lunes, 29 de marzo de 2010

El dinero hace la Pascua

Milio Mariño

Los anuncios, las ofertas y toda la propaganda que nos inunda estos días me ha devuelto la nostalgia por aquella Semana Santa que abolía la diversión mundana y nos obligaba a cambiar de vida hasta que Cristo resucitaba. Era, como recordarán, una imposición de la dictadura pero los pobres salíamos de la rutina sin gastarnos una peseta. Salíamos gratis, cosa que ahora resulta imposible porque si uno quiere cambiar de vida, aunque solo sea de Jueves Santo a Lunes de Pascua, necesita una fortuna. Necesita lo que no tiene, de modo que tocará resignarse y recurrir a lo de siempre: a pasear para mejorar nuestra salud y comer el plato del día en un chigre de alta montaña donde, con un poco de suerte, evitaremos tropezarnos con algún conocido, incluido ese vecino que, no sabemos como lo hace pero se las arregla para vivir mejor que nadie.

Difícil, muy difícil, se puesto para el común de los mortales y los damnificados por esta crisis superar la Semana Santa y regresar a lo cotidiano sin contraer una depresión de caballo. La televisión volverá, seguramente, a mostrarnos imágenes de playas abarrotadas, colas en las autopistas, aeropuertos de bote en bote y gente pasándolo pipa como si este país fuera Jauja. Como si disfrutar a cuerpo de rey estos días hubiera dejado de ser un lujo para convertirse en una obligación inexcusable. Algo a lo que uno está obligado si no quiere ingresar, por méritos propios, en el club de los marginados.

Hace falta mucha imaginación, muchísima, para darles un toque exótico a las jornadas gastronómicas de turno, las procesiones de Asturias, las carrozas de todos los años y comer en la calle el lunes de Pascua, de modo que parezca la opción elegida y no una imposición más detestable que aquella que recordamos de la odiosa dictadura.

Deseábamos tanto la abolición de las imposiciones que no imaginábamos, ni por asomo, que la libertad pusiera como condición, para poder disfrutarla, la exigencia de tener en caja más dinero que el indispensable para cubrir nuestras necesidades. Estábamos, como en otras muchas cosas, equivocados. La libertad, no recuerdo si lo leí en algún sitio o lo invente yo mismo, es como un huevo frito, demanda la presencia de cierta guarnición, presumiblemente patatas fritas acompañadas de un buen chorizo, que complemente su presencia cromática y redefina su contexto dotándolo de más sabor y de un marco referencial que reafirme su presencia.
Antes, cuando estos días nos preparábamos para ver películas de historia sagrada y escuchar música clásica, pensábamos que la libertad traería una Semana Santa distinta, pero resulta que el dinero es quien hace la Pascua. El dinero justifica el sufrimiento de esta y todas las semanas del año. Esas son las reglas. Unas reglas que aceptamos aun a sabiendas de que el sacrificio colectivo sirve, únicamente, para engrosar el botín de unos pocos que se siguen divirtiendo como se divertían cuando nosotros pensábamos que estaba al caer el día en qué podríamos festejar la Semana Santa con la libertad del que hace lo que le viene en gana sin que nada le coarte.

martes, 23 de marzo de 2010

Jueces y toros bravos

Milio Mariño

Las ideas, además de ser muy suyas, quiero decir de ellas mismas, aparecen cuando ellas lo deciden y se asocian por misteriosas y extrañas afinidades. No sé yo si por capricho o por ganas de fastidiar porque el otro día estaba leyendo lo del maltrato animal y, de repente, se me apareció el juez Garzón travestido de toro bravo. Pura palenginesia pues seguía conservando su mechón de pelo blanco, sus gafas y su corbata, pero correteaba, frente a la Audiencia, con el rabo a media asta, el lomo de color negro y dos grandes cuernos.
Menuda sorpresa. Sobre todo porque con el trajín de ideas que tenemos en la cabeza, lo más lógico hubiera sido relacionar a Garzón con un torero cualquiera. Seria lo propio para alguien que ha hecho tantas faenas sin reparar en qué plaza pero, por lo visto, todos conservamos, en alguna parte de nuestro cerebro, un reducto del pensamiento al que la razón no alcanza. Somos, no conviene olvidarlo, animales y los animales se rigen por una ley que llamamos instinto.

