martes, 26 de marzo de 2013

Todos quieren robarnos

Milio Mariño

Cuando alguien se ofrezca para ayudarte llévate la mano al bolsillo, dijo un señor muy mayor que pasaba el rato en un banco, al que fui a parar mientras esperaba por un amigo. Estos viejos de los pueblos, pensaba yo, hay que ver lo desconfiados que son, creen que nadie hace nada por nadie y que todo el mundo se propone engañarlos. Acabé dándole un consejo, cosa que no suelo hacer. Me había confesado que tenía ochenta y seis años, así que después de mostrarme comprensivo con la época que le había tocado vivir, dije que comprendía que fuera desconfiado pero que cuando la vida se aleja es cuando más merece la pena dejarse querer.

Tú fíate y verás, sentenció con una sonrisa que revelaba que le hacía gracia mi ingenuidad. Volví a recordar su consejo, a los dos días o tres, mientras estaba en el aeropuerto y oí por el altavoz: Por su propia seguridad, rogamos mantengan sus pertenencias controladas en todo momento.

El viejo tenía razón. Hay que andar con cuidado, hay que estar, siempre, alerta porque, entre los fenómenos inexplicables, que se empeñan en complicarnos la vida, está la afición por el robo, el timo, el sablazo, el fraude y el choriceo. Prácticas que se han generalizado de modo que ya no roban al rico, que sería lo más productivo, roban al pobre, cuyo botín es exiguo y no se entiende que pueda pagar el tiro.

Llama la atención ese empeño, el de robar a los pobres, y también la actitud tan diferente que tienen pobres y ricos cuando se enfrentan a la tesitura de robar a sus semejantes. Seguro que habrán visto más de una vez a alguien sentado en el suelo con un cartón colgado del cuello que pone: Es triste tener que pedir, pero es más triste tener que robar.

Triste para los que se ven obligados a dar ese paso empuñando una pistola o un cuchillo, pero para quienes lo hacen enarbolando un bolígrafo hay pruebas de que les resulta muy divertido.

Entre uno y otro, entre el robo a mano armada y el robo a bolígrafo, hay otra categoría, también muy generalizada, que podríamos llamar robo por la cara. Una categoría que incluye, contemplando las excepciones, a dentistas, taxistas, fontaneros, inmobiliarias, comercios de todo tipo y, por supuesto, a esos restaurantes que por una botella de vino te cobran 20 euros, de los cuales 5 corresponden a su valor real y los 15 restantes te los quitan del bolsillo. También es robo que, en vez de cobrarnos por un piso lo que vale, nos cobren 70.000 euros más, que es lo que estiman deben robarnos. Y lo que decimos del piso, o la botella de vino, cuando comemos en un restaurante, podemos decirlo de una camisa que luego, en las rebajas, ponen, casi, a su precio.

Tenía razón el viejo, todos se empeñan en robarnos. Y cuando digo todos, me refiero a los banqueros y los políticos, pero también a los dentistas, los tenderos, los dueños de los restaurantes… Taxistas, fontaneros, etc, etc. Es decir a los que piensan que debemos procurar su felicidad y aceptar, además, que nos roben.

Lo curioso de todo esto es que ya lo habíamos aceptado. Aceptábamos que nos robaran un poco, solo hemos empezado a protestar cuando han dejado de ser razonables y quieren robarnos lo que no tenemos.

Milio Mariño/ Artículo de Opinión/ Diario La Nueva España

lunes, 4 de marzo de 2013

Falsificar palabras

Milio Mariño

Muchas de las medidas que adoptan desde el gobierno las justifican con el argumento de que el Presidente y los Ministros son realistas, pero la realidad parece como si no les hiciera caso ni evolucionara por los derroteros que habían pensado. No se rige ni se somete a sus propuestas ni a las leyes que ponen en práctica, funciona con sus propias reglas, importándole muy poco las consecuencias y los posibles excesos.

Así las cosas, nuestros políticos andan preocupados viendo que la realidad no acepta ser gobernada. Lo cual puede ser delicioso y perverso pues supone una pérdida de control que les obliga a devanarse los sesos y tener que elegir entre lo que ellos entienden por realidad y la verdad pura y dura, conceptos que están relacionados hasta el punto de que pueden parecer lo mismo, pero son distintos.

Deberían empezar por ahí, por entender que realidad es lo que cada uno percibe y, lo que percibimos, tiene poco o nada que ver con la verdad.

Lo que percibimos se acerca más a la ficción y eso es algo que comprobamos todas las mañanas al llegar al quiosco y ver que cada periódico nos ofrece una España y un mundo distintos. Como inventan una verdad a partir de un argumento común y la acercan a sus intereses. Cosa que se repite en esas tertulias televisivas, que parecen obras de teatro alternativo, y en los Telediarios, personalizados según indiquen las altas instancias de la empresa propietaria de la cadena o el gobierno que gobierne la televisión pública.

