Milio Mariño
Cuentan que en IU andan atareados buscando ingredientes para cocinar una nueva refundación y presentarse a las elecciones con una imagen distinta y más atractiva. Algo parecido a lo que hicieron hace tres décadas. Disfrazarse de nueva coalición de izquierdas para atraer a los socialistas descontentos, los ecologistas, los verdes, los republicanos y todos los que, a las siglas de marca, añadieron dos o tres letras. Un empeño en el que también participan Iniciativa del Poble Valencià, Iniciativa d'Esquerres, Chunta Aragonesista, Nueva Canarias y la plataforma andaluza Paralelo 36.
En principio parecen muchos, pero como en lo ideológico IU se parece a la tripa de Jorge, seguro que caben todos y alguno más que se apunte, pues no es previsible, tampoco, que vayan a tener problemas de aforo.
La idea es de Cayo Lara, que a diferencia del conde Arnaldos, que dijo aquello de que yo no digo mi canción sino a quien conmigo va, se ha apresurado a decir que aboga por una convergencia de rebeldía que haga frente al ataque financiero y a los especuladores que atentan contra la soberanía nacional.
Ahí queda eso. A mi me pasó como a ustedes, que no daba crédito, pero como la refundación debe ser abrir las puertas para que entre todo hijo de vecino, incluidos los del pelo engominado y el polo con cocodrilo, igual resulta que IU se refunda hasta el punto de enmendarle la plana a Marx y defender el capitalismo nacional frente al universal. Vaya usted a saber. El caso que no sé por qué, pero Cayo Lara me parece algo así como una refundación de Julio Anguita, a quien conocí la víspera de que saliera elegido, un momento antes de que dijera a los periodistas: «Cómo quieren que les diga que yo no me presento».
Recordado aquello también recuerdo que, a mediados de los ochenta, solía ir, de vez en cuando, por la tertulia de Bocaccio y, siempre que iba, allí estaba Gerardo. Quiero decir Gerardín, a quien si algo tengo que reprocharle es que olvidara que había nacido en La Cerezal y hablara con ese «egg qué» horroroso que tanto prodiga Bono. Por lo demás me caía bien, incluido aquel porte de dandy y aquella trinchera blanca que llevaba a todas partes. Me caía estupendamente porque no era lo que Santiago Carrillo había querido que fuera; era él mismo, con sus virtudes y sus defectos. Luego ya fue diferente. Luego llegó Julio Anguita con la teoría de las dos orillas, el sorpaso y sus comidas, en comandita con Aznar y Pedro J Ramírez.
Dije en comandita porque las sociedades así constituidas, según el derecho mercantil, son las que se salen de las formas tradicionales y permiten que toda persona que tuviera impedimento moral o jurídico para dedicarse al comercio pueda hacerlo y repartirse luego las ganancias.
La cosa es que Los Verdes, siguiendo los pasos de los europeos de Cohn-Bendit, también andan de refundación y se están llevando a muchos militantes de Izquierda Unida. No sé lo que al final saldrá de todo eso pero no parece lógico que IU esté convocando una convergencia de rebeldía contra lo que llaman el gobierno socio-liberal del PSOE y siga formando parte de esos gobiernos, o reclamando el apoyo de los socialistas, en numerosas comunidades, diputaciones y ayuntamientos.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / La Nueva España
lunes, 28 de junio de 2010
lunes, 21 de junio de 2010
Elogio del burro (animal)
Milio Mariño
Cuentan, allá por El Bao y otros pueblos de Navia, que el río Barayo había avisado, hace tiempo, que lo suyo era obedecer a la naturaleza y que si las autoridades se empeñaban en hacerlo pasar por un tubo, pues que, al final, pasaría, pero dejando claro que no se hacía responsable de las riadas ni de sus consecuencias.
El caso que los ribereños, por amistad o por lo que fuera, se pusieron de parte del río y, para que constara por escrito, recogieron un montón de firmas. Dio lo mismo, a pesar de las firmas, y las protestas de los vecinos, la carretera se hizo como mandaron los ingenieros. Lo cual era previsible pues las autoridades, ya sean del Principado o de la capital del Reino, suelen considerar insensato que sus técnicos acepten consejos y menos de cuatro aldeanos. No estaría bien visto, sobre todo porque los ministerios están plagados de expertos, y cargos de confianza, que vienen a ser como diamantes en bruto al servicio de su señorito.
