jueves, 4 de octubre de 2012

El diferencial, con Alemania, no son los calcetines debajo de las sandalias

Milio Mariño

Estas vacaciones estuve en un hotel donde todos eran alemanes y todos matrimonios mayores que, seguramente, como no tenían nada que decirse leían el Bild-Zeitung, hacían sopas de letras y, de vez en cuando, intentaban hablar con los camareros preguntándoles cosas ininteligibles. Alguno les respondía en su idioma pero uno, andaluz de pura cepa, oí que decía: si me pregunta cómo ha quedado el Betis la respuesta es stupendously.

La pregunta debía ser otra pero la señora pareció quedar satisfecha, que era de lo que se trataba, y sonrió con esa discreción que, para nosotros, resulta imposible pues los alemanes hablan tan poco y lo hacen tan bajo que uno sabe cuándo se ríen porque los ve mover la barriga.

Pierdan cuidado, no me propongo contarles mis vacaciones sino, simplemente, que a diferencia de otras veces, que también fui a hoteles donde había mayoría de alemanes, en esta ocasión trataba de descubrir si habría algo significativo en ellos que los hiciera merecedores de vivir mejor que nosotros. No buscaba grandes cosas, buscaba detalles pero, por más que procuré fijarme, lo único que percibí fue que hablan muy poco y muy bajo, la mayoría son altos, usan calcetines debajo de las sandalias, desayunan cuatro veces más que nosotros y visten una ropa que ya no es que sea fea es que parece hecha a propósito para que resulte desagradable.

Con todo, aceptando que es fácil distinguir a un alemán de un español, tampoco me pareció que la diferencia fuera como para que nos den sopas con hondas. Nuestras personalidades quizá no puedan intercambiarse pero aunque el mundo se haya vuelto loco, no creo que por hablar en voz baja, desayunar como bestias y vestirse de mercadillo sea para que no les afecte la crisis. Es más, a riesgo de parecer presuntuoso me atrevo a decir que de las trescientas parejas que había en aquel hotel, la nuestra era la más normal en cuanto a comer, beber y vestirse.

Pues algún misterio tiene que haber, pensaba yo. Y el misterio me lo desveló Stefanie Claudia Müller, una corresponsal alemana a quien atribuyen un artículo que, unos dicen, se publicó y otros que es una mera invención de ciertos medios de la derecha más reaccionaria, pero que tiene partes que suscribo, sin que me importe la procedencia ni el pretendido objetivo que denuncian los progresistas; el de salvar el modelo económico capitalista, subyugando el interés público al beneficio privado y utilizando sus conclusiones para profundizar en unas ideas que justificarían el recorte democrático.

Que el objetivo sea ese no lo discuto, pero la señora Müller dice lo que nuestros gobernantes ocultan. Dice que las verdaderas razones de la crisis de España, nada tienen que ver con salarios demasiado altos -un 60 % de la población ocupada gana menos de 1.000 euros/mes, frente a los 2.600 de Alemania-, ni con las pensiones demasiado altas -la pensión media es de 785 euros, el 63% de la media de la UE - ni con las pocas horas de trabajo pues los españoles trabajan, al año, 200 horas más que los alemanes y se jubilan más tarde.

De modo que si trabajamos más y ganamos menos, nuestro diferencial no puede ser que no usemos calcetines debajo de las sandalias. Es lo que ustedes, y yo, pensamos y los alemanes nos echan en cara.



Milio Mariño/ artículo de Opinión/ La Nueva España

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