lunes, 26 de marzo de 2012

Soluciones rueda de repuesto

Milio Mariño

Cuando sale alguien y veo que empieza con la cantinela de que aquí lo que hacen falta son soluciones imaginativas, se me ocurre que, dentro de nada, los coches tendrán tres ruedas. Ríanse si quieren, pero seguro que no habrán olvidado que los coches venían, de fábrica, con cinco ruedas hermosas y, por una solución imaginativa, de esas que, solo, discurren los que están al mando, dejaron la de repuesto como un fideo, consiguieron que la autoridad la diera de paso y hace unos cuantos años que circulan por las autopistas como si usted saliera a la calle con un zapato y una zapatilla.

Las soluciones imaginativas suelen ser eso: un diez por ciento de imaginación y un noventa de chapuza adornada por cuatro expertos que la visten de modernidad y se empeñan en convencernos de que hay que cambiar, aunque sea a peor, porque seguir como estábamos es cosa de tontos.
Hace años, charlando con un americano, recién llegado a nuestro país, me picó la curiosidad y le pregunté si creía que España se había modernizado y estaba a la altura de Estados Unidos. Acabo de llegar, me dijo, pero respóndame a esto: ¿Ustedes son de los que todavía esperan a que les pongan gasolina en el coche o se la ponen ustedes mismos?

Por ahí van las soluciones imaginativas que, dicen, nos sacarán de la crisis. La última vez que estuve en París salí de una Terminal, anexa al Charles de Gaulle, que no tenía nadie en el mostrador, así que además de procurarte tu mismo la tarjeta de embarque también tenías que facturar tus maletas. Otra solución ingeniosa que ahorrará mucho dinero. El viajero hará todo el trabajo y se quedará sin premio.

Estas cosas ocurren porque alguien, en algún sitio, ha decidido que lo mejor es que nadie entienda nada de lo que está pasando. Decir que todo funciona mal, que no podemos seguir así y que hay que tomar medidas, por dolorosas que sean, abona el terreno para decisiones que no tienen sentido y leyes que son como inventos del TBO. Ahí tienen la flamante Ley de Empleo, cuyos promotores afirman que no solo no lo creará sino que este año habrá 600.000 parados más.

Este era un país que, hasta hace dos días, no tenía aceras, ni calles, ni agua corriente, ni alcantarillas, ni hospitales, ni bibliotecas ni nada parecido a lo que tenían Francia y Alemania en los años setenta. Tampoco tenía industria. Tenia terreno en barbecho, barro para hacer ladrillos y un batallón de listos.

Hay personas de buena fe que, realmente, piensan que pasar de aquella nada a esto poco que tenemos fue un lujo que nos llevó a la ruina. Una hemorragia que hay que atajar, cuanto antes, con un torniquete. Apretar fuerte, hasta que duela, y luego, cuando pase el peligro, deshacer el nudo para que todo vuelva a quedar como estaba.

No se lo crean, nada volverá a ser igual. Fíjense en las ruedas de repuesto. El argumento era que las de tipo galleta ahorran peso y espacio. Cierto, pero cuando uno pincha y quiere echar mano de lo que necesita se acuerda de la madre que parió al que tuvo la idea de la rueda fideo. Pero la cosa sigue, hay coches que ya no llevan ni rueda de repuesto, llevan un kit de auto reparación de pinchazos.

Milio Mariño / Artículo de Opinión

lunes, 19 de marzo de 2012

Cura del paro

Milio Mariño


La primavera estaba por venir pero era tan bueno el tiempo que la gente había abierto las ventanas para ventilarse y dejar que corriera el aire. El agobio de la crisis nos tenia tan apesadumbrados que necesitábamos aire fresco aun a riesgo de que se colara alguna desfachatez, como aquella de Finlandia, que los desvergonzados habían empezado a proferir sin siquiera disimularlo, dando suelta a unos instintos que, antes, solían ocultar o reprimir porque sentían vergüenza de ser tan crueles e injustos.

Sabíamos sus intenciones pero estábamos acostumbrados a que se mordieran la lengua y no dijeran lo que pensaban. Algo era algo, pues en lo que va de noviembre a marzo han vuelto por sus fueros adoptando la desfachatez por bandera para que nos demos cuenta, seguramente, de que, por fin, han cambiado las cosas.