No trato de disculparme, reflexiono, simplemente, sobre uno de esos pensamientos raros que solemos tener a diario y ocultamos por aquello de que no nos tomen por descerebrados. Yo también me pregunto a que vino relacionar a Garzón con un toro bravo. Sería, imagino, que mi mente se hizo un lío y mezcló lo del maltrato animal con las querellas que le impusieron al juez. Ya se que no tiene nada que ver pero como uno trata de dar sentido a sus propias contradicciones, estuve a vueltas con la idea hasta que llegué a la conclusión de que no era, ni mucho menos, descabellada.
Decía, anteriormente, que todos somos animales y, dejando a un lado que la distinción fundamental es entre los racionales y el resto, me permito señalar otras dos que considero importantes: domésticos y salvajes. Una la tengo clara, domésticos son aquellos con los que establecemos deberes recíprocos: les damos comida y cobijo a cambio de que nos devuelvan seguridad y afecto. Pero: ¿Y el toro?... Ah el toro. El toro no es doméstico ni salvaje. Es una mezcla de ambos y ahí reside, pienso yo, el intríngulis de mi confusión pues los defensores de la fiesta aseguran que domesticarlo, haciéndolo que entre al trapo, es todo un arte mientras los detractores proclaman que solo es crueldad y maltrato.

Meter en el mismo saco las banderillas y los puyazos junto con las querellas al juez no digo que no sea forzado. Pero bueno, tampoco cuela sin calzador eso de que ha sido casualidad que hayan coincidido la Falange, los ultras de Manos Limpias, el capo de la Gurtel y la actitud de algunos jueces escocidos que no soportan el protagonismo de un compañero brillante. Costumbre, esta última, que se ha revelado típicamente española y casi tan vieja como las corridas de toros.

España es un país moderno en el que, aun, persisten algunos anacronismos. Las corridas de toros, obviamente, no tienen nada que ver ni son comparables con esas querellas contra Garzón, sin embargo coincide que, los defensores de unas y otras, son prácticamente los mismos y emplean argumentos muy parecidos. Invocan el derecho a la libertad y justifican el amplio rechazo que suscitan algunas de sus posturas aludiendo a la incomprensión. Yo, que quieren que les diga, si esas querellas llegaran a prosperar no tendría reparo en considerarlas maltrato animal. Me pasa como a Manuel Vicent que dice que admitiría que el toreo es un arte si se le concediera que el canibalismo es alta gastronomía.

lunes, 8 de marzo de 2010

El mundo de buenos y malos, según los medios

Milio Mariño / La Nueva España

La semana pasada se me ocurrió comentar, en la cancha de Facebook, las declaraciones que los medios atribuían a ese actor español que opinaba del preso cubano muerto por huelga de hambre. Me apetecía entrar en la polémica y el resultado fue que coincidí con bastantes en la condena al régimen castrista, pero discrepé con otros en cuanto al tratamiento de la noticia, pues el actor había dicho más de lo que le atribuían algunos periódicos, que mutilaban sus declaraciones y las sacaban de contexto para coger sólo lo que interesaba y lincharlo públicamente, jactándose de que perteneciera al denominado sindicato de la ceja que apoyó a Zapatero.

No sé para otros, pero para mí no es lo mismo mentir que tergiversar. Desde luego que no. Tergiversar es más dañino y mucho más peligroso. Supone aprovecharse de la verdad y manipularla para conseguir un determinado objetivo. Algo cada vez más frecuente y, si cabe, más detestable que la censura, pues aquella se ejercía por amputación, y esto de ahora por aderezo de una verdad que sale a la luz después de haber sido cocinada para construir una realidad que es la que conviene, en función de ciertos intereses o, incluso, como ha confesado algún director, de lo que la gente espera leer. Cuestión que es como para echarse a temblar, pues significa admitir que algunas empresas de comunicación parten del convencimiento de que los lectores estamos ávidos de carnaza y preferimos el escándalo antes que la verdad.

Los medios hablan, casi en exclusiva, de un único mundo posible en el que la solución de la crisis pasa por reducir el gasto social, reducir los derechos de los trabajadores, aumentar las subvenciones a los bancos y no regular ni controlar las maniobras financieras que han dado lugar a la situación que tenemos. Hablan de un mundo, a la medida de ciertos intereses, que va logrando cada vez más adeptos porque cualquiera que opine de forma distinta se expone al ridículo de que lo tilden de visionario y cosas peores.

Por si no estaba convencido del todo, que lo estaba, de que los medios han construido un mundo en el que ser bueno o malo no depende de los hechos sino de los intereses, al despliegue de titulares que recogían las declaraciones del actor a propósito del fallecido preso cubano sucedieron otros sobre los indicios de que el Gobierno de Venezuela pudo haber colaborado con ETA. Lo justo para sacar de paseo al ogro, Chávez, y explayarse sobre las amistades y los supuestos apoyos que le brindan Zapatero y todos los que se consideran de izquierdas.

