasar Gracián, que los intereses de Estado se conviertan en razones, no de Estado, sino de establo.
Milio Mariño/ La Nueva España / Artículo de Opinión
martes, 31 de agosto de 2010
lunes, 23 de agosto de 2010
Multas, las justas
Milio Mariño
Estoy preocupado y creo no es para menos. Supongo que estarán al tanto de que el número de accidentes de tráfico, así como el de heridos y fallecidos por dicho motivo, se ha reducido de forma considerable. También se han reducido las denuncias y las multas por infracciones de tráfico. Evidentemente no es eso lo que me preocupa. Lo que me tiene preocupado es que la DGT se alarme y pregunte por qué hay menos multas ahora que antes. No entiendo la pregunta. La respuesta se me antoja tan sencilla que no puede ser que nadie, en el Ministerio, la sepa. Tanto machacar y machacar, tantas campañas pidiendo prudencia que, al final, han surtido efecto. Poco a poco hemos ido concienciándonos y cometemos menos infracciones que antes. ¿No se trataba de eso? ¿No buscábamos un mejor comportamiento en las carreteras? ¿No intentábamos por todos los medios que la gente no corriera, que no utilizara el móvil, que no bebiera y que siempre llevara el cinturón puesto? Pues ahí lo tienen. Ahí están las cifras de siniestralidad para demostrarlo. Menos accidentes, menos heridos y menos muertos.
Es comprensible que no se fiaran mucho del éxito de las campañas ni de que, siendo como somos, fuéramos a entrar por el aro. Y, si me apuran, también puede comprenderse que Rubalcaba, doctor en ciencias químicas y atleta que en su juventud llegó a correr los 100 metros lisos en 10,9 segundos, no hubiera tenido tiempo de leer a Aristóteles. Pero, contando incluso con eso, debería saber que el primer principio de todos, el que los filósofos llaman de no contradicción, postula que no se puede sostener una cosa y la contraria. Es decir que no puede ser que tengamos menos accidentes de tráfico y que, al mismo tiempo, la gente siga cometiendo las mismas infracciones que cuando teníamos el doble. Así es que parece mentira que el señor Ministro y todos los jerifaltes de la DGT, hayan caído en la trampa de creer lo que dicen los Guardias Municipales, los Guardias Civiles, los Mosos de Escuadra y hasta la Ertzaina; que el descenso en cuanto al numero de denuncias se debe a que están tan deprimidos y tan bajos de moral que cada vez que intentan poner una multa se les cae el bolígrafo al suelo. ¡Cómo si no los conociéramos! Estoy seguro que cualquiera de ustedes podría contar una historia de esas en las que cuando iba tranquilamente por una carretera y creía ver a lo lejos que una familia estaba pasando la tarde detrás de unos matorrales, resulta que la tal familia eran una pareja de guardio y guardia de tráfico que simulaban estar de picnic para que usted se confiara y pisara la raya continua o se lanzara a ciento sesenta por hora.
Engañarán a Rubalcaba, pero a mi no me engañan. Si los guardias ponen, ahora, menos multas que antes es porque los ciudadanos somos más responsables, respetamos las reglas de tráfico y no les damos motivos. Bueno, y también, todo hay que decirlo, porque vamos conociendo sus trucos y descubrimos donde puede estar un radar, o un coche camuflado, aunque los disfracen de lagarterana. De modo que ya está bien de tomarnos el pelo. Ya está bien de hacerse los mártires y los buenos. Vamos hombre, solo nos faltaba que tuviéramos que aceptar que si los guardias no nos multan es porque no quieren.
Milio Mariño / La Nueva España /Artículo de Opinión
Estoy preocupado y creo no es para menos. Supongo que estarán al tanto de que el número de accidentes de tráfico, así como el de heridos y fallecidos por dicho motivo, se ha reducido de forma considerable. También se han reducido las denuncias y las multas por infracciones de tráfico. Evidentemente no es eso lo que me preocupa. Lo que me tiene preocupado es que la DGT se alarme y pregunte por qué hay menos multas ahora que antes. No entiendo la pregunta. La respuesta se me antoja tan sencilla que no puede ser que nadie, en el Ministerio, la sepa. Tanto machacar y machacar, tantas campañas pidiendo prudencia que, al final, han surtido efecto. Poco a poco hemos ido concienciándonos y cometemos menos infracciones que antes. ¿No se trataba de eso? ¿No buscábamos un mejor comportamiento en las carreteras? ¿No intentábamos por todos los medios que la gente no corriera, que no utilizara el móvil, que no bebiera y que siempre llevara el cinturón puesto? Pues ahí lo tienen. Ahí están las cifras de siniestralidad para demostrarlo. Menos accidentes, menos heridos y menos muertos.
