lunes, 27 de febrero de 2012

Nadie quiere ser clase baja

Milio Mariño

Hace años, cuando uno encaraba la vida desde los albores de su juventud, la primera recomendación familiar era que no sobresalieras, que te mimetizaras con el rebaño. No te signifiques, procura pasar desapercibido, era el consejo que oías a todas horas y valía para casi todo: para la escuela, la mili, el trabajo, la calle… Lo importante era no sacar la cabeza porque, quienes la sacaban, corrían el riesgo de que se la cortaran. Nuestras madres habían sufrido la posguerra, vivían la dictadura y sabían como se las gastaban los de la clase que estaba al mando. Si querías llegar más lejos, o más arriba, tenia que ser con su permiso, tenía que ser por que ellos lo consentían, no porque te rebelaras y exigieras tus derechos.

La nueva reforma laboral, el modelo que ha elegido España, apunta en ese sentido. La creciente desigualdad, la crisis y la rebaja del Estatuto de los Trabajadores se perciben con un efecto devastador que hará estragos entre los más débiles y sacará a la luz su pertenencia a una clase que parecía olvidada. Quizá, aunque tengo mis dudas, no volvamos a las relaciones laborales de la época franquista ni a los tiempos del proletariado pero, en esencia, es lo mismo; es volver a una sociedad dual de pobres y ricos porque solo así, con esa fórmula, se garantiza el progreso.

El argumento será que los pobres de ahora no son tan pobres como aquellos. Nos ha jodido, tampoco los ricos. Los ricos son mucho más ricos y, como no les basta, como quieren que la diferencia se note sin que haya que fijarse, exigen que volvamos a tratarlos como a señores feudales.

En medio de los dos, de los de arriba y los de abajo, está, como siempre, la clase media y aquí si que voy a detenerme porque el tema lo merece. Merecería un estudio sociológico pero uno no llega a tanto y le alcanza con preguntarse por qué será que todo el mundo se apunta a la clase media y pocos, por no decir nadie, reconoce que es clase baja.

Lo hablaba el otro día con un antiguo compañero de estudios que también está prejubilado y cobra una pensión que le permite vivir con cierto desahogo. No doy abasto -me decía- no paro de salir al paso y llamarles la atención a quienes se tienen por lo que no son. Conozco multitud de gente que, con menos ingresos que yo, presume de ser clase media. Es inaudito. Quedan con la boca abierta cuando les digo que lo suyo es clase baja, que la clase media les queda muy lejos.

Las expectativas han caído de tal manera que quien tiene trabajo y gana mil euros considera que es clase media. La posibilidad de ser explotado a cambio de un empleo se vive ahora como un privilegio. Hasta ahí hemos llegado. Algunos sociólogos han empezado a llamarlo el precariado, dicen que proletario no encaja. Igual llevan razón. El nombre es lo de menos, lo preocupante es que no tienen conciencia de que son clase baja ni comparten identidad. Lo que les une no son las ideas ni la pertenencia a una clase social, es el iPod. Viven en su mundo virtual, echan la culpa a sus padres y creen que esto es un juego que se resuelve con darle a un botón.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / La Nueva España

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