Aquí, frente a la costa del Cabo Peñas, fue donde Pedro Menéndez, comisionado por Felipe II para luchar contra la Piratería, avistó y dio caza a Fraçois Le Clerc, el famoso Pata Palo, que con su bergantín Claude andaba al acecho de todo lo que venía de América. Eran otros tiempos, claro está, pero la situación, aunque parezca distinta, viene a ser parecida. Cunde la alarma porque la flota de Su Majestad está siendo acosada por unos piratas que la asaltan en alta mar.
No se me ocurrirá discutir, ni poner siquiera en cuestión, la ayuda que el Gobierno debe prestar al atunero vasco asaltado y secuestrado frente a las costas de Somalia. El Gobierno tiene la obligación de hacer todo lo que esté en su mano para solucionar el problema de la manera más satisfactoria posible. Sobre todo por que respecta a la vida y la integridad física de unos marineros que se limitaban a trabajar allí donde su patrón les llevaba. Que era dónde había mejor pesca, simplemente, porque otros no se atrevían a ir dado que el riesgo es mayor y la zona no está protegida.
La liberación, y el retorno de los marineros, no se discute, pero si convendría discutir lo que algunos están pidiendo: qué los pesqueros tengan escolta naval o, lo que a mi juicio sería aún peor, que incluyan en su tripulación a soldados, o guardias de seguridad, que disuadan a los piratas de lanzarse al abordaje.
La mejor prevención, en éstos y otros secuestros, sería que los armadores midieran adecuadamente el riesgo y no se empeñaran en faenar en lugares especialmente peligrosos. Esa es la solución porque enviar a nuestra Flota Naval a Somalia o enrolar a soldados como marineros me parece un disparate por inviable e injusto. Y no me refiero, solo, a lo que costaría la operación sino a que, por la misma razón, tendríamos que mandar al Ejército para proteger a un empresario que se empeñara en construir tres bloques de pisos en la zona caliente de el Congo.
El problema no se resuelve utilizando las Fuerzas Armadas para que protejan a las empresas que decidan trabajar allí donde haya intereses económicos, aún a pesar de que el país esté sumido en un conflicto. Si actuáramos así no se yo lo que nos diferenciaría de esos piratas que tanto criticamos. De hecho somos nosotros, los buenos de la película, quienes navegamos sabe dios cuantas millas para ir a sus mares a robarles la pesca.
Vamos a lo nuestro, a pescar buenos atunes para venderlos a buen precio, pero también podríamos ir, incluso con nuestro Ejército, para ayudarles a que terminen con una guerra que ya dura décadas, alcancen la democracia y salgan de la pobreza. A lo mejor así se les acababa el chollo a los piratas y los atuneros pescaban sin sobresaltos.
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