Es comprensible que no se fiaran mucho del éxito de las campañas ni de que, siendo como somos, fuéramos a entrar por el aro. Y, si me apuran, también puede comprenderse que Rubalcaba, doctor en ciencias químicas y atleta que en su juventud llegó a correr los 100 metros lisos en 10,9 segundos, no hubiera tenido tiempo de leer a Aristóteles. Pero, contando incluso con eso, debería saber que el primer principio de todos, el que los filósofos llaman de no contradicción, postula que no se puede sostener una cosa y la contraria. Es decir que no puede ser que tengamos menos accidentes de tráfico y que, al mismo tiempo, la gente siga cometiendo las mismas infracciones que cuando teníamos el doble. Así es que parece mentira que el señor Ministro y todos los jerifaltes de la DGT, hayan caído en la trampa de creer lo que dicen los Guardias Municipales, los Guardias Civiles, los Mosos de Escuadra y hasta la Ertzaina; que el descenso en cuanto al numero de denuncias se debe a que están tan deprimidos y tan bajos de moral que cada vez que intentan poner una multa se les cae el bolígrafo al suelo. ¡Cómo si no los conociéramos! Estoy seguro que cualquiera de ustedes podría contar una historia de esas en las que cuando iba tranquilamente por una carretera y creía ver a lo lejos que una familia estaba pasando la tarde detrás de unos matorrales, resulta que la tal familia eran una pareja de guardio y guardia de tráfico que simulaban estar de picnic para que usted se confiara y pisara la raya continua o se lanzara a ciento sesenta por hora.
Engañarán a Rubalcaba, pero a mi no me engañan. Si los guardias ponen, ahora, menos multas que antes es porque los ciudadanos somos más responsables, respetamos las reglas de tráfico y no les damos motivos. Bueno, y también, todo hay que decirlo, porque vamos conociendo sus trucos y descubrimos donde puede estar un radar, o un coche camuflado, aunque los disfracen de lagarterana. De modo que ya está bien de tomarnos el pelo. Ya está bien de hacerse los mártires y los buenos. Vamos hombre, solo nos faltaba que tuviéramos que aceptar que si los guardias no nos multan es porque no quieren.
Milio Mariño / La Nueva España /Artículo de Opinión
martes, 17 de agosto de 2010
El Día de Asturias llevado al ridículo
Milio Mariño
Estaba leyéndolo y no acababa de creerlo. Me parecía inaudito que Isabel Pantoja, Sergio Dalma, Chenoa, Soraya, Tamara y Nacho Cano fueran los elegidos para poner letra y música al Día de Asturias. No estoy seguro, pero creo que grité algún improperio y pedí con todas mis fuerzas que la Virgen de Covadonga, como ya ocurriera en tiempos de Pelayo, viniera en nuestro auxilio y nos librara de la folclórica, y de todos esos cantantes, aunque solo fuera por razones humanitarias.
Debía estar bastante alterado porque mis amigos trataron de tranquilizarme con palabras de ánimo y palmadas en la espalda. Déjalo, no te preocupes, allá ellos. Pero si me preocupo. Y me avergüenzo. No puedo evitarlo. Se me cae la cara de vergüenza viendo lo que están haciendo con el Día de Asturias.
No hay derecho, los asturianos no merecemos esto. Para mi es maltrato y discriminación de género que nuestras señas de identidad y nuestra cultura sean ninguneadas en favor de la copla, la bata de cola y la peineta. Poner a la Pantoja como santo y seña del Día de Asturias es como si nos anunciaran que en la Maestranza de Sevilla El Juli y Pedro Tomas demostrarán todo su arte, y el valor que atesoran, toreando seis bravos rinocerontes de la afamada ganadería del presidente de Gambia. Semejante despropósito no sé yo si no se quedaría corto en relación con ese programa que anuncian para Ribadesella.
Pero es que hay más. Al despropósito y la ordinariez de los festejos hay que sumar lo que cuestan. Solamente La Pantoja cuesta 83.000 euros. Y más les digo, 83.000 euros del erario público para una persona que figura entre los procesados por el caso Malaya, está imputada por un posible delito de corrupción y blanqueo de capitales, y para quien la Fiscalía solicita tres años y medio de cárcel así como una multa de 3.680.000 euros.