Esto que les comento podría ser el comienzo de un cuento para niños pero, desgraciadamente, es la historia de un desastre anunciado. Uno de tantos porque los destrozos de estos días pasados van a cargarlos, seguramente, a la lluvia cuando en no pocos casos deberían ser imputables a esos técnicos de trazo atrevido que les importa un comino por donde discurra el cauce de un río. No lo saben ni lo necesitan, así que faltaría más que escucharan ningún consejo. Se creen tan sabios que su soberbia supera cualquier reflexión al respecto.
Ejemplos de meteduras de pata en carreteras, ríos, puentes y barrancos hay para hacer un catalogo, por eso me extraña, ahora que tanto se habla de ahorro, que nadie haya reparado en la cantidad de sabios que, vaya usted a la administración que vaya, siempre aparecen para darle a uno un repaso. Hay tantos técnicos y tantos sabelotodo que ignorantes, lo que se dice ignorantes, vamos quedando muy pocos. Apenas cuatro contados. Nos pasa como a los burros, a los animales me refiero, que por su escasa utilidad, y porque, según tengo entendido, les han prohibido opositar a cualquier plaza de funcionario, están al borde de la extinción. Ese es el problema. Antes, pongamos hace cien años, había más burros que abogados. Bueno, y que ingenieros ya ni les cuento. Por eso que cuando tenían que hacer una carretera no se rompían la cabeza, cogían un burro, lo cargaban de piedras y marchaban tras él tomando notas. Así fue como se hicieron las carreteras antiguas, esas que ya pueden caer chuzos de punta que no provocan inundaciones ni hacen que las montañas se vengan abajo en forma de argayos. Lo malo que cuando empezaron a escasear los burros tuvieron que contratar ingenieros. Y así nos luce el pelo. Sobre todo a los burros, que se han liberado de tirar por el carro y también de guiarnos para que no cometamos errores. Ahora viven tan ricamente, protegidos en sus reservas, y como seres inteligentes que son nos ignoran de medio a medio. Es más, para mí que se ríen cuando ven que ni siquiera exigimos que se cumpla la ley. Si, eso de que los animales, para circular por las vías públicas, deben ir acompañados de alguien que los custodie.
Cuentan, allá por El Bao y otros pueblos de Navia, que el río Barayo había avisado, hace tiempo, que lo suyo era obedecer a la naturaleza y que si las autoridades se empeñaban en hacerlo pasar por un tubo, pues que, al final, pasaría, pero dejando claro que no se hacía responsable de las riadas ni de sus consecuencias.
El caso que los ribereños, por amistad o por lo que fuera, se pusieron de parte del río y, para que constara por escrito, recogieron un montón de firmas. Dio lo mismo, a pesar de las firmas, y las protestas de los vecinos, la carretera se hizo como mandaron los ingenieros. Lo cual era previsible pues las autoridades, ya sean del Principado o de la capital del Reino, suelen considerar insensato que sus técnicos acepten consejos y menos de cuatro aldeanos. No estaría bien visto, sobre todo porque los ministerios están plagados de expertos, y cargos de confianza, que vienen a ser como diamantes en bruto al servicio de su señorito.
Esto que les comento podría ser el comienzo de un cuento para niños pero, desgraciadamente, es la historia de un desastre anunciado. Uno de tantos porque los destrozos de estos días pasados van a cargarlos, seguramente, a la lluvia cuando en no pocos casos deberían ser imputables a esos técnicos de trazo atrevido que les importa un comino por donde discurra el cauce de un río. No lo saben ni lo necesitan, así que faltaría más que escucharan ningún consejo. Se creen tan sabios que su soberbia supera cualquier reflexión al respecto.
Ejemplos de meteduras de pata en carreteras, ríos, puentes y barrancos hay para hacer un catalogo, por eso me extraña, ahora que tanto se habla de ahorro, que nadie haya reparado en la cantidad de sabios que, vaya usted a la administración que vaya, siempre aparecen para darle a uno un repaso. Hay tantos técnicos y tantos sabelotodo que ignorantes, lo que se dice ignorantes, vamos quedando muy pocos. Apenas cuatro contados. Nos pasa como a los burros, a los animales me refiero, que por su escasa utilidad, y porque, según tengo entendido, les han prohibido opositar a cualquier plaza de funcionario, están al borde de la extinción. Ese es el problema. Antes, pongamos hace cien años, había más burros que abogados. Bueno, y que ingenieros ya ni les cuento. Por eso que cuando tenían que hacer una carretera no se rompían la cabeza, cogían un burro, lo cargaban de piedras y marchaban tras él tomando notas. Así fue como se hicieron las carreteras antiguas, esas que ya pueden caer chuzos de punta que no provocan inundaciones ni hacen que las montañas se vengan abajo en forma de argayos. Lo malo que cuando empezaron a escasear los burros tuvieron que contratar ingenieros. Y así nos luce el pelo. Sobre todo a los burros, que se han liberado de tirar por el carro y también de guiarnos para que no cometamos errores. Ahora viven tan ricamente, protegidos en sus reservas, y como seres inteligentes que son nos ignoran de medio a medio. Es más, para mí que se ríen cuando ven que ni siquiera exigimos que se cumpla la ley. Si, eso de que los animales, para circular por las vías públicas, deben ir acompañados de alguien que los custodie.