Con todo, aceptando que la objetividad no existe, media un trecho entre la objetividad imposible y la manipulación descarada. Un trecho que, para explicarlo de forma gráfica, es el que va del contorsionista que logra poner los pies en la cabeza al mago que, con su varita mágica, saca del sombrero tres conejos con las orejas tiesas. Quiere decirse que no es lo mismo partir de un hecho y enfocarlo de forma partidista que inventar ese hecho y difundirlo como cosa cierta.

Para ayudar en esa tarea, para procurar que realidad y verdad acerquen posturas, a nuestros políticos no se les ha ocurrido mejor idea que sacar de la chistera nuevas palabras para nombrar ciertas cosas. Y así tenemos que su lenguaje se está convirtiendo en una especie de neolengua imposible que confirma el poco respeto que sienten por la inteligencia ajena.

Estamos volviendo a los tiempos aquellos que ya teníamos olvidados, a cuando al ministro del ramo se le ocurrió llamar al 1 de mayo fiesta de San José Artesano. ¿Se acuerdan? Pues algo así viene a ser la propuesta del ministro de justicia Ruiz Gallardón, que quiere suprimir la palabra imputado y sustituirla por otra más suave que no induzca a la condena mediática. Siguiendo en la misma línea Cospedal ha prohibido la palabra desahucio y Rubalcaba, para no ser menos, sugiere la posibilidad de que su formación política cambie incluso de nombre. Ha propuesto que abandone la vieja palabra obrero y, aprovechando que las siglas coinciden, pase a llamarse Partido de los Socialistas Europeos-PSOE.

A las palabras les ocurre lo que a las monedas, que no siempre tienen el mismo valor, pero es muy diferente que pierdan valor por el paso del tiempo a que los políticos se dediquen a falsificarlas y, luego, intenten darnos el timo colándolas al descuido como si fueran auténticas.


Milio Mariño/ Artículo de Opinión/ Diario La Nueva España

Quijote tenemos, nos falta Sancho

Milio Mariño

"Procurad también que, leyendo vuestra historia, el melancólico se mueva a risa, el risueño la acreciente, el simple no se enfade, el discreto se admire de la invención, el grave no la desprecie, ni el prudente deje de alabarla”.

El párrafo anterior figura en el prólogo del Quijote, libro que abrí cuando concluyó el debate del estado de la nación. Me había venido la idea de que Rajoy y Rubalcaba acababan de escenificar uno de aquellos diálogos entre el Ingenioso Hidalgo y su escudero Sancho. Un diálogo para oírlo porque físicamente, a menos que Rubalcaba engorde y se afeite, no se parecen, pero oyéndolos tengo que darle la razón a Vargas Llosa, que lleva años empeñado en demostrar que la novela de Cervantes prefigura el neoliberalismo iniciado por Ronald Reagan y Margareth Thatcher.

La comparación puede parecer estrambótica pero quizá merezca un vistazo si nos atenemos a las consecuencias de unos libros caballerescos, llamados hoy de economía, que nos han llevado a que cuanto mejor están los señores peor le va al pueblo llano. Un vistazo que se vuelve interesante al advertir que la España de ahora es muy parecida a la descrita por Cervantes, pues aquella era una época en la que corría el oro, que llegaba del expolio de las Américas, pero disminuía la posibilidad de ganarse el sustento, ejerciendo un oficio o dedicándose a trabajar la tierra. El peso de la economía estaba en lo que aportaban los conquistadores, de modo que se prescindía del trabajo y aumentaba la desocupación de la gente, propiciando la aparición de rufianes y lazarillos.

En aquella España, de grandezas y miserias, Don Quijote vivía de fantasías, era inconsciente el mundo real; en cambio Sancho, que pertenecía a una clase social más explotada, solo aspiraba a tener un salario que le permitiera vivir con un mínimo de decoro. Así se refleja en el capítulo VII de la segunda parte de la obra, donde dice Sancho:

“Voy a parar en que vuestra merced me señale salario conocido de lo que me ha de dar cada mes el tiempo que le sirviere, y que el tal salario se me pague de su hacienda; que no quiero estar a mercedes, que llegan tarde, o mal, o nunca”.

A lo cual don Quijote responde: “Mira, Sancho, yo bien te señalaría salario, si hubiera hallado en alguna de las historias de los caballeros andantes ejemplo; pero yo he leído todas o las más de sus historias, y no me acuerdo de haber leído que ningún caballero haya señalado salario a su escudero. De modo que si no queréis venir a merced conmigo, que Dios quede con vos y os haga un santo; que a mí no me faltarán escuderos más obedientes, más solícitos, y no tan empachados”.

La idea de nuestro hidalgo, el Presidente del Gobierno, viene a ser la misma: que vayamos a merced de lo que propone y que, si acaso, al final del tránsito y después de mucho sacrificio, igual alcanzamos la recompensa de alguna ínsula.

¿Qué se quiere decir con esto? Pues poco, o casi nada. Uno no llega a tanto como Vargas Llosa. Si acaso que Quijote tenemos, lo que no tenemos, y echamos en falta, es un Sancho fuerte que detenga los disparates y desvaríos del caballero. Un Sancho que, como en la obra de Cervantes, haga que don Quijote entre en razones.


 Milio Mariño/ Artículo de Opinión/ La Nueva España