Pues claro que respeto la ley, faltaría más. Prueba de ello es que no estoy pidiendo que a una persona, por el hecho de estar imputada le pongan una soga al cuello y la cuelguen del árbol más alto. Pero de eso a darle 83.000 euros y ponerla en un escenario? ¡Es que canta muy bien!, dijo un machaca de no recuerdo qué cargo. Cómo no va a cantar. Estará loca de contenta. Por ese precio cantaría hasta Julián Muñoz. Qué no sé yo como no se les habrá ocurrido incluirlo en el festejo.
Anda que lo de Los Morancos como pregoneros de San Mateo también tiene su mérito, remachó alguien en un intento por nivelar la balanza de estupideces asturfestivas. No lo discuto, pero ese es otro cantar. En lo que estamos es en lo de la folclórica y esa nómina de cantantes que nos saldrán por un ojo de la cara. Bueno, y también en la desfachatez con la que sonríen quienes han perpetrado semejante atropello. Que, de todo, es lo que peor llevo pues me indigna que nos tomen por tontos y se froten las manos pensando que los aplausos a la Pantoja serán, por añadidura, para ellos mismos. Seguramente que los habrá pero a mi me sonarán a bofetadas contra el buen gusto, la decencia y una fiesta que, más que al Día de Asturias, han logrado que se parezca a una romería de Murcia.
Estaba leyéndolo y no acababa de creerlo. Me parecía inaudito que Isabel Pantoja, Sergio Dalma, Chenoa, Soraya, Tamara y Nacho Cano fueran los elegidos para poner letra y música al Día de Asturias. No estoy seguro, pero creo que grité algún improperio y pedí con todas mis fuerzas que la Virgen de Covadonga, como ya ocurriera en tiempos de Pelayo, viniera en nuestro auxilio y nos librara de la folclórica, y de todos esos cantantes, aunque solo fuera por razones humanitarias.
Debía estar bastante alterado porque mis amigos trataron de tranquilizarme con palabras de ánimo y palmadas en la espalda. Déjalo, no te preocupes, allá ellos. Pero si me preocupo. Y me avergüenzo. No puedo evitarlo. Se me cae la cara de vergüenza viendo lo que están haciendo con el Día de Asturias.
No hay derecho, los asturianos no merecemos esto. Para mi es maltrato y discriminación de género que nuestras señas de identidad y nuestra cultura sean ninguneadas en favor de la copla, la bata de cola y la peineta. Poner a la Pantoja como santo y seña del Día de Asturias es como si nos anunciaran que en la Maestranza de Sevilla El Juli y Pedro Tomas demostrarán todo su arte, y el valor que atesoran, toreando seis bravos rinocerontes de la afamada ganadería del presidente de Gambia. Semejante despropósito no sé yo si no se quedaría corto en relación con ese programa que anuncian para Ribadesella.
Pero es que hay más. Al despropósito y la ordinariez de los festejos hay que sumar lo que cuestan. Solamente La Pantoja cuesta 83.000 euros. Y más les digo, 83.000 euros del erario público para una persona que figura entre los procesados por el caso Malaya, está imputada por un posible delito de corrupción y blanqueo de capitales, y para quien la Fiscalía solicita tres años y medio de cárcel así como una multa de 3.680.000 euros.
Pues claro que respeto la ley, faltaría más. Prueba de ello es que no estoy pidiendo que a una persona, por el hecho de estar imputada le pongan una soga al cuello y la cuelguen del árbol más alto. Pero de eso a darle 83.000 euros y ponerla en un escenario? ¡Es que canta muy bien!, dijo un machaca de no recuerdo qué cargo. Cómo no va a cantar. Estará loca de contenta. Por ese precio cantaría hasta Julián Muñoz. Qué no sé yo como no se les habrá ocurrido incluirlo en el festejo.
Anda que lo de Los Morancos como pregoneros de San Mateo también tiene su mérito, remachó alguien en un intento por nivelar la balanza de estupideces asturfestivas. No lo discuto, pero ese es otro cantar. En lo que estamos es en lo de la folclórica y esa nómina de cantantes que nos saldrán por un ojo de la cara. Bueno, y también en la desfachatez con la que sonríen quienes han perpetrado semejante atropello. Que, de todo, es lo que peor llevo pues me indigna que nos tomen por tontos y se froten las manos pensando que los aplausos a la Pantoja serán, por añadidura, para ellos mismos. Seguramente que los habrá pero a mi me sonarán a bofetadas contra el buen gusto, la decencia y una fiesta que, más que al Día de Asturias, han logrado que se parezca a una romería de Murcia.
martes, 10 de agosto de 2010
Woody Allen Avilés
Milio Mariño
Mientras leo que dentro de unos días volverá por aquí, para estrenar su nueva película, pienso que si a Woody Allen le hicieron una estatua en Oviedo, en Avilés tendrían que hacerle un monumento. Uno bien grande, a la altura de las circunstancias y no esa estatua pedestre que lo rebaja hasta convertirlo en un turista liliputiense que pasea, despistado, buscando no sé si La Escandalera o «La gorda de Botero».
