martes, 25 de diciembre de 2012

Cena sin discusión

Milio Mariño

No es por discutir, no es por nada, pero algunos pensamos que la cena de Nochebuena debe seguir celebrándose como manda la tradición: con el menú comestible de toda la vida y ese otro menú que incluye que cualquier familiar la lie parda y, antes de llegar al turrón, se monte una bronca que suele acabar de forma feliz, a los postres, con la familia ciega de sidra y el broncas contando chistes.

Dicen que, por desgracia, ocurre bastante. Es más, me consta que hay familias que para tener la noche en paz y no repetir experiencias así, han llegado a establecer una norma sobre lo que se puede discutir en Nochebuena y lo que no admite la más mínima discusión. Nada de política, nada de religión, nada de fútbol, nada de restregarse unos a otros lo bien o lo mal que les va en la vida, nada de hablar de lo listos y educados que son los niños… Total, que una cena deliciosa, en cuanto a los ingredientes comestibles, acaba siendo enormemente aburrida por la salsa de los monosílabos, las miradas de soslayo y los comentarios chorra que nos hacen parecer idiotas o, simplemente, ridículos. Un verdadero tostón que nos obliga a plantearnos si no será mejor prescindir de cualquier norma y dejar que la familia se diga todo lo que tenga que decirse para luego cerrar la disputa, si es que la hay, y acabar cantando hacia Belén va una burra, rin, rin, yo me remendaba yo me remendé.

Hablar en la mesa pienso que es tan importante, o más, que el menú. No niego que por la emotividad de las fiestas, o el ritmo que impone la vida, la sensibilidad esté tan a flor de piel que en seguida salte la chispa. Lo que hemos ido acumulando durante todo el año puede agolparse en nuestro cerebro y, ayudado por el alcohol, salir, de forma abrupta, sin reparar en modales ni sutilezas. Puede ser, no digo que no, que la cena de Nochebuena sirva, en algunos casos, como desahogo y elemento purificador.

Estoy de acuerdo, también, en que quizá no sea el mejor momento, pero conviene tener presente que hemos perdido mucho en todo lo que se refiere a nuestra empanada mental. Antes se compartía más, no se tenía tanto miedo a decir lo que pensamos, había más trato, más intercambio y más intimidad con la familia. Ahora es diferente. Ahora no tenemos tiempo para estar con los demás, ni casi con nosotros mismos. Estamos solos en medio de la multitud y cuando nos vemos rodeados de familiares o amigos nos damos cuenta de que hay cosas que necesitamos decir para liberarnos y quedar más a gusto.

Por eso pienso que no sirve de gran cosa imponer unas normas que nos lleven a cenar en torno a una mesa rodeada por rostros que renuncian a la normalidad, obligados por la cursilería de una paz artificiosa que acabará sacándonos de quicio cuando estemos, de nuevo, a solas. No creo que nos beneficie abordar la cena de Nochebuena como si nos enfrentáramos a un tribunal que solo exige elegancia formal. Al turrón tenemos que llegar contentos y satisfechos. Si hay algo que decir, se dice. Si hay algo que discutir, se discute. Lo importante es que todo discurra por cauces civilizados y que al final pasemos un rato agradable que merezca ser recordado.


Milio Mariño / Artículo de Opinión diario La Nueva España


martes, 18 de diciembre de 2012

Pocas luces

Milio Mariño

En un alarde de recursos contra la crisis es muy probable que estas navidades aparezca cualquier político espabilado y proponga que la mala uva en el ambiente se corrige sustituyendo las doce uvas tradicionales por doce aceitunas sin hueso. No lo descarten. Tampoco sé enfaden. Hagan como Camus, que decía que lo absurdo siempre es mejor tomarlo como punto de partida que como conclusión.

Cuesta entender la que han liado entorno a la crisis, lo hemos hablado ya muchas veces, pero resulta, aún, más difícil comprender ciertas medidas que se visten de soluciones sensatas y acaban siendo disparates que recuerdan las astracanadas de aquel maestro de la comedia que conseguía hacernos reír con la famosa escena, ambientada en la Gran Depresión, en la que el hambre le empujaba a comerse su propio zapato.

Por ahí va lo del ahorro en bombillas. No recuerdo otras navidades tan tristes. No recuerdo que las autoridades y los mandamases unieran sus voces para decirnos que no podemos comprar más regalos que los que venden en los chinos, que los Reyes Magos hasta el Papa dice que vienen de la Andalucía del PER y los ERES y que el marisco de la Noche Buena tendremos que sustituirlo por mejillones en escabeche porque así lo manda la OCDE y el tendencioso y sentenciado capitalismo, que aprieta pero tiene la deferencia de aflojar cuando los ojos están a punto de salírsenos de las orbitas.

Lo extraño, lo que me parece raro, es que a nadie se le haya ocurrido que estas Navidades hay que celebrarlas como si no hubiera un mañana. Como si fuéramos uno de esos enfermos terminales a los que el médico recomienda que disfrute y haga lo que le venga en gana porque solo le quedan cuatro días de vida.

