Milio Mariño
Hace años, cuando uno encaraba la vida desde los albores de su juventud, la primera recomendación familiar era que no sobresalieras, que te mimetizaras con el rebaño. No te signifiques, procura pasar desapercibido, era el consejo que oías a todas horas y valía para casi todo: para la escuela, la mili, el trabajo, la calle… Lo importante era no sacar la cabeza porque, quienes la sacaban, corrían el riesgo de que se la cortaran. Nuestras madres habían sufrido la posguerra, vivían la dictadura y sabían como se las gastaban los de la clase que estaba al mando. Si querías llegar más lejos, o más arriba, tenia que ser con su permiso, tenía que ser por que ellos lo consentían, no porque te rebelaras y exigieras tus derechos.
La nueva reforma laboral, el modelo que ha elegido España, apunta en ese sentido. La creciente desigualdad, la crisis y la rebaja del Estatuto de los Trabajadores se perciben con un efecto devastador que hará estragos entre los más débiles y sacará a la luz su pertenencia a una clase que parecía olvidada. Quizá, aunque tengo mis dudas, no volvamos a las relaciones laborales de la época franquista ni a los tiempos del proletariado pero, en esencia, es lo mismo; es volver a una sociedad dual de pobres y ricos porque solo así, con esa fórmula, se garantiza el progreso.
El argumento será que los pobres de ahora no son tan pobres como aquellos. Nos ha jodido, tampoco los ricos. Los ricos son mucho más ricos y, como no les basta, como quieren que la diferencia se note sin que haya que fijarse, exigen que volvamos a tratarlos como a señores feudales.
En medio de los dos, de los de arriba y los de abajo, está, como siempre, la clase media y aquí si que voy a detenerme porque el tema lo merece. Merecería un estudio sociológico pero uno no llega a tanto y le alcanza con preguntarse por qué será que todo el mundo se apunta a la clase media y pocos, por no decir nadie, reconoce que es clase baja.
Lo hablaba el otro día con un antiguo compañero de estudios que también está prejubilado y cobra una pensión que le permite vivir con cierto desahogo. No doy abasto -me decía- no paro de salir al paso y llamarles la atención a quienes se tienen por lo que no son. Conozco multitud de gente que, con menos ingresos que yo, presume de ser clase media. Es inaudito. Quedan con la boca abierta cuando les digo que lo suyo es clase baja, que la clase media les queda muy lejos.
Las expectativas han caído de tal manera que quien tiene trabajo y gana mil euros considera que es clase media. La posibilidad de ser explotado a cambio de un empleo se vive ahora como un privilegio. Hasta ahí hemos llegado. Algunos sociólogos han empezado a llamarlo el precariado, dicen que proletario no encaja. Igual llevan razón. El nombre es lo de menos, lo preocupante es que no tienen conciencia de que son clase baja ni comparten identidad. Lo que les une no son las ideas ni la pertenencia a una clase social, es el iPod. Viven en su mundo virtual, echan la culpa a sus padres y creen que esto es un juego que se resuelve con darle a un botón.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / La Nueva España
lunes, 27 de febrero de 2012
lunes, 20 de febrero de 2012
Maria Dolores me quiere gobernar
Milio Mariño
No, no es un lapsus. Se que era Maria Cristina, pero como Maria Dolores está empeñada en gobernarnos y ha vuelto con la canción de que el PP es el partido de los trabajadores, en vez de decirle un piropo le canto un bolero.
Te mueves mejor que las olas y llevas la gracia del cielo, la noche en tu pelo, mujer española. Envidia te tienen las flores pero excuso decirte que siempre han sido los trabajadores quienes han elegido partido y no al revés. Agradezco tu sentido del humor y el de Fátima, la ministra que citó a los líderes sindicales para explicarles lo que no acaban de entender. Hizo bien, la explicación los dejó helados, de ahí que convocaran un paseo, en domingo, por las calles de Madrid, para ver si entraban en calor.
Antes, las decisiones se tomaban en caliente y por las bravas, pero ahora nadie decide nada antes de dar un paseo y tomarse unas cañas. Ya lo dijo Cristina, la de la canción no, la presidenta Argentina: Rajoy es un suertudo, los empresarios, y el gobierno, anuncian rebajas de sueldos y despidos masivos y los dirigentes sindicales están pensando a futuro si convocan huelga general.
Tiene razón señora Kirchner, y aun le digo más, debería leer el comentario de un periodista español que no pertenece al diario que usted llevaba en la mano. Si, un periodista que dijo que ver a los dirigentes sindicales sentados delante de la ministra le parecía como si un carnicero, sonriente y peinado de peluquería, se reuniera con dos corderos para explicarles como iba a ser su despiece.