No pido tanto, por menos pusieron en un pedestal a la foca del parque, que también vino de visita pero no volvió que se sepa. Woody vuelve y esta vuelta a la villa se me antoja más importante que la tan celebrada de Michelle Obama a Marbella. No me importa si alguien movió los hilos o si el genio americano viene porque le apetece y le da la judía gana. Y, como no me importa, me fastidiaría que surgiera algún espontáneo imitando la fantasmada de Javier Arenas que, en un alarde de estupidez cateta, dijo que la visita de la señora Obama a Marbella se debía a las gestiones de la Alcaldesa del PP. Una alcaldesa que, ante el aluvión de criticas, mandó quitar la bochornosa pancarta que les daba la bienvenida en inglés.
Creo que es bueno, muy bueno, para Avilés que Woody Allen vuelva, con o sin película bajo el brazo. Que vuelva por compromiso o por el mero placer de volver, aunque sea sin clarinete y sin ese swing al estilo Beny Goodman. Y ya que salió Goodman quiero confesarles un secreto: no sé si por el apellido del clarinetista o por la apariencia del cineasta, pero cuando pienso en Woody Allen me viene a la memoria la figura de Gustavo Bueno, en mejor. Y que conste que lo de «mejor» no debe interpretarse como que defiendo el dualismo antropológico, sino como el resultado de aplicar el materialismo filosófico, pues es en ese ámbito dónde se dibuja la figura del individuo transformado, por anamórfosis, en persona.
Me consta que la anamórfosis es un defecto óptico pero no puedo evitarlo, veo a Woody Allen por la calle La Fruta y me acuerdo de Gustavo Bueno paseando calle arriba, con las manos en los bolsillos. Los dos son genios, cada uno en lo suyo y un poco en lo del otro. Gustavo dice que, a él, lo que le gusta es el cine de antes; el de aquellas películas en las que los personajes mostraban sus sentimientos mediante acciones físicas. Woody, por su parte, afirma que el cerebro es su segundo órgano en importancia, que prefiere la ciencia a la religión y que si le dieran a escoger entre Dios y el aire acondicionado, se quedaría con el aire.
Ya ven que ocurrencias pero, dejando a un lado lo que piensen que, seguramente, interesará solo a unos pocos, lo importante es que Woody Allen vuelve para estrenar en Avilés «Conocerás al hombre de tus sueños», como antes hizo con «El sueño de Cassandra» y el rodaje de «Vicky Cristina Barcelona». Eso es lo importante, que con Woody y sus visitas también estuvieron por aquí Javier Bardem, Penélope Cruz, Scarlett Johanson y hasta Brad Pitt. Así que reitero lo dicho, habría que hacerle un monumento porque hace unos años solo nos visitaban Lina Morgan y Arturo Fernández. Qué también daban lustre, pero menos que esos monstruos de Holliwood.
Milio Mariño / La Nueva España / Artículo de Opinión
Mientras leo que dentro de unos días volverá por aquí, para estrenar su nueva película, pienso que si a Woody Allen le hicieron una estatua en Oviedo, en Avilés tendrían que hacerle un monumento. Uno bien grande, a la altura de las circunstancias y no esa estatua pedestre que lo rebaja hasta convertirlo en un turista liliputiense que pasea, despistado, buscando no sé si La Escandalera o «La gorda de Botero».
No pido tanto, por menos pusieron en un pedestal a la foca del parque, que también vino de visita pero no volvió que se sepa. Woody vuelve y esta vuelta a la villa se me antoja más importante que la tan celebrada de Michelle Obama a Marbella. No me importa si alguien movió los hilos o si el genio americano viene porque le apetece y le da la judía gana. Y, como no me importa, me fastidiaría que surgiera algún espontáneo imitando la fantasmada de Javier Arenas que, en un alarde de estupidez cateta, dijo que la visita de la señora Obama a Marbella se debía a las gestiones de la Alcaldesa del PP. Una alcaldesa que, ante el aluvión de criticas, mandó quitar la bochornosa pancarta que les daba la bienvenida en inglés.
