Milio Mariño
Sucede, a veces, que uno escribe sobre la tristeza y hay gente que acaba riéndose. Me lo dijo una señora mientras tomaba café. Yo es que me río mucho con lo que escribe. Se lo agradezco, señora, pero yo escribo en serio. Le dije. Y, para demostrar que no bromeaba, puntualicé que aquello que, según ella, le había hecho gracia (lo de que los tricornios y los uniformes de la Guardia Civil se hicieran en China) no era producto de mi imaginación sino una realidad de la que podía dar fe Rubalcaba.
Me temo que no debí convencerla. No sufro por ello, pero me fastidia. Me fastidia, no que la gente se ría sino que, a pesar del cariño que pongo en lo que escribo, me feliciten solo por la ironía. De todas maneras, como quiera que la Guardia Civil acaba de manifestarse pidiendo mejoras, vuelvo al tema que hizo reír a la señora para insistir en qué uno, en su modestia, se lo toma en serio.
Hoy, cuando escribo esto, es un día suave. Uno de esos días en los que todo parece absurdo. Todo menos que el Gobierno compre los tricornios y los uniformes de la Guardia Civil en China. Lo explica muy bien, en una entrevista, el señor Qixiang, que no es ningún aberzale por la oficialidad de la Llingua sino alto ejecutivo de una empresa textil radicada en Tianjin.
Qixang se muestra orgulloso de su contrato con el Gobierno español. Se sabe imbatible en el precio. Un tricornio que en una empresa de Sevilla cuesta 38 euros, él lo pone en Madrid a 4 euros la pieza. La diferencia es tan brutal que por mucho que la industria del tricornio pueda ser considerada como un sector estratégico a proteger no parece justificado que el Gobierno pague esa barbaridad. Ahora bien: ¿Cómo puede ser que los chinos vendan por cuatro euros lo que los sevillanos quieren vender por treinta y ocho? ¿Es, solo, la mano de obra la que establece la diferencia en el precio?
Según la Unión de Oficiales de la Guardia Civil hay más factores que deberían ser tenidos en cuenta. Dicen que el tricornio que viene de China no está forrado de corcho ni tiene el agujero ovalado, que es redondo y de un material conglomerado que no transpira ni puede encajarse en la cabeza y que, al menor movimiento, se tuerce o se cae. Así que no han dudado en calificarlo como muy estético pero poco funcional y operativo, sobre todo si hay que correr.
La Asociación Unificada de la Guardia Civil opina igual que la Unión de Oficiales. Llevarán razón en sus quejas pero, teniendo en cuenta que el primer pedido que se hizo este año fue de 10.000 trajes y 7.000 tricornios, no se yo si estaría justificado que el Gobierno pagara 34 euros de más por cada tricornio, en concepto de todo por la patria del tricornio nacional. Es una reflexión que dejo en el aire justo cuando la Guardia Civil acaba de manifestarse pidiendo mejores condiciones de trabajo. Reflexión que no significa que no quiera mojarme. A mi me parece que si los tricornios que vienen de china no transpiran, supone realmente un problema pero eso de que se caen si el Guardia Civil tiene que correr… Lo que yo tenía entendido era que quienes corrían eran los delincuentes, no la Guardia Civil.
domingo, 12 de septiembre de 2010
lunes, 6 de septiembre de 2010
Bienvenidos a la tristeza
Milio Mariño
Fue bonito disfrutar del buen tiempo, el rumor de las caracolas, la sidra recién escanciada y las romerías de tambor y gaita, pero vuelve septiembre y volvemos a la tristeza de una crisis que no ha cogido color ni con el Campeonato del Mundo de fútbol, la victoria de Contador en el Tour, el triunfo de Nadal en Roland Garros, la visita de Michelle Obama a Marbella, ni la tan deseada, por los banqueros, reforma del mercado de trabajo. La crisis sigue pálida como en invierno y de un humor parecido al de esa vecina amargada que no ha podido irse de vacaciones ni a casa de su cuñada. Se mantuvo encerrada en lo suyo y tanto le dio que le dio lo mismo que España triunfara en el mundo. No se movió por más que Zapatero aceptara alguno de sus caprichos y Rajoy se ofreciera para mandarla a paseo en su coche olvidando que, cuando uno se marca un viaje, es obligatorio llevar el cinturón de seguridad puesto.
Reconozco que nos divertimos, pero el verano se acaba. Y como la vida sigue y hay que seguir en la brecha, me senté en una terraza y comencé a darle vueltas a lo que sería volver en septiembre si todo lo que fueron triunfos hubieran sido fracasos. Es decir, si la selección no hubiera pasado de cuartos, ni Contador hubiera ganado el Tour y el despido hubiera seguido siendo barato pero sin llegar a ser gratis.