A mí en concreto, y supongo que a otros muchos que no tienen reparo en confesarse de izquierdas, no me gustan Fidel, ni su hermano Raúl ni tampoco Chávez. Tampoco me gusta Berlusconi, pero ese, según los medios, es el Cavalieri y el otro, una bestia parda. Poco importa que haya sido imputado por corrupción, falsedades, sobornos, tratos con la mafia y otros delitos por el estilo. Berlusconi es punto y aparte. Dice, más o menos, las mismas tonterías que Chávez, pero, claro, Chávez no tiene la fortuna ni el imperio mediático que maneja el italiano.

Ese es el tema. Para la inmensa mayoría de los medios el mundo bueno, civilizado y económicamente viable es el que cae del lado de Berlusconi y la culpa de que parezca imposible otro mundo más decente, como bien dice un refrán mexicano, no la tienen sólo los chanchos, sino quienes les dan de comer y les rascan el lomo.

lunes, 1 de marzo de 2010

Votar en bronca

Milio Mariño/La Nueva España/

Uno de los síntomas más evidentes de que la mediocridad ha llegado a invadirlo todo es el abaratamiento del mérito para hacerse famoso. Ser ahora una celebridad cuesta muy poco; un instante en televisión. Además no se exige talento ni ninguna habilidad especial. Prueba de ello es ese ejemplar que, recientemente, ha saltado a la fama por el detestable gesto de invitarnos a que le comamos lo que agarraba tocándose la bragueta.

Un año más, y van dos, han vuelto a liarla con la elección del representante español en Eurovisión. El espectáculo ha sido, casi, como el del año pasado y lo sorprendente es que la insistencia en lo mismo ha servido para que algunos comiencen a preguntarse si lo cómico no se estará convirtiendo en un refugio de rebeldía contra el sistema. En esa dirección apuntan los comentarios de algunos sociólogos empeñados en salvar a esta generación de jóvenes lagarto que cada vez piensan menos y cuando lo hacen es para convencerse de que los adultos y el Estado estamos obligados a sacarles las castañas del fuego.

Dudo mucho que este tipo de respuestas, es decir, la nueva táctica de en lugar de no votar o votar en blanco, dar el voto a un personaje ridículo, un fantasma o un tontaina, pueda convertirse en el preámbulo de una nueva revolución juvenil. Una revolución cuyo móvil sería la crítica contra un sistema en el que sólo triunfan los ganadores sin alma, los yuppies y los que tienen un par de carreras, tres másteres y varios idiomas. No me parece que lo ocurrido apunte en ese sentido. Creo más lógico asimilarlo con el hartazgo, la impotencia y la negativa a seguir pasando por el aro sin decir esta boca es mía. La cosa, a mi juicio, va por ahí. Quienes actúan así son conscientes de que no resuelven nada pero, al menos, se quejan. Se hacen visibles y dejan patente que su voto cuenta en algún sentido.

Esa es la historia, y la culpa de que haya vuelto a repetirse no la tiene nadie más que la televisión. Sí, porque la televisión nos ha ido acostumbrando a que, por encima de la calidad, el talento y el buen hacer, triunfe el pelotazo mediático. La imagen, más que los hechos, es lo que preocupa a todos los niveles, incluido el político. Tal es así que en varios países ya se ha dado el fenómeno de que los mismos tontainas, fantasmas y frikis que aquí se presentan a Eurovisión, allí lo hacen a las elecciones legislativas. Ahí tienen los ejemplos de Beppe Rillo en Italia o Stephen Colbert y Britney Spears en EE UU, quien manifestó que si fuera presidenta lo primero que haría no sería cerrar Guantánamo ni ofrecer el seguro médico gratuito a todos los estadounidenses sino reformar el Despacho Oval para dejarlo como el Palms Casino de Las Vegas y obligar a la NASA a montar una discoteca en la Luna.

Al paso que vamos no parece que estemos muy lejos de que aquí pueda ocurrir otro tanto. No descarto que en 2012 pueda aparecer cualquier tontaina con un programa plagado de disparates y obtenga vaya usted a saber cuántos votos. Lo del voto en bronca tiene toda la pinta de ir en aumento. Pero no como una nueva revolución juvenil o un resurgir de los ácratas. Qué va. En nuestro caso sería porque Zapatero y Rajoy se lo están poniendo en bandeja a cualquier Chiquilicuatre que se atreva a presentarse y proponernos lo que le salga de la entrepierna.