lunes, 14 de junio de 2010
Vuelve la lucha de clases
Milio Mariño
El eminente sociólogo, y profesor de la Universidad de Coimbra, Boaventura de Sousa dijo, hace poco, que la lucha de clases ha vuelto. Y, dicho así, en pocas palabras, suena como una bofetada de esas que te espabilan cuando estás atontado. Lo leí hace unos días y, desde entonces, no he dejado de darle vueltas. Fue un golpe tan brusco que todavía me escuece. ¿Será posible? ¿Cómo es qué no me di cuenta? Pensé, lamentando el despiste. Y, después de pensarlo, no sé si treinta o cuarenta veces, quedé, si cabe, más asombrado. Viendo como están las cosas, no cabe duda, la lucha de clases ha vuelto, pero no de la mano del proletariado sino en brazos de una burguesía implacable que ahora detenta el capital financiero y, al parecer, se ha propuesto acabar con la Europa Social y el bienestar de los europeos.
Volvemos a la lucha de clases. Las cosas es mejor llamarlas por su nombre. Digo esto porque cuando estaba allá por París y Bruselas solía discutir con quienes se resistían a reconocer que, lo que hacíamos realmente, era negociar la pelea entre el capital y el trabajo. Un invento europeo que dio resultados a las dos partes. El capital consentía pagar altos impuestos a cambio de no ver amenazada su prosperidad y los trabajadores conquistaban importantes derechos a cambio de renunciar a la movilización. Así fue como nació la concertación. Y no pudo haber invento mejor: altos niveles de competitividad, buena protección social, el Estado del Bienestar y la posibilidad, sin precedentes, de que los trabajadores y sus familias pudieran vivir tranquilos y disfrutar de una vejez aceptable.
Después de muchas y muy laboriosas negociaciones, y de equilibrios que parecían casi imposibles, se había reducido, de forma considerable, la desigualdad social. Y el resultado fue que estábamos tan felices que casi no lo creíamos. Es más, algunos, entre los que me cuento, y no lo digo por presumir, pensábamos que aquella situación no podía durar. Y no porque fuera injusta, sino por que se estaba corriendo la voz de que habíamos llegado tan lejos que había que pararnos los pies.
Por desgracia estábamos en lo cierto. Ya ven cómo se las gastan, están disparándonos ahí donde más nos duele, en la boca del estomago. Han ordenado fuego a discreción con el pretexto de que vivimos por encima de nuestras posibilidades. Qué no puede ser que un obrero tenga un piso atestado de electrodomésticos, un coche de gama media, tome cañas, tan feliz, y encima se permita el lujo de jubilarse, con apenas sesenta años, y marchar de vacaciones a Benidorm. Que eso no puede ser. Que tenemos que reducir el gasto para generar más dinero y dárselo a los bancos. Y que si no lo hacemos van a darnos una paliza, en nuestros derechos, que quedaremos tullidos para los restos.
Nos han cogido desprevenidos. Bueno, si ¿y ahora qué hacemos? ¿Les pedimos que la paliza sea leve o nos arremangamos y volvemos a hacerles frente como hicieron nuestros abuelos? Hacerles frente seria lo propio, pero la cosa está como está. La gente dice que cuanto menos política y menos gobierno mejor para todos. Y eso, hablando en plata, significa que el fascismo está a la vuelta de la esquina y se acerca a pasos agigantados.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / La Nueva España
El eminente sociólogo, y profesor de la Universidad de Coimbra, Boaventura de Sousa dijo, hace poco, que la lucha de clases ha vuelto. Y, dicho así, en pocas palabras, suena como una bofetada de esas que te espabilan cuando estás atontado. Lo leí hace unos días y, desde entonces, no he dejado de darle vueltas. Fue un golpe tan brusco que todavía me escuece. ¿Será posible? ¿Cómo es qué no me di cuenta? Pensé, lamentando el despiste. Y, después de pensarlo, no sé si treinta o cuarenta veces, quedé, si cabe, más asombrado. Viendo como están las cosas, no cabe duda, la lucha de clases ha vuelto, pero no de la mano del proletariado sino en brazos de una burguesía implacable que ahora detenta el capital financiero y, al parecer, se ha propuesto acabar con la Europa Social y el bienestar de los europeos.
