lunes, 30 de abril de 2012
A flor de piel
Dirán que me conformo con poco pero es un alivio que la crisis que afecta nuestros bolsillos no exija que los recortes alcancen a los modales y la forma de relacionarnos que, comparada con hace dos o tres décadas, ha progresado de forma notable. Ahora llega la primavera y a nadie se le ocurre soltar aquella frase, rancia y machista, que tantas veces oímos. Aquello de que, con el buen tiempo, todas las mujeres, incluso la nuestra, se ponen apetecibles. No estoy al tanto de los chascarrillos que puedan estar de moda pero imagino que si se hace referencia a la incidencia del buen tiempo, en el aspecto físico de las personas, se adoptará la precaución de no hacerlo exclusivo de las mujeres, que se incluirá, también, a los hombres.
Por eso celebro que, en tolerancia y respeto, hayamos avanzado más que en el aspecto económico. También avanzamos en cuanto al antiguo concepto de la función que le corresponde al cuerpo, que no voy a decir que lo despreciáramos pero lo tratábamos peor que a nuestra cabeza. Ahora no, ahora le prestamos más atención, sobre todo de cara al verano, que es cuando el cuerpo adquiere mayor relevancia.
Hace unos años, las chicas y los chicos, exceptuando los que se apuntaban a la legión o hacían la mili en Melilla, no tenían ninguna marca ni señal en la piel que no fuera la de la vacuna en el antebrazo. Así era, pero como todo evoluciona, y la especie humana a pasos agigantados, los jóvenes han decidido que el cuerpo es suyo y pueden hacer con él lo que quieran, de modo que no tienen reparo en enseñar la raja del culo, tatuarse lo que les apetezca, perforar los labios, las cejas o la nariz, afeitarse la cabeza, o mostrar el costurón del ombligo.
No se me ocurre ningún reproche. La reflexión que propongo se refiere a los espectadores, al impacto que pueda causarnos lo que cada cual pueda hacer con su piel. Quiero decir que es a partir de ahora, y hasta septiembre, cuando los tatuajes y los piercing adquieren su razón de ser; cuando justifican el dinero invertido y, en muchos casos, el sufrimiento de dejarse perforar o soportar miles de pinchazos.
Estoy de acuerdo en qué, lo que cada uno haga con su piel es personal e intransferible. No se trata, por tanto, de condenar o demonizar a quienes han decidido tatuarse en la espalda un tigre de bengala o perforar las narices para lucir un pasador de corbata. Faltaría más, pero tengo mis dudas de que sea inofensivo. No para quien lo luce, que allá cada cual, sino para los espectadores, pues cuando el clima se hace benigno trasciende de lo privado a lo publico e impacta en nosotros, que somos, en definitiva, los destinatarios de lo que, en principio, se dijo era para consumo particular y exclusivo.
A eso me refiero. Me refiero a que, en los dos metros cuadrados de piel que constituyen nuestra periferia, podemos hacer lo que queramos. Por supuesto. Pero la libertad, y la tolerancia que, los tatuados, reclaman no estaría mal que viniera acompañada de un ejercicio de sinceridad. No estaría mal que quienes han decidido tatuarse reconocieran que lo hacen, no como quieren hacernos creer, para uso y consumo particular sino para llamar nuestra atención. Tolerancia por descontado, pero un poco de sinceridad también.
Milio Mariño / La Nueva España / Artículo de Opinión
lunes, 9 de abril de 2012
Martes y 2013
Milio Mariño
No se si estarán al tanto de que Jim y Jeff, los hermanos Carrey, vuelven como la burra al trigo. Sus nombres quizá no les suenen pero si les digo que fueron los autores de “Dos tontos muy tontos”, seguro que los recuerdan. Pues bien, los Carrey anunciaron, hace poco, que piensan rodar otra película porque la primera no la hicieron como hubieran querido. Dicen que apenas participaron, que fue cosa de los guionistas y de un equipo que no era el suyo. Así que después de analizar el contenido y darle vueltas al resultado dijeron: Tenemos que hacerlo de nuevo, seguro que con lo que ya sabemos la segunda parte nos sale bordada.