Algunos de mis amigos dicen que estaríamos peor. Puede ser. A fin de cuentas, todo lo que va mal es susceptible de empeorar. No obstante, viendo el resultado de los triunfos, cabe pensar que estaríamos igual. Igual en lo económico pero peor en lo patriótico, me advierten rebosantes de orgullo. Y ahí me han pillado, pues de no mediar aquellos triunfos a estas alturas sólo serían patriotas los cuatro fachas de siempre y algún despistado de esos que no se enteran de nada y menos de que la bandera y la pulserita bicolor eran patrimonio de unos pocos. En eso hay que reconocer que hemos mejorado hasta el punto de arrebatarles el monopolio y que España se proclame roja de Peñas a Tarifa, incluidas Ceuta y Melilla. Ahora bien, dado que la crisis no era, sólo, de fervor patriótico sino materialista, hasta el punto de que veíamos un billete de cien euros y teníamos que agarrarnos a un árbol para no desmayarnos del susto, parece que aquellos triunfos sólo han servido para dos cosas: para que en julio se incrementara un poco la venta de cerveza en los bares y para que los chinos hicieran su agosto con la venta de camisetas y banderas españolas.
El balance económico de nuestros éxitos deportivos no ha podido ser más escaso. Una injusticia, porque ya me dirán si no es injusto que los chinos, que ya hacían los uniformes y los tricornios de la Guardia Civil, hayan hecho negocio con los triunfos de España mientras los españoles nos quedábamos a dos velas. Cierto que estamos más delgados, somos más patriotas y lucimos un envidiable moreno, pero nuestra cartera sigue vacía. Los triunfos, decían, iban a servirnos para que todo volviera a ser como antes. Lo malo que estamos en septiembre y todo vuelve a ser como siempre. O peor, porque el Oviedo empezó empatando y el Sporting perdió cuatro a cero.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / La Nueva España
Fue bonito disfrutar del buen tiempo, el rumor de las caracolas, la sidra recién escanciada y las romerías de tambor y gaita, pero vuelve septiembre y volvemos a la tristeza de una crisis que no ha cogido color ni con el Campeonato del Mundo de fútbol, la victoria de Contador en el Tour, el triunfo de Nadal en Roland Garros, la visita de Michelle Obama a Marbella, ni la tan deseada, por los banqueros, reforma del mercado de trabajo. La crisis sigue pálida como en invierno y de un humor parecido al de esa vecina amargada que no ha podido irse de vacaciones ni a casa de su cuñada. Se mantuvo encerrada en lo suyo y tanto le dio que le dio lo mismo que España triunfara en el mundo. No se movió por más que Zapatero aceptara alguno de sus caprichos y Rajoy se ofreciera para mandarla a paseo en su coche olvidando que, cuando uno se marca un viaje, es obligatorio llevar el cinturón de seguridad puesto.
Reconozco que nos divertimos, pero el verano se acaba. Y como la vida sigue y hay que seguir en la brecha, me senté en una terraza y comencé a darle vueltas a lo que sería volver en septiembre si todo lo que fueron triunfos hubieran sido fracasos. Es decir, si la selección no hubiera pasado de cuartos, ni Contador hubiera ganado el Tour y el despido hubiera seguido siendo barato pero sin llegar a ser gratis.
Algunos de mis amigos dicen que estaríamos peor. Puede ser. A fin de cuentas, todo lo que va mal es susceptible de empeorar. No obstante, viendo el resultado de los triunfos, cabe pensar que estaríamos igual. Igual en lo económico pero peor en lo patriótico, me advierten rebosantes de orgullo. Y ahí me han pillado, pues de no mediar aquellos triunfos a estas alturas sólo serían patriotas los cuatro fachas de siempre y algún despistado de esos que no se enteran de nada y menos de que la bandera y la pulserita bicolor eran patrimonio de unos pocos. En eso hay que reconocer que hemos mejorado hasta el punto de arrebatarles el monopolio y que España se proclame roja de Peñas a Tarifa, incluidas Ceuta y Melilla. Ahora bien, dado que la crisis no era, sólo, de fervor patriótico sino materialista, hasta el punto de que veíamos un billete de cien euros y teníamos que agarrarnos a un árbol para no desmayarnos del susto, parece que aquellos triunfos sólo han servido para dos cosas: para que en julio se incrementara un poco la venta de cerveza en los bares y para que los chinos hicieran su agosto con la venta de camisetas y banderas españolas.
El balance económico de nuestros éxitos deportivos no ha podido ser más escaso. Una injusticia, porque ya me dirán si no es injusto que los chinos, que ya hacían los uniformes y los tricornios de la Guardia Civil, hayan hecho negocio con los triunfos de España mientras los españoles nos quedábamos a dos velas. Cierto que estamos más delgados, somos más patriotas y lucimos un envidiable moreno, pero nuestra cartera sigue vacía. Los triunfos, decían, iban a servirnos para que todo volviera a ser como antes. Lo malo que estamos en septiembre y todo vuelve a ser como siempre. O peor, porque el Oviedo empezó empatando y el Sporting perdió cuatro a cero.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / La Nueva España
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