Digo esto porque suponiendo que las previsiones se cumplan, que, al final, todo se vaya al carajo, el país al rescate y nosotros a la miseria, sin que esté en nuestras manos salvarnos, cada vez entiendo menos qué pintan los Ayuntamientos organizando nuestro funeral por anticipado. No sé por qué, en lugar de hacer más llevadera nuestra agonía, han optado por contribuir a la tristeza privándonos de cuatro luces de colores que nos alegraban la vida aunque siguiéramos sin un duro.

Los Ayuntamientos, me atrevo a decir que todos, presumen de que estas Navidades han puesto menos bombillas que el año pasado y menos aún que el año anterior. Quiere decirse que los alcaldes, las alcaldesas y sus respectivas Corporaciones, han llegado a la conclusión de que una buena medida para arreglar el desaguisado de la crisis es pasar del Siglo de las Luces, que no era, siquiera, el XX, al oscurantismo de la Edad Media. Han pensado que la crisis se combate quitando cuatro bombillas y dejando a la población a oscuras.

Tiene su explicación. El Siglo de las Luces fue aquel en el que se empezó a considerar, como base principal, el razonamiento de las personas. El de la libertad, la igualdad y la equidad como derechos humanos inalienables y, también, el de la separación de poderes.

Desde 2007, el gasto de los Ayuntamientos, en luces navideñas, ha caído un 70 por ciento. Perfecto. Y los millonetis partiéndose el culo con el ahorro en alumbrado navideño. Celebrando que los políticos tengan tan pocas luces y se presten a engañar a los ciudadanos con estas pijadas, mientras ellos siguen a lo suyo.



Milio Mariño/ Artículo de Opinión/ Diario La Nueva España



martes, 4 de diciembre de 2012

Regalos

Milio Mariño

Aprovechando que esta semana celebramos el aniversario de la Constitución, y tomándolo como una obligación constitucional, mi mujer acaba de trasladarme que, en los próximos días, abrirá un período de consultas para que podamos hacerle llegar nuestras sugerencias en todo lo concerniente a los regalos de Navidad.

En cuestiones de procedimiento, mi mujer es inflexible, sigue al pie de la letra la norma parlamentaria. Primero abre el período de consultas y luego regala lo que le viene en gana. Hace como el gobierno, toma las decisiones que quiere, y cree conveniente, y si te atreves con alguna queja dice que la culpa es tuya, que tuviste tiempo de sobra para hacer tus propuestas y si no las hiciste fue porque es más cómodo criticar que implicarse.

El caso que ahí estamos, trabajando en comisión, los hijos y sus conyugues por un lado, mi cuñada y mi cuñado por otro, los sobrinos por libre y un servidor en el grupo mixto, un poco desamparado y sin esperanza de que nadie vaya a tener en cuenta lo que proponga o deje de proponer.

Imagino los comentarios, dirán que regalar está al alcance de cualquiera que disponga aunque solo sea de diez euros. No lo discuto pero lo cierto es que acaba convirtiéndose en una entelequia. Un reto cada vez más difícil, no sé yo si por las expectativas del regalador o las del regalado, que se reparten, según sea el caso, entre algo útil, algo bonito, algo difícil de encontrar, algo gracioso, algo barato...

Posibilidades hay muchas, es cierto, pero convendrán que no son lo mismo los regalos, digamos, vocacionales que los regalos sacrificio, ni tampoco los regalos útiles que los regalos chorra para cumplir el trámite y salir del paso.

Dicen que, últimamente, se ha impuesto la lógica del regalo útil, una lógica que ya se empleaba en tiempos preconstitucionales, pues por mucho que ahora nos hablen de precocidades, los niños dejábamos de ser niños a los trece o catorce años, momento en que los juguetes se transformaban en ropa que llegaba a lomos de un camello sin que nos explicáramos, aun sabiendo que los Reyes eran los padres, como podían atreverse mirarnos a la cara, esperando que respondiéramos con satisfacción y alegría al vernos delante de un pijama, dos pares de calcetines y tres calzoncillos.

Debió ser por aquella época cuando comenzó a modificarse el significado de regalar, una de esas definiciones que no ha resistido el paso del tiempo, pues si en 1803 la Real Academia afirmaba que era agasajar o contribuir a otro con alguna cosa, voluntariamente o por obligación, ahora dice que es dar una dádiva, voluntariamente o por costumbre. Definición que nos lleva a sospechar que los académicos han debido de ir cambiando de parecer a medida que fueron recibiendo regalos y les entró la duda de si lo que sus familiares y amigos les regalaban sería por caridad, por lástima, por cariño, o, porque como ya lo habían hecho durante tanto tiempo, a ver quién se atrevía a dejar de hacerlo.

Que el hecho de regalar pasara de ser agasajo a ser una dádiva, no parece estar en consonancia con la creencia de que el regalo es una manera egoísta de hacernos un homenaje. Teoría con la que tampoco estoy muy de acuerdo, pues, viendo los regalos que pienso hacer a los míos, sería una manera muy pobre de homenajearme a mí mismo.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España