Ya ven que cosas, eso mismo, llevado a los presupuestos, pensaron De Guindos y Montoro, que no son hermanos de sangre pero si de ministerio.
De Guindos y Montoro también revisaron la película, dijeron que no era suya, y llegaron a la conclusión de que tenían que hacer otra sin cambiar el argumento: la historia de dos tontos que viajan con un maletín para entregárselo a una señorita, presumiblemente alemana, que no les hace ni caso.
No trato de insinuar, por eso lo aclaro, que De Guindos y Montoro sean los tontos. En absoluto, ellos producen y dirigen la película, los tontos muy tontos son los protagonistas, los que viven las peripecias, relatadas en el guión de los presupuestos, y provocan las escenas de risa que, se supone, serán un éxito de taquilla que servirá para reducir el déficit.
La experiencia, que es la madre de todas las ciencias, incluida la económica y la del séptimo arte, nos tiene dicho que las segundas partes nunca fueron buenas. Pero, quien sabe, a lo mejor tienen éxito. Lo malo que la política no es como el cine, es una sesión continua que continúa luego en la calle. Esa es la clave que, aunque cerremos el año con un taquillazo enorme, hay que pensar en otra película para el año siguiente. Una película que tendría que ser distinta porque si seguimos con el mismo tema ya me dirán ustedes.
Si Torrente II, Misión en Marbella, fue un callo, comparada con la primera, Torrente III, El protector, fue un callo con garbanzos. Y, ya, la última, Lethal Crisis, la cuarta entrega del brazo tonto de la ley, resultó peor que las tres anteriores, no le hizo gracia ni a los señores Roca y Álvaro Pérez que, además de presuntos delincuentes, deberían ser juzgados por horteras.
Santiago Segura se apaña con sus chapuzas y saca unas pelas pero el resultado es penoso. No importa, para él, como para De Guindos y Montoro, lo que cuenta es la taquilla. Es hacer caja, de modo que llegará diciembre y estaremos en las mismas. Seguro que ni siquiera han previsto que, el 2013, empieza en martes. Un detalle que se les ha escapado a los dos y también a Rajoy.
Por si no lo sabían ya lo saben: el primer día de 2013 es martes. Lo digo para que estemos atentos y sepamos lo que nos espera. El problema, con serlo, no es ahora es el año que viene, cuando el presupuesto sea aún más delgado y ya no quede carne donde hincar el diente. Ni carne ni ensalada de delincuentes porque imagino que no volverán a sacar de la nevera los 2.500 millones del blanqueo de capitales.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / La Nueva España
No se si estarán al tanto de que Jim y Jeff, los hermanos Carrey, vuelven como la burra al trigo. Sus nombres quizá no les suenen pero si les digo que fueron los autores de “Dos tontos muy tontos”, seguro que los recuerdan. Pues bien, los Carrey anunciaron, hace poco, que piensan rodar otra película porque la primera no la hicieron como hubieran querido. Dicen que apenas participaron, que fue cosa de los guionistas y de un equipo que no era el suyo. Así que después de analizar el contenido y darle vueltas al resultado dijeron: Tenemos que hacerlo de nuevo, seguro que con lo que ya sabemos la segunda parte nos sale bordada.
Ya ven que cosas, eso mismo, llevado a los presupuestos, pensaron De Guindos y Montoro, que no son hermanos de sangre pero si de ministerio.
De Guindos y Montoro también revisaron la película, dijeron que no era suya, y llegaron a la conclusión de que tenían que hacer otra sin cambiar el argumento: la historia de dos tontos que viajan con un maletín para entregárselo a una señorita, presumiblemente alemana, que no les hace ni caso.
No trato de insinuar, por eso lo aclaro, que De Guindos y Montoro sean los tontos. En absoluto, ellos producen y dirigen la película, los tontos muy tontos son los protagonistas, los que viven las peripecias, relatadas en el guión de los presupuestos, y provocan las escenas de risa que, se supone, serán un éxito de taquilla que servirá para reducir el déficit.