Asumo el comentario, solo que en este caso el encargado de las explicaciones no era el carnicero, era su distinguida empleada Fátima Bañez. Y los sindicalistas, los dos, el oso Méndez y el Toxo con gafas, como pulpos en un garaje; no sabían donde meterse. Todo un síntoma de que se les ha pasado el arroz. Los de su generación ya están jubilados o prejubilados. Hicieron su trabajo y ahora se dedican a levantarse tarde, caminar un par de kilómetros, vigilar el colesterol y cuidar de los nietos. Luego, al anochecer, recuerdan los viejos tiempos. Dicen que por mucho menos que esto convocaron huelga general a un partido que, entonces, era de los trabajadores porque, ellos, lo habían votado.
Las cosas han cambiado una barbaridad. Los de aquella generación cuentan sus batallas, insistiendo en que Maria Dolores pertenece al partido que no votarían nunca pero no dejan de reconocer que estos trabajadores de ahora, los que han tomado su relevo, eligieron al PP porque sus ojos son tan pintureros que cuando los miran de cerca, les prende su embrujo y gritan te quiero.
La situación es complicada. Por eso los viejos sindicalistas, que representan a los nuevos trabajadores, proponen dar un paseo antes de convocar huelga. Mientras pasean sugiero que canten Maria Dolores me quiere gobernar… Y yo le sigo, le sigo la corriente. Que vamos pa la playa, allá voy. Que móntate en el carro, y me monto. Que bájate del carro, y me bajo. Que súbete en el puente, y me subo. Que quítate la ropa, me la quito. Que tírate en el agua… No, no, no, María Dolores, que no, que no…
Eso dice la letra. La música es lo de menos, da igual que sea merengue, que chachachá o rocanrol.
Milio Mariño / La Nueva España / Artículo de Opinión
No, no es un lapsus. Se que era Maria Cristina, pero como Maria Dolores está empeñada en gobernarnos y ha vuelto con la canción de que el PP es el partido de los trabajadores, en vez de decirle un piropo le canto un bolero.
Te mueves mejor que las olas y llevas la gracia del cielo, la noche en tu pelo, mujer española. Envidia te tienen las flores pero excuso decirte que siempre han sido los trabajadores quienes han elegido partido y no al revés. Agradezco tu sentido del humor y el de Fátima, la ministra que citó a los líderes sindicales para explicarles lo que no acaban de entender. Hizo bien, la explicación los dejó helados, de ahí que convocaran un paseo, en domingo, por las calles de Madrid, para ver si entraban en calor.
Antes, las decisiones se tomaban en caliente y por las bravas, pero ahora nadie decide nada antes de dar un paseo y tomarse unas cañas. Ya lo dijo Cristina, la de la canción no, la presidenta Argentina: Rajoy es un suertudo, los empresarios, y el gobierno, anuncian rebajas de sueldos y despidos masivos y los dirigentes sindicales están pensando a futuro si convocan huelga general.
Tiene razón señora Kirchner, y aun le digo más, debería leer el comentario de un periodista español que no pertenece al diario que usted llevaba en la mano. Si, un periodista que dijo que ver a los dirigentes sindicales sentados delante de la ministra le parecía como si un carnicero, sonriente y peinado de peluquería, se reuniera con dos corderos para explicarles como iba a ser su despiece.
Asumo el comentario, solo que en este caso el encargado de las explicaciones no era el carnicero, era su distinguida empleada Fátima Bañez. Y los sindicalistas, los dos, el oso Méndez y el Toxo con gafas, como pulpos en un garaje; no sabían donde meterse. Todo un síntoma de que se les ha pasado el arroz. Los de su generación ya están jubilados o prejubilados. Hicieron su trabajo y ahora se dedican a levantarse tarde, caminar un par de kilómetros, vigilar el colesterol y cuidar de los nietos. Luego, al anochecer, recuerdan los viejos tiempos. Dicen que por mucho menos que esto convocaron huelga general a un partido que, entonces, era de los trabajadores porque, ellos, lo habían votado.
Las cosas han cambiado una barbaridad. Los de aquella generación cuentan sus batallas, insistiendo en que Maria Dolores pertenece al partido que no votarían nunca pero no dejan de reconocer que estos trabajadores de ahora, los que han tomado su relevo, eligieron al PP porque sus ojos son tan pintureros que cuando los miran de cerca, les prende su embrujo y gritan te quiero.