Creo que es bueno, muy bueno, para Avilés que Woody Allen vuelva, con o sin película bajo el brazo. Que vuelva por compromiso o por el mero placer de volver, aunque sea sin clarinete y sin ese swing al estilo Beny Goodman. Y ya que salió Goodman quiero confesarles un secreto: no sé si por el apellido del clarinetista o por la apariencia del cineasta, pero cuando pienso en Woody Allen me viene a la memoria la figura de Gustavo Bueno, en mejor. Y que conste que lo de «mejor» no debe interpretarse como que defiendo el dualismo antropológico, sino como el resultado de aplicar el materialismo filosófico, pues es en ese ámbito dónde se dibuja la figura del individuo transformado, por anamórfosis, en persona.
Me consta que la anamórfosis es un defecto óptico pero no puedo evitarlo, veo a Woody Allen por la calle La Fruta y me acuerdo de Gustavo Bueno paseando calle arriba, con las manos en los bolsillos. Los dos son genios, cada uno en lo suyo y un poco en lo del otro. Gustavo dice que, a él, lo que le gusta es el cine de antes; el de aquellas películas en las que los personajes mostraban sus sentimientos mediante acciones físicas. Woody, por su parte, afirma que el cerebro es su segundo órgano en importancia, que prefiere la ciencia a la religión y que si le dieran a escoger entre Dios y el aire acondicionado, se quedaría con el aire.
Ya ven que ocurrencias pero, dejando a un lado lo que piensen que, seguramente, interesará solo a unos pocos, lo importante es que Woody Allen vuelve para estrenar en Avilés «Conocerás al hombre de tus sueños», como antes hizo con «El sueño de Cassandra» y el rodaje de «Vicky Cristina Barcelona». Eso es lo importante, que con Woody y sus visitas también estuvieron por aquí Javier Bardem, Penélope Cruz, Scarlett Johanson y hasta Brad Pitt. Así que reitero lo dicho, habría que hacerle un monumento porque hace unos años solo nos visitaban Lina Morgan y Arturo Fernández. Qué también daban lustre, pero menos que esos monstruos de Holliwood.
Milio Mariño / La Nueva España / Artículo de Opinión
lunes, 2 de agosto de 2010
Lencería de escándalo
Milio Mariño
El catálogo de golferías de los cargos públicos es tan amplio que ya mueve a la ternura. Digan si no es enternecedor que la vicepresidenta del Parlamento de Canarias, Cristina Tavio, se compre unas bragas con cargo al erario público. A mi me lo parece y en eso discrepo con el presidente del PP canario, José Manuel Soria, que considera que comprar bragas, güisqui, corbatas o cajas de puros con dinero público no pasa de ser un error. Pues hombre, error sería que la señora, por equivocación, hubiera comprado corbatas o cajas de puros y los señores un par de braguitas pero, por lo visto, cada uno compró lo suyo. Hicieron como, al parecer, hizo Camps, que se equivocaría con lo de los trajes pero no cometió el error de comprarse un par de faldas o dos vestidos de Agatha Ruiz de la Prada.
Lo de Tenerife, que se ha conocido ahora, tampoco es que sea novedad. El Ayuntamiento de Castellón, presidido por el popular Alberto Fabra, también subvencionó la compra de ropa interior. Se gastó 1.470 euros en una partida de bragas, con el logotipo de Harley Davidson, que fueron repartidas en una concentración de motos. Por menos que eso se montó un pollo en Oviedo cuando Rivi Ramos reprochó a Gabino de Lorenzo que pagara una factura de lavandería que incluía el lavado de los calzoncillos de Mario Vargas Llosa.
Casos como estos que menciono, o que la factura de un mes de móvil del Alcalde de Villaquilambre, un pueblo de León de 17.000 habitantes, ascienda a 2.400 euros, suelen ser considerados por los partidos políticos como errores puntuales, o simples anécdotas que no deben empañar la honestidad y el abnegado trabajo de los miles de cargos públicos que cumplen con su deber. No lo pongo en duda, es más, lo suscribo. Pero siendo cierto que la honestidad es ampliamente mayoritaria entre quienes se dedican a la política no lo es menos que los partidos, todos los partidos, procuran tapar a sus corruptos utilizando cualquier excusa. Cuando no es que el juez les persigue y les tiene manía, es que a la sentencia todavía le cabe un recurso, o que se trata de un error, o una chiquillada de la que nadie está libre por aquello de que todos somos humanos. Y eso es lo grave. Que consideremos punible la recalificación de un terreno o un pelotazo urbanístico y nos parezca una chiquillada que un cargo público se compre unas bragas, que al parecer costaron 33,80 euros, con cargo a nuestros impuestos.