Hablo de desfachatez, por no emplear otra palabra más gorda, para referirme a ese anuncio, de la Conferencia Episcopal Española, en el que dicen a los jóvenes: Si te haces cura no te prometo un gran sueldo, te prometo un trabajo fijo. Ahí es nada el oportunismo de los obispos para hacer cosecha de la necesidad y la desesperación de los jóvenes.

Uno había vivido el caso a la inversa. Había tenido compañeros y amigos a los que unos padres sin recursos, imposibilitados para poder darles estudios, los metían en el Seminario de donde salían, antes de la adolescencia, para incorporarse al bachillerato. Algunos, incluso, apuraban más su estancia y no daban el paso atrás hasta poco antes de cantar misa.

También viví, y lo hice con admiración y respeto, otros casos a la inversa: los curas obreros. Una de las experiencias más importantes y originales que ha dado la iglesia y que, sin embargo, suscitó la desconfianza de la jerarquía eclesiástica hasta el punto de que acabó prohibiéndoles trabajar para mantener la concepción de un sacerdocio basado en que el mediador del Dios en la Tierra tenia que ser un hombre sagrado, separado de los otros hombres y de una sociedad mundana, en la que corrían el riesgo de contaminarse. Riesgo que advertían mayor en las fábricas, pues podían entrar en contacto con la lucha obrera y, sin quererlo, participar de los postulados marxistas.

La Iglesia, al menos entonces, cuidaba las formas. Presentaba la opción del sacerdocio como una cuestión vocacional que correspondía tomar a quienes estaban convencidos de entregar, por completo, su vida al prójimo. La idea que teníamos era que ser cura suponía una decisión personal que estaba muy lejos de convertirse en una salida profesional con la que poder hacer frente al paro.

Pensábamos como pensábamos porque la Iglesia decía que su reino era espiritual, jamás de este mundo. Pero una cosa son los sermones y otra la realidad pura y dura pues los hechos han demostrado que la Iglesia es temporal, material y tan de este mundo que en el reino de España sigue aprovechándose de los privilegios y tiene el descaro de ofrecer a los jóvenes puestos fijos, de funcionarios, con cargo a los 10.000 millones de euros que percibe del Estado.

Tal como están las cosas, no me extrañaría nada que a la opción de tener un trabajo fijo, si deciden meterse a curas, a los jóvenes también les ofrezcan alistarse en el ejército para solucionar la vida. No lo vería tan escandaloso como lo que acaban de hacer los obispos.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / La Nueva España

lunes, 12 de marzo de 2012

Las vacas gordas y flacas existieron a la vez

Milio Mariño

Comentando con un amigo lo raro que viene el invierno, que apenas llueve y es como si la sequía afectara más a los altos hornos de Veriña que a las berzas y las lechugas, recibí como respuesta que está todo tan mal que a saber qué será de la juventud.

De la juventud y de nosotros, se me ocurrió contestar, sorprendido de que nos diera por amortizados y los años que aún nos resten pudiéramos vivirlos de cualquier manera. No entendía que solo pensara en los jóvenes y se lo dije. Le dije que no hay cosa que más deteste que acabar como cualquier imbécil que se refocila en ese sentimiento complacido de ser victima no importa de qué o de quién.

El toque surtió efecto porque cuando retomamos la conversación estuvimos de acuerdo en que no se trata de que una generación salga peor o mejor parada; la crisis no entiende de edades, afecta a todos. Cierto que quienes todavía no somos viejos, pero lo seremos antes que otros, quizá oponemos más resistencia a los cambios que nos proponen pero, sobre todo, nos resistimos a cambiar a peor. A nadie le gusta que su calidad de vida empeore, y a nosotros con más motivo porque, en el supuesto de que fuera cierto que el sacrificio que ahora nos piden vaya a servir para que luego vivamos mejor, igual no llegamos a luego o, en todo caso, nos quedará menos tiempo para disfrutarlo.

Otro punto en el que coincidimos fue en no entender ese empeño por menguar nuestro entusiasmo. A un Gobierno que ofrecía, aunque solo fuera, una remota esperanza ha sucedido otro que no deja de machacarnos con la cantinela de que, nos pongamos como nos pongamos, las cosas iran a peor.

Entiendo que quieran quitarnos responsabilidad pero decir que no pintamos nada, que nuestro papel es el de meros espectadores y que, a lo sumo, lo que podemos hacer es quejarnos en privado, es volver al aquí mando yo y tú a callar.
Las cosas están como están. Y para comernos, aún más, la moral han vuelto a la maldición divina, a que la crisis es algo tan antiguo que ya sucedía en tiempos de las doce tribus. Después de las vacas gordas vienen las flacas.

