martes, 27 de abril de 2010

El velo que no vemos bien

Milio Mariño

Por más que el padre de Najwa Malha se haga el ofendido y apele a la libertad como un derecho que no se puede coartar, todos sabemos que el hiyab, el burka, el chador y cualquier otra prenda que sirva para tapar a las mujeres, como exige la religión del Islam, tiene la finalidad de hacerlas desaparecer a ojos de los demás. Es un signo de sumisión. Una imposición religiosa que, desde el punto de vista de quienes defendemos que las personas son todas iguales, habría que suprimir; cuanto antes, mejor. No se puede tolerar que, a día de hoy, las mujeres sigan siendo discriminadas. Pero hay que contar, también, con que la religión, para algunos, está por encima de todo. Y eso complica las cosas porque Dios, llámese Yahvé, Alá, Buda o Bumba-Kalunda, suele ser, según sus corresponsales en la Tierra, muy estricto en cuanto a la conducta y la vestimenta de los humanos. Sobremanera por lo que se refiere a las mujeres y esa afición, al parecer diabólica, que las lleva a lucir faldas cortas, largos escotes, frondosas melenas y todo lo que se tercie para encandilar a los hombres.

Ése es el origen del problema que tanto ha dado que hablar estos días, el de esa alumna, de un instituto de Madrid que insiste en ir a clase con su hiyab, no porque libremente lo quiera, sino porque así se lo exige el Islam.

El hiyab es un símbolo religioso que, lógicamente, estaría prohibido si la educación fuera laica, pero aquí parece que hay un empeño, no sé si mayoritario, por mantener la religión en las aulas. Aquí los católicos creen que tienen todo el derecho del mundo a inculcar su religión y sus símbolos a los alumnos, que las aulas deben seguir con sus vírgenes y sus crucifijos y que los curas y las monjas está bien que ejerzan su apostolado en los centros educativos.

No digo que una educación laica fuera a resolver todos los problemas, pero sí que pondría las religiones en el sitio donde deben estar: en las mezquitas y en las iglesias. Necesitamos que los maestros enseñen a sus alumnos a combatir el sectarismo, el fanatismo y la intolerancia religiosa. No es cuestión de creer o no creer, de ser católico o ateo, es cuestión de abordar, con sentido común, una realidad que forma parte de nuestras vidas.

La escuela no debería ser el sitio donde las religiones ejerzan la catequesis, esa tarea de adoctrinamiento que busca hacer prosélitos y convencer al resto de lo que uno piensa. Eso habría que modificarlo, habría que sustituir a quienes, en el seno de la escuela, dan clases de catolicismo, o de la religión que sea, por docentes que enseñen historia, filosofía y ciencia de las religiones. La formación religiosa, como la política, debería darse en otro ámbito. En un ámbito particular y privado que no interfiera ni coarte la educación de ningún alumno.

Las aulas deberían estar limpias de hiyabs, santos, crucifijos, budas y toda la parafernalia que, según sea el país, lucen ahora. Sólo debería permitirse, como único adorno, un mapa del mundo de colores.

La Nueva España 26-04-2010

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