Volvemos a la lucha de clases. Las cosas es mejor llamarlas por su nombre. Digo esto porque cuando estaba allá por París y Bruselas solía discutir con quienes se resistían a reconocer que, lo que hacíamos realmente, era negociar la pelea entre el capital y el trabajo. Un invento europeo que dio resultados a las dos partes. El capital consentía pagar altos impuestos a cambio de no ver amenazada su prosperidad y los trabajadores conquistaban importantes derechos a cambio de renunciar a la movilización. Así fue como nació la concertación. Y no pudo haber invento mejor: altos niveles de competitividad, buena protección social, el Estado del Bienestar y la posibilidad, sin precedentes, de que los trabajadores y sus familias pudieran vivir tranquilos y disfrutar de una vejez aceptable.
Después de muchas y muy laboriosas negociaciones, y de equilibrios que parecían casi imposibles, se había reducido, de forma considerable, la desigualdad social. Y el resultado fue que estábamos tan felices que casi no lo creíamos. Es más, algunos, entre los que me cuento, y no lo digo por presumir, pensábamos que aquella situación no podía durar. Y no porque fuera injusta, sino por que se estaba corriendo la voz de que habíamos llegado tan lejos que había que pararnos los pies.
Por desgracia estábamos en lo cierto. Ya ven cómo se las gastan, están disparándonos ahí donde más nos duele, en la boca del estomago. Han ordenado fuego a discreción con el pretexto de que vivimos por encima de nuestras posibilidades. Qué no puede ser que un obrero tenga un piso atestado de electrodomésticos, un coche de gama media, tome cañas, tan feliz, y encima se permita el lujo de jubilarse, con apenas sesenta años, y marchar de vacaciones a Benidorm. Que eso no puede ser. Que tenemos que reducir el gasto para generar más dinero y dárselo a los bancos. Y que si no lo hacemos van a darnos una paliza, en nuestros derechos, que quedaremos tullidos para los restos.
Nos han cogido desprevenidos. Bueno, si ¿y ahora qué hacemos? ¿Les pedimos que la paliza sea leve o nos arremangamos y volvemos a hacerles frente como hicieron nuestros abuelos? Hacerles frente seria lo propio, pero la cosa está como está. La gente dice que cuanto menos política y menos gobierno mejor para todos. Y eso, hablando en plata, significa que el fascismo está a la vuelta de la esquina y se acerca a pasos agigantados.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / La Nueva España
lunes, 7 de junio de 2010
Animalada
Milio Mariño
Viendo como una señora tomaba café, sentada en una terraza, con su perro en brazos se me ocurrió pensar que los animales son como las personas: los hay que sólo viven para trabajar y los hay que disfrutan de la vida y aquí me las den todas. Era lo que parecía decir aquel chucho mientras contemplaba, divertido, a la gente que pasaba a su lado, agobiada, seguramente, por las preocupaciones y el quehacer cotidiano. Y es que los perros, gracias a su amistad con el hombre, y con la mujer, por supuesto, han evolucionado tanto que hoy disfrutan de un status que para sí quisieran muchas personas, incluidos nuestros antepasados.
Estoy por apostar que, de todos los que estábamos en la terraza, el perro era el único que disfrutaba sin preocuparse de nada. No tengo la menor duda y eso que, según un estudio dado a conocer, hace poco, por la compañía Pedigree, los perros también han comenzado a padecer los efectos de la crisis. Eso dice el estudio, que da cifras y datos sobre el impacto de la crisis en la población canina, pero pasa por alto algo, para mí, muy importante: que, en lo tocante a los perros, no parece que ni en Grecia, ni aquí, en España, vayan a adoptar ninguna medida que suponga un recorte de sus derechos.