Mienten como bellacos, han trucado la profecía. El detalle más importante, referido al sueño del Faraón, es que las vacas gordas y las flacas no venían unas después de otras, existían las dos a la vez.
José, el undécimo hijo de Jacob, que fue quien interpretó el sueño, dijo al Faraón que los siete años de abundancia coexistían con los siete de hambruna. La interpretación exacta fue la siguiente: “Si acumulas grano en los años de abundancia, las siete vacas gordas seguirán estando allí cuando las siete flacas emerjan del río y éstas tendrán que comer”.

El Faraón no hizo caso, no tomó en cuenta el consejo, y el resultado fue que las vacas flacas se comieron a las gordas. De acuerdo que era un sueño y que las vacas nunca fueron carnívoras, pero a falta de pan vienen las tortas.
La profecía es, realmente, como les digo, solo me queda la duda de si el refrán dice así o resulta que también lo interpreto a mi aire, igual que hacen los ricos con las vacas gordas y flacas.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / La Nueva España

lunes, 5 de marzo de 2012

Mujeres al mando

Milio Mariño

Que todo vuelve no es una frase hecha, es la realidad pura y dura. Ya ven: en Holywood premian al cine mudo, los gobiernos gobiernan en blanco y negro y las mujeres que triunfan, en cuanto se ponen al mando, son más duras e inflexibles que los hombres autoritarios. Ahí tienen a Ángela Merkel, que parece el revival de aquella Margaret Thatcher que masacró a los mineros, duplicó la tasa de pobreza y citaba a San Pablo para decir: a quien no le guste el trabajo que tampoco coma.

Asomándome a esos recuerdos, se me aparecen, cada una por su lado, Maria Teresa Fernández de la Vega y Esperanza Aguirre, que me riñen no como abuelas dulces que después de una reprimenda ofrecen su regazo, en una muestra de comprensión y cariño, sino insistiendo en qué el castigo ha sido benévolo para mis merecimientos.
Sigo buscando mujeres al mando y me encuentro con Rita Barberá, la diva de las alcaldesas, que por mucho que se de un aire a la Caballé, en cuanto al volumen que desaloja y el tamaño de su sonrisa, tampoco se queda corta a la hora de repartir estacazos.

Al final, mientras discurro si esas mujeres: Thatcher, Merkel, Maria Teresa, Rita y Esperanza, tienen algo en común, acabo delante del televisor, un viernes al medio día, aguantando la bronca de Soraya Sáenz de Santamaría, la vicepresidenta y portavoz que, desde que llegó al gobierno, no hay aparición publica en la que no comparezca en tono desafiante y amenazando con hundirme en la miseria.

No se lo tomo en cuenta. No sé si por ser la más joven, la ultima en llegar o que tiene cara de niña buena, pero pienso que ese mal genio lo expresa sin ser consciente de lo que trasmite. La forma en que comunica las decisiones del gobierno hace que realmente parezcan castigos antes que medidas para favorecernos. Estoy convencido de que adopta ese tono para desahogarse y expulsar la frustración de no poder ofrecernos cosas mejores. Bueno y, también, por lo que ella misma ha dicho más de una vez: que si eres joven, mujer y, además, mides 1,50, te ven como muy vulnerable y tienes que estar siempre alerta para mantenerlos a raya.

Puedo entenderlo; de ahí que esté dispuesto a concederle un plazo no mayor de dos meses para que se serene y deje de reñirme. Se que, allá por Madrid, la han comparado con Lisa, la de los Simpson, y eso tiene que doler. No es lo mismo que te comparen con Lisa Simpson que con Margaret o Ángela Merkel, sobre todo si eres la segunda de abordo y te han elegido para gritar mande firmes y pasar revista a la tropa de ministras y ministros sabihondos, subsecretarios, cabos con mando en plaza y diputados que nunca la vieron tan gorda.

Expulsar la energía reprimida es muy sano pero Soraya debe entender que los ciudadanos no somos culpables de que Rajoy la haya elegido para que se encargue de lo desagradable. Debería portarse como se porta en privado, donde al parecer es amable y muy afectiva. Así que si no se corrige habrá que ponerle el apodo que se le ocurra al primer graciosillo de turno y que no será, desde luego, el de lideresa o Dama de Hierro. Será otro más gordo, y desagradable, porque también nosotros tenemos derecho a desahogarnos.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / La Nueva España