martes, 29 de diciembre de 2009

El hombre como calamidad

Hay temas que parece como que no hubiera forma de tratarlos sin quedar mal. Vean sino la que se ha liado a propósito de las declaraciones de ese juez de familia que ha dicho que ve injusta la Ley contra la Violencia de Género. De inmediato, como impulsadas por un resorte, han respondido varias asociaciones acusándolo de prevaricador y machista, sin que se tomaran la molestia de seguir leyendo y advertir que el Juez también dijo cosas tan positivas como que la Ley ha servido para que la sociedad ya no tolere la violencia de género, pero que la situación que está generando no obedece a la realidad de lo que tenemos que combatir.
Yo también pienso así. Y no lo digo por provocar, lo digo porque estoy convencido de que es verdad. A los hombres, con carácter general, nos prescriben roles y actitudes que dejan mucho que desear y están haciendo que nuestra consideración social sea poco menos que la de una calamidad. Nos han convertido en sospechosos por el mero hecho de ser hombres y la situación ha llegado hasta el punto de que ser hombre, hoy, supone una especie de agravante nadie sabe muy bien por qué.
Los hombres, en ese aspecto, están siendo discriminados; una discriminación distinta de la que padecen las mujeres pero eso no significa que no exista y esté basada en las mismas estructuras sexistas.
En las mismas, solo que con una diferencia: parece como que hubiera un empeño por discriminarlos a toda costa pues la Ley no los considera iguales ni tampoco inocentes. En principio considera que son culpables, así que tienen que empezar por demostrar su inocencia y, por si no fuera bastante, la Ley les reserva un trato claramente diferenciado del que puede servir como ejemplo que se sancione con entre seis meses y un año de cárcel a los hombres que causen a su pareja, o ex pareja, "algún tipo de menoscabo psiquíco". Una lesión tan subjetiva y difícil de cuantificar que no está ni tipificada como delito. Pues bien, si es una mujer la que infringe ese mismo daño a un hombre, sólo podrán imponérsele penas de hasta 3 meses de cárcel.
Siempre he pensado que las Leyes deberían hacerse para las personas, no para los hombres y para las mujeres. Si una persona, por razón de su sexo, es juzgada de una manera distinta que el resto parece evidente que se está vulnerando el principio de igualdad.
Para justificar este disparate, este trato desigual avalado, en su día por el Constitucional, he oído decir a personas muy relevantes que lo que se intenta es compensar la desigualdad que existe en la vida real. La burrada, con todos mis respetos, no tiene desperdicio. Es como si nos estuvieran diciendo que las penas por hurto, para los gitanos, deberían de ser más altas que para el resto.
No entiendo como es que se insiste en qué la fórmula para acabar con la discriminación que padecen las mujeres es aplicar, sobre los hombres, los mismos postulados sexistas que se condenan. No me cabe en la cabeza que quienes se consideran, y presumen de progresistas, aplaudan y celebren la peregrina idea de que las mujeres son una clase social. Ese empeño, lejos de contribuir a resolver el problema,está fomentando una visión demonizada del hombre que no ayuda a la igualdad en las relaciones. Pero, claro, decir todo esto, por más que sea una realidad, es lo que dije al principio; es quedar mal.

viernes, 25 de diciembre de 2009

Este año el gallo canta primero

Créanme si les digo que admiro esa inteligencia de los obispos que les lleva a saber cuando tienen que indignarse y por qué. A veces pienso que se indignan por nada pero como pertenezco a la generación del cambio, es posible que no advierta el trauma que supone, para la Iglesia Católica, que se cambien las tradiciones. La prueba del nueve es la polémica que se ha suscitado por esa sentencia del Tribunal Europeo de los Derechos Humanos, que viene a modificar una tradición como la del crucifijo en las escuelas. Una tradición que, en España, data de hace setenta años, cuando lo impuso la dictadura.
Creía yo, equivocadamente, claro, que las tradiciones valían su peso en años, de ahí que pensara que si se había suscitado una fuerte polémica por algo que venía siendo costumbre desde mediados del siglo pasado se armaría la marimorena si, a quien fuera, se le ocurría modificar una tradición que tuviera quince siglos. Parecía de libro, por eso me llamó la atención el mínimo, por no decir nulo, efecto polémico, y traumatico, que está suponiendo, para la iglesia católica y los fieles cristianos, esa decisión del Vaticano de celebrar la tradicional misa de Nochebuena a las diez de la noche, en lugar de a las doce como era costumbre desde mediados del siglo V.
Dice el portavoz Papal, Federico Lombardi, que la decisión se ha tomado en base a que así se contribuye a disminuir el esfuerzo del Papa, de los empleados y de los fieles cristianos que, en noche tan hogareña, agradecerán retirarse primero a sus casas.
La medida, desde el punto de vista legal, es irreprochable pues el Vaticano no hace otra cosa que ajustarse a lo establecido en el artículo 34 del texto refundido de la Ley del Estatuto de los Trabajadores, mediante el cual se dispone que entre el final de una jornada y el comienzo de la siguiente habrán de mediar, como mínimo, doce horas de descanso. Cuestión que no se venía cumpliendo ya que la Misa del Gallo finalizaba bien pasada la media noche y el Día de Navidad, a las doce en punto, el Papa tenía que dar la bendición Urbi et Orbi.
A esa decisión, de ajustarse a la ley que prescribe un descanso mínimo, hay que añadir la oportunidad de hacer más llevadero el esfuerzo a quien ya tiene más de ochenta años. Y, en este sentido, supongo que todos recordaremos aquella imagen de Juan Pablo II, viejo y enfermo, que nos sobrecogía por lo que se adivinaba de sufrumiento.
Quiero decir con esto que la medida me parece acertada y más acertado aun que el cambio que supone modificar una tradición que tiene quinientos años años se haya visto como algo razonable y no haya suscitado polémica alguna.
No estaría mal aplicar el mismo rasero cuando se modifican otras tradiciones. Imagino que nos iría mejor, a todos, si la iglesia desterrara ese sentimiento de superioridad que la lleva a sentirse depositaria de la única religión verdadera y autorizada para gobernarnos y gobernar nuestras vidas. No pasa nada por adelantar dos horas el canto del gallo. Así lo ha entendido la mayoría de la gente. Tampoco me consta que los políticos y los columnistas de opinión hayan arremetido contra la jerarquía eclesiástica por modificar, de un plumazo, una tradición tan antigua. Deberían tomar nota los jerarcas católicos. Debería servirles para la mesura y el buen gobierno de su tradicional intransigencia.