Para estos casos no estoy de acuerdo en que, como dice la ley, la pena deba ser un castigo proporcional al delito. No me parece justo que se les juzgue por unas bragas, unas cajas de puros o cuatro corbatas. La ofensa que supone, para la sociedad, no se corresponde con el valor económico. Comprarse unas bragas y que las pague el ayuntamiento no son 33,80 euros, es mucho más que eso. Es un escarnio ético y democrático que requiere, cuando menos, la inhabilitación inmediata, y de por vida, para ejercer cualquier cargo público. Y no es que, de repente, me haya dado un arrebato justiciero, es que para seguir manteniendo la fe en la honestidad de los políticos, necesita uno que le ayuden, aunque solo sea de vez en cuando, con un golpe de efecto. Qué menos.
Milio Mariño / La Nueva España / Artículos de Opinión
El catálogo de golferías de los cargos públicos es tan amplio que ya mueve a la ternura. Digan si no es enternecedor que la vicepresidenta del Parlamento de Canarias, Cristina Tavio, se compre unas bragas con cargo al erario público. A mi me lo parece y en eso discrepo con el presidente del PP canario, José Manuel Soria, que considera que comprar bragas, güisqui, corbatas o cajas de puros con dinero público no pasa de ser un error. Pues hombre, error sería que la señora, por equivocación, hubiera comprado corbatas o cajas de puros y los señores un par de braguitas pero, por lo visto, cada uno compró lo suyo. Hicieron como, al parecer, hizo Camps, que se equivocaría con lo de los trajes pero no cometió el error de comprarse un par de faldas o dos vestidos de Agatha Ruiz de la Prada.
Lo de Tenerife, que se ha conocido ahora, tampoco es que sea novedad. El Ayuntamiento de Castellón, presidido por el popular Alberto Fabra, también subvencionó la compra de ropa interior. Se gastó 1.470 euros en una partida de bragas, con el logotipo de Harley Davidson, que fueron repartidas en una concentración de motos. Por menos que eso se montó un pollo en Oviedo cuando Rivi Ramos reprochó a Gabino de Lorenzo que pagara una factura de lavandería que incluía el lavado de los calzoncillos de Mario Vargas Llosa.
Casos como estos que menciono, o que la factura de un mes de móvil del Alcalde de Villaquilambre, un pueblo de León de 17.000 habitantes, ascienda a 2.400 euros, suelen ser considerados por los partidos políticos como errores puntuales, o simples anécdotas que no deben empañar la honestidad y el abnegado trabajo de los miles de cargos públicos que cumplen con su deber. No lo pongo en duda, es más, lo suscribo. Pero siendo cierto que la honestidad es ampliamente mayoritaria entre quienes se dedican a la política no lo es menos que los partidos, todos los partidos, procuran tapar a sus corruptos utilizando cualquier excusa. Cuando no es que el juez les persigue y les tiene manía, es que a la sentencia todavía le cabe un recurso, o que se trata de un error, o una chiquillada de la que nadie está libre por aquello de que todos somos humanos. Y eso es lo grave. Que consideremos punible la recalificación de un terreno o un pelotazo urbanístico y nos parezca una chiquillada que un cargo público se compre unas bragas, que al parecer costaron 33,80 euros, con cargo a nuestros impuestos.
Para estos casos no estoy de acuerdo en que, como dice la ley, la pena deba ser un castigo proporcional al delito. No me parece justo que se les juzgue por unas bragas, unas cajas de puros o cuatro corbatas. La ofensa que supone, para la sociedad, no se corresponde con el valor económico. Comprarse unas bragas y que las pague el ayuntamiento no son 33,80 euros, es mucho más que eso. Es un escarnio ético y democrático que requiere, cuando menos, la inhabilitación inmediata, y de por vida, para ejercer cualquier cargo público. Y no es que, de repente, me haya dado un arrebato justiciero, es que para seguir manteniendo la fe en la honestidad de los políticos, necesita uno que le ayuden, aunque solo sea de vez en cuando, con un golpe de efecto. Qué menos.
Milio Mariño / La Nueva España / Artículos de Opinión
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