Milio Mariño
En el primer periódico de 2013, leí que el año pasado habían surgido palabras nuevas como chaturbarse (masturbarse mientras se participa en un chat), tróspido (raro y negativo además de hortera) o yayoflauta (persona de la tercera edad que defiende activamente los derechos de sus hijos y sus nietos).
Estas palabras y hasta un total de veinte son las que, al parecer, se han colado en nuestro vocabulario, a lo largo de 2012. Lo cual, de ser cierto, demostraría que el lenguaje evoluciona, como nosotros, hacia el empobrecimiento y que casi siempre lo hace por cuestiones extralingüísticas. Por temor a que las palabras que conocemos no basten para designar la nueva realidad que se impone y nos empuja a pensar que esto de ahora no va a cabernos en la cabeza. Por eso surgen palabras nuevas como las que dijimos y otras que venimos usando, aunque nadie sepa qué significan ni se ajusten a ninguna regla. Ahí está decrecimiento, palabra inventada por los economistas y los políticos, que no tiene que ver con la construcción española derivada del prefijo des, pues lo correcto sería decir descrecimiento igual que se dice desvestir, deshacer o descomponer.
Todo esto lo digo con la prudencia de quien no es, ni mucho menos, lingüista pero entiende que no hace falta ser un experto para darse cuenta de que los poderosos han prescindido de los poetas por qué piensan que son prescindibles. Piensan que cualquiera puede hacer lo que ellos hacen, pero no es fácil meter esta nueva realidad que tenemos en una o varias palabras. Recuerdo que hace tiempo leí un libro en el que Giovani Papini relataba su encuentro, en un manicomio, con un multimillonario aburrido que había decidido entretenerse entrevistando a personalidades de la época, a las que intentaba sonsacar lo peor de sí mismas y de la sociedad en que vivían. El resultado final, después de haber recogido todo lo que dijeron, fue que intentó resumirlo en un único verbo y se encontró con la sorpresa de que le salió un sustantivo. Le salió estupor, como síntesis de lo real.
Estupor es palabra antigua que apenas ya ni se usa. Los medios, y la sociedad, la han apartado de nuestro vocabulario pero creo que es la que mejor podría definir el momento que vivimos. Quizá se preste a confusión. Quizá se confunda, a veces, con asombro pero, aunque de asombro tiene bastante, lo principal, de su significado, es que añade la renuncia. El estupefacto se sorprende y se asombra pero, a la vez, se siente incapaz de reaccionar porque entiende que los acontecimientos violan todos los principios en los que se funda su concepción de la sociedad y enfrentarse a ellos sería absurdo.
Aún estamos en esa fase, de modo que habría motivos para el revival de esa palabra pero sospecho que estupor no estará entre elegidas, al final de este año. Antes inventarán otra que sea más confusa e ininteligible. Alguna palabra nueva que defina estas realidades difíciles que no nos caben en la cabeza.
Ya ven en qué quedan las nuevas palabras de 2012: charturbarse, tróspido y yayoflauta. Bueno y esa otra, decrecimiento, a la que atribuyen un significado que no corresponde.
Jodorowsky dijo que las palabras forjan la realidad pero no la son. Y Saramago añadió que hay que darles la vuelta y arrancarles la piel para entender de qué están hechas.
Milio Mariño/ Artículo de Opinión/ Diario La Nueva España.
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