Los que vivimos por estos pagos podemos disfrutar todo el año de montañas, playas y acantilados. Y, para que no falte de nada, también disfrutamos de dos islas hermanas, La Deva y La Ladrona, que son como aquellos tesoros que enterrábamos, en la infancia, y luego dibujábamos en un mapa por si, al día siguiente, no sabíamos dónde estaban.
Nuestras islas sí sabemos dónde están. Siguen ahí, en la costa de Santa María del Mar y frente al playón de Bayas, dejando que transcurra el tiempo y agradeciendo, no sin cierta nostalgia, que en un pasado reciente algunos escritores y artistas las inmortalizaran en sus obras como islas de verdad.
La Ladrona carga con una leyenda según la cual se le puso, popularmente, ese nombre porque allí solían aparecer los cadáveres de los ahogados. Al hilo de aquello tomó cuerpo la creencia de que, en la pequeña isla, había una cueva profunda en la que vivía un calamar gigante que atrapaba a los que osaban acercarse. En realidad, todo se debía a que las corrientes marinas, empujadas por la cercana desembocadura del Nalón, arrastraban hasta la isla los cuerpos de las personas ahogadas.
La mar alcanza para muchas historias. Historias como las que, a principios del siglo pasado, sirvieron para alimentar la fantasía de una niña de Oviedo que, entonces, llamaban Lolita y veraneaba en Santiago del Monte. Aquella niña, que años más tarde sería Dolores Medio, quedó fascinada por lo que contaban de La Ladrona. Prueba de ello es que la famosa escritora asturiana, ganadora de un premio Nadal, situó en aquellos parajes uno de los personajes de su novela “Juan sin tierra”.
Dolores le cambia el nombre, la llama La Volgona, pero es evidente que se refiere a La Ladrona. Dice, en su novela, que es una isla que te llama y te llama con su voz de sal y de algas, con la canción salada de una mujer que tiene pechos de roca, y cola de sirena, y promete lo que no puede darte.
La Deva, la isla hermana con nombre de diosa celta, no se me alcanza que fuera escenario de ninguna obra literaria pero sí que sirvió de inspiración para un pintor, nada menos que Sorolla, que venía buscando la luz del norte y los colores del Cantábrico.
Sorolla llegaba hasta Bayas, bordeando la costa desde San Juan de la Arena, para disfrutar de Malabaxada, una playa próxima a La Deva, muy rocosa y de difícil acceso, que era uno de los lugares que más le gustaban. Tocado con una gran boina y el caballete a cuestas, no se limitaba a los paisajes de La Deva y la costa de Bayas, llegaba caminando, incluso, hasta Avilés, donde pintó el puerto.
Uno de sus cuadros, quizá el más representativo de esa época: “Después del baño, Asturias”, fue pintado frente a La Deva y llevado, meses más tarde, a la exposición de París.
También Seamus Heaney, premio Nóbel de Literatura y reconocido como uno de los poetas más importantes del siglo XX, solía pasear por los acantilados, frente a las islas hermanas, La Deva y La Ladrona. Así lo expresa en “Cantares de Asturias”: El mar callaba y esplendía más allá de los bancos/ Y por la tarde, las gaviotas in excelsis/ saludaron al aire, cegadoras, igual que monaguillos/ con sus rápidas vueltas y cirios responsos.
Milio Mariño/ Artículo de Opinión / Diario La Nueva España
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