lunes, 29 de noviembre de 2010

Morir de cine

Milio Mariño

Quizá me reprochen que la comparación clama al cielo, pero no seria honesto si no les dijera que cuando leí que el Gobierno iba a regular por ley el derecho a una muerte digna, lo primero que me vino a la cabeza fue la angustia que nos quitábamos de encima, y la satisfacción que sentíamos, cuando la película tenía un final feliz.

No sabría decirles por qué asocié la muerte con el cine. Acaso porque, cada vez con mayor descaro, las noticias son tratadas como espectáculo. Sea por lo que fuere, lo que si les digo es que, cuando era joven, no soportaba ver una película que acabara mal. Ni las que acababan mal ni aquellas que llamaban de final abierto. Las que te dejaban sin saber las decisiones que habían tomado los personajes, o el giro último de los acontecimientos.

Algo así, salvando las distancias, claro está, viene sucediendo con nuestro final, pues la decisión de que un paciente terminal tenga una muerte digna depende, en buena medida, de que el médico que se ocupa del enfermo sea sensible a la demanda de los allegados y se juegue el tipo aplicando, sin ninguna cobertura legal, lo que, a mi juicio, es un derecho humano con todas las de la ley.

Respeto, profundamente, a quienes atribuyen al dolor un valor positivo y consideran que es un medio de purificación que nos permite purgar los pecados y colocarnos en disposición de acceder al perdón de Dios. Pero, lo mismo que esa creencia merece ser respetada, también habrá de respetarse el derecho a morir sufriendo lo menos posible.

Sé que hablar de estas cosas conlleva meterse en un jardín complicado. Encontrar un sentido lógico a la realidad del dolor, y al sufrimiento humano, ha sido, siempre, una tarea difícil y controvertida. Sobre todo por la actitud de la religión católica, la musulmana y cualquier otra, que suelen premiar el sufrimiento con la vida eterna y la santidad. No obstante, ni siquiera la fe debería impedir a quienes profesan cualquier religión que atendieran a razones que se sustentan sobre la base del raciocinio y el sentido común.

El peligro de este debate es la alusión interesada que, algunos, hacen de la eutanasia a sabiendas de que, mayoritariamente, provoca rechazo. Quienes actúan así, tergiversando el propósito de la futura ley, recurren, también, a la falacia de que el Gobierno debería prestar atención a cuestiones más importantes, como la crisis económica, antes de preocuparse porque los últimos momentos de una persona transcurran sin dolor.

Se podrá estar de acuerdo, o no, con el propósito de regular, por ley, el acceso a una muerte digna, pero me parece de un sarcasmo cruel, y de un cinismo que no tiene perdón, esa alusión a que, las personas, cuando hay que evitarles el sufrimiento es durante toda la vida y no en el momento de su muerte.

Dicen esto los que, precisamente, menos defienden que haya justicia social. Y coincide, también, que los defensores del dolor suelen ser los que menos han sufrido en la vida y tienen medios y recursos para no sufrir tampoco cuando les llegue la hora final. Así que no me arrepiento de haber relacionado la muerte con el cine: ya que tenemos que morir que sea como en aquellas películas en las que, los que morían, lo hacían con una sonrisa en los labios. ¿Por qué no?

Milio Mariño / Artículo de Opinión / La Nueva España

lunes, 22 de noviembre de 2010

El perro único

Milio Mariño

Entre las muchas cosas que no entiendo está que consideremos al perro el mejor amigo del hombre y que cualquier referencia que hagamos del hombre, en relación con el perro, sea para insultarlo. Ahí tienen, todavía calientes, las declaraciones de Manolo Preciado. Manolo llamó canalla a Mourinho. Y, canalla viene de can: se dice del que es despreciable y se comporta de manera malvada. Pero no teman, la cosa no va de insultos ni de nada relacionado con el fútbol. Va de perros. De una medida que piensan adoptar en Shangai, para mí, con gran visión de futuro: el perro único. En eso andan ahora allá por la ciudad más rica y moderna de China, redactando una nueva ley que prohibirá a las familias tener más de un perro.