Antes de seguir con el tema, y en previsión de que algún malicioso interprete mal mis palabras, aclaro que no insinúo ni pretendo decir que debamos sentirnos discriminados o peor tratados que los animales. Las cosas hay que situarlas en su contexto. Y situándolas ahí, donde deben estar, es justo reconocer que la actuación del Gobierno español, al menos en este caso, parece irreprochable, pues los efectos de la crisis en cuanto a su incidencia en la vida de los perros, y en la de las personas, no admite comparación. No la admite porque de una población activa cifrada, para nuestro país, en 5.000.000 de perros sólo 110.000 han sido abandonados por sus dueños. Lo cual indica que estaríamos hablando de sólo un 0,22 por ciento, una cantidad cien veces inferior a la tasa de abandono que han sufrido los humanos por parte de sus patronos.
Es cierto que también habrá perros que son autónomos y, en consecuencia, en peor situación que el resto, pero ni aun así estaría justificado que el Gobierno adoptara medidas sobre un colectivo que, en general, vive mejor que antes, pero tampoco parece que su bienestar pueda ser el causante del desaguisado económico. La política de café para todos no suele solucionar los problemas. Y si a eso añadimos que, de acuerdo con los postulados del más puro liberalismo económico, cada palo debería aguantar su vela, sería tan injusto que el Gobierno intentara paliar la crisis adoptando alguna medida que afectara directamente a los perros como que lo haga aumentando los impuestos a los ricos. Ya sé que dicho así, juntando perros y ricos, la coincidencia puede parecer sospechosa; pero quienes escriben saben de sobra que la vecindad de las palabras es fortuita. En cualquier caso, el problema no es que los animales vivan como las personas. El problema es que hay muchas personas que viven como los animales. Como los animales de la selva, no como el perro de aquella señora.
Viendo como una señora tomaba café, sentada en una terraza, con su perro en brazos se me ocurrió pensar que los animales son como las personas: los hay que sólo viven para trabajar y los hay que disfrutan de la vida y aquí me las den todas. Era lo que parecía decir aquel chucho mientras contemplaba, divertido, a la gente que pasaba a su lado, agobiada, seguramente, por las preocupaciones y el quehacer cotidiano. Y es que los perros, gracias a su amistad con el hombre, y con la mujer, por supuesto, han evolucionado tanto que hoy disfrutan de un status que para sí quisieran muchas personas, incluidos nuestros antepasados.
Estoy por apostar que, de todos los que estábamos en la terraza, el perro era el único que disfrutaba sin preocuparse de nada. No tengo la menor duda y eso que, según un estudio dado a conocer, hace poco, por la compañía Pedigree, los perros también han comenzado a padecer los efectos de la crisis. Eso dice el estudio, que da cifras y datos sobre el impacto de la crisis en la población canina, pero pasa por alto algo, para mí, muy importante: que, en lo tocante a los perros, no parece que ni en Grecia, ni aquí, en España, vayan a adoptar ninguna medida que suponga un recorte de sus derechos.
Antes de seguir con el tema, y en previsión de que algún malicioso interprete mal mis palabras, aclaro que no insinúo ni pretendo decir que debamos sentirnos discriminados o peor tratados que los animales. Las cosas hay que situarlas en su contexto. Y situándolas ahí, donde deben estar, es justo reconocer que la actuación del Gobierno español, al menos en este caso, parece irreprochable, pues los efectos de la crisis en cuanto a su incidencia en la vida de los perros, y en la de las personas, no admite comparación. No la admite porque de una población activa cifrada, para nuestro país, en 5.000.000 de perros sólo 110.000 han sido abandonados por sus dueños. Lo cual indica que estaríamos hablando de sólo un 0,22 por ciento, una cantidad cien veces inferior a la tasa de abandono que han sufrido los humanos por parte de sus patronos.
Es cierto que también habrá perros que son autónomos y, en consecuencia, en peor situación que el resto, pero ni aun así estaría justificado que el Gobierno adoptara medidas sobre un colectivo que, en general, vive mejor que antes, pero tampoco parece que su bienestar pueda ser el causante del desaguisado económico. La política de café para todos no suele solucionar los problemas. Y si a eso añadimos que, de acuerdo con los postulados del más puro liberalismo económico, cada palo debería aguantar su vela, sería tan injusto que el Gobierno intentara paliar la crisis adoptando alguna medida que afectara directamente a los perros como que lo haga aumentando los impuestos a los ricos. Ya sé que dicho así, juntando perros y ricos, la coincidencia puede parecer sospechosa; pero quienes escriben saben de sobra que la vecindad de las palabras es fortuita. En cualquier caso, el problema no es que los animales vivan como las personas. El problema es que hay muchas personas que viven como los animales. Como los animales de la selva, no como el perro de aquella señora.
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