lunes, 14 de diciembre de 2009

Escribir al Rey y a Papá Noel

Milio Mariño
Entre las muchas cosas que aún me quedaban por ver, una debía ser que el Secretario General del Partido Comunista de España y los artistas e intelectuales que se consideran muy de izquierdas,es decir los que antaño suspiraban porque nuestro régimen político fuera como el de China o la Unión Soviética, ejercieran de buenos vasallos y escribieran una carta dirigida a su Magestad, el Rey, pidiendo que intervenga para salvarnos.
Ahí los tenemos, escribiendo a Juan Carlos I, como quien escribe a los Reyes Magos. Tampooco me estraña mucho,el tiempo ha contribuido a rebajar mi asombro hasta el punto de solo me causa sorpresa lo que encuentro en el cuarto trastero. Todavía recuerdo cuando esos que dije al principio se mofaban de quienes nos proclamábamos socialdemócratas y republicanos. Decían que no éramos de izquierdas, que éramos unos flojos.
El caso que en el otro extremo aparecen quienes presumen de querer a España, la patria,por encima de todas las cosas.Aparecen diciendo que somos el hazmereir del mundo por nuestra debilidad manifiesta para afrontar las crisis con un par entre las piernas. Coinciden, con los otros, en exigir mano dura. Cosa que, reconozco, tampoco debería ser causa de asombro pues todavía sigue vigente aquello de: "Los extremeños se tocan". Aquella obra de Muñoz seca en la que, como es sabido, un tal Pancorbo andaba en tratos, para timarlo, con Ali Benamal.
Quienes abogan porque el conflicto de Aminatou Haidar se resuelva a tiros o lo resuelvan los dos monarcas se olvidan de que, al menos, España es un país democrático.Deberían saberlo y cortarse un poco antes de devolvernos, con sus proclamas y su misiva, a tiempos de la Edad Media. Pero, claro, instalados en su tradicional pragmatismo no me extraña que hayan llegado a la revolucionaria conclusión de que los monarcas de todo el mundo se llevan muy bien entre ellos. Despues de todo son, prácticamente, familia y resulta de lo más lógico que los profesionales del mismo ramo se apoyen y se defiendan.
La alta capacidad intelectual de Cayo Lara, Almodovar y los partidarios de la guerra de África es evidente que está poor encima del pueblo llano, de ahí que no sepan, como cualquier persona medianamente informada, que los países serios y democráticos resulven sus problemas por la vía diplomática y no tienen más embajadores que los que designa el gobierno salido de las urnas.
España, al menos en esto, no debería ser diferente pero ya vemos que lo es. Vemos que quienes piden leña y quienes piden la intervención del rey son los mismos que están diciendo que, a nivel internacional, somos el hazmereir. Lógico, con semejante tropa nunca nos tomarán en serio. Nos seguirán viendo como un país de floklóricas y toreros.
¿ Tan difícil es que éstos activistas de salón y micrófono, éstos que se creen la esencia mmisma de la libertad en frascos de Loewe, se sujeten un poco y dejen el protagonismo a quien lo debe tener?
¿Será mucho pedir que los asuntos de Estado estén por encima de la confrontación partidista, que cuando el país tenga un conflicto lo que prime no sea criticar al gobierno y se imponga defender, por encima de todo, el buen nombre de España?
A lo mejor si, a lo mejor es exagerado pedir todo esto que, por cierto, no lo estoy pidiendo a los Reyes Magos o a Papá Noel, lo pido a quienes escriben cartas al Rey y a los que abogan por resolver los conflictos a tiros y ponen como ejemplo la conquista de Perejil.