No será fácil. Las prohibiciones suelen ser mal recibidas, así que lo más probable es que esa ley suscite el mismo rechazo que la nuestra antitabaco, considerando, incluso, que las molestias no son comparables. Los fumadores pueden tener malos humos pero, generalmente, no ladran, ni muerden, ni hacen pis en los tiestos o dejan las aceras que parecen semilleros de setas marrón oscuro. No obstante, ruego perdonen el lapsus de este fumador indignado. Olvídenlo, olvídenlo todo, porque de lo que yo quería hablarles era de la ley que están pensando los chinos para frenar el crecimiento perruno.

Quizá no se lo hayan planteado nunca, de modo que igual se sorprenden si les digo que aquí, en España, hay entre 9 y 13 millones de perros. Lamento no ser más concreto. El dato proviene de una agencia europea ya que por más esfuerzos que hice no fui capaz de encontrar un censo fiable y más ajustado. Sé que las autoridades están en ello y que en algunas ciudades han avanzado mucho. En Gijón, por ejemplo, hay censados 19.679 perros. Qué no sé si serán pocos o muchos pero, siguiendo la proporción perro-habitante, resultaría que en Avilés andaríamos por los 6.000, más o menos. Me refiero a perros oficialmente censados, a los que habría que sumar los perros sin papeles, los asilvestrados y los que buscan amo sin pasar por el registro.

La cifra, a nivel local, no parece alarmante. Otra cosa es Europa donde, según la Consultora Euromonitor, hay nada menos que 41 millones de perros. Así que entra dentro de lo sensato que las autoridades comiencen a plantearse la política del perro único. Los perros han venido recibiendo un trato cada vez mas humanizado, de modo que si, en su día, la orientación fue hacia el hijo único, no debería extrañarnos que ahora se plantee lo mismo con el perro.

Los perros tendrán que adaptarse, necesariamente, a la crisis, al cambio en el estilo de vida y a las posibilidades económicas de sus propietarios. A las malas y a las buenas porque, en España, ya hay restaurantes que anuncian que los perros pueden sentarse a la mesa junto a sus dueños y hoteles que ofrecen cama king size, paseador personal, peluquería canina y comida de primera calidad. Lo cual confirma que son un miembro más de la familia y eso, además de imponer un control demográfico, debería traer consigo que también les afecte la ley de igualdad de genero pues, según revela una encuesta, quienes se encargan de sacar el perro a la calle son, en la mayoría de los hogares, en el 80 por ciento, el padre y los hijos.

martes, 16 de noviembre de 2010

La Roja, de vergüenza

Milio Mariño

A veces pienso si España no será un país antipático al que pertenecemos porque estamos obligados y no hay razones de peso para que nos admitan en ningún otro sitio. Digo esto porque van a ver lo españoles que son algunos.

Doy por hecho que estarán al tanto de que los jugadores de la selección española son campeones del mundo en dos modalidades: en lo de jugar al fútbol y en lo de forrarse luciendo la camiseta de su país. Recordarán que les habían prometido 600.000 euros, por barba, si ganaban el Mundial. Una cantidad que doblaba o triplicaba lo que podía percibir cualquier jugador de las otras 31 selecciones que participaron en Sudáfrica.

Pues bien. Algunos, entre los que me cuento, pensábamos que 100 millones, para cada uno, era mucho, mientras que otros consideraban que lo tenían bien merecido, si es que, al final, ganaban. Pero claro, lo que no sabíamos era que los dirigentes de la Federación Española de Fútbol y los jugadores internacionales se hubieran puesto de acuerdo para aprovechar una triquiñuela, servirse de una posibilidad que recoge el régimen fiscal para quienes trabajan fuera de nuestro país, y tributar no en España, sino en Sudáfrica; donde cada jugador se ahorra, en impuestos, nada menos que 132.000 euros.

Tampoco sabíamos que, a nuestros héroes de la Roja, la prima por haber ganado el Campeonato de Europa, les fue abonada en Suiza para que, igual que sucede ahora, pudieran ahorrarse otro pastón en impuestos.

Toma castaña. Eso si qué es ser español, español, español? Español de primera, de los que llevan la bandera tatuada en el pecho y la cartera la ponen en Suiza, las Seychelles o cualquiera de los paraísos fiscales a los que se acogen los patriotas de pacotilla.

Lo escandaloso es que los jugadores de la selección no son los únicos. No, ni mucho menos. Si hacemos recuento resulta que, de todos nuestros deportistas de élite, sólo Rafa Nadal y Alberto Contador tributan en España. El resto: Fernando Alonso, Carlos Moyá, Dani Pedrosa, Jorge Lorenzo y un largo etcétera tributan en paraísos fiscales donde apenas pagan impuestos.

La relación de españoles que se escaquean y no tributan en España es tan amplia que nos ha llevado a preguntarnos si, realmente, hay diferencia entre evitar y evadir impuestos. Y sí, sí que la hay. Evitar impuestos es legal mientras que evadirlos está considerado delito.

No sé lo que pensarán, pero a mí me sorprende que ambos casos no se traten igual. Me sorprende porque, en el fondo, estamos en lo mismo. La intención, de quien evita o evade impuestos, es idéntica. Es beneficiarse a sí mismo hurtando a la Hacienda Pública, y al resto de ciudadanos, lo que debería pagar en impuestos. Así que no veo la diferencia. Y, no sólo no la veo, sino que me parece vergonzoso que quienes están en el ajo, de este escaqueo de 3 millones de euros a las arcas del Estado, sean los jugadores internacionales y un organismo oficial como la Federación Española de Fútbol. Una Federación y unos jugadores que son españoles para cobrar y suizos o sudafricanos cuando toca pagar impuestos.

Ésa es la historia, de modo que, en buena lógica, les hubiera correspondido el premio «Príncipe de Beckelar» y pasear en autobús por Johannesburgo. Es lo que merecen, y aún me parece mucho.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Kilos en sueldos y teléfonos

Milio Mariño

Había prescindido, hace ya mucho tiempo, de saber lo que ganan los políticos. Prefería no saberlo. Y eso que siempre fui partidario de que estuvieran remunerados con generosidad, sin esa tacañería absurda que algunos exigen cuando se trata del prójimo o de algún cargo público. Pero, claro, una cosa es que los políticos tengan un sueldo decente y otra distinta que el Alcalde de un concejo de 10.000 habitantes, como es el caso de Gozón, cobre 60.000 euros al año.

Justamente por eso, por no cabrearme cada vez que leía lo que ganaba tal o cual político, había prescindido de saber lo que ganan. No me interesaba. Pero, ya saben, basta que uno muestre desinterés por algo para que insistan en qué tiene que interesarle. El caso que así, sin buscarlo, me encontré con una entrevista en la qué Rajoy decía: «Pues yo debo ganar unos seis mil y bastantes más euros netos al mes, más la asignación de casi 3.000 euros por mi condición de diputado». Ahí va la leche, este no solo no se ha bajado el sueldo sino que se lo ha subido un treinta por ciento. Pensé. Y lo que más me llamó la atención, y me cabreó, fue que Rajoy lo dijera como si no supiera lo que ganaba o le importara un pimiento.

En principio, me pareció que ganaba mucho pero viendo lo que gana María Dolores de Cospedal, que está por debajo en el escalafón, resulta lógico que su jefe la supere y pase de los 250.000 euros al año; cuatro veces más de lo que gana el Presidente del Gobierno.

No crean que aprovecho para cargar, de nuevo, contra el PP. No, ni mucho menos. Me limito a reproducir lo que algunos de sus dirigentes manifiestan, de forma muy natural, sin que les tiemble el pulso. Sé que hay alcaldes, del PSOE y del PP, que pasan de los 100.000 euros al año. Y sé, también, que el parque de coches oficiales y teléfonos móviles, en los Ayuntamientos y en las Comunidades, sean del signo que sean, es como para echarse a temblar. Aquí mismo, en Castrillón, andan a vueltas con la reducción del gasto y con qué si serán pocos o muchos los 50 móviles que paga el Ayuntamiento. Pero es que en Andalucía hay 37.831 móviles corporativos cuya factura paga, todos los meses, la Junta. Han leído bien, 37.831 móviles. Echen cuentas y verán: un disparate, solo, en teléfono. Luego sumen coches oficiales, cargos de confianza, comidas de trabajo y hasta la insólita factura, de 6.112,24 euros, que pagó el Ayuntamiento de Villalbilla por una línea erótica. Es decir que, viendo lo que siguen gastando, no es que se hayan enterado tarde de que la crisis amenaza con devorarnos, es que creen que la crisis no va con ellos, que solo la tenemos usted y yo.

Que el Jefe de la Oposición gane cuatro veces más que el Presidente del Gobierno, que La Junta de Andalucía pague 37.381 teléfonos móviles, que la Comunidad presidida por Esperanza Aguirre tenga 156 coches oficiales y que el alcalde de un pueblo de 10.000 habitantes cobre 60.000 euros al año, son apenas cuatro detalles de un disparate nacional que nadie parece querer atajar. Lo curioso del caso es que los partidos políticos, todos los partidos, dicen que depende, solo, de nosotros que salgamos de este embrollo.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / La Nueva España

martes, 2 de noviembre de 2010

Tea Party, de risa

Milio Mariño

Asombra lo fácil que resulta, ahora, fabricar y propagar una pretendida nueva política que es más vieja que Carracuca. No hacen falta ideas originales ni propuestas brillantes que deslumbren al electorado. Alcanza, y sobra, con un poco de frustración y con las ruinas y los escombros de un mítico pasado en el que todo era más sencillo porque el mundo giraba despacio y estaba dividido entre buenos y malos.

Como muestra ahí tienen El Tea Party americano, un movimiento ultra conservador, primitivo y xenófobo, que si por algo destaca es por la tosquedad de sus mentiras, por su grosería y por la poca inteligencia de quienes las dicen y las repiten, tergiversando, de forma infantil, las causas de una crisis cuyo origen sitúan en la aspiración malsana de quienes pretenden vivir mejor y en los gobiernos que insisten en proporcionar a la población un Estado de Bienestar que tildan de comunista, pues distribuye los impuestos de forma que los más pobres dispongan de enseñanza gratuita, de Seguridad Social, de una paga vitalicia cuando se jubilan y de un subsidio de supervivencia cuando quedan sin trabajo.

Es lo que viene a decir el Tea Party que triunfa en Estados Unidos. Reclama a los dos partidos, al demócrata y al republicano, menos Estado, menos impuestos, nada de sanidad para todos, expulsión de los emigrantes y vuelta a la América de los años cincuenta. Una América que, en su opinión, han echado a perder los políticos con sus ideas socializantes, con su tibieza en las guerras de Irak y Afganistán y con la deriva de un presidente, Obama, que es marxista y musulmán.

En esas están por aquellos pagos. Y, bueno, ya sé que esto no es América. Ni esto es aquello ni Asturias es Texas, pero imaginen, por un momento, que a cualquiera se le ocurre pintar un ALSA de rojo y gualda y hacer una gira por España reclamando al PSOE y al PP volver a las cincuenta y dos provincias de 1833, la supresión de todos los ministerios -excepto Defensa, Justicia, Hacienda y Asuntos Exteriores-, la Seguridad Social sólo para los que trabajan, la abolición del subsidio de paro y de cualquier otro subsidio asistencial, la vuelta a la escuela hasta los catorce años y al bachillerato con reválida, el salario libre de impuestos, la Guardia Civil en la casa cuartel, a las ordenes de un sargento como Dios manda, y un decreto regenerador de la política que acabe con el politiqueo y nos devuelva al muy eficaz sistema de representación por tercios, en el que tendría una relevancia especial el tercio de los elegidos natos: ministros, altos funcionarios, miembros del poder judicial, alcaldes de capitales de provincia, rectores de universidad y otros a designar.

Ese sería el resultado de la traducción, al español, del Tea Party americano. Esa es, más o menos, la propuesta que allí, en Estados Unidos, está haciendo furor y poniendo contra las cuerdas a los dos partidos mayoritarios. Más al demócrata que al republicano, pero también a este porque, aunque son muy, pero que muy de derechas, no llegan a tanto.

El Tea Party americano me parecía de risa, algo inaudito, pero viendo el éxito que está teniendo ya no me río tanto. Sobre todo porque aquí también serían muchos los que se sumarían al carro. Quiero decir a ese autobús con chofer autoritario.

Milio Mariño / La Nueva España / Artículo de Opinión