martes, 23 de marzo de 2010

Jueces y toros bravos

Milio Mariño

Las ideas, además de ser muy suyas, quiero decir de ellas mismas, aparecen cuando ellas lo deciden y se asocian por misteriosas y extrañas afinidades. No sé yo si por capricho o por ganas de fastidiar porque el otro día estaba leyendo lo del maltrato animal y, de repente, se me apareció el juez Garzón travestido de toro bravo. Pura palenginesia pues seguía conservando su mechón de pelo blanco, sus gafas y su corbata, pero correteaba, frente a la Audiencia, con el rabo a media asta, el lomo de color negro y dos grandes cuernos.
Menuda sorpresa. Sobre todo porque con el trajín de ideas que tenemos en la cabeza, lo más lógico hubiera sido relacionar a Garzón con un torero cualquiera. Seria lo propio para alguien que ha hecho tantas faenas sin reparar en qué plaza pero, por lo visto, todos conservamos, en alguna parte de nuestro cerebro, un reducto del pensamiento al que la razón no alcanza. Somos, no conviene olvidarlo, animales y los animales se rigen por una ley que llamamos instinto.

No trato de disculparme, reflexiono, simplemente, sobre uno de esos pensamientos raros que solemos tener a diario y ocultamos por aquello de que no nos tomen por descerebrados. Yo también me pregunto a que vino relacionar a Garzón con un toro bravo. Sería, imagino, que mi mente se hizo un lío y mezcló lo del maltrato animal con las querellas que le impusieron al juez. Ya se que no tiene nada que ver pero como uno trata de dar sentido a sus propias contradicciones, estuve a vueltas con la idea hasta que llegué a la conclusión de que no era, ni mucho menos, descabellada.
Decía, anteriormente, que todos somos animales y, dejando a un lado que la distinción fundamental es entre los racionales y el resto, me permito señalar otras dos que considero importantes: domésticos y salvajes. Una la tengo clara, domésticos son aquellos con los que establecemos deberes recíprocos: les damos comida y cobijo a cambio de que nos devuelvan seguridad y afecto. Pero: ¿Y el toro?... Ah el toro. El toro no es doméstico ni salvaje. Es una mezcla de ambos y ahí reside, pienso yo, el intríngulis de mi confusión pues los defensores de la fiesta aseguran que domesticarlo, haciéndolo que entre al trapo, es todo un arte mientras los detractores proclaman que solo es crueldad y maltrato.

Meter en el mismo saco las banderillas y los puyazos junto con las querellas al juez no digo que no sea forzado. Pero bueno, tampoco cuela sin calzador eso de que ha sido casualidad que hayan coincidido la Falange, los ultras de Manos Limpias, el capo de la Gurtel y la actitud de algunos jueces escocidos que no soportan el protagonismo de un compañero brillante. Costumbre, esta última, que se ha revelado típicamente española y casi tan vieja como las corridas de toros.

España es un país moderno en el que, aun, persisten algunos anacronismos. Las corridas de toros, obviamente, no tienen nada que ver ni son comparables con esas querellas contra Garzón, sin embargo coincide que, los defensores de unas y otras, son prácticamente los mismos y emplean argumentos muy parecidos. Invocan el derecho a la libertad y justifican el amplio rechazo que suscitan algunas de sus posturas aludiendo a la incomprensión. Yo, que quieren que les diga, si esas querellas llegaran a prosperar no tendría reparo en considerarlas maltrato animal. Me pasa como a Manuel Vicent que dice que admitiría que el toreo es un arte si se le concediera que el canibalismo es alta gastronomía.

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