La experiencia, que es la madre de todas las ciencias, incluida la económica y la del séptimo arte, nos tiene dicho que las segundas partes nunca fueron buenas. Pero, quien sabe, a lo mejor tienen éxito. Lo malo que la política no es como el cine, es una sesión continua que continúa luego en la calle. Esa es la clave que, aunque cerremos el año con un taquillazo enorme, hay que pensar en otra película para el año siguiente. Una película que tendría que ser distinta porque si seguimos con el mismo tema ya me dirán ustedes.
Si Torrente II, Misión en Marbella, fue un callo, comparada con la primera, Torrente III, El protector, fue un callo con garbanzos. Y, ya, la última, Lethal Crisis, la cuarta entrega del brazo tonto de la ley, resultó peor que las tres anteriores, no le hizo gracia ni a los señores Roca y Álvaro Pérez que, además de presuntos delincuentes, deberían ser juzgados por horteras.
Santiago Segura se apaña con sus chapuzas y saca unas pelas pero el resultado es penoso. No importa, para él, como para De Guindos y Montoro, lo que cuenta es la taquilla. Es hacer caja, de modo que llegará diciembre y estaremos en las mismas. Seguro que ni siquiera han previsto que, el 2013, empieza en martes. Un detalle que se les ha escapado a los dos y también a Rajoy.
Por si no lo sabían ya lo saben: el primer día de 2013 es martes. Lo digo para que estemos atentos y sepamos lo que nos espera. El problema, con serlo, no es ahora es el año que viene, cuando el presupuesto sea aún más delgado y ya no quede carne donde hincar el diente. Ni carne ni ensalada de delincuentes porque imagino que no volverán a sacar de la nevera los 2.500 millones del blanqueo de capitales.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / La Nueva España
lunes, 2 de abril de 2012
El jirafo sí que es invisible
Milio Mariño
Hacia tiempo que no pisaba un Juzgado, así que acepté acompañar a un amigo que tenía un pleito, o algo parecido, contra un jabalí que lo había atropellado y casi lo deja sin coche. El caso prometía pero cuando estábamos por los pasillos surgió la sorpresa. Mi amigo preguntó no sé qué y un funcionario, sin apenas mirarnos, dijo con cara de malas pulgas: Eso es cosa de la fiscala.
Fue como una bofetada. Me sonó tan mal que estuve por llamarle la atención y decirle que la fiscal, fuera quien fuera, merecía mejor trato. Solo me detuvo que en aquel instante recordé el muy celebrado informe, de Ignacio Bosque, sobre Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer, y pensé: ni te muevas. Ya seria el colmo que vinieras de acompañante y dieras la nota metiendo a tu amigo en un compromiso, que el pobre bastante tiene con haber sido atropellado por un jabalí y llevar más de un año pleiteando con el tutor del animal que, al parecer, es el Gobierno del Principado.
Volví a repetir, mentalmente, fiscala y me hice un daño horrible en la peri linfa de la rampa vestibular coclear, que no sabia que existiera hasta que me lo dijo un médico. Me sonó aún peor que jueza, que me suena fatal y no entiendo como siguen usando ese termino cuando es tan sencillo anteponer el, o la, a una palabra que es neutra y puede servir indistintamente para el hombre o la mujer.
El caso que como estábamos en el juzgado por el asunto de un jabalí, debió ser por eso, por el influjo animal, que me vinieron a la cabeza la foca y la jirafa. Fue una reacción instintiva, un impulso, imposible de contener, que me hizo gritar: ¡El Jirafo!
Pero qué dices, te has vuelto loco, preguntó mi amigo. Perdona pero es que no paro de darle vueltas a lo que acabamos de oír, que a la fiscal la llamen la fiscala. He pensado que quizá la llamen así creyendo que le hacen un favor. Convencidos de que contribuyen a su visibilidad y, de paso, erradican de los juzgados las expresiones de signo sexista. Pensando en eso me acordé del estudio de Ignacio Bosque y me entró el pánico. Imagina que abordan la invisibilidad de ciertos animales. Imagina la cantidad de nuevas palabras a las que tendremos que acostumbrarnos. Si querías una explicación de por qué grité ¡El Jirafo! ahí la tienes. Podía haber dicho el foco, pues la referencia a la especie la hacemos siempre, como en el caso de la jirafa, en clave femenina.
Mi amigo, que pertenece, como yo, a esa generación que pasó media vida reivindicando la igualdad de los sexos y luchando contra la injusticia, me dijo, por lo bajinis, que confundía sexismo con especismo. Luego me explico que, por desgracia, aún existen tres fuentes fundamentales de exclusión y discriminación: el racismo, el sexismo y el especismo, que a pesar de ser poco conocido, es el más extendido y el menos combatido.
Esquivando jabalíes es torpe pero, de estas cosas, mi amigo sabe la tira. Así que me fui a casa pensando que quizá se haya iniciado ya otro estudio que acabe con la invisibilidad de ciertas especies. Con algunas será sencillo, caso de la sardina y el sardino. Pero otras, como la caballa, seguro que suscitarán la polémica.
Milio Mariño / Artículo de Opinión
Hacia tiempo que no pisaba un Juzgado, así que acepté acompañar a un amigo que tenía un pleito, o algo parecido, contra un jabalí que lo había atropellado y casi lo deja sin coche. El caso prometía pero cuando estábamos por los pasillos surgió la sorpresa. Mi amigo preguntó no sé qué y un funcionario, sin apenas mirarnos, dijo con cara de malas pulgas: Eso es cosa de la fiscala.
Fue como una bofetada. Me sonó tan mal que estuve por llamarle la atención y decirle que la fiscal, fuera quien fuera, merecía mejor trato. Solo me detuvo que en aquel instante recordé el muy celebrado informe, de Ignacio Bosque, sobre Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer, y pensé: ni te muevas. Ya seria el colmo que vinieras de acompañante y dieras la nota metiendo a tu amigo en un compromiso, que el pobre bastante tiene con haber sido atropellado por un jabalí y llevar más de un año pleiteando con el tutor del animal que, al parecer, es el Gobierno del Principado.
Volví a repetir, mentalmente, fiscala y me hice un daño horrible en la peri linfa de la rampa vestibular coclear, que no sabia que existiera hasta que me lo dijo un médico. Me sonó aún peor que jueza, que me suena fatal y no entiendo como siguen usando ese termino cuando es tan sencillo anteponer el, o la, a una palabra que es neutra y puede servir indistintamente para el hombre o la mujer.
El caso que como estábamos en el juzgado por el asunto de un jabalí, debió ser por eso, por el influjo animal, que me vinieron a la cabeza la foca y la jirafa. Fue una reacción instintiva, un impulso, imposible de contener, que me hizo gritar: ¡El Jirafo!
Pero qué dices, te has vuelto loco, preguntó mi amigo. Perdona pero es que no paro de darle vueltas a lo que acabamos de oír, que a la fiscal la llamen la fiscala. He pensado que quizá la llamen así creyendo que le hacen un favor. Convencidos de que contribuyen a su visibilidad y, de paso, erradican de los juzgados las expresiones de signo sexista. Pensando en eso me acordé del estudio de Ignacio Bosque y me entró el pánico. Imagina que abordan la invisibilidad de ciertos animales. Imagina la cantidad de nuevas palabras a las que tendremos que acostumbrarnos. Si querías una explicación de por qué grité ¡El Jirafo! ahí la tienes. Podía haber dicho el foco, pues la referencia a la especie la hacemos siempre, como en el caso de la jirafa, en clave femenina.
Mi amigo, que pertenece, como yo, a esa generación que pasó media vida reivindicando la igualdad de los sexos y luchando contra la injusticia, me dijo, por lo bajinis, que confundía sexismo con especismo. Luego me explico que, por desgracia, aún existen tres fuentes fundamentales de exclusión y discriminación: el racismo, el sexismo y el especismo, que a pesar de ser poco conocido, es el más extendido y el menos combatido.
Esquivando jabalíes es torpe pero, de estas cosas, mi amigo sabe la tira. Así que me fui a casa pensando que quizá se haya iniciado ya otro estudio que acabe con la invisibilidad de ciertas especies. Con algunas será sencillo, caso de la sardina y el sardino. Pero otras, como la caballa, seguro que suscitarán la polémica.
Milio Mariño / Artículo de Opinión
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