La situación es complicada. Por eso los viejos sindicalistas, que representan a los nuevos trabajadores, proponen dar un paseo antes de convocar huelga. Mientras pasean sugiero que canten Maria Dolores me quiere gobernar… Y yo le sigo, le sigo la corriente. Que vamos pa la playa, allá voy. Que móntate en el carro, y me monto. Que bájate del carro, y me bajo. Que súbete en el puente, y me subo. Que quítate la ropa, me la quito. Que tírate en el agua… No, no, no, María Dolores, que no, que no…
Eso dice la letra. La música es lo de menos, da igual que sea merengue, que chachachá o rocanrol.
Milio Mariño / La Nueva España / Artículo de Opinión
lunes, 13 de febrero de 2012
El miedo que viene y el que ya estaba aquí
Milio Mariño
La semana pasada vi una imagen que algunos de ustedes quizá vieron también pero que, tal vez, no les causó la misma impresión que a mí. La TPA entrevistaba a una señora que había estado a punto de quedar aislada, por las inundaciones que anegaron Asturias, y su máxima preocupación era poder acudir, puntualmente, al trabajo porque las cosas – dijo- no están como para que uno falte aunque sea por una catástrofe.
No era la primera vez, sobre todo de un tiempo a esta parte, que oía anteponer el trabajo a cuestiones como la salud, el riesgo de un accidente o la convivencia familiar. Para aquella mujer, de mediana edad, conservar el trabajo era su prioridad absoluta. El tono en que lo decía evidenciaba que tenia miedo a perderlo, que hay un miedo, construido desde el poder, que cuenta con nuestro silencio o, lo que es peor, con nuestro consejo de sumisión aunque vaya en ello la dignidad y el decoro de nuestros hijos o el de quienes buscan apoyo o una palabra de aliento.
Hablamos mucho del paro, el desencanto y la corrupción pero apenas se habla del miedo. Y, el miedo, existe. No me refiero a ese miedo que, en mayor o menor medida, todos tenemos: el miedo a la muerte, al dolor, la soledad o la vejez. Me refiero al miedo a perder el trabajo, al que insiste en atemorizarnos amenazando con que si no aceptamos lo que nos imponen iremos al paro.
Lo peor de todo es que no les basta con imponerlo, quieren que estemos de acuerdo, que nos rindamos. Llevan tiempo con eso, insistiendo en que vivíamos por encima de nuestras posibilidades y esa forma de vivir fue la que trajo la crisis. Según esa teoría deberíamos pagar por ello, deberíamos aceptar el castigo. La disciplina es lo primero. El empresario debe volver a lo que era uso y costumbre a principios del siglo pasado. El que abona un salario no tiene por qué estar sujeto a ninguna otra limitación que no sea la de pagar lo que le convenga y exigir lo que tenga a bien. Al fin y al cabo, de él depende que el trabajador pueda comer.
Les parecerá que exagero. Así, con esas palabras, no lo dicen pero ese es el motivo. Tampoco son tan torpes como para no endulzar su crueldad con un discurso amable y exculpatorio. Si nos quitan los derechos que teníamos es para favorecernos, para que podamos encontrar trabajo.
Ya ven, a los empresarios no les valía con el miedo, con ese miedo a perder el empleo que atemoriza y angustia a los que todavía lo tienen y hace que quienes aspiran a tenerlo acepten lo que quieran ofrecerles. No es suficiente. Además de miedo los trabajadores tienen que sentirse desamparados, tienen que percibir que no habrá ley que les ampare.
Un estudio reciente indica que el miedo a perder el trabajo produce más depresión y angustia que estar en paro. El Gobierno y los empresarios seguro que lo conocen. Confían en que el miedo atenaza; paraliza. En principio así es, pero como dice Armand Feiguenbaum, un famoso gurú empresarial, con el miedo hay que tener cuidado, es como un iceberg. Solo vemos el 15 %. El 85 % restante no está a la vista, no se ve, pero fue lo que hundió al Titanic.
Milio Mariño / Articulo de Opinión / La Nueva España
La semana pasada vi una imagen que algunos de ustedes quizá vieron también pero que, tal vez, no les causó la misma impresión que a mí. La TPA entrevistaba a una señora que había estado a punto de quedar aislada, por las inundaciones que anegaron Asturias, y su máxima preocupación era poder acudir, puntualmente, al trabajo porque las cosas – dijo- no están como para que uno falte aunque sea por una catástrofe.
No era la primera vez, sobre todo de un tiempo a esta parte, que oía anteponer el trabajo a cuestiones como la salud, el riesgo de un accidente o la convivencia familiar. Para aquella mujer, de mediana edad, conservar el trabajo era su prioridad absoluta. El tono en que lo decía evidenciaba que tenia miedo a perderlo, que hay un miedo, construido desde el poder, que cuenta con nuestro silencio o, lo que es peor, con nuestro consejo de sumisión aunque vaya en ello la dignidad y el decoro de nuestros hijos o el de quienes buscan apoyo o una palabra de aliento.
Hablamos mucho del paro, el desencanto y la corrupción pero apenas se habla del miedo. Y, el miedo, existe. No me refiero a ese miedo que, en mayor o menor medida, todos tenemos: el miedo a la muerte, al dolor, la soledad o la vejez. Me refiero al miedo a perder el trabajo, al que insiste en atemorizarnos amenazando con que si no aceptamos lo que nos imponen iremos al paro.
Lo peor de todo es que no les basta con imponerlo, quieren que estemos de acuerdo, que nos rindamos. Llevan tiempo con eso, insistiendo en que vivíamos por encima de nuestras posibilidades y esa forma de vivir fue la que trajo la crisis. Según esa teoría deberíamos pagar por ello, deberíamos aceptar el castigo. La disciplina es lo primero. El empresario debe volver a lo que era uso y costumbre a principios del siglo pasado. El que abona un salario no tiene por qué estar sujeto a ninguna otra limitación que no sea la de pagar lo que le convenga y exigir lo que tenga a bien. Al fin y al cabo, de él depende que el trabajador pueda comer.
Les parecerá que exagero. Así, con esas palabras, no lo dicen pero ese es el motivo. Tampoco son tan torpes como para no endulzar su crueldad con un discurso amable y exculpatorio. Si nos quitan los derechos que teníamos es para favorecernos, para que podamos encontrar trabajo.
Ya ven, a los empresarios no les valía con el miedo, con ese miedo a perder el empleo que atemoriza y angustia a los que todavía lo tienen y hace que quienes aspiran a tenerlo acepten lo que quieran ofrecerles. No es suficiente. Además de miedo los trabajadores tienen que sentirse desamparados, tienen que percibir que no habrá ley que les ampare.
Un estudio reciente indica que el miedo a perder el trabajo produce más depresión y angustia que estar en paro. El Gobierno y los empresarios seguro que lo conocen. Confían en que el miedo atenaza; paraliza. En principio así es, pero como dice Armand Feiguenbaum, un famoso gurú empresarial, con el miedo hay que tener cuidado, es como un iceberg. Solo vemos el 15 %. El 85 % restante no está a la vista, no se ve, pero fue lo que hundió al Titanic.
Milio Mariño / Articulo de Opinión / La Nueva España
lunes, 6 de febrero de 2012
La gripe y la huelga
Milio Mariño
A falta de temas más sugerentes hemos vuelto a lo de siempre, a que en todas partes se hable de la gripe y de la huelga. Es lo que toca. Lo normal es que ambas cosas se padezcan en invierno, que es cuando los agentes causantes, el frío y el gobierno, atacan nuestras defensas.
Así era antes y así será aunque gobierne la derecha que decía tener la formula mágica para curar nuestros males y su magia se ha vuelto potagia de impuestos, lamentos y más recortes. Si quieren una prueba solo tienen que fijarse en que, hace unos días, mientras aquí nos alertaban de que cada vez hay más casos de gripe, Rajoy decía en Bruselas que contraería una huelga en uno o dos meses. Quiere decirse que ya la debe de estar incubando. Debe de haber empezado a notar los primeros síntomas que, por mucho que les sorprenda, son similares a los de la gripe, pues la huelga también comienza con una sensación de mal cuerpo, sigue con escalofríos y acaba con fiebre.
Las similitudes no quedan en eso, van más allá. Hay quien afirma que la gripe, autoproclamada o fingida, supera con mucho a la huelga. Es la protesta más refinada y efectiva del individuo contra la sociedad y el sistema. Supone cuantiosas pérdidas en lo general y menos consecuencias en lo particular.
Pues bien, mientras reflexionaba sobre este asunto me acordé de un cuento de Nabokov en el que, a un alumno que quería eludir un examen, se le ocurrió tumbarse la noche antes, al raso y en pijama, convencido de que así atraparía un catarro o una gripe que le evitaría tener que pasar la prueba. Al final tuvo mala suerte porque cuando amaneció estaba en perfecto estado y su madre lo mandó a la escuela sin aceptar sus excusas. Lo curioso fue que cuando entró en clase anunciaron que el examen quedaba suspendido porque el maestro había contraído la gripe, la noche anterior, y estaba en la cama con fiebre. Total que, el alumno, hizo el ridículo y pasó más frío que Picio para nada.
Mi escepticismo no llega al punto de negar que el duro invierno, la nieve y las heladas nos abocan a lo irremediable, pero también es cierto que un gran porcentaje de gripes, y huelgas, son contraídas adrede. Cualquier observador atento se dará cuenta de que, a pesar del frío, hay gente que va por la calle sin bufanda, mete los pies en todos los charcos que encuentra y no se abriga lo suficiente. Con las huelgas pasa lo mismo, hay gobiernos, y empresarios, que aprovechan las inclemencias de la crisis para forzar situaciones que, con un mínimo de cuidado, podrían evitarse.
¿Quieren decirme a qué vino que Rajoy, en su primera visita al gobierno alemán, pasara revista a las tropas, en chaqueta, ante el asombro de Ángela Merkel que llegó a preguntarle, incluso, si no tenía frío? ¿Pretendía, acaso, que le diera la gripe para así evitar el examen? La respuesta la encontramos dos días más tarde, cuando el propio Rajoy confesaba a su colega de Finlandia que se temía mucho que, de aquí a nada, fuera a contraer una huelga. ¿No la estará deseando? Para mí que se llevaría un chasco si la huelga, como en el cuento, la hubiera sufrido el maestro en vez del alumno.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / La Nueva España
A falta de temas más sugerentes hemos vuelto a lo de siempre, a que en todas partes se hable de la gripe y de la huelga. Es lo que toca. Lo normal es que ambas cosas se padezcan en invierno, que es cuando los agentes causantes, el frío y el gobierno, atacan nuestras defensas.
Así era antes y así será aunque gobierne la derecha que decía tener la formula mágica para curar nuestros males y su magia se ha vuelto potagia de impuestos, lamentos y más recortes. Si quieren una prueba solo tienen que fijarse en que, hace unos días, mientras aquí nos alertaban de que cada vez hay más casos de gripe, Rajoy decía en Bruselas que contraería una huelga en uno o dos meses. Quiere decirse que ya la debe de estar incubando. Debe de haber empezado a notar los primeros síntomas que, por mucho que les sorprenda, son similares a los de la gripe, pues la huelga también comienza con una sensación de mal cuerpo, sigue con escalofríos y acaba con fiebre.
Las similitudes no quedan en eso, van más allá. Hay quien afirma que la gripe, autoproclamada o fingida, supera con mucho a la huelga. Es la protesta más refinada y efectiva del individuo contra la sociedad y el sistema. Supone cuantiosas pérdidas en lo general y menos consecuencias en lo particular.
Pues bien, mientras reflexionaba sobre este asunto me acordé de un cuento de Nabokov en el que, a un alumno que quería eludir un examen, se le ocurrió tumbarse la noche antes, al raso y en pijama, convencido de que así atraparía un catarro o una gripe que le evitaría tener que pasar la prueba. Al final tuvo mala suerte porque cuando amaneció estaba en perfecto estado y su madre lo mandó a la escuela sin aceptar sus excusas. Lo curioso fue que cuando entró en clase anunciaron que el examen quedaba suspendido porque el maestro había contraído la gripe, la noche anterior, y estaba en la cama con fiebre. Total que, el alumno, hizo el ridículo y pasó más frío que Picio para nada.
Mi escepticismo no llega al punto de negar que el duro invierno, la nieve y las heladas nos abocan a lo irremediable, pero también es cierto que un gran porcentaje de gripes, y huelgas, son contraídas adrede. Cualquier observador atento se dará cuenta de que, a pesar del frío, hay gente que va por la calle sin bufanda, mete los pies en todos los charcos que encuentra y no se abriga lo suficiente. Con las huelgas pasa lo mismo, hay gobiernos, y empresarios, que aprovechan las inclemencias de la crisis para forzar situaciones que, con un mínimo de cuidado, podrían evitarse.
¿Quieren decirme a qué vino que Rajoy, en su primera visita al gobierno alemán, pasara revista a las tropas, en chaqueta, ante el asombro de Ángela Merkel que llegó a preguntarle, incluso, si no tenía frío? ¿Pretendía, acaso, que le diera la gripe para así evitar el examen? La respuesta la encontramos dos días más tarde, cuando el propio Rajoy confesaba a su colega de Finlandia que se temía mucho que, de aquí a nada, fuera a contraer una huelga. ¿No la estará deseando? Para mí que se llevaría un chasco si la huelga, como en el cuento, la hubiera sufrido el maestro en vez del alumno.